El Resplandor de la Hoguera
Ramón María del Valle-Inclán
Novela
I
Oíase un lejano cascabeleo que parecía rolar sobre la nieve. Y se acercaba aquel són ligero y alegre. Una voz habló desde el fondo del carro:
—¡Pues no habíamos equivocado el camino!
Y respondió, desabrido, el hombre que iba á pie, al flanco del tiro:
—Todavía no lo sé.
—¡Esas campanillas parecen del correo!
—Todavía no lo sé.
—El correo que anochecido llega á Daoiz.
—Todavía no lo sé.
—Ayer le hemos visto entrar en la plaza.
—Digo que todavía no lo sé.
Para terminar chascó el látigo sobre las orejas de las mulas. Era un viejo encanecido en la vida de contrabandista, silencioso, pequeño y duro. Caminaba á la cabeza del tiro, embozado en la manta y fumando un cigarro de Virginia. Las ruedas se enterraban en la nieve, y las mulas, bajo el restallido del látigo, se tendían con una tristeza resignada y penitente. Aquel camino era una trocha á través de la sierra, entre quebradas y peñascales. Algunas veces el carro se atascaba, y para ayudar á empujarle, salían del interior dos mujeres y un mozo. Allá lejos, por la altura blanca de nieve, apareció un jinete, apenas una sombra negra, que venía trotando. El contrabandista rezongó:
—¡Buen perro cazallo! ¡Jo!… ¡Coronela!… ¡Jo!… ¡Reparada!…
El mozo asomó la cabeza fuera del toldo, que goteaba agua de nieve.
—¿Es el correo?
—Ya puede usted ir solo por las veredas. ¡Jo!… ¡Reparada!…
El mozo saltó á tierra y avizoró el camino:
—¿Por dónde viene?
—Ahora no puede verlo, que baja la cuesta. Solamente el sombrero se le discierne, acullá, al ras de la nieve. Parece un pájaro negro que apeona.
Habló desde el carro una de las mujeres:
—Si fuese el correo nos daría noticias.
El contrabandista humeó su tagarnina:
Dominio público
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Publicado el 30 de abril de 2017 por Edu Robsy.