Textos por orden alfabético de Pablo Palacio | pág. 2

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autor: Pablo Palacio


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Novela Guillotinada

Pablo Palacio


Cuento


Ir tras el hombre que proyectará tu espectro en mi espíritu, conmutador de las palabras, para arrancarle sus reacciones interiores.


Ya está el hombre, ya está acechado.

Simple, que toma café con tostadas.

Sigue la fuga del tranvía:

«¡Pare! ¡Pare!»

Escribe números, tiene mujer e hijos, se entera de que en invierno sube el precio del carbón y en las sequías el de las patatas.

Engaña a la de él con la de otro, o sencillamente con la de todos. ¿Qué tiene en la médula al engañarla con la de todos? Es tan hombre que no entiende del exquisito sabor de la mujer conocida, y el camino andado tantas veces le tira del saco hacia afuera.

Con éste haré mi novela, novela larga hasta exprimirme los sesos; estirando, estirando el hilo de la facundia para tener un buen volumen. Se venderá a 7 pesetas. Se pasmarán ante el psicólogo erudito, conocedor profundo del corazón humano.

Pondré:

«Tocado con elegante sombrero de felpa».

y

«Hundido en la lectura matinal de su periódico, nuestro héroe dobló hacia la larga Avenida que, bordada de copudos árboles, desemboca en la parte alta de la plaza Mayor».


Burilaré un manual de literatura cuerda, haciendo buen uso de mis aptitudes de narrativas;

«Un cabriolé tirado por dos elegantes caballos».

«La señora de Mendizábal estaba en la edad en que la mujer vuelve a Dios».

«Hacía sonar caprichosamente sobre el pavimento los tacones de sus zapatitos Luis XV».

«El jardinero, hombre receloso, pegó el ojo a la cerradura».

«Tenía un perro y una perra».

«Se sirvieron apetitosas truchas».

«No faltó el caviar ruso».

«Vino el espumoso champagne».

«Cerró los ojos…»

Se venderá a 7 pesetas.


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 11 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Relato de la Muy Sensible Desgracia Acaecida en la Persona del Joven Z

Pablo Palacio


Cuento


El joven Z se matriculó en el año de Patología el quince de octubre de mil novecientos veinticinco.

Puede afirmarse que, primordialmente, el desgraciado joven Z tuvo 3 amigos: A, B y C. C es el cuentista.

Mi nunca bien admirado amigo Z fue un mártir del análisis introspectivo y de su buena voluntad de paciente. Mi amigo Z pudo estudiar la materia íntegra sobre sí mismo, progresivamente, a medida que su ojo hecho de tragedia se comía las páginas del inocente Collet.

Aunque no era tuerto, digo «su ojo», porque es mejor decir «su ojo» que «sus ojos».

Siguiendo el sistema del segundo capítulo de mi RELATO, afirmo que para mi recordado amigo, muy justicieramente desde luego, la letra Z fue la más importante del alfabeto.

Y de conformidad con lo dicho en el tercer capítulo, para perpetua lamentación nuestra, acaecióle lo que en éstos se refiere:


REUMATISMO ARTICULAR AGUDO


En los primeros meses de estudio fue asaltado por el peligrosísimo reumatismo articular agudo; un insistente dolor en la muñeca derecha, que mantuvo en constante tensión de ánimo a sus amigos A, B y C.

Consecuencias autopronosticadas por el espíritu analítico de Z: peligrosísimas afecciones cardíacas. Etiología: la maldición de las habitaciones húmedas. Todas las habitaciones son húmedas. ¿Qué haría Z? Z era el joven más desgraciado del mundo. Las letras del alfabeto estaban óseamente atacadas de indiferentismo. Z podía morirse como un perro.


CAPÍTULO DE LECTURA PROHIBIDA


Atropellada, irrazonada, inexplicablemente, Z, mi inolvidable amigo, tomó vergonzosa infección uretral. ¡La compasión universal sobre Z! Pero todos tienen la compasión acorazada por durilones…


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 79 visitas.

Publicado el 29 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Rosita Elguero

Pablo Palacio


Cuento


I

Aquel amor hondo y bravío se le entró en el corazón con todo el fuego del trópico.

La había visto crecer desde niña, había visto redondearse sus líneas y ponerse cada vez más negros sus ojos… Y, de improviso, al descubrir una sonrisa furtiva de ella se había enamorado con toda la vehemencia impulsiva de su alma, con todo el ardor hondo del trópico. De la muchacha traviesa de antaño había pasado a ser señorita, y la indiferencia con que antes él la miraba, habíase tornado en un deseo avasallador de sondear desde cerca el misterio de sus ojos.

