En Legítima Defensa
Rafael Delgado
Cuento
Al Sr. Lic. Don Silvestre Moreno
—¡Buenas tardes! —dije, y detuve mi alazán delante del portalón. Nadie contestó. Volví la vista por todos lados y descubrí a un chicuelo casi desnudo que corría asustado hacia el jacal vecino.
—¡Buenas tardes! —repetí.
—¡Téngalas usted, señor! —contestóme entonces el anciano desde el interior de la casa, una casa de madera, nueva, bien dispuesta y cómoda.
—¡Apéese del caballo! ¡Y vaya si está bonito el animal! —prosiguió examinando atentamente mi caballería.
Obedecí al buen campesino, y eché pie a tierra.
—¡Tomás! —gritó con acento imperioso, revelador de un carácter enérgico y de un hombre acostumbrado a mandar y a ser obedecido.
Acudió un mancebo.
—¡Toma ese caballo, y paséalo!
Y volviéndose a mí:
—¿Sigue usté el viaje o pasa usté la noche en esta pobre casa?
—Pernoctaré aquí.
—¡Ah! —me contestó—. Pues entonces que desensillen! ¡Pase usté!
Entré.
—¡Tome usté asiento! —díjome con rústica afabilidad—. Aquí, afuera, que hace mucho calor.
Estamos en mayo y no ha caído ni una gota de agua; los pastos están secos, el café no florea todavía, y por todas partes se está muriendo el ganado!
—¿Y a usted qué tal le ha ido?
—¿A mí? —repuso, arrimando un taburete de cedro, toscamente labrado—. ¡Gracias a Dios, bien! Tengo monte y agua por todas partes. ¿No oye usté el río? ¡Aquí no falta el agua!
Y sentándose a mi lado principió a tejer una conversación tan sencilla como interesante, acerca de sus faenas agrícolas, de sus ganados, de su trapiche, de lo que prometían sus cafetales, si Dios mandaba dos o tres aguaceritos sobre aquellos campos.
Dominio público
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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.