Textos más populares este mes de Oscar Wilde disponibles | pág. 2

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autor: Oscar Wilde textos disponibles


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El Modelo Millonario

Oscar Wilde


Cuento


A menos que uno sea rico, no sirve de nada ser un chico encantador. La vida idílica es un privilegio de los ricos, no la profesión de los desempleados. Los pobres deben ser prácticos y prosaicos. Es mejor tener un ingreso permanente, que ser encantador. Estas son las grandes verdades de la vida moderna que Hughie Erksine jamás comprendió. ¡Pobre Hughie! Intelectualmente hablando, no era de mucha importancia. Nunca dijo una cosa brillante, o malintencionada en su vida. Pero, eso sí, él era sorprendentemente bien parecido, con su cabello castaño y rizado, perfil claro, y sus ojos grises. Era tan popular tanto con los hombres como con las mujeres, y tenía todos los éxitos, excepto el de ganar dinero. Su padre le había heredado su espada de caballería, y una edición de la Historia de la Guerra Peninsular en 15 tomos. Hughie puso la espada sobre su espejo, y colocó la Historia... en un estante entre el Ruff's Guide y el Bailey's Magazine, y vivía con una renta anual de 200 libras que le facilitaba una vieja tía. Él había intentado todo. Había estado en la Bolsa durante 6 meses, pero, ¿qué hacía una mariposa entre toros y osos? Había sido vendedor de té por un tiempo, pero pronto se cansó del pekoe y el souchong. Entonces trató de vender jerez seco. Pero esa no era la respuesta, el jerez era muy seco. Finalmente, se dedicó a no ser nada, un joven inútil y encantador con un perfil perfecto sin profesión.

Para empeorar las cosas, se enamoró. La mujer que amaba era Laura Merton, la hija de un coronel retirado que había perdido su temperamento y su digestión en la India, sin encontrar lo uno ni lo otro. Laura lo adoraba, y él estaba dispuesto a besar la punta de sus zapatos. Ellos formaban la pareja más encantadora de Londres, pero entre los dos no reunían ni un penique. El coronel estaba muy encariñado con Hughie, pero no quería oír nada acerca de compromiso.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 928 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Abanico de Lady Windermere

Oscar Wilde


Teatro, comedia


Comedia en torno a una mujer buena

A la memoria querida de Roberto, conde de Lytton, con afecto y admiración.

Personajes

LORD WINDERMERE.
LORD DARLINGTON.
LORD AUGUSTO LORTON.
MISTER DUMBY.
MISTER CECILIO GRAHAM.
MISTER HOPPER.
PARKER, mayordomo.
LADY WINDERMERE.
DUQUESA DE BERWICK.
LADY AGATA CARLISLE.
LADY PLYMDALE.
LADY STUTFIELD.
LADY JEDBURGH.
MISTRESS COWPER-COWPER.
MISTRESS ERLYNNE.
ROSALIA, doncella.

Época, la actual. Lugar de la acción, Londres, desarrollándose dentro de las veinticuatro horas, comenzando un jueves a las cinco de la tarde y terminando al día siguiente, a la una y media de la tarde.

Acto Primero

Gabinete de confianza en la casa de lord Windermere, en Carlton. Puertas en el centro y a la derecha. Mesa de despacho, con libros y papeles, a la derecha. Sofá, con mesita de té, a la izquierda. Puerta balcón, que se abre sobre la terraza, a la izquierda. Mesa, a la derecha.

LADY WINDERMERE está ante la mesa de la derecha arreglando unas rosas en un búcaro azul. Entra PARKER.

PARKER.— ¿Está su señoría en casa esta tarde?

LADY WINDERMERE.— ¿Quién ha venido?

PARKER.— Lord Darlington, señora.

LADY WINDERMERE (Titubea un momento.).— Que pase... Y estoy en casa para todos los que vengan.

PARKER.— Bien, señora.

(Sale por el centro.)

LADY WINDERMERE.— Prefiero verle antes de esta noche. Me alegro de que haya venido, (Entra PARKER por el centro.)

PARKER.— Lord Darlington.

(Entra LORD DARLINGTON por el centro. Vase PARKER.)

