Al Señor D. Manuel Tamayo y Baus, secretario perpetuo de la Real
Academia Española.
Mi muy querido Manuel:
Hace algunas semanas que, entreteniendo nuestros ocios caniculares en
esta sosegada villa de Valdemoro, de donde ya vamos a regresar a la
vecina corte, hube de referirte la historia de El Capitán Veneno, tal
y como vivía inédita en el archivo de mi imaginación; y recordarás que,
muy prendado del asunto, me excitaste con vivas instancias a que la
escribiese, en la seguridad (fueron tus bondadosas palabras) de que me
daría materia para una interesante obra. Ya está la obra escrita, y
hasta impresa; y ahí te la envío.—Celebraré no haber defraudado tus
esperanzas; y, por sí o por no, te la dedico estratégicamente, poniendo
bajo el amparo de tu glorioso nombre, ya que no la forma literaria, el
fondo, que tan bueno te pareció, de la historia de mi Capitán Veneno.
Adiós, generoso hermano. Sabes cuánto te quiere y te admira tu
afectísimo hermano menor,
Pedro.
Valdemoro, 20 de Septiembre de 1881.
PARTE PRIMERA. HERIDAS EN EL CUERPO
I. UN POCO DE HISTORIA POLÍTICA
La tarde del 26 de Marzo de 1848 hubo tiros y cuchilladas en Madrid
entre un puñado de paisanos, que, al expirar, lanzaban el hasta entonces
extranjero grito de ¡Viva la República!, el Ejército de la
Monarquía española (traído o creado por Ataulfo, reconstituido por D.
Pelayo de que a la sazón era jefe
visible, en nombre de Doña Isabel II, el Presidente del Consejo de
Ministros y Ministro de la Guerra, D. Ramón María Narváez...
Y basta con esto de historia y de política, y pasemos a hablar de cosas
menos sabidas y más amenas, a que dieron origen o coyuntura aquellos
lamentables acontecimientos.
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