Textos por orden alfabético de Nathaniel Hawthorne etiquetados como Cuento | pág. 2

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autor: Nathaniel Hawthorne etiqueta: Cuento


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Nathaniel Hawthorne


Cuento


DICKON!—gritó Mamá Rigby,—¡fuego para mi pipa!—

La vieja señora tenía la pipa en la boca cuando decía estas palabras. Las había lanzado después de llenarla de tabaco, sin tratar de encenderla en el hogar donde, en realidad, no había huellas de que se hubiera encendido fuego aquella mañana. Sin embargo, tan pronto como hubo dado la orden, brotó un rojo intenso en el hueco de la pipa y una bocanada de humo de los labios de Mamá Rigby. Nunca pude descubrir de dónde vino el fuego, ni qué mano invisible lo hizo encenderse allí.

—¡Bien!—dijo Mamá Rigby, con una inclinación de cabeza.—¡Gracias, Dickon! Ahora hagamos el espantajo. Quedad al alcance de la voz, Dickon, por si os necesito otra vez.—

Apenas amanecía; pero la buena mujer había madrugado aquella mañana con el objeto de hacer un espantajo que quería colocar en su sementera de maíz. Era la última semana de mayo, y ni los cuervos ni los mirlos habían descubierto aún las pequeñas hojas verdes y enrolladas del maíz que comenzaba justamente a brotar de la tierra. Así, había resuelto fabricar un espantajo que pareciera vivo por todos sus lados y terminarlo inmediatamente de pies a cabeza, de manera que comenzara aquella misma mañana sus deberes de centinela. Ahora bien; Mamá Rigby era, como todos sabemos, una de las brujas más hábiles y poderosas de la Nueva Inglaterra y podía hacer, en consecuencia, con muy pequeño esfuerzo, un espantajo suficientemente horrible para aterrorizar al mismísimo ministro de la iglesia protestante. Pero, habiendo despertado aquella mañana con disposición de espíritu extraordinariamente placentera, suavizada todavía más por su pipa de tabaco, resolvió producir algo fino, hermoso y espléndido, de preferencia a lo horrible y espantoso.


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24 págs. / 42 minutos / 190 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2016 por Edu Robsy.

La Ambición del Forastero

Nathaniel Hawthorne


Cuento


Este suceso se inició al caer la tarde de un día de septiembre. En aquel momento se hallaba la familia congregada alrededor de la lumbre del hogar, mantenido con piñas secas, maderos robados por las torrenteras de las montañas y troncos de los árboles tronchados por el viento. Los padres de aquella familia reflejaban en sus rostros una alegría serena; los niños reían; la hija mayor, a los diecisiete años, era una imagen viva de la felicidad, y la abuela, acomodada en el mejor lugar, y aplicada a su calceta, era, como la hija mayor, una imagen repetida de la felicidad, sólo que en el invierno de la vida. Todos los allí reunidos habían llegado a puerto de reposo en el lugar más horrible de Nueva Inglaterra. La familia vivía en el Tajo de las Montañas Blancas, donde el viento corría con violencia los 365 días del año y llevaban en su entraña, en el invierno, un frío de acero que descargaba despiadado sobre la casa de madera en su paso al valle del Saco. El lugar donde la familia había construido su hogar era frío, y, además de frío, amenazado por un constante peligro. Por encima de sus cabezas se alzaba, en efecto, una enorme montaña tan escarpada y agreste, que las piedras se desprendían con frecuencia, y rodando con estrépito desde lo alto, los sobresaltaban en la noche.

La muchacha acababa de decir algo chistoso, que había provocado la risa de toda la familia, cuando el viento que corría a través del Tajo pareció detenerse ante la casa, sacudiendo la puerta con un lamento infinito antes de continuar hacia el valle. Aunque nada extraordinario representaba aquella violencia, la familia se sintió un momento sobrecogida. Ya volvía a resurgir la alegría en sus rostros, cuando pudieron oír que el picaporte de la puerta de entrada era alzado desde fuera, tal vez por algún transeúnte, cuyos pasos hubieran sido ahogados por el bramido del viento coincidente con su llegada.


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11 págs. / 20 minutos / 141 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

La Catástrofe del Señor Higginbotham

Nathaniel Hawthorne


Cuento


Un hombre joven, de profesión vendedor ambulante de tabaco, se dirigía desde Morristown, en donde se había entretenido en amplios tratos con el diácono de la comunidad shákera, hacia el pueblo de Parker’s Falls, junto al río Salmon. Tenía una pequeña y pulcra carreta, pintada de verde, con una caja de cigarros dibujada en cada cartola y, en la parte posterior, un jefe indio sujetando una pipa y una planta de tabaco.

El vendedor conducía una preciosa yegüita y era un joven de excelente carácter, atento a cualquier trato, pero que no por eso dejaba de gustar a los yankis; quienes, según les he oído yo decir, preferirían que les afeitasen con una navaja afilada que con una roma. Y era especialmente querido por las lindas muchachas de la ribera del Connecticut, cuyo favor solía solicitar mediante regalos del mejor de los tabacos que llevaba; pues sabía bien que las mozas campesinas de Nueva Inglaterra son, por lo general, magníficas fumadoras de pipa. Además, como se verá en el transcurso de mi historia, el vendedor era de carácter preguntón y tenía algo de chismoso, siempre rabiando por oír las noticias y deseando contarlas de nuevo.


