Textos más descargados de Ramón María del Valle-Inclán | pág. 5

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autor: Ramón María del Valle-Inclán


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Flor de Almendro

Ramón María del Valle-Inclán


Cuentos


El porqué de este libro

Este libro debe en gran parte su aparición a don Luis Ruiz Contreras.

Suele don Luis venir a vernos todas las mañanas que sale de su casa, y una de ellas me dijo al entrar:

—Vengo de ver a Valle-Inclán, que está enfermo. No sé cómo vive. Es decir, sí lo sé: vive a fuerza de espíritu, porque no tiene sino la piel y los huesos. Además, anda mal de dinero. Vosotros, que vendéis ahora tanto libro, ¿por qué no le publicáis algo? Además de hacerle un favor, sería seguramente para vosotros un buen negocio. Valle, como sabéis mejor que yo, es de los pocos que aun se venden. Por supuesto, se vende porque debe venderse y se seguirá vendiendo durante mucho tiempo, pues lejos de agotarse, diríase que desde “Tirano Banderas” ha empezado lo más consistente de su obra.

—Por mi parte—respondí—no hay inconveniente alguno. Es más, tengo el propósito de emprender la publicación de una biblioteca parecida a la “Biblioteca de Bolsillo”; es decir, barata y bien presentada, pero exclusivamente de literatura moderna, y bien pudiéramos romper fuego con un libro suyo.

—¿Le digo entonces que he hablado contigo y que aceptas en principio?

—Desde luego.

—Pues esta misma tarde volveré a su casa. Tenía que llevarle unos libros que le he prometido, y con este motivo no lo dejaré para mañana. Se alegrará.

—Me parece muy bien.

—Lo malo es que si quieres cosa inédita no sé si te la podrá dar. Tiene, por lo que me ha dicho, algo de la serie del “Ruedo Ibérico” entre manos; pero apenas esbozado.


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Dominio público
308 págs. / 9 horas / 111 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Santa Baya de Cristamilde

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


I

Doña Micaela de Ponte y Andrade, hermana de mi abuelo, tenía los demonios en el cuerpo, y como los exorcismos no bastaban a curarla, decidiose en consejo de familia, que presidió el abad de Brandeso, llevarla a la romería de Santa Baya de Cristamilde. Fuimos dándole escolta yo y un criado viejo. Salimos a la media tarde para llegar a la media noche, que es cuando se celebra la misa de las endemoniadas.

II

Santa Baya de Cristamilde está al otro lado del monte, allá en los arenales donde el mar brama. Todos los años acuden a su fiesta muchos devotos. Por veces a lo largo de la vereda, hállase un mendigo que camina arrastrándose, con las canillas echadas a la espalda. Se ha puesto el sol, y dos bueyes cobrizos beben al borde de una charca. En la lejanía se levanta el ladrido de los perros vigilantes en los pajares. Sale la luna y el mochuelo canta escondido en un castañar. Cuando comenzamos a subir el monte es noche cerrada, y el criado, para arredrar a los lobos, enciende un farol. Delante va una caravana de mendigos: se oyen sus voces burlonas y descreídas: como cordón de orugas se arrastran a lo largo del camino. Unos son ciegos, otros tullidos, otros lazarados. Todos ellos comen del pan ajeno. Van por el mundo sacudiendo vengativos su miseria y rascando su podre a la puerta del rico avariento: una mujer da el pecho a su niño, cubierto de lepra, otra empuja el carro de un paralítico: en las alforjas de un asno viejo y lleno de mataduras van dos monstruos: las cabezas son deformes, las manos palmípedas.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 283 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Los Cruzados de la Causa

Ramón María del Valle-Inclán


Novela


I

Caballeros en mulas y á su buen paso de andadura, iban dos hombres por aquel camino viejo que, atravesando el monte, remataba en Viana del Prior. Á tiempo de anochecer entraban en la villa espoleando. Las mujerucas que salían del rosario, viéndolos cruzar el cementerio con tal prisa, los atisbaron curiosas sin poder reconocerlos, por ir encapuchados los jinetes con las corozas de juncos que usa la gente vaquera en el tiempo de lluvias, por toda aquella tierra antigua. Pasaron los jinetes con hueco estrépito sobre las sepulturas del atrio, y las mujerucas quedáronse murmurando apretujadas bajo el porche, ya negro á pesar del farol que alumbraba el nicho de un santo de piedra. Voces de viejas murmuraron bajo el misterio de los manteos:

—¡Son las caballerías del palacio!

—Esperaban, días hace, al señor mi Marqués. Viene para levantar una guerra por el Rey Don Carlos.

—¡Y el sacristán de las monjas espareció!

—Bajo el Crucero de la Barca, dicen que hay soterrados cientos de fusiles.

—El sacristán no se fué sólo, que con él se partieron cuatro mozos de la aldea de Bealo. Á todos los andan persiguiendo.

