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autor: Pedro Antonio de Alarcón etiqueta: Cuento textos disponibles


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Soy, Tengo y Quiero

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I. La musa

Yo gusto de los poetas que no tienen un cuarto.

De las niñas pálidas y bellas que montan sobre su nariz unos aristocráticos quevedos.

De las tardes de otoño si hubo tormenta por la mañana.

Y de una ópera de Bellini oída desde el paraíso del teatro Real.

Pues este paraíso, como todos los prometidos en las religiones de que me acuerdo, es el consuelo de los pobres.

Y las tardes de otoño recuerdan al hombre la muerte.

Y las niñas con anteojos son muy coquetas.Y la pobreza pone al genio en su carro de dios terrenal. Divinidad, coquetismo, muerte y consolación y demás cosas mencionadas que soy, tengo y quiero.

II. Alonso ídem

Alonso Alonso vive en Madrid.

Su musa (porque todo poeta tiene su musa, y Alonso Alonso es poeta) lo encontró un día en la calle de Fuencarral.

—Adiós, Alonso... —dijo la musa.

—Adiós, muchacha... —contestó él.

—¿Adónde vas?

—A cualquier parte.

—¿Qué tienes?

—Voy muy triste.

—¿Por qué?

—Porque me aborrezo.

—¡Siempre lo mismo!

—¡Hoy más que nunca! Vengo de estar solo en el Paseo del Prado entre dos o tres mil personas.

—¿En qué trabajas?

—En nada.

—¿Por qué!

—Porque no tengo dinero.

—Razón de más para que trabajes.

—No tengo tiempo.

—Pues ¿qué haces?

—Pensar en que no tengo dinero.

—Compón una comedia.

—¿Y entre tanto?

—¿Qué importa? Comerás o ayunarás tantas veces como ayunarías o comerías sin componerla.

—Pero ¿la comprarás tú luego?

—Yo no. ¡Harto hago con hallar quien compre las quisicosas que tú te desdeñas en escribir; como, por ejemplo, la historia de esta conversación, que escribirá cierto amigo tuyo. Pero, si tu comedia es buena, no faltará un teatro que la represente.


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6 págs. / 11 minutos / 459 visitas.

Publicado el 9 de enero de 2019 por Edu Robsy.

La Belleza Ideal

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


A mi amigo el señor don Carlos Navarro, redactor del periódico «LA ÉPOCA»

I. Sueños de la inocencia

Ya vi mi cielo yo claro algún día.
Mostrábaseme amiga la fortuna,
pareciendo en mi bien estarse queda.

(FR. LUIS DE LEÓN.)

Volvamos a las aventuras de viaje… (dijo Enrique). —A mí me sucedió…

—¡Hola! ¡También V. ha tenido aventuras amorosas!…

—Sí, señor; pero nada más que una, allá en los tiempos en que por primera vez vine a la Corte…

—¡A ver! ¡A ver! —Oigamos a este poeta humorista…

—Oigámosle ¡Pero que hable con formalidad!

—Tomaré la cosa desde el principio, y procuraré ser lo más formal que pueda. —El caso fue el siguiente:

Hace ya muchos años que se publicaba en Madrid un periodiquito liberal, divinamente redactado, que tenía por título El Observador.

Estaba suscrito a él el boticario de mi pueblo, así como yo estaba abonado a la tertulia de su trasbotica, por lo que di en la mala costumbre de leer diariamente El Observador desde la cruz a la fecha, cosa que llegó a trastornarme el sentido, ni más ni menos que al ilustre Quijada la lectura de los libros de caballerías.

Como los periódicos se mezclan en todo y lo toman tan a pechos, que no parece sino que a ellos les importa algo el que el diablo se lleve la cantarera, aconteció que, al cabo de algunos años, cuando apenas contaba yo diez y ocho, se me había pegado la fatal manía de meterme en los cuidados ajenos, haciendo míos los asuntos de todos los españoles, inclusos los ministros y los diputados, quienes maldito el caso que hacían de mis negocios. —Sin conocer a Cortina, me peleaba por si había hablado bien o mal, u obrado tuerto o derecho: sin ser, no digo soldado, pero ni siquiera quinto, deseaba la prosperidad del Ejército; y, aunque no pertenecía a la Familia Real, recé alguna vez por que la Reina pariese varón…


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15 págs. / 27 minutos / 167 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Dos Glorias

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


Un día que el célebre pintor flamenco Pedro Pablo Rubens andaba recorriendo los templos de Madrid acompañado de sus afamados discípulos, penetró en la iglesia de un humilde convento, cuyo nombre no designa la tradición.

