Textos más populares esta semana de Rafael Delgado etiquetados como Cuento disponibles | pág. 3

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autor: Rafael Delgado etiqueta: Cuento textos disponibles


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La Misa de Madrugada

Rafael Delgado


Cuento


Al Sr. Pbro. D. Juan María de la Bandera

I

El reloj de la Basílica dió las tres. Y luego, en la alcoba inmediata, el «cucú» del P. Rector las dió también, como repitiendo la hora, y a poco el achacoso y cascado péndulo del dormitorio lanzó metálico ronquido, y, tras un ruido de leves campanillas, murmuró: ¡tin! ¡tin! ¡tin!

La llamita blanca de la veladora chisporroteaba vacilante y próxima a extinguirse. Agonizaba. De cuando en cuando, como si quisiera agotar las pocas fuerzas que le quedaban, ardía con luces juveniles, languidecía casi hasta apagarse, y estallaba después en azulados medrosos relámpagos que parecían aumentar la intensidad de las sombras dando a los objetos, principalmente, a la cajonera monumental —verdadera cómoda de sacristía— aspectos extraños y terríficos.

La igualdad de los muebles, la colocación simétrica de las camas, alineadas a cada lado contra los muros, la desnudez helada de éstos, la vaga claridad lunar que trabajosamente entraba por los vidrios empañados y rotos de las ventanas, daban al salón mucho de la pavorosa tristeza que tienen las salas de los hospitales.

Cuando se reanimaba la veladora percibía yo desde mi lecho el gran cuadro de la Guadalupana, protectora del dormitorio y del colegio, antiquísimo cuadro, de marco plateresco, curioso patrocinio en el cual estaban retratados el Arzobispo Núñez de Haro y el Canónigo Belle y Cisneros.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

¡Así!

Rafael Delgado


Cuento


A José Fernández Alonso

Y esto fué lo que me contestó.

……………

«Llegaba yo a esta casa (que es tuya también, ya lo sabes), cuando advertí que varias mujeres, unos cuantos hombres y algunos granujas, miraban hacia la puerta de Pedro, el muchachón aquel que estuvo a mi servicio dos o tres meses, y a quien tú conociste aquí; aquel mozo tan bueno, tan humilde y tan sencillo, cuya inteligencia te cautivó, y cuya “piedad filial” —dirélo a la manera clásica—, te dejó encantado:

»¿Qué había sucedido? ¿Qué pasaba? Algo muy grave, sin duda, pues en los ojos de las mujeres —lavanderas unas, y otras torcedoras de “pitillos”— como acostumbras decir—, se retrataban el espanto y el miedo, y en el rostro de los varones se leían el asombro y la sorpresa, una y otro causados por algún suceso singular y terrífico. Sí, ¡algo muy grave!

»A la sazón salía de la casa un gendarme, muy de prisa, como si fuera en pos de un fugitivo, o tratase de pedir auxilio a sus compañeros.

»Soy curioso también (que la curiosidad es ingente en la familia humana), e impulsado por vivo deseo de saber lo que pasaba, me entré en la casa.

»Encontréme allí con unas cuantas personas: el vecino inmediato, un barbero borrachín; su amigo el cerrajero, otro que bien baila, de la misma calaña y con las mismas aficiones alcohólicas; Guadalupe, la casera, muy conocida en estas calles por su voz de sargento, sus bigotes, y sus anchas caderas de isócronos movimientos; Luz, su hija, una doncella de buen porte, y Marcelino, el talabarterillo galante, gloria y prez del gremio, y tentación de todas las muchachas núbiles del barrio.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Bajo los Sauces

Rafael Delgado


Cuento


(Fragmentos de un diario)

A José P. Rivera

Muchos y muy hermosos sitios tiene el Albano en aquella margen, pero el que yo prefería, es, sin duda, el mejor. Está más allá de la Fábrica, río arriba, a la izquierda, en los términos de una dehesa siempre verde y mullida que se extiende hasta las faldas boscosas del San Cristóbal. Es un rincón formado por los derrumbes y ampliado por las crecientes, que la fecunda vegetación tropical no tardó en invadir, cubriéndole de verdura en pocos años. Poblóle de sauces y de álamos; regó en el cantil simientes de mil plantas diversas; sembró gramas perennes en el pedregoso suelo y ornó el peñón, que en el fondo se esconde acurrucado, con musgos y líquenes. Los sauces sueñan cosas tristes inclinados sobre la corriente adormecida y sesga; los álamos alardean de su esbeltez y de sus copas susurrantes.