—No quedará quien labre las tierras. Aquellos mozos que no van á la guerra por la su fe, luego se van por la fuerza á servir en los batallones del otro rey.

—¡Nunca tal se vió como agora! ¡Dos reyes en las Españas!

—¡Como en tiempo de moros!

—Bárbara la Roja, que tiene al marido contrabandista, va diciendo por ahi que el sacristán dejóse ver con una partida en la raya de Portugal.

—¡Santo fuerte, si lo cogen lo afusilan!

—¡Afusilado murió su padre!

—¡No hay plaga más temerosa que la guerra que se hacen los reyes!

—¡Las Españas son grandes, y podían hacer partición de buena conformidad!


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Dominio público
72 págs. / 2 horas, 6 minutos / 645 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2017 por Edu Robsy.

La Hueste

Ramón María del Valle-Inclán


Teatro


(Un camino. A lo lejos, el verde y oloroso cementerio de una aldea. Es de noche y la luna naciente brilla entre los cipreses. Don Juan Manuel Montenegro, que vuelve borracho de la feria, cruza por el camino jinete en un potro que se muestra inquieto y no acostumbrado a la silla. El hidalgo, que se tambalea de borrén a borrén, le gobierno sin cordura, y tan pronto le castiga con la espuela como le recoge las riendas. Cuando el caballo se encabrita, luce una gran destreza y reniega como un condenado.)


EL CABALLERO.—¡Maldecido animal...! ¡Tiene todos los demonios en el cuerpo...! ¡Un rayo me parta y me confunda!

UNA VOZ.—¡No maldigas, pecador!

OTRA VOZ.—¡Tu alma es negra como un tizón del infierno, pecador!

OTRA VOZ.—¡Piensa en la hora de la muerte, pecador!

OTRA VOZ.—¡Siete diablos hierven aceite en una gran caldera para achicharrar tu cuerpo mortal, pecador!

EL CABALLERO.—¿Quién me habla? ¿Sois voces del otro mundo? ¿Sois almas en pena o sois hijos de...


(Un gran trueno retiembla en el aire, y el potro se encabrita con amenaza de desarzonar al jinete. Entre los maizales brillan las luces de la Santa Compaña. El caballero siente erizarse los cabellos de su frente, y disipados los vapores del mosto. Se oyen gemidos de agonía y herrumbroso son de cadenas que arrastran en la noche oscura las ánimas en pena que vienen al mundo para cumplir penitencias. La blanca procesión pasa como una niebla sobre los maizales.)


UNA VOZ.—¡Sigue con nosotros, pecador!

OTRA VOZ.—¡Toma un cirio encendido, pecador!

OTRA VOZ.—¡Alumbra el camino de la muerte, pecador!


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2 págs. / 4 minutos / 113 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2021 por Edu Robsy.

La Condesa de Cela

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


I

«Espérame esta tarde». No decía más el fragante blasonado plieguecillo.

Aquiles, de muy buen humor, empezó a pasearse canturreando retazos zarzueleros, popularizados por todos los organillos de España. Luego quedóse repentinamente serio. ¿Por qué le escribiría ella tan lacónicamente? Hacía algunos días que Aquiles tenía el presentimiento de una gran desgracia: Creía haber notado cierta frialdad, cierto retraimiento. Quizá todo ello fuesen figuraciones suyas, pero él no podía vivir tranquilo.


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17 págs. / 30 minutos / 82 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Fin de un Revolucionario

Ramón María del Valle-Inclán


Novela corta


Primera parte. La espada de Damocles

Los Bufos de Madrid

I

¡Se redondea el tuno de don Pancho!

—¡Vaya pestaña la del gachó!

—¡Ha dado con una mina!

—¡Aquí todo es bufo!

—¡Bufo y trágico!

—¡Pobre España! Dolora de Campoamor.

—Y dicen que en Turquía, al verla el gran Sultán...

II

En los cafés, los jugadores de dominó; en las redacciones, el gacetillero; en las tertulias de camilla y botijo, el gracioso que canta los números de la lotería; en el gran mundo, las tarascas más a la moda, los pollos en cambio de voz, los viejos verdes, todos los madrileños, en aquella hora, de licencias y milagros, canturreaban algún aire aprendido en el Teatro de los Bufos. Un cancán de alegres compases cierra los amenes de la fiesta isabelina, cuando los mochos candiles dislocaron el último guiño ante las pantorrillas de un cuerpo de baile, y solfas de opereta sustituían al himno de Riego.

III

—¡Me gustan todas, me gustan todas!

—¡Ya tenemos Teatro Nacional!

—¡Música y letra!

—¡Nosotros, que somos los creadores de la zarzuela, dando entrada al ínfimo género francés! ¿Por qué no llevar a los periódicos una cruzada combatiendo las traducciones de libretos y novelas? ¡Que se hagan ediciones económicas del Quijote! ¡Que se represente a los clásicos!