Poco o nada encontró que admirar el ilustre artista en aquel pobre y desmantelado templo, y ya se marchaba renegando, como solía, del mal gusto de los frailes de Castilla la Nueva, cuando reparó en cierto cuadro medio oculto en las sombras de feísima capilla; acercóse a él, y lanzó una exclamación de asombro.

Sus discípulos le rodearon al momento,] preguntándole:

—¿Qué habéis encontrado, maestro?

—¡Mirad!—dijo Rubens señalando, por toda contestación, al lienzo que tenía delante.

Los jóvenes quedaron tan maravillados como el autor del Descendimiento.

Representaba aquel cuadro la Muerte de un religioso.— Era éste muy joven, y de una belleza que ni la penitencia ni la agonía habían podido eclipsar, y hallábase tendido sobre los ladrillos de su celda, velados ya los ojos por la muerte, con una mano extendida sobre una calavera, y estrechando con la otra, a su corazón, un crucifijo de madera y cobre.

En el fondo del lienzo se veía pintado otro cuadro, que figuraba estar colgado cerca del lecho de que se suponía haber salido el religioso para morir con más humildad sobre la dura tierra.


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6 págs. / 11 minutos / 116 visitas.

Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Ojos Negros

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

Tienes los ojos negros,
ojos de luto…
Mi corazón lo lleva
desde que es tuyo.

Más allá del círculo polar ártico, en los confines de la Laponia, cerca de Hammesfer —último punto habitable del continente europeo,— se levanta, sobre un mar helado cada año durante seis meses, la negra, escarpada y colosal isla deLoppen.

Caían las primeras escarchas de 1730: era el 15 de Agosto.

Las noches tenían ya cerca de tres horas, y la aurora boreal lucía en ellas, cerrando el arco esplendoroso de los crepúsculos simultáneos de la mañana y de la tarde.

Hacía una semana que la luna aparecía en aquel cielo después de mes y medio de absoluta ausencia.

Todo anunciaba la proximidad del invierno, cuyo blanco fantasma, no bien asoma por el Polo, envuelve en su inconmensurable sudario todas aquellas tristes latitudes.

Los nobles se encerraban en sus castillos, los pobres en sus cuevas, los osos blancos entre témpanos de hielo secular.

Algunas aves hacían su nido entre las grietas de los desgajados abetos, en tanto que otras levantaban el vuelo hacia el Mediodía buscando nuevas primaveras.

Los balleneros y los groenlanderos dábanse a la vela con dirección a Europa, temerosos de quedar clavados en una mar helada…

Los campos, los puertos, los pueblos mismos veíanse desiertos y abandonados. No parecía sino que una horrible epidemia había pasado por ellos, o que se aproximaba, amenazándoles, un desastroso conquistador.

Y así habían de permanecer aquellas regiones durante ocho meses, o sea hasta el 15 de Abril, que comienza el derretimiento de los hielos.

II

Sobre las áridas peñas de la isla de Loppen asiéntase un castillo que parece riscosa excrecencia de la montaña; tan musgosos y viejos son sus muros, tallados casi todos en la roca viva.


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11 págs. / 20 minutos / 72 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Extranjero

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

«No consiste la fuerza en echar por tierra al enemigo, sino en domar la propia cólera,»—dice una máxima oriental.

«No abuses de la victoria,»—añade un libro de nuestra religión.

«Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción, considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra; y en todo cuanto estuviere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios son todos iguales, más resplandece y campea, a nuestro ver, el de la misericordia, que el de la justicia,» aconsejó, en fin, D. Quijote a Sancho Panza.

Para dar realce a todas estas elevadísimas doctrinas, y cediendo también a un espíritu de equidad, nosotros, que nos complacemos frecuentemente en referir y celebrar los actos heroicos de los españoles durante la Guerra de la Independencia, y en condenar y maldecir la perfidia y crueldad de los invasores, vamos a narrar hoy un hecho que, sin entibiar en el corazón el amor a la patria, fortifica otro sentimiento no menos sublime y profundamente cristiano:—el amor a nuestro prójimo;—sentimiento que, si por congénita desventura de la humana especie, ha de transigir con la dura ley de la guerra, puede y debe resplandecer cuando el enemigo está humillado.

