A Ciro B. Ceballos
… «tu auras fait un crime? Un crime n’est pas bien difficil à faire, va, il suffit d’avoir du courage après le désir…»
MALLARME.
La muchacha era simpática, alegre, trabajadora y muy
metidita en casa. Los vecinos, que eran muchos y muy curiosos, no la
veían sino rara vez, al entrar o salir, cuando en el balcón, de
mañanita, lavaba la jaula del canario, un canario muy bullicioso y
cantador, o cuando regaba aquel rosal anémico y entristecido, cuyas
flores primaverales eran cada año más y más pálidas y caducas.
Inés se pasaba el día cosiendo, cerca del anciano, o leyéndole los
periódicos. Viejo empleado, pobre y con pocas economías, muy dado a la
política, no podía vivir sin periódicos, sin el pasto diario de la
chismosa gacetilla. Entretanto la tía, doña Carmen, andaba por la cocina
o en otros domésticos quehaceres.
—¡Qué bonita muchacha! —decían todos—. ¡Qué hacendosa y qué buena!
Julio mismo no sabe cómo fué aquello. Jamás correspondió Inés a sus guiños ni a sus plácidas sonrisas de enamorado.
La chica se mostraba desdeñosa y casi casi despreciativa.
Él vió que la cosa no pegaba y dejó de pensar en ella.
Pero un día de fiesta, en marzo, a la sazón que charlaba en la
esquina con dos o tres amigos, pasó Inés muy guapa y emperejilada, linda
como un sol.
—¿A dónde irá? —díjose el mancebo, y siguió de lejos a la joven por
calles y calles, hasta que la vió entrar en una casa de buen aspecto,
allá por la Colonia de Guerrero, en una casa baja, cuyos dueños, a
juzgar por el mueblaje de la sala, debían ser personas de cómodos y
regulares recursos.
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