Y cuando desde las regiones del ensueño descendió a la prosaica realidad, al oír la invitación que le hiciera su amigo Alfredo para ir a casa de Rosita, se detuvo un momento vacilante, meditó mirando fijamente la rica alfombra, mientras dejaba transparentar en su rostro las violentas emociones que sufría, y se decidió por fin, no sin poner antes algunos reparos, que fueron fácilmente allanados.

II

Al otro día, Juliano se levantó bastante tarde, y con la cabeza demasiado pesada por los efectos del vino.

Se incorporó en el lecho y se puso a divagar… Lo veía todo como a través de un sueño, le parecía imposible o dudoso lo de la noche anterior. Recordaba el poco azoramiento que tuvo al entrar, sus miradas dulces y esquivas; luego la animación de las primeras libaciones, el vals, sus movimientos, torpes al principio debido a la emoción; los hombros blanquísimos de ella, la alegría de los padres, su salida a la terraza, la luna, la tranquila unción de la ciudad, y después de aquellas palabras que va repitiendo la humanidad entera de boca en boca, el beso que le hizo estremecer y dudar de sí mismo, en un aniquilamiento involuntario de su personalidad. Luego su tristeza, sus palabras inocentes, aquellas palabras que tuvieron en el silencio de la noche el temblor de una melopea trágica.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 22 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

¡Señora!

Pablo Palacio


Cuento


—Usted fue, sí, usted fue.

—¿Señora…?

—Le digo que fue usted; no sea sinvergüenza.

—Pero… ¡señora!… perdone: no sé de lo que se trata.

—¡Ah!, cínico… Devuélvame enseguida lo que ha cogido.

El hombre sintió un crujido en el armatoste de su buen juicio y se quedó viendo la cara de la rabiosa con ojos desencajados.

—¿Fue usted quien estuvo sentado junto a mí en el Teatro?

—… Sí, señora; así me parece…

—Entonces, ¿qué hizo de mi saquito de joyas?

—Pero ¿qué saquito de joyas?

—¡Oh! Esto es demasiado. Y ¡claro!, no podía ser de otra manera. ¡A lo que hemos llegado! Usted se va conmigo, jovencito, y no diga nada porque no quiero hacerle tomar un chasco. ¡Se ha de creer que sea yo quien sienta vergüenza antes que él!

En la comedia moderna, el automóvil es un personaje interesantísimo; así es que se acercó un automóvil.

—A la Policía.

Anonadamiento. «¿Estoy yo loco o está ella loca? ¿Sueño o no sueño? ¿Qué es lo que me pasa? ¿Soy ladrón o no soy ladrón? ¿Existo o no existo?». Alto grado de estupidez.

—¡Pero, señora!

—¡Vuelve usted con lo mismo! No me va a ser posible entenderme con usted. Ya se lo he dicho. Lo que tiene que hacer es devolverme lo que ha cogido y no venirme con lamentaciones. Nada de esto hubiera pasado si usted me habría devuelto eso enseguida. ¿A qué vienen sus fingimientos?

—Se lo juro, señora: no sé qué es lo que usted me reclama.

—¡Cállese! ¡Cállese! Me va a hacer encolerizar. Tengo convencimiento de que fue usted y por eso hago lo que hago. Y no sé bien por qué procedo así. A pesar de la monstruosidad que acaba de cometer, me ha simpatizado; si no, estuviera ya en la Policía y vergonzosamente. Pero por algo noto que es una persona decente y estoy segura de que no sufrirá el bochorno de las investigaciones.

Policía.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 121 visitas.

Publicado el 29 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Sierra

Pablo Palacio


Cuento


Este es un viaje de siete días y usted, caballero, caballero en una mula flaca, tiene por bien insultar a las autoridades civiles, y a las militares, y a las eclesiásticas. Unas veces el sol le latiguea las espaldas, de la salida a la puesta. Otras, el cierzo le masca los huesos.

Me place imaginarlo, a usted, señor, al tiempo de ascender una de estas grandes arrugas terrestres, la silla casi ya en las ancas de la mujer flaca, a consecuencia de la cual usted, señor, es caballero.

De aquí a diez leguas hay un techo de paja y si usted llega allá, aunque hay chinches, antes de concederle abrigo se aseguran de que no sea soldado.

Usted se rasca. Usted ama. Usted se fuma un pitillo. Usted echa una miradita al horizonte. Usted se divierte mucho con todo lo grande que es esto. Usted aspira el aire puro de las montañas con el objeto de asegurar a sus amigos que aquello era regularmente vivificante.