El hecho fué el siguiente, según que me lo han contado personas dignas de entera fe, que intervinieron en él muy de cerca y que todavía andan por el mundo.—Oíd sus palabras textuales.

II

—Buenos días, abuelo ...—dije yo.

—Dios guarde a V., señorito ...—dijo él.

—¡Muy solo va V. por estos caminos!...


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10 págs. / 18 minutos / 218 visitas.

Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Historietas Nacionales

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


El carbonero-alcalde

I

Otro día narraré los trágicos sucesos que precedieron a la entrada de los franceses en la morisca ciudad de Guadix, para que se vea de qué modo sus irritados habitantes arrastraron y dieron muerte al corregidor don Francisco Trujillo, acusado de no haberse atrevido a salir a hacer frente al ejército napoleónico con los trescientos paisanos armados de escopetas, sables, navajas y hondas de que habría podido disponer para ello...

Hoy, sin otro fin que indicar el estado en que se hallaban las cosas cuando ocurrió el sublime episodio que voy a referir, diré que ya era capitán general de Granada el excelentísimo señor conde don Horacio Sebastiani, como le llamaban los afrancesados, y gobernador del Corregimiento de Guadix el general Godinot, sucesor del coronel de dragones de caballería, número 20, M. Corvineau, a quien había cabido la gloria de ocupar la ciudad el 16 de febrero de 1810.


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185 págs. / 5 horas, 24 minutos / 237 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

Moros y Cristianos

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

La antes famosa y ya poco nombrada villa de Aldeire forma parte del marquesado de Cenet, o, como si dijéramos, del respaldo de la Alpujarra, hacia Levante, y está medio colgada, medio escondida, en un escalón o barranco de la formidable mole central de Sierra Nevada, a cinco o seis mil pies sobre el nivel del mar y seis o siete mil por debajo de las eternas nieves del Mulhacen.

Aldeire, dicho sea con perdón de su señor cura, es un pueblo morisco. Que fue moro, lo dice claramente su nombre, su situación y su estructura; y que no ha llegado aún a ser enteramente cristiano, aunque figure en la España reconquistada y tenga su iglesita católica y sus cofradías de la Virgen, de Jesús y de no pocos santos y santas, lo demuestran el carácter y costumbres de sus moradores, las pasiones terribles cuanto quiméricas que los unen o separan en perpetuos bandos, y los lúgubres ojos negros, pálida tez y escaso hablar y reír de mujeres, hombres y niños…

Porque bueno será recordar, para que ni dicho señor cura ni nadie ponga en cuarentena la solidez de este razonamiento, que los moriscos del marquesado del Cenet no fueron expulsados en totalidad como los de la Alpujarra, sino que muchos de ellos lograron quedarse allí agazapados y escondidos gracias a la prudencia o cobardía con que desoyeron el temerario y heroico grito de su malhadado príncipe Aben—Humeya; de donde yo deduzco que el tío Juan Gómez Hormiga, alcalde constitucional de Aldeire en el año de gracia de 1821, podía muy bien ser nieto de algún Mustafá, Mahommed o cosa por el estilo.


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34 págs. / 1 hora, 1 minuto / 63 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Última Calaverada

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

Tengo la seguridad (dijo el Marqués, encendiendo otro cigarro) de que, si se examinara la vida de todos los grandes calaveras arrepentidos, se encontraría que perdieron su última batalla; quiero decir, que su última calaverada fue un chasco, una derrota, un Waterlóo.

—¡Qué reaccionario es este Marqués! ¡Miren Vds. con qué arte, en el símil de que se ha valido, la virtud hace el papel de la Santa Alianza, restauradora de Luis XVIII y del antiguo régimen!

—También se podría decir (replicó el preopinante) que, en mi símil, la virtud hace el papel de la árida roca de Santa Elena, dado que ese fue el camino que tomó Napoleón después de su derrota…

—¡Pero no lo tomó sino a la fuerza, señor Marqués, e intentó muchas veces escaparse!

—Pues entonces, Duque, prescindamos del símil. En cambio estoy más decidido que nunca a sostener mi tesis: «Nadie ha dejado de ser calavera al día siguiente de un triunfo. Todos los Lovelaces se han abrazado a la virtud al día siguiente de un descalabro».

—Marqués (exclamó el General X., que hasta entonces había callado): ¡mucho insiste usted en esa idea; lo cual me hace presumir si hablar a V. por experiencia propia! —¡Usted fue muy calavera en su juventud!

