Textos más populares este mes de Rafael Delgado | pág. 3

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autor: Rafael Delgado


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Rigel

Rafael Delgado


Cuento


A Enrique Guasp de Peris

Érase que se era, en no sé qué comarca de cuyo nombre no quiero acordarme, un pueblo de pocos habitantes, casi desierto durante nueve meses del año, y concurridísimo en tiempo de baños. Situado a orillas del mar, a la falda de pintoresca colina y en una pradera siempre enflorecida, a donde no llegaban ardores veraniegos, y, mucho menos, escarchas otoñales, año con año era sitio predilecto de opulentos burgueses, de semirricachos retirados de agios y logrerías, de empleados en vacaciones, de mercaderes salvos del mostrador y víctimas del reuma, de niñas opiladas, de glotones gotosos, y de lechuguinos y caballeretes propensos a la tisis, la cual no parece batirse en derrota a pesar de la guerra que, como se dijo en ciertas Cortes, le tenía declarada un médico catalán. En tal pueblo, con las truchas de su río y las ostras de sus playas, y más que con otra cosa con los aires purísimos del pintoresco lugar, se fortalecían el cerebro todos los bañistas, y en giras y barcadas se pasaban los días y las semanas y los meses, para volver luego al brillante pudridero de la Corte, en busca de bailes y de recepciones, de comilonas dispépticas y de óperas vagnerianas.

Uno de tantos señores como al pueblo venían era el señor don Cándido de Altamira y Tendilla, Marqués de Altramuces, en un tiempo agregado de embajada, riquillo, gastado, lleno de dolamas y de crueles desengaños, con tres o cuatro achaques de gota en el cuerpo, y harto de zarandeos, de parrandas elegantes y de juergas aristocráticas, con muchas desilusiones en el alma y mucho desprecio para los hombres y sus cosas, y por tanto obsequioso, atento, observador, fino y, además, inteligente, leído y atiborrado de letra menuda.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Genesiaca

Rafael Delgado


Cuento


No hay duda, está chiflado.

Lo repiten allí y pueden afirmarlo quienes le hayan oído. A lo mejor sale con dichos y ocurrencias que no le acreditan de cuerdo, sino de persona desequilibrada —como se dice ahora—, lo cual es tanto como asegurar que tiene flojo alguno de los tornillos más importantes del cerebro. Cervantes, el insigne manco, que no lo era para escribir de locos en libros inmortales, diría de don Aristeo que va en camino de parar en la casa del Nuncio.

¡Qué viejo tan afable y simpático! Dióle el Señor ingenio, viveza, voladora fantasía, fácil palabra y cierta maliciosa intención, muy alegre y donosa, para contar y referir. A cada momento da muestras de ser discretísimo, de que posee criterio muy sólido, y de que, cuando se mete en filosofías, no es brillo de oropeles su palabra conceptuosa. Padece de cuando en cuando tristezas y mutismo, y nublos de la mente le tornan, aunque por breves horas, huraño y desabrido.

Parlero y locuaz, si está de vena, es un gusto el oírle. De aquella boca desdentada salen a porrillo anécdotas, cuentos, chascarrillos y coplas, como guindas de cesta, enredados los unos en las otras.

No falta quien diga que el espiritismo le trastornó la cabeza. ¡Mentira y calumnia! Lo cierto, lo que nadie ignora, es que don Aristeo no tiene vacíos los mejores aposentos del piso alto, y que, cuerdo o no cuerdo, chiflado o no chiflado, el buen señor no es un bobo; que tiene trastienda y que le sobra pesquis para manejar sus dinerillos y para discurrir con acierto, y largo tendido, en muchas materias diferentes.

Todos le quieren, le llaman, le buscan y no hay en el pueblo mentidero ni corrillo que no le cuente suyo, ni comilona, merienda, jira, boda o baleo en los cuales no esté.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Amistad

Rafael Delgado


Cuento


A Pancho Ariza

Entramos. El salón estaba casi obscuro. Gentes y cosas le robaban la luz meridiana, y el humo de los cigarros lo velaba todo; todo aparecía como a través de una gasa, tenue aquí, espesa allá, que todo lo envolvía y que por doquiera extendía sus pliegues azulosos. Daba náuseas el aire viciado de la cantina, la fetidez que lastimaba los más fuertes estómagos y en la cual se mezclaban hedores de gástricos despojos, alientos de borracho, olor de tabaco malo, aromas de ajenjo, de cognac y de bitter, tufo de salazones, y agradable perfume de fresas recién cortadas y de naranjas tempraneras.