Aquí no es verdad que para la tierra cada siete años sea sábado. La naturaleza es judía y a la tierra, le exige. Todo el tiempo se está oliendo. ¡Huele a quinina, a fresno, a cedro, a albaricoques y a tierra! Pero también es cierto que aquí para ella todos los años son sábado, porque no queremos oler nada, nada, nada.

El viento se ha creído que entre los árboles hay tubos y silba.

La paja crece alta, seca, gris y desgarbada como señorita de provincias.

Con un poco más de frío, la nariz se le haría a usted un helado.

Bien lejos, dos ramas que rozan con fuerza chillan como condenados: una vez y otra; otra y una vez. Así, en balancín y con batuta.

¡Y usted aquí solo, sin tener un amigo para que le aconseje!

En la ciudad le habrían dicho:

—¿Por qué no te escribes un libro?

—¿Por qué no te enamoras de Adriana?

—¡Te hubieras levantado un poco más temprano!

—¿Por qué no ha venido usted a verme?

—Le aconsejo que se compre un caballo.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 14 visitas.

Publicado el 17 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Un Hombre Muerto a Puntapiés

Pablo Palacio


Cuento


«¿Cómo echar al canasto los palpitantes acontecimientos callejeros?»

«Esclarecer la verdad es acción moralizadora».

El Comercio de Quito


«Anoche, a las doce y media próximamente, el Celador de Policía N.º 451, que hacía el servicio de esa zona, encontró, entre las calles Escobedo y García, a un individuo de apellido Ramírez casi en completo estado de postración. El desgraciado sangraba abundantemente por la nariz, e interrogado que fue por el señor Celador dijo haber sido víctima de una agresión de parte de unos individuos a quienes no conocía, sólo por haberles pedido un cigarrillo. El Celador invitó al agredido a que le acompañara a la Comisaría de turno con el objeto de que prestara las declaraciones necesarias para el esclarecimiento del hecho, a lo que Ramírez se negó rotundamente. Entonces, el primero, en cumplimiento de su deber, solicitó ayuda de uno de los chaufferes de la estación más cercana de autos y condujo al herido a la Policía, donde, a pesar de las atenciones del médico, doctor Ciro Benavides, falleció después de pocas horas.

»Esta mañana, el señor Comisario de la 6.a ha practicado las diligencias convenientes; pero no ha logrado descubrirse nada acerca de los asesinos ni de la procedencia de Ramírez. Lo único que pudo saberse, por un dato accidental, es que el difunto era vicioso.

»Procuraremos tener a nuestros lectores al corriente de cuanto se sepa a propósito de este misterioso hecho».

No decía más la crónica roja del Diario de la Tarde.

Yo no sé en que estado de ánimo me encontraba entonces. Lo cierto es que reí a satisfacción. ¡Un hombre muerto a puntapiés! Era lo más gracioso, lo más hilarante de cuanto para mí podía suceder.


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Dominio público
9 págs. / 15 minutos / 42 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Un Hombre Muerto a Puntapiés (cuentos)

Pablo Palacio


Cuentos, colección


Con guantes de operar, hago un pequeño bolo de lodo suburbano. Lo echo a rodar por esas calles: los que se tapen las narices le habrán encontrado carne de su carne.

Un hombre muerto a puntapiés

«¿Cómo echar al canasto los palpitantes acontecimientos callejeros?»

«Esclarecer la verdad es acción moralizadora».

El Comercio de Quito


«Anoche, a las doce y media próximamente, el Celador de Policía N.º 451, que hacía el servicio de esa zona, encontró, entre las calles Escobedo y García, a un individuo de apellido Ramírez casi en completo estado de postración. El desgraciado sangraba abundantemente por la nariz, e interrogado que fue por el señor Celador dijo haber sido víctima de una agresión de parte de unos individuos a quienes no conocía, sólo por haberles pedido un cigarrillo. El Celador invitó al agredido a que le acompañara a la Comisaría de turno con el objeto de que prestara las declaraciones necesarias para el esclarecimiento del hecho, a lo que Ramírez se negó rotundamente. Entonces, el primero, en cumplimiento de su deber, solicitó ayuda de uno de los chaufferes de la estación más cercana de autos y condujo al herido a la Policía, donde, a pesar de las atenciones del médico, doctor Ciro Benavides, falleció después de pocas horas.

»Esta mañana, el señor Comisario de la 6.a ha practicado las diligencias convenientes; pero no ha logrado descubrirse nada acerca de los asesinos ni de la procedencia de Ramírez. Lo único que pudo saberse, por un dato accidental, es que el difunto era vicioso.