—¡Nada más que lo puramente necesario!

—Y luego, de pronto, se convirtió V. en hombre de bien cuando aún podía aspirar a nuevas glorias…

¡Ya lo creo! Todavía no contaba treinta años cuando me retiré del mundo y me casé con Eloísa… ¡No esperé, como Carlos V, a estar lleno de reumas para abandonar los campos de batalla!…

—Pues vamos a ver: compruébenos la tesis, contándonos la derrota que precedió a su retirada de V. a Yuste.

—Sí, sí… ¡que la cuente!


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12 págs. / 22 minutos / 71 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Corneta de Llaves

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


Querer es poder.

I

Don Basilio, ¡toque V. la corneta, y bailaremos!—Debajo de estos árboles no hace calor....

—Sí, sí..., D. Basilio: ¡toque V. la corneta de llaves!

—¡Traedle a D. Basilio la corneta en que se está enseñando Joaquín!

—¡Poco vale!...—¿La tocará V., D. Basilio?

—¡No!

—¿Cómo que no?

—¡Que no!

—¿Por qué?

—Porque no sé.

—¡Que no sabe

—Sin duda quiere que le regalemos el oído....

—¡Vamos! de infantería!...

—Y que nadie ha tocado la corneta de llaves como V....

—Y que lo oyeron en Palacio..., en tiempos de Espartero....

—Y que tiene V. una pensión....

—¡Vaya, D. Basilio! ¡Apiádese V.!

—Pues, señor.... ¡Es verdad! He tocado la corneta de llaves; he sido una ... una especialidad, como dicen ustedes ahora...; pero también es cierto que hace dos años regalé mi corneta a un pobre músico licenciado, y que desde entonces no he vuelto... ni a tararear.

—¡Qué lástima! —¡Otro Rossini!

—¡Oh! ¡Pues lo que es esta tarde, usted!...

—Aquí, en el campo, todo es permitido....

—¡Recuerde V. que es mi día,!...

—¡Viva! ¡Viva! ¡Ya está aquí la corneta!

—Sí, ¡que toque!

—Un vals....

—No..., ¡una polca!...

—¡Polca!... ¡Quita allá!—¡Un fandango!

—Sí..., sí..., ¡fandango! ¡Baile nacional!

—Lo siento mucho, hijos míos; pero no me es posible tocar la corneta....

—¡Usted, tan amable!...

—Tan complaciente....

—¡Se lo suplica a V. su nietecito!...

—Y su sobrina....

—¡Dejadme, por Dios!—He dicho que no toco.

—¿Por qué?


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9 págs. / 15 minutos / 209 visitas.

Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Afrancesado

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

En la pequeña villa del Padrón, sita en territorio gallego, y allá por el año a fuer de legítimo boticario, un tal GARCÍA DE PAREDES, misántropo solterón, descendiente acaso, y sin acaso, de aquel varón ilustre que mataba un toro de una puñada.

Era una fría y triste noche de otoño. El cielo estaba encapotado por densas nubes, y la total carencia de alumbrado terrestre dejaba a las tinieblas campar por su respeto en todas las calles y plazas de la población.

A eso de las diez de aquella pavorosa noche, que las lúgubres circunstancias de la patria hacían mucho más siniestra, desembocó en la plaza que hoy se llamará de la Constitución un silencioso grupo de sombras, aun más negras que la obscuridad de cielo y tierra, las cuales avanzaron hacia la botica de García de Paredes, cerrada completamente desde las Ánimas, o sea desde las ocho y media en punto.

—¿Qué hacemos?—dijo una de las sombras en correctísimo gallego.

—Nadie nos ha visto....—observó otra.

—¡Derribar la puerta!—propuso una mujer.

—¡Y matarlos!—murmuraron hasta quince voces.

—¡Yo me encargo del boticario!—exclamó un chico.

—¡De ése nos encargamos todos!

—¡Por judío!

—¡Por afrancesado!

—Dicen que hoy cenan con él más de veinte franceses....

—¡Ya lo creo! ¡Como saben que ahí están seguros, han acudido en montón! —¡ Ah! Si fuera en mi casa! ¡Tres alojados llevo echados al pozo!

—¡Mi mujer degolló ayer a uno!...

—¡Y yo ... (dijo un fraile con voz de figle) he asfixiado a dos capitanes, dejando carbón encendido en su celda, que antes era mía!

—¡Y ese infame boticario los protege!


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8 págs. / 14 minutos / 130 visitas.

Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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