Trajeron los vientos al peñón polen de orquídeas; brotaron por todas partes las begonias para ostentar sus hojas aterciopeladas, y los helechos prosperaron aquí y allá para lucir cada verano sus túnicas de seda. Los convólvulos treparon por todas partes, derrochando cráteras y festones; las aroideas hurañas buscaron abrigo y humedad, y mientras los lirios campesinos se instalaron con las ovas crinadas cabe el raudal silencioso, los romeros acuáticos vinieron rodando en busca de los islotes.

Sitio encantador como perdido en un barranco, lejos de la ciudad y no conocido de cazadores.

¡Cuántas mañanas de invierno, cuántas tardes de otoño, pasé a la sombra de aquellos sauces melancólicos! Tendido en la grana, a un lado el libro, dejaba yo vagar el pensamiento por las regiones encantadas de los mundos imaginarios.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Justicia Popular

Rafael Delgado


Cuento


A Erasmo Castellanos

Son las diez de la mañana y el sol quema, abrasa en el valle. Llueve fuego en la rambla del cercano río, y la calina principia a extender sus velos en la llanura y envuelve en gasas las montañas. Ni el vientecillo más leve mueve las frondas. Zumba la «chicharra» en las espesuras, y el «carpintero» golpea el duro tronco de las ceibas. En las arenas diamantinas de la ribera centellea el sol, y en pintoresca ronda un enjambre de mariposas de mil colores, busca en los charcos humedad y frescura.

El bosque de «huarumbos», de higueras bravías, de sonantes bananeros y de floridos «jonotes», convida al reposo, y las orquídeas de aroma matinal embalsaman el ambiente.

En el cafetal sombrío, húmedo y fresco, todo es bullicio y algazara, ruido de follajes, risas juveniles, canciones dichas entre dientes, carcajadas festivas.

Temprano empezó el corte, y buena parte del plantío quedó despojado de sus frutos purpúreos.

Límite del cafetal es un riachuelo de pocas y límpidas aguas, protegido por un toldo de pasionarias silvestres que de un lado al otro extienden sus guías y forman tupidísima red florida, entre la cual cuelgan sus maduros globos las nectáreas granadas campesinas. En las pozas, bajo los «cacaos», media docena de chicos, caña en mano, y el rostro radiante de alegría, pescan regocijados. Cada pececillo que cae en el anzuelo merece un saludo. En tanto, en el cafetal sigue el trabajo, se enreda la conversación entre mozas y mozos, y en los cestos sube hasta desbordarse la roja cereza.

Cuando calla la gente en la espesura, y los granujas, atentos a la pesca, se están quedos, resuena allá a lo lejos sordo ruido, el golpe acompasado de los majadores: ¡tan! ¡tan! ¡tan!


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Rigel

Rafael Delgado


Cuento


A Enrique Guasp de Peris

Érase que se era, en no sé qué comarca de cuyo nombre no quiero acordarme, un pueblo de pocos habitantes, casi desierto durante nueve meses del año, y concurridísimo en tiempo de baños. Situado a orillas del mar, a la falda de pintoresca colina y en una pradera siempre enflorecida, a donde no llegaban ardores veraniegos, y, mucho menos, escarchas otoñales, año con año era sitio predilecto de opulentos burgueses, de semirricachos retirados de agios y logrerías, de empleados en vacaciones, de mercaderes salvos del mostrador y víctimas del reuma, de niñas opiladas, de glotones gotosos, y de lechuguinos y caballeretes propensos a la tisis, la cual no parece batirse en derrota a pesar de la guerra que, como se dijo en ciertas Cortes, le tenía declarada un médico catalán. En tal pueblo, con las truchas de su río y las ostras de sus playas, y más que con otra cosa con los aires purísimos del pintoresco lugar, se fortalecían el cerebro todos los bañistas, y en giras y barcadas se pasaban los días y las semanas y los meses, para volver luego al brillante pudridero de la Corte, en busca de bailes y de recepciones, de comilonas dispépticas y de óperas vagnerianas.