Casi todas las mesas estaban ocupadas; sólo una, allá en el fondo, limpia y escueta, parecía esperar a los parroquianos amigos suyos, o a pacíficos transeuntes que entraban en la cantina más por buscar asiento que por tomar una copa.

Adentro, ir y venir de criados; los cantineros que servían atareados a los marchantes, mientras en inquieto y rumoroso hormigueo, en parejas o en grupos, los corredores de minas —los «coyotes», como los ha llamado el pueblo— redondeaban y afirmaban una operación, ponderando las excelencias de tal o cual papel en alza, charlando del porvenir de ésta o de la otra mina, y tratando de engañarse mutuamente, aguzaban el ingenio y apuraban los recursos supremos del oficio para decidir a un tímido o atemorizar a un valiente.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Mi Vecina

Rafael Delgado


Cuento


A Manuel Bringas

¡Fiesta de boda!… Ruidosa fiesta que ha dado que hablar a todo el barrio, que ha revuelto la calle entera, desde la especiería de don Venancio, hasta la casa de Chucho Carrasco, el sastre afamado de la gente obrera, y desde la carbonería de la tía Chepa hasta la Escuela de don Cleto de la Pauta, una escuela municipal, en la cual se ha desarrollado en estos últimos días el gusto por el canto de modo tan activo, que me tiene destrozados los tímpanos. Ruidosa fiesta cuyos ecos regocijados llegan hasta aquí, a turbar con sus interminables polcas y sus mazurcas lánguidas, el triste silencio de mi gabinete. Desde bien temprano hemos tenido música. ¡Y qué música! Un salterio vibrante, una flauta querellosa, un violín trémulo y un bajo enronquecido; cuatro instrumentos mal concertados que de pura alegría se hacen pedazos y que en dos por tres desgarran el repertorio zarzuelesco con sus correspondientes y populares derivados.

Esta mañana, muy de madrugada, se casó la chica, y a las cuatro y media todos los pacíficos vecinos despertamos al ruido de los simones. Se ha casado Clarita, la perla del barrio, la guapa morena de ojos negros y talle cimbrador. Ayer todavía era una chiquitína que, con la almohadilla bajo el brazo, salía para la amiga en puntito de las ocho.

Pálida, enclenque, enfermiza, tristemente traviesa y vivaracha, no prometía larga vida. Puedo decir que la he visto crecer. ¡Quince años! Tres lustros pasados como un soplo… ¡Y qué bien lograditos! La que hace poco tiempo parecía delicada y débil, es hoy una real moza, una muchacha encantadora en todo el esplendor de la belleza primaveral.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Adolfo

Rafael Delgado


Cuento


I

—Quiere usted saber esa historia?…

Era un guapo mozo. La última vez que vino a visitarme fué en Navidad, después del baile de la señora de P… aquel baile de fantasía, suntuoso y brillante como una fiesta de hadas, que tanto dió que hablar a los periódicos y tanto que disparatar en jerga hispano-gálica a los Langostinos de la prensa.

Estuvo sentado en ese sillón, cerca de esta mesa, triste, desalentado como un enfermo. Durante la conversación, si tal nombre merece hablar con monosílabos, jugaba con este lindo cuchillo de nácar, o se entretenía en hojear una colección de estampas de Goupil.

Era un guapo mozo: distinguido, elegante, un ser mimado de la Fortuna. Me parece que le veo… Gallardo cuerpo, frente despejada y hermosa, facciones delicadas, recta y fina nariz; pálido, con la palidez de Byron o de Werther; ojos negros, grandes, rasgados, vivos, llenos de pasión; barba cortada en punta, a la antigua usanza española; bigote retorcido y echado hacia adelante; en fin, algo de «la fatal belleza de un Valois». Además, talento, cultura, juventud y riqueza.

Amado de sus padres, como hijo único, heredero de cuantioso capital, admirado por sus trenes y sus caballos, rodeado siempre de amigos, le envidiaban todos los hombres e interesaba en su favor a todas las mujeres.

¡Qué distinguido cuando se vestía el frac! ¡Qué gentil a caballo, vestido con nuestro elegante traje nacional! ¡Qué regia majestad la suya en el baile de la señora P…! Calzas negras, de seda; jubón y ropilla de terciopelo negro, acuchillado de azul; birretina de luenga pluma, y al cinto una daga milanesa con el puño cuajado de brillantes.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Caballerango

Rafael Delgado


Cuento


A Gilberto Galindo

I

—¿Ónde vas, hermano?

—Por áhi, hermano, al banco!

—Entra a encachártela; te la convido. Luego dices que yo nunca me abro, y va lo ves, soy parejo. Ora tengo mis níqueles… ¡oye!