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15 págs. / 27 minutos / 1.019 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

La Mascarada de Howe

Nathaniel Hawthorne


Cuento


Vagando por la calle de Wáshington una tarde del verano pasado, atrajo mis miradas una muestra de hotel que asomaba de un estrecho zaguán abovedado casi en frente de la antigua iglesia del Sur. La muestra representaba la fachada de un soberbio edificio designado con el nombre de “Antigua Casa Provincial, al cuidado de Thomas Waite.” Me sentí satisfecho de recordar así el propósito, que abrigaba largo tiempo, de visitar y recorrer la mansión de los antiguos gobernadores reales de Massachusetts; y penetrando en el pasillo abovedado que se extendía en medio de una hilera de tiendas de ladrillo, unos cuantos pasos me transportaron desde el bullicioso centro del moderno Boston hasta un patiocillo pequeño y silencioso. Un lado de este espacio estaba ocupado por la fachada cuadrada de la casa provincial, de tres pisos, y coronada de una cúpula en cuya cima podía distinguirse un indio dorado, con su arco tendido y una flecha en la cuerda, apuntando al gallo de la veleta colocada en el chapitel de la Iglesia del Sur. Esta figura conservaba la misma actitud hacía setenta años o quizá más, desde el tiempo en que el buen decano Drowne, un diestro escultor en maderas, la colocó por primera vez en su larga vigilia de centinela sobre la ciudad.


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17 págs. / 30 minutos / 97 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Musgos de una Vieja Casa Parroquial

Nathaniel Hawthorne


Cuento


Prefacio. La vieja casa parroquial

LA VIEJA CASA PARROQUIAL

EL AUTOR FAMILIARIZA AL LECTOR CON SU MORADA

Entre dos altas jambas de piedra toscamente tallada (el portón había caído de los goznes en tiempos ignotos) mirábamos la fachada gris de la antigua casa parroquial, que remataba la perspectiva de una avenida de fresnos. Hacía un año ya que el cortejo fúnebre del venerable párroco, su último habitante, había salido por allí camino al cementerio del pueblo. Tanto el sendero de carros que llevaba a la puerta como todo el ancho de la avenida estaban casi cubiertos de hierba, oferta de suculentos bocados para dos o tres vacas errantes y para un viejo caballo blanco que recolectaba su ración a lo largo de la vereda. Las sombras reverberantes que dormitaban entre la puerta de la casa y el camino público eran una especie de medio espiritual, visto a través del cual el edificio no parecía pertenecer del todo al mundo de la materia. Sin duda poco tenía en común con esas viviendas corrientes que se alzan junto al camino con tal inmediatez que el paseante puede, por así decir, meter la cabeza en el círculo doméstico. Desde aquellas ventanas tranquilas, las siluetas de los paseantes eran demasiado tenues y remotas para perturbar la privacidad. En su casi retiro y en su intimidad accesible, era el lugar ideal para la residencia de un clérigo; un hombre no apartado de la vida humana, pero envuelto, en medio de ella, en un velo tejido con hilos de sombra y de claridad. Dignamente habría podido ser una de esas casas parroquiales de Inglaterra honradas por el tiempo, en las cuales, a lo largo de muchas generaciones, una sucesión de santos ocupantes pasan de la juventud a la vejez y se transmiten uno a otro tal legado de santidad que impregna la casa y la puebla como una atmósfera.


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477 págs. / 13 horas, 55 minutos / 111 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Wakefield

Nathaniel Hawthorne


Cuento


Recuerdo haber leído en alguna revista o periódico viejo la historia, relatada como verdadera, de un hombre —llamémoslo Wakefield— que abandonó a su mujer durante un largo tiempo. El hecho, expuesto así en abstracto, no es muy infrecuente, ni tampoco —sin una adecuada discriminación de las circunstancias— debe ser censurado por díscolo o absurdo. Sea como fuere, este, aunque lejos de ser el más grave, es tal vez el caso más extraño de delincuencia marital de que haya noticia. Y es, además, la más notable extravagancia de las que puedan encontrarse en la lista completa de las rarezas de los hombres. La pareja en cuestión vivía en Londres. El marido, bajo el pretexto de un viaje, dejó su casa, alquiló habitaciones en la calle siguiente y allí, sin que supieran de él la esposa o los amigos y sin que hubiera ni sombra de razón para semejante autodestierro, vivió durante más de veinte años. En el transcurso de este tiempo todos los días contempló la casa y con frecuencia atisbó a la desamparada esposa. Y después de tan largo paréntesis en su felicidad matrimonial cuando su muerte era dada ya por cierta, su herencia había sido repartida y su nombre borrado de todas las memorias; cuando hacía tantísimo tiempo que su mujer se había resignado a una viudez otoñal —una noche él entró tranquilamente por la puerta, como si hubiera estado afuera sólo durante el día, y fue un amante esposo hasta la muerte.


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11 págs. / 20 minutos / 156 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

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