El Asesinato de Palma-Sola
Rafael Delgado
Cuento
(Histórico)
Al Sr. Lic. D. José López-Portillo y Rojas
Cuando el Juez se disponía a tomar el portante y sombrero en mano buscaba por los rincones el bastón de carey y puño de oro, el Secretario —un viejo larguirucho, amojamado y cetrino, de nariz aguileña, cejas increíbles, luenga barba y bigote dorado por el humo del tabaco— dejó su asiento, y con la pluma en la oreja y las gafas subidas en la frente, se acercó trayendo un legajo.
—Hágame Ud. favor… ¡Un momentito!… Unas firmitas…
—¿Qué es ello? —respondió contrariado el jurisperito.
—Las diligencias aquellas del asesinato de Palma-Sola. Hay que sobreseer por falta de datos…
—Dios me lo perdone, amigo don Cosme; pero ese mozo a quien echamos a la calle tiene mala cara, muy mala cara! La viudita no es de malos bigotes, y…
—Sin embargo… ya usted vió!
—Sí, sí, vamos, deme Ud. una pluma.
Y el Juez tomó asiento, y lenta y pausadamente puso su muy respetable nombre y su elegante firma —un rasgo juvenil e imperioso— en la última foja del mamotreto, y en sendas tirillas otras tantas órdenes de libertad, diciendo, mientras el viejo aplanaba sobre ellas una hoja de papel secante:
—Ese crimen, como otros muchos, quedará sin castigo. Nuestra actividad ha sido inútil… En fin… ¿no dicen por ahí que donde la humana justicia queda burlada, otra más alta, para la cual no hay nada oculto, acusa, condena y castiga?
Don Cosme contestó con un gesto de duda y levantó los hombros como si dijera:
—¡Eso dicen!
—¿Hay algo más?
—No, señor.
—Pues, abur!
El secretario recogió tirillas y expedientes, arrellanóse en la poltrona y encendió un tuxteco.
Dominio público
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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.