Textos por orden alfabético inverso de Narciso Segundo Mallea etiquetados como Cuento disponibles | pág. 2

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autor: Narciso Segundo Mallea etiqueta: Cuento textos disponibles


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Cuento Raro

Narciso Segundo Mallea


Cuento


Vivía Zint-ching en una pequeña población, sita a la orilla de un río, de esos que hay en China, que sirven para navegar y para vivir en ellos sin navegar. Mendigo, primero, en Pekin, y curandero después, en la sazón de esta historia, era nuestro habitante del Celeste Imperio todo un personaje en aquel rincón virgen aún del zarpazo de la civilización. Personaje, entendámonos: queremos decir hombre de consejo entre la gente menestcrosa, que él también lo era, en fuerza de curandero y filósofo.

En las calles mal olientes de la diminuta población de Chom—him, no se veía otra cosa que la figura magra y broncina del chino oyendo cuitas o dando en mascadas palabras algún sabio consejo.

Creiase en Chom-him que al lado de los brebajes y unturas del curandero había una honda filosofía que el viejo chino conservaba como en cerrada, aromática caja. Y no había enredo público o privado, diatriba u oculta cosa, en que la macerada humanidad de Zint-ching no asomara para poner, a las veces con su sola presencia, calma o dirección en los espíritus.


Hubo un día en la pequeña población musitado mnovimiento en las calles. Los mendigos que, por ser tantos, daban en pedir los unos a los otros, debatían un intrincado asunto que les era atañedero y relacionado con la mutualidad local a la que estaban todos adheridos. Una asamblea que se llevaría a cabo en breve daría la razón a unos u otros. Y alguien pronunció en la ocurrencia: "Por qué no llamar a Zint-ching para que nos ilustre, él que es sabio y entendido en la materia, que ya perteneció a la asociación de pordioseros de Pekin?..." —"Sí; que venga a la asamblea, él desatará el nudo" —dijeron varios a la vez.


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Dominio público
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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

"Corso"

Narciso Segundo Mallea


Cuento


En un remoto pueblecillo vivía un viejo galeno entregado en cuerpo y alma al manso oficio de curar. Sin hijos, compartía su vida con Doña Perpetua, su mujer, y con "Corso", la bestia que tiraba a diario de su destartalada calesa.

Cuando tenía alguna gresquecilla con su mujer, íbase al establo a ver a "Corso". Le palmeaba, le pasaba la mano por el lomo, le acariciaba las orejas, y cuando se acordaba de algún enfermo grave, metía las manos en los bolsillos, miraba al compañero de diaria fatiga y se quedaba pensativo. "Corso" dejaba de comer y ponía triste la mirada como si también pensara en el caso. Al fin el galeno decía: qué diablos..., y se ponía en marcha; entonces veníale a "Corso" un estornudo, como si dijera: anda, que Dios proveerá...

Decía el viejo médico que "Corso" era el ser más inteligente que él había conocido. Y sí que lo era. El sabía donde debía pararse cuando el viejo práctico visitaba a sus enfermos; conocía el mejor vado y salvaba los baches sujetando el andar de manera que nadie sufriera el contragolpe: ni el amo ni él. Y cuando el Dr. Molina que así se llamaba su amo—poníase a hablar solo, cosa que sucedía a menudo, veníale a "Corso" una tosecilla que el galeno reprimía con un recio movimiento de riendas... Y era resignado; cuando no había pienso, sabía esperar, y apenas si los clientes del físico, aposentados en el ancho zaguán, oían alguna patada en el establo, como si la pobre bestia exclamara: bueno, pues, ya pasa esto de castaño obscuro...

Provisto el gallinero, algunos ahorros dados a rédito, consideración y bendiciones del vecindario, amistad inalterable con el boticario, el cura y el juez, salud del alma y del cuerpo, qué más felicidad, qué mayor beatitud para un galeno sencillo, bueno, católicamente ignorante, viejo ya, en el último tramo de la fatal pendiente?


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Dominio público
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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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