Y al decir esto, quien así discurría, se golpeaba suavemente el bolsillo del pantalón, dejando oír el sonido argentino del dinero.

—Pero si el patrón me está aguardando y voy por el «Tordo».

—Ándale, entra; aquí está mi compadre Tiburcio. Anoche la corrimos juntos y ahoy venimos a rematarla.

—A curártela, manito; luego se te echa de ver que estás crudo.

—Anda, dijo el primero, empujando a su amigo, ¿de qué le la echas?

—Ya sabes… dulce; pero bien picadito…

Y lentamente, arrastrando los pies de un modo característico, y con ese bamboleo particular que tienen para caminar los jinetes consuetudinarios, semejante al que adquieren los marineros con el compasado movimiento del inestable bajel, nuestros interlocutores bajaron el quicio de una puerta y entraron en la tienda.

Esto pasaba en una de las más concurridas y de mejor parroquia, en la de «La Poblanita», calle de la Angostura, centro de reunión de artesanos que hacen san-lunes, de garroteros en descanso, de operarios cesantes y de corredores al por menor de mercancías y productos nacionales.

—Compadre, ¿de qué la toma?

—Yo, compadre, lo mesmo… «vaca».

—Ya lo oye, doña, dijo el que invitaba; mi compadre Tiburcio repite; para nosotros… ya sabe mi constelación: «beso»… bien picadito.

La expendedora se apresura a servirlos. Frente al compadre puso un gran vaso de fondo estrecho y ancha boca, lleno de plebeyo «tepache» mezclado con rompope, y ante los afectuosos amigos otro mediano, rebosando cierto líquido fragante y de color de topacio.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Gata

Rafael Delgado


Cuento


Al Sr. Don Manuel Blanc

Digno de la pluma festiva del Curioso Parlante, del estilo profundo de Fortún y de los pinceles de Valeriano Bécquer, es el tipo que hoy ofrezco al buen humor de los lectores.

Por desventura mía no tengo ni la verba salada de Mesonero, ni las tristes genialidades de Zarco, ni el colorido delicado del infortunado pintor, para presentaros, como es debido, con todas sus gracias y donaires y su más y su menos, esta nueva especie del reino femenil que pollos tempraneros, lechuguinos crónicos y solterones contumaces han clasificado entre los individuos de la raza felina.

Hace tres lustros —y apelo para justificar mi dicho al testimonio de los pisaverdes de antaño— designábanle todos con el nombre genérico de «garbancera»; con el de «garbancerita» si era guapa y coqueta, con el de «garbancito» si muy joven y tímida, y con el de «garbanzo» si pasaba de los veintiocho agostos, era recia de carnes y poco llevadera de bromas y chuleos en esquinas y mostradores.

¿Cuándo cambió de nombre? No he podido averiguarlo, por más que he puesto a contribución el saber de muchos amigos míos, muy estudiosos y eruditos, y peritísimos en eso de Zoología… doméstica.

Pero «gata» o «garbancera» —como os plazca llamarla— la servidora coquetuela y lista, que nos hace la cama, nos sirve la mesa y suele satisfacer nuestro apetito con los portentos de su talento culinario, es merecedora de un breve estudio por lo menos.

Debo principiar por deciros que, aunque a veces admiro sus ojitos negros y chispeantes y gozo con su ingenua alegría, si la veo ostentar en calles y espectáculos sus galas domingueras, y hasta llego a extasiarme, de cuando en cuando, con sus pies aristocráticamente calzados, no me apasiono por el género, y prefiero al plebeyo rebozo, la española mantilla, y el suave perfume de la Champaca de Lahor al aroma, delator de vulgar estirpe, de la Kananga del Japón.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

En el Anfiteatro

Rafael Delgado


Cuento


A Vicente Ariza

I

El buen clérigo retiró la jícara, se limpió los labios con la nívea servilletita, y luego acercó el vaso de agua limpidísima, fresca y tentadora, bendíjole, y le apuró lentamente, con beatífica delectación.

—¡Ea! ¡Gracias a Dios! —exclamó—, y mientras el criado, un indizuelo muy aseado y listo, quitaba el velador, decapitó el tuxteco, le encendió en una cerilla, cuidando de que prendiera bien, y luego se acomodó en la poltrona.

Estábamos junto a la ventana. Desde allí se veían las últimas casas del pueblo, el bosque, los ejidos, toda la vega.

—Vamos, amigo mío —prosiguió—, ¿conque quiere Ud. saber por cuáles caminos llegué al sacerdocio? Pues… ¡Con mucho gusto! ¡Con mucho gusto!

