Introducción
Hojas manuscritas amarilleadas por el tiempo, con la tinta desvaída a
trechos, emborronadas con manchones y lagunas que delatan la incuria o
la impaciencia del escritor… siempre hay algo fascinador; de
mortificante enigma en estos mudos mensajeros del pasado. El
romanticismo rodea a estos quebradizos tesoros que algún afortunado
buscador de antigüedades rescata de olvidados archivos gubernamentales, o
que surgen de algún escondrijo de literatura perdida, o que, mejor aún y
más acorde con la tradición preceptiva en estos casos, aguardan ser
descubiertos en algún mohoso baúl de piel, arrumbado hace siglos en el
polvoriento desván de una vetusta mansión familiar. Vale la pena
rebuscar en tales baúles y desvanes, pues de no hacerlo dejarían de
proporcionar un muy fértil terreno para el novelista y el más o menos
crédulo historiador. La célebre arca de Chatterton fue sin duda
pergeñada por la fantasía de aquel malaventurado poeta y los manuscritos
que salieron de ella, despojados de su pretendida autenticidad, son
apreciados hoy día por su intrínseco valor literario. Pero de tiempo en
tiempo ve la luz algún manuscrito de genuina y probada antigüedad, ya
sea proveniente de los archivos administrativos, ya del olvidado
camaranchón familiar. Y cuando ocurre puede resultar revelador de hechos
históricos o amenos en tanto que nos da cuenta de las costumbres y
formas de vida de nuestros antepasados.
Uno de tales manuscritos llegó a mis manos hace ya
más de siete años. Me lo dio la Reverenda Madre Dominica M. Alphonsa
Lathrop (Rose Hawthorne Lathrop), hija de Nathaniel Hawthorne, tras
haberlo descubierto entre otros muchos papeles familiares que guardaba
desde que muchos años antes partiera de The Wayside, el solar familiar
de los Hawthorne en Concord, Massachussets.
Información texto 'El Relato de un Corsario Yanqui'