LORD DARLINGTON.— ¿Cómo está usted, lady Windermere?

LADY WINDERMERE.— ¿Cómo está usted, lord Darlington? No, no puedo darle la mano. Mis manos están todas mojadas con estas rosas. ¿No son hermosas? Han llegado de Selby esta mañana.


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Dominio público
63 págs. / 1 hora, 50 minutos / 683 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Retrato del Sr. W.H.

Oscar Wilde


Novela corta


Capítulo I

Había estado yo cenando con Erskine en su pequeña y bonita casa de Birdcage Walk, y estábamos sentados en la biblioteca saboreando nuestro café y nuestros cigarrillos, cuando salió a relucir casualmente en la conversación la cuestión de las falsificaciones literarias. No recuerdo ahora cómo fuimos a dar con ese tema tan curioso, cómo surgió en aquel entonces, pero sé que tuvimos una larga discusión sobre MacPherson, Ireland y Chatterton, y que respecto al último yo insistía en que las supuestas falsificaciones eran meramente el resultado de un deseo artístico de una representación perfecta; que no teníamos ningún derecho a querellarnos con ningún artista por las condiciones bajo las cuales elige presentar su obra y que siendo el arte hasta cierto punto un modo de actuación, un intento de poder realizar la propia personalidad en un plano imaginario, fuera del alcance de los accidentes y limitaciones de la vida real con todas sus trabas, censurar a un artista por una falsificación era confundir un problema ético con uno estético. Erskine, que era mucho mayor que yo, y había estado escuchándome con la deferencia divertida de un hombre de cuarenta años, me puso de pronto la mano en el hombro y me dijo:

—¿Qué dirías de un joven que tuviera una teoría extraña sobre cierta obra de arte, que creyera en su teoría y cometiera una falsificación a fin de demostrarla?

—¡Ah!, eso es un asunto completamente diferente —contesté.

Erskine permaneció en silencio unos instantes, mirando las tenues volutas grises de humo que ascendían de su cigarrillo.

—Sí —dijo, después de una pausa—, completamente diferente.

Había algo en su tono de voz, un ligero toque de amargura quizá, que excitó mi curiosidad.

—¿Has conocido alguna vez a alguien que hubiera hecho eso? —le pregunté.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 528 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Ego Te Absolvo

Oscar Wilde


Cuento


I

Bajo sus boinas azules, ennegrecidas por la pólvora y manchadas por el polvo de los caminos, los soldados de Miralles tienen caras de bandidos, con su piel color hollín y sus barbas y cabelleras descuidadas. Desde hace cinco largas semanas se arrastran por las carreteras, sin casi dormir, sin casi descansar, tiroteando en cualquier momento con una rabia creciente.

¿No acabarán con aquellos bandidos liberales? Don Carlos habíales prometido, sin embargo, que después de las fatigas de Estella, España seria suya.

Todos ellos tienen sed de venganza y de sangre, y la alegría de verterla es la que les mantiene en pie, por muy cansados y rendidos que se encuentren.

Vascos, navarros, catalanes, hijos de desterrados que murieron de hambre y de miseria en tierras extranjeras, sienten rabia de fieras contra aquellos soldados que les disputan el camino de la meseta de Castilla, la vía de los palacios en los que han jurado establecer al legítimo rey para repartirse, sobre las gradas del trono restaurado, los cargos del reino y las riquezas de los vencidos.

Entre estos montañeses y los hombres de los partidos nuevos no median únicamente rencores políticos: existen, sobre todo, y antes que nada, viejas cuentas de asesinatos impunes, saqueos sin indemnizar, incendios sin revancha.

Por eso, cuando un soldado de Concha cae entre sus manos, ¡infeliz de él!, paga por los demás, por los que se escurren.

—Hermano, hay que morir —le dicen, apoyándole contra una roca.

El hombre inicia el signo de la cruz, y no bien desciende su mano en un amén más lento, los fusiles, alineados a diez pasos de su pecho, vomitan la muerte.

La víctima se desploma como un guiñapo y no se vuelve a hablar de la cosa.

Los buitres de los Pirineos hacen lo demás.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 365 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

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