La Última Calaverada
Pedro Antonio de Alarcón
Cuento
I
Tengo la seguridad (dijo el Marqués, encendiendo otro cigarro) de que, si se examinara la vida de todos los grandes calaveras arrepentidos, se encontraría que perdieron su última batalla; quiero decir, que su última calaverada fue un chasco, una derrota, un Waterlóo.
—¡Qué reaccionario es este Marqués! ¡Miren Vds. con qué arte, en el símil de que se ha valido, la virtud hace el papel de la Santa Alianza, restauradora de Luis XVIII y del antiguo régimen!
—También se podría decir (replicó el preopinante) que, en mi símil, la virtud hace el papel de la árida roca de Santa Elena, dado que ese fue el camino que tomó Napoleón después de su derrota…
—¡Pero no lo tomó sino a la fuerza, señor Marqués, e intentó muchas veces escaparse!
—Pues entonces, Duque, prescindamos del símil. En cambio estoy más decidido que nunca a sostener mi tesis: «Nadie ha dejado de ser calavera al día siguiente de un triunfo. Todos los Lovelaces se han abrazado a la virtud al día siguiente de un descalabro».
—Marqués (exclamó el General X., que hasta entonces había callado): ¡mucho insiste usted en esa idea; lo cual me hace presumir si hablar a V. por experiencia propia! —¡Usted fue muy calavera en su juventud!
—¡Nada más que lo puramente necesario!
—Y luego, de pronto, se convirtió V. en hombre de bien cuando aún podía aspirar a nuevas glorias…
¡Ya lo creo! Todavía no contaba treinta años cuando me retiré del mundo y me casé con Eloísa… ¡No esperé, como Carlos V, a estar lleno de reumas para abandonar los campos de batalla!…
—Pues vamos a ver: compruébenos la tesis, contándonos la derrota que precedió a su retirada de V. a Yuste.
—Sí, sí… ¡que la cuente!
Dominio público
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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.