De mi Cosecha
Norberto Torcal
Cuentos, colección
La negra honrilla
A Mr. Ernest Mérimée.
Poco á poco, con rumor de marea en descenso, el coloso de piedra y
de ladrillo comenzó á vomitar por sus cien puertas como por otras
tantas válvulas ó bocas abiertas á aquella compacta abigarrada
muchedumbre que, ebria de sol, de sangre y de vino, hacía retemblar
momentos antes las graderías de piedra del tendido con rugidos de fiera y
convulsiones de epiléptico.
Ya el interior de la plaza iba quedando silencioso y vacío; los rayos del sol elevándose lentamente, iluminaban la parte más alta de las galerías de la plaza; por entre los arabescos arcos veíanse los huecos inmensos que el público dejaba al retirarse, y abajo en la movediza arena del ruedo, un largo rastro de sangre fresca y roja como recién brotada de la herida, señalaba aún el camino seguido por las mulillas en el arrastre del último toro.
Con los codos apoyados en la barrera y la cara entre las manos, Manolo Rílez, un buen novillero de rostro simpático, franca y noble mirada, chaqueta corta de alpaca y pantalón cedido, estallante en la cintura y amplio en la pierna, contemplaba distraídamente el desfile interminable de la gente.
Así pasó breve rato, y cuando la gritería y confusión de los primeros momentos comenzó á decrecer y apagarse, volvióse á Chavillo, que silencioso y reflexivo permanecía sentado á su vera, y con tono de guasa le dijo:
—Pero hombre, se te van á secar los sesos de tanto cavilar... ¿Piensas pasarte aquí la noche haciendo filosofías y almanaques?
Chavillo por toda respuesta se puso en pie y echó á andar seguido de Manolo. Juntos atravesaron el patio de caballos, donde no había más que dos viejos picadores, que con gran calor y entusiasmo comentaban los lances de la corrida de aquella tarde, y salieron fuera.
Dominio público
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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.