La Misa de San Electus
Ramón María del Valle-Inclán
Cuento
Las mujerucas que llenaban sus cántaros en la fuente comentaban aquella desgracia con la voz asustada. Éranse tres mozos que volvían cantando del molino, y a los tres habíales mordido el lobo rabioso que bajaba todas las noches al casal. Los tres mozos, que antes eran encendidos como manzanas, ahora íbanse quedando más amarillos que la cera. Perdido todo contento, pasaban los días sentados al sol, enlazadas las flacas manos en torno de las rodillas, con la barbeta hincada en ellas. Y aquellas mujerucas que se reunían a platicar en la fuente cuando pasaban ante ellos solían interrogarles:
—¿Habéis visto al saludador de Cela?
—Allá hemos ido todos tres.
—¿No vos ha dado remedio?
—Vos engañáis, rapaces. Remedio lo hay para todas las cosas queriendo Dios.
Y se alejaban las mujerucas encorvadas bajo sus cántaros, que goteaban el agua, y quedábanse los tres mozos mirándolas con ojos tristes y abatidos, esos ojos de los enfermos a quienes les están cavando la hoya. Ya llevaban así muchos días, cuando con el aliento de una última esperanza se reanimaron y fueron juntos por los caminos pidiendo limosna para decirle una misa a San Electus. Cuando llegaban a la puerta de las casas hidalgas, las viejas señoras mandaban socorrerlos, y los niños, asomados a los grandes balcones de piedra, los interrogábamos:
—¿Hace mucho que fuisteis mordidos?
—Cumpliéronse tres semanas el día de San Amaro.
—¿Es verdad que veníais del molino?
—Es verdad, señorines.
—¿Era muy de noche?
—Como muy de noche no era, pero iba cubierta la luna y todo el camino hacía oscuro.
Dominio público
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Publicado el 4 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.