Uno de tantos señores como al pueblo venían era el señor don Cándido de Altamira y Tendilla, Marqués de Altramuces, en un tiempo agregado de embajada, riquillo, gastado, lleno de dolamas y de crueles desengaños, con tres o cuatro achaques de gota en el cuerpo, y harto de zarandeos, de parrandas elegantes y de juergas aristocráticas, con muchas desilusiones en el alma y mucho desprecio para los hombres y sus cosas, y por tanto obsequioso, atento, observador, fino y, además, inteligente, leído y atiborrado de letra menuda.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

En el Anfiteatro

Rafael Delgado


Cuento


A Vicente Ariza

I

El buen clérigo retiró la jícara, se limpió los labios con la nívea servilletita, y luego acercó el vaso de agua limpidísima, fresca y tentadora, bendíjole, y le apuró lentamente, con beatífica delectación.

—¡Ea! ¡Gracias a Dios! —exclamó—, y mientras el criado, un indizuelo muy aseado y listo, quitaba el velador, decapitó el tuxteco, le encendió en una cerilla, cuidando de que prendiera bien, y luego se acomodó en la poltrona.

Estábamos junto a la ventana. Desde allí se veían las últimas casas del pueblo, el bosque, los ejidos, toda la vega.

—Vamos, amigo mío —prosiguió—, ¿conque quiere Ud. saber por cuáles caminos llegué al sacerdocio? Pues… ¡Con mucho gusto! ¡Con mucho gusto!

Y agregó, sonriendo dulcemente:

—Va Ud. a oír esta historia. Antes no me era grato recordarla; pero, a proporción que me hago viejo, aumenta en mí la afición a contar las cosas de antaño. Encuentro dulcísimo encanto en referir las aventuras de la mocedad. Oiga Ud.: es un caso por extremo original.

Se compuso de nuevo en el asiento, volvió los ojos hacia la vega inmensa, luminosa, dorada por los postreros rayos de un sol de agosto, y distraído, ensoñador, hundió su triste y apacible mirada en las lejanías del valle, más allá del cual entre nubes ardientes y violadas tintas brillaba con rosados fulgores la nevada mole del Citlaltépetl. Contempló breve rato la llanura amarillenta y calorosa de donde subían hasta nosotros los mil rumores de la tarde, el mugido de los bueyes y el balido de las cabras que ramoneaban en los cercados vecinos. Al fin, como si despertara de penoso sueño, tornó a su veguero y a la olvidada conversación.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Margarita

Rafael Delgado


Cuento


Al Sr. Lic. Don Ignacio Pérez Salazar

No me atrevo a decir que ella fué causa de todo. Acaso la buena señora tuvo razón. Era madre y debía alejar a sus hijos de todo peligro. Pero ello es que la muchacha fué a dar, mediante la aprobación del Cura, y gracias a sus buenas relaciones y a su prudente influjo, a la casa del señor Lic. don Marcelino de Aguayo, persona cristianísima, de mediana edad, riquillo, muy acreditado en el foro, bien reputado en el pueblo, casado y… sin hijos!

El Cura vió claramente en el asunto, y le dijo a doña Carlota:

—¿Lo has pensado bien, hija mía? Diez años lleva esa criatura a tu lado; de ti ha recibido piadosa educación, y si tú has visto hasta hoy a Margarita como a hija tuya, ella —que es buena, dulce—, te ama y te respeta como si te debiera la vida. Tienes razón, sí que la tienes, y yo soy el primero en concedértela. Tus hijos van siendo grandes, y son unos chicos simpáticos y listos. Paco tiene ocho años (¡cómo pasa el tiempo! no parece sino que ayer fué el bautizo!) y quien no lo sepa creerá que tiene catorce; Eduardito tiene doce, y quien por primera vez le vea y le trate, dirá, no lo dudes, que tiene más de quince. Son excelentes muchachos, excelentes, hija. ¡Dios te ha bendecido en ellos! No creo, como tú, que el peligro sea inminente… Todo depende de la manera como los eduques, y del modo como dirijas tu casa…

—Sí, Padre; pero… recuerde usted lo que pasó con la muchacha aquella a quien con tanto cariño acogieron en la casa de don Prudencio López… usted sabe en que paró todo. Un matrimonio desigual —¡y, démonos de santos!— puso término a la aventura y al escándalo… Alfonso merecía otra mujer…


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Genesiaca

Rafael Delgado


Cuento


No hay duda, está chiflado.