»Procuraremos tener a nuestros lectores al corriente de cuanto se sepa a propósito de este misterioso hecho».

No decía más la crónica roja del Diario de la Tarde.


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Dominio público
52 págs. / 1 hora, 31 minutos / 529 visitas.

Publicado el 29 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Un Nuevo Caso de Marriage en Trois

Pablo Palacio


Cuento


Habían quedado con las bocas muy juntas, acariciándose, cuando de improviso Elvira se puso en pie de un salto; hacía ascos y escupía.

—¡Ay!… ¡Ay!… ¡Jesús!

Don Antonio, sin preocuparse, conociendo que las mujeres hacen aspavientos por nada, preguntó entre dientes, arrebujándose entre las sábanas:

—A ver, hijita, veamos: ¿qué pasó?

Ella se horrorizaba cada vez más, acentuando su mohín asustado.

—¡La mosca, por Dios, la mosca! Se nos ha metido entre las bocas.

Entonces el Maestro se estremeció levemente: había sentido un suave cosquilleo que le avanzaba por los labios; luego le saltó a la frente y bajó de prisa por el perfil de la nariz; por último, algo voluminoso que aleteaba con furia invadió sin compasión una de las ternillas y zumbando dio con su cuerpo por todas aquellas escondidas cavidades. Recoledo se sentó bruscamente sobre el lecho y estornudó con fuerza. ¡Qué barbaridad! Entre sus brazos sudorosos estrechaba una tibia almohada y a su lado no había nadie.

Al recordar los pasajes ardientes de su sueño, tuvo vergüenza de sí mismo y si en ese momento viera a Elvira, seguramente le habría pedido perdón de rodillas. ¡Era un insulto profanarla así, en sueños, cuando ni siquiera se habría atrevido a confesarle su amor al estar junto a ella!… En fin, era hombre y débil… ¿qué le iba a hacer?…

Con el dedo meñique empezó a escarbarse pensativamente las narices y con el índice de la otra mano se restregaba los ojos. ¡Que no supiera nadie que un hombre tan serio como él disparataba a oscuras de esa manera!

Antonio Recoledo era un individuo bajito, rechoncho y algo miope. Cuando salía a la calle usaba siempre sombrerito hongo, lentes y ropa negra de medio uso. Tendría unos cuarenta años y ya era célebre.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 35 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Una Carta, un Hombre y Algunas Cosas Más

Pablo Palacio


Cuento


Mi querido amigo Eustaquio:

No te he escrito hace mucho tiempo, pero esta misiva va por todas. Ya te veo la cara que pones de verla tan larga. Pero, ventajosamente, casi toda es copia. Me encontré misteriosamente con un legajo de escritos, ni te explico cómo, ni lo necesitas. Lo que debes saber es que lo escribió don Pancho de la Piedra y Carrión, de quien nada dijo la crítica, tal vez por ese sentimiento innato de injusticia que tiene, tal vez porque De la Piedra no publicaría en vida —¡ni aún en muerte!— ninguno de sus escritos. Yo no sé si don Pancho, como el gran Fradique, tuvo odio a la luz pública y aspiró al estilo que no se ha conocido aún: puro, radiante y fluido; si fue así vengo yo a profanar aquel silencio, divulgando sus escritos, injustificado por ser pesimista.

Don Pancho parece haber sido un hombre de mediana ilustración y de mucha buena fe. Yo no me atrevo a elogiar sus escritos, pues algunos de ellos vas a conocer, y sería restarte juicio propio, —a ti que eres tan sabio— pero sería fácil colocándose, si esto fuera posible, en la época de don Pancho, admirar el valor de sus escritos, irónicos a veces y a veces dulces. Ningún dato de su vida nos queda y es por esto que yo no pueda, a manera de unos cuantos, atar cabos y tejer finos análisis psicológicos, exhornados de unos cuantos pensamientos hondos y bullidoras observaciones.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 26 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Una Mujer y Luego Pollo Frito

Pablo Palacio


Cuento


Me es preciso volver al tiempo en que conocí a este hombre, cuando era escribiente y comía en un Casino de Oficiales. Recuerdo que petardeaba la comida. Esa tarde yo estaba frente a él y tratábamos de política. De improviso pude ver que se entusiasmaba y acompañaba su conversación de manotadas. Púsose a hablar del Presidente y nos dijo que era un nadador formidable. Entonces se abrió un gran sitio entre sus vecinos:

—Su modo de nadar era así:


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Dominio público
19 págs. / 33 minutos / 55 visitas.

Publicado el 17 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

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