I
La Taurina, de Pepe Garabato, fue famosa en los
tiempos isabelinos. Era un colmado de estilo andaluz, donde nunca
faltaban niñas, guitarra y cante. Aquella noche reunía a lo más florido
del trueno madrileño. El Barón de Bonifaz, Gonzalón Torre-Mellada,
Perico el Maño y otros perdis llegaban en tropel, después de un
escándalo en Los Bufos. Venían huyendo de los guardias, y con alborozada
rechifla, estrujándose por la escalera, se acogieron a un reservado de
cortinillas verdes. Batiendo palmas pidieron manzanilla a un chaval con
jubón y mandil. Entraron dos niñas ceceosas, y a la cola, con la
guitarra al brazo, Paco el Feo.
II
Comenzó la juerga. Las niñas batían palmas con
estruendo, y el chaval entraba y salía toreando los repelones de Luisa
la Malagueña. La daifa, harta de aquel juego saltó sobre la mesa y,
haciendo cachizas, comenzó a cimbrearse con un taconeo:
—¡Olé!
Se recogía la falda, enseñando el lazo de las ligas. Era menuda y
morocha, el pelo endrino, la lengua de tarabilla y una falsa
truculencia, un arrebato sin objeto, en palabras y acciones. Se hacía la
loca con una absurda obstinación completamente inconsciente. En aquel
alarde de risas, timos manolos y frases toreras advertíase la amanerada
repetición de un tema. La otra daifa, fea y fondona, con chuscadas de
ley y mirar de fuego, había bailado en tablados andaluces, antes de
venir a Madrid, con Frasquito el Ceña, puntillero en la cuadrilla de
Cayetano. Asomó cauteloso el Pollo de los Brillantes. Esparcía una
ráfaga de cosmético que a las daifas del trato seducía casi al igual que
las luces de anillos, cadenas y mancuernas. Susurró en la oreja de
Adolfito:
—¡Estate alerta! A Paquiro le han echado el guante los guindas y vendrán a buscaros. Ahora quedan en el Suizo.
Interrogó Bonifaz en el mismo tono:
—Paquiro ¿se ha berreado?
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