Lo repiten allí y pueden afirmarlo quienes le hayan oído. A lo mejor sale con dichos y ocurrencias que no le acreditan de cuerdo, sino de persona desequilibrada —como se dice ahora—, lo cual es tanto como asegurar que tiene flojo alguno de los tornillos más importantes del cerebro. Cervantes, el insigne manco, que no lo era para escribir de locos en libros inmortales, diría de don Aristeo que va en camino de parar en la casa del Nuncio.

¡Qué viejo tan afable y simpático! Dióle el Señor ingenio, viveza, voladora fantasía, fácil palabra y cierta maliciosa intención, muy alegre y donosa, para contar y referir. A cada momento da muestras de ser discretísimo, de que posee criterio muy sólido, y de que, cuando se mete en filosofías, no es brillo de oropeles su palabra conceptuosa. Padece de cuando en cuando tristezas y mutismo, y nublos de la mente le tornan, aunque por breves horas, huraño y desabrido.

Parlero y locuaz, si está de vena, es un gusto el oírle. De aquella boca desdentada salen a porrillo anécdotas, cuentos, chascarrillos y coplas, como guindas de cesta, enredados los unos en las otras.

No falta quien diga que el espiritismo le trastornó la cabeza. ¡Mentira y calumnia! Lo cierto, lo que nadie ignora, es que don Aristeo no tiene vacíos los mejores aposentos del piso alto, y que, cuerdo o no cuerdo, chiflado o no chiflado, el buen señor no es un bobo; que tiene trastienda y que le sobra pesquis para manejar sus dinerillos y para discurrir con acierto, y largo tendido, en muchas materias diferentes.

Todos le quieren, le llaman, le buscan y no hay en el pueblo mentidero ni corrillo que no le cuente suyo, ni comilona, merienda, jira, boda o baleo en los cuales no esté.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Mi Semana Santa

Rafael Delgado


Cuento


A Joaquín Rodríguez

I

Si hermosas e imponentes son las ceremonias del culto católico en las grandes basílicas y en las suntuosas catedrales, no lo son menos en el humilde templo de una aldea escondida en los bosques como un nido de perdices entre los zarzales.

Siempre he gustado de visitar esos templos que la piedad sencilla y la fe ardiente de los campesinos y de los pobres levantan a la vera de los caminos. A la sombra de esos campanarios poblados de palomas, descansa el caminante; en el recinto de esos santuarios hay para el peregrino de la tierra voces misteriosas que le consuelan y le hablan de un mundo mejor; parece que allí ajena a las agitaciones del mundo, el alma vislumbra las claridades de esa región donde el dolor acaba, donde se aquietan las pasiones, donde le esperan seres amados, los primeros compañeros del viaje de la vida.

¿Por qué no buscar en el campo, lejos del bullicio de la ciudad, en la región montañosa, benéfico descanso durante los días que la Iglesia consagra a la conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo?

En esta vez, como en otras, resolvimos dejar por algunos días la buena ciudad de Pluviosilla, más devota que nunca al fin de la Cuaresma, e ir a gozar, en compañía de muy buenos amigos, de una hospitalidad verdaderamente castellana, en una hacienda situada en la Sierra de Zongolica; ir en busca de paisajes y de colores, de cuadros rústicos y de piadosas emociones. De mañanita, a los rayos de una aurora nacarada que anunciaba caluroso día, salimos de la túrrida ciudad, camino de las tierras calientes.

Nos hacían compañía dos amigos de carácter festivo, de inagotable verba, tan entusiastas como nosotros para estas excursiones campestres, que a cambio del cansancio y del molimiento de huesos, dan vigor al cuerpo y oxígeno a la sangre.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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