Y agregó, sonriendo dulcemente:

—Va Ud. a oír esta historia. Antes no me era grato recordarla; pero, a proporción que me hago viejo, aumenta en mí la afición a contar las cosas de antaño. Encuentro dulcísimo encanto en referir las aventuras de la mocedad. Oiga Ud.: es un caso por extremo original.

Se compuso de nuevo en el asiento, volvió los ojos hacia la vega inmensa, luminosa, dorada por los postreros rayos de un sol de agosto, y distraído, ensoñador, hundió su triste y apacible mirada en las lejanías del valle, más allá del cual entre nubes ardientes y violadas tintas brillaba con rosados fulgores la nevada mole del Citlaltépetl. Contempló breve rato la llanura amarillenta y calorosa de donde subían hasta nosotros los mil rumores de la tarde, el mugido de los bueyes y el balido de las cabras que ramoneaban en los cercados vecinos. Al fin, como si despertara de penoso sueño, tornó a su veguero y a la olvidada conversación.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Justicia Popular

Rafael Delgado


Cuento


A Erasmo Castellanos

Son las diez de la mañana y el sol quema, abrasa en el valle. Llueve fuego en la rambla del cercano río, y la calina principia a extender sus velos en la llanura y envuelve en gasas las montañas. Ni el vientecillo más leve mueve las frondas. Zumba la «chicharra» en las espesuras, y el «carpintero» golpea el duro tronco de las ceibas. En las arenas diamantinas de la ribera centellea el sol, y en pintoresca ronda un enjambre de mariposas de mil colores, busca en los charcos humedad y frescura.

El bosque de «huarumbos», de higueras bravías, de sonantes bananeros y de floridos «jonotes», convida al reposo, y las orquídeas de aroma matinal embalsaman el ambiente.

En el cafetal sombrío, húmedo y fresco, todo es bullicio y algazara, ruido de follajes, risas juveniles, canciones dichas entre dientes, carcajadas festivas.

Temprano empezó el corte, y buena parte del plantío quedó despojado de sus frutos purpúreos.

Límite del cafetal es un riachuelo de pocas y límpidas aguas, protegido por un toldo de pasionarias silvestres que de un lado al otro extienden sus guías y forman tupidísima red florida, entre la cual cuelgan sus maduros globos las nectáreas granadas campesinas. En las pozas, bajo los «cacaos», media docena de chicos, caña en mano, y el rostro radiante de alegría, pescan regocijados. Cada pececillo que cae en el anzuelo merece un saludo. En tanto, en el cafetal sigue el trabajo, se enreda la conversación entre mozas y mozos, y en los cestos sube hasta desbordarse la roja cereza.

Cuando calla la gente en la espesura, y los granujas, atentos a la pesca, se están quedos, resuena allá a lo lejos sordo ruido, el golpe acompasado de los majadores: ¡tan! ¡tan! ¡tan!


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La Noche Triste

Rafael Delgado


Cuento


(1819)

Al Sr. Lic. D. Victoriano Salado Alvarez

I

Era el Sr. don Francisco de Hevia, Coronel del Regimiento de Castilla, un militar por extremo pundonoroso, valiente y ameritado, tan quisquilloso en las cosas del servicio, que pasaba por uno de los jefes más exigentes y terribles de cuantos sostenían en Nueva España los derechos de la corona de Carlos V.

Nunca risa placentera alegró aquel su rostro moreno, donde parecían unidos en simpático maridaje el ardor impetuoso del morisco y la férrea energía del castellano.

Distinguíale, por desgracia, altivo y colérico carácter, del cual se contaban horrores tamaños, y tales que a ellos atribuían muchos el que no hubiera alcanzado grados mayores en los Reales Ejércitos. Ni en formación ceñía espada —según fama—, por expresa prohibición de S. M. a causa de haber matado a un recluta, cierto día de parada en un arrebato de ira.

Era tan aseado que, al decir de sus asistentes, tenía tantas mudas de ropa blanca como días el año, y jamás, ni aun estando en guerra, se le vió en los vestidos la más leve mancha.

Cristiano viejo y rancio —como buen castellano— aunque un si es no es maleado por aquel liberalismo regalista, declamador y ardiente de la Junta de Aranjuez, que por boca de Quintana, y en proclamas escritas, a juicio de Capmany, en «estilo anfibio con vocabulario francés», desahogó sus opiniones histórico-políticas, nuestro Coronel, andaba muy extraviado en lo que loca a fueros eclesiásticos, no embargante lo cual cumplía casi de diario con sus deberes religiosos, como si le hubiesen estado prescriptos y ampliamente precisados en la Ordenanza.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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