Textos más populares este mes de Pedro Antonio de Alarcón disponibles publicados el 31 de octubre de 2020 | pág. 2

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autor: Pedro Antonio de Alarcón textos disponibles fecha: 31-10-2020


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La Belleza Ideal

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


A mi amigo el señor don Carlos Navarro, redactor del periódico «LA ÉPOCA»

I. Sueños de la inocencia

Ya vi mi cielo yo claro algún día.
Mostrábaseme amiga la fortuna,
pareciendo en mi bien estarse queda.

(FR. LUIS DE LEÓN.)

Volvamos a las aventuras de viaje… (dijo Enrique). —A mí me sucedió…

—¡Hola! ¡También V. ha tenido aventuras amorosas!…

—Sí, señor; pero nada más que una, allá en los tiempos en que por primera vez vine a la Corte…

—¡A ver! ¡A ver! —Oigamos a este poeta humorista…

—Oigámosle ¡Pero que hable con formalidad!

—Tomaré la cosa desde el principio, y procuraré ser lo más formal que pueda. —El caso fue el siguiente:

Hace ya muchos años que se publicaba en Madrid un periodiquito liberal, divinamente redactado, que tenía por título El Observador.

Estaba suscrito a él el boticario de mi pueblo, así como yo estaba abonado a la tertulia de su trasbotica, por lo que di en la mala costumbre de leer diariamente El Observador desde la cruz a la fecha, cosa que llegó a trastornarme el sentido, ni más ni menos que al ilustre Quijada la lectura de los libros de caballerías.

Como los periódicos se mezclan en todo y lo toman tan a pechos, que no parece sino que a ellos les importa algo el que el diablo se lleve la cantarera, aconteció que, al cabo de algunos años, cuando apenas contaba yo diez y ocho, se me había pegado la fatal manía de meterme en los cuidados ajenos, haciendo míos los asuntos de todos los españoles, inclusos los ministros y los diputados, quienes maldito el caso que hacían de mis negocios. —Sin conocer a Cortina, me peleaba por si había hablado bien o mal, u obrado tuerto o derecho: sin ser, no digo soldado, pero ni siquiera quinto, deseaba la prosperidad del Ejército; y, aunque no pertenecía a la Familia Real, recé alguna vez por que la Reina pariese varón…


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Sin un Cuarto

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I. Entre cielo y tierra

Hace por ahora veinte años ¡nada menos! que vivían encima de Madrid, o sea en un sotabanco de la entonces coronada villa, media docena de jóvenes andaluces, cada uno hijo de su padre y de su madre, que maldito lo que tenían de tontos, ni de ricos, ni de malos, ni de sabios, ni de tristes, ni de cursis, y que, por el contrario, no dejaban de tener bastante de poetas, de tronados, de decentes, de calaveras y de personas bien nacidas y bien criadas, tan aptas para la vida de Bohemia que llevaban casi de continuo, como para pisar los más aristocráticos salones, donde solían brillar algunas veces sus raídos fraques.

Aquellos seis bohemios, dignos de la pluma de Enrique Murger y de Alfonso Karr (y que en su mayor parte son hoy hombres célebres y hasta excelentísimos señores), trabajaban poco, se divertían mucho, escribían a sus respectivas familias ofreciéndoles protección, en vez de aceptar sus ofertas de dinero, precisamente los días que se despertaban sin un cuarto (esto último para demostrar a sus señores padres que no habían hecho bien en oponerse a que abrazaran la vida de las letras), y, en fin, lo pasaban admirablemente, aunque estuviesen privados de algunas de las comodidades que disfrutaban en el hogar paterno antes de emprender el camino de la gloria.

Verbigracia. Aquel invierno (el de 1854 a 1855) lo pasaron, no ya sin alfombras, pero sin esteras en sus habitaciones (lo cual habría hecho llorar lágrimas como puños a sus benditas madres, si lo hubieran sabido); a cuyo propósito, cuéntase que uno de ellos solía decir:


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

¿Por Qué Era Rubia?

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I. Historia de cinco novelas

Una tarde de Noviembre de 1854 estábamos seis amigos, todos menores de edad, sentados alrededor de una mesa, pasando un delicioso día de campo. —Así llamábamos en aquel tiempo a la extraña manía en que habíamos dado algunos discípulos de Apolo, de hacer del día noche, cerrar las ventanas y encender luz artificial, cuando no de quedarnos en la cama hasta que anochecía en el resto de Madrid.

Aquella mesa (de la cual he vuelto a tener noticias últimamente) ha sido descrita por mí del siguiente modo, en el prólogo de una novela ajena, titulada Honni soit qui mal y pense:

«Había en Madrid hace cuatro años (no importa en casa de quién en casa de nadie en casa de todos en una casa cuya puerta no se cerraba ni de día ni de noche), una gran mesa revuelta, adornada con un tintero monstruo y cubierta de cuartillas de papel sellado sin sello, en la cual trabajaban indistintamente diez o doce artistas y literatos… Mesa fue aquella en que nacieron algunas comedias del hijo de Larra, algunos dramas de Eguílaz, algunas novelas de Agustín Bonnat, cantares de Trueba, artículos económicos de Antonio Hernández y letrillas de Manuel del Palacio; en que se tradujo La profesión de fe del siglo XIX, de Eugenio Pelletán; en que hizo Arnao muchas canciones, y Mariano Vázquez bastante música, y Castro y Serrano varios artículos, y Ribera caricaturas, y Vázquez y Pizarro algunas acuarelas, y Barrantes no pocas baladas, y planos arquitectónicos Ivón, y yo mis calaveradas de El Látigo».

En torno de esta mesa estábamos la tarde a que me refiero.

Era domingo: la revolución de Julio se hallaba en su apogeo. Madrid ardía en milicianos…

Llovía; silbaba el viento lúgubre de la estación, y hacía un frío que, al decir de Ricardo Ribera, helaba hasta las conjeturas.


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8 págs. / 15 minutos / 48 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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