—¡Por ese camino iríamos muy lejos, Abelardo!

—¡No se prostituya usted con arreglos del francés, Eusebio!

—¡Hay que buscar el dinero donde fluye! ¡Arderius es otro Salamanca!


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41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 126 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Femeninas

Ramón María del Valle-Inclán


Cuentos, Colección


A Pedro Seoane

¡Cuánto tiempo que ni nos vemos ni nos escribimos, mi querido Seoane!

A pesar de este aparente olvido, si hoy, cual en aquellos días de locuras quijotescas volviese a necesitar de un amigo —un hombre, era la palabra que nosotros empleábamos entonces— el corazón guiaríame como siempre a tu puerta. Aunque con algunas canas de más, estoy seguro que volveríamos a ser los antiguos camaradas que tantas veces bebieron juntos en el vaso de la fraternidad estudiantil. Por eso, mi querido Pedro Seoane, al dedicarte este libro —el primero que escribo— me siento alegre, como el padre que al bautizar su primogénito, puede ponerle un nombre bien amado.

¡Es tan dulce, en medio del pesimismo que la ciencia de la vida exprime poco a poco en el alma, tener un amigo, y saberlo!…

Villanueva de Arosa, 20 de abril de 1894.

Prólogo

ES el presente, un libro, que puede decirse por entero juvenil. Lo es por la índole de los asuntos, porque su autor lo escribe en lo mejor de la vida, porque ha de tenérsele por un dichoso comienzo, y en fin, porque todo en él resulta nuevo y tiene su encanto y su originalidad. Con él gozamos de un placer ya que no raro, al menos no muy común, cual es el de leer unas páginas que se nos presentan como iluminadas por clara luz matinal, y en las cuales la poesía, la gracia y el amor, esas tres diosas propicias a la juventud, dejaron la imborrable huella de su paso.


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Dominio público
94 págs. / 2 horas, 46 minutos / 792 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Epitalamio

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


PARA mi maestro y amigo Jesús Muruais

I

—¡Oh, siempre aparece en ti el poeta, gran señor!

Y Augusta, verdaderamente encantada, volvió a leer la dedicatoria, un tanto dorevillesca, que el príncipe Attilio Bonaparte acababa de escribir para ella en la última página de los Salmos Paganos —¡aquellos versos de amor y voluptuosidad que primero habían sido salmos de besos en los labios de la gentil amiga!

—¡Eres encantador!… ¡Eres el único!… ¡Nadie como tú sabe decir las cosas! ¿De veras son éstos tus versos? ¡Yo quiero que seas el primer poeta del mundo! ¡Tómalos! ¡Tómalos! ¡Tómalos!…

Y Augusta le besaba con gracioso aturdimiento, entre frescas y cristalinas risas. Era su amor alegría erótica y victoriosa, sin caricias lánguidas, sin decadentismos anémicos, pálidas flores del bulevard. Ella sentía por el poeta esa pasión que aroma la segunda juventud, con fragancias de generosa y turgente madurez. Como el calor de un vino añejo, así corría por su sangre aquel amor de matrona lozana y ardiente, amor voluptuoso y robusto como los flancos de una Venus, amor pagano, limpio de rebeldías castas, impoluto de los escrúpulos que entristecen la sensualidad sin domeñarla. Amaba con el culto olímpico y potente de las diosas desnudas, sin que el cilicio de la moral atenazase su carne blanca, de blanca realeza, que cumplía la divina ley del sexo, soberana y triunfante, como los leones y las panteras en los bosques de Tierra Caliente.

Augusta susurró al oído del poeta:

—Mañana llega mi marido, y tendremos que vernos de otra manera, Attilio.

Una sonrisa desdeñosa tembló bajo el enhiesto mostacho del galán.

—Dejémosle llegar, madona.


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18 págs. / 32 minutos / 250 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Rey de la Máscara

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


El cura de San Rosendo de Gondar, un viejo magro y astuto, de perfil monástico y ojos enfoscados y parduscos como de alimaña montés, regresaba a su rectoral a la caída de la tarde, después del rosario. Apenas interrumpían la soledad del campo, aterido por la invernada, algunos álamos desnudos. El camino, cubierto de hojas secas, flotaba en el rosado vapor de la puerta solar. Allá, en la revuelta, alzábase un retablo de ánimas, y la alcancía destinada a la limosna mostraba, descerrajada y rota, el vacío fondo. Estaba la rectoral aislada en medio del campo, no muy distante de unos molinos. Era negra, decrépita y arrugada, como esas viejas mendigas que piden limosna, arrostrando soles y lluvias, apostadas a la vera de los caminos reales. Como la noche se venía encima, con negros barruntos de ventisca y agua, el cura caminaba de prisa, mostrando su condición de cazador. Era uno de aquellos cabecillas tonsurados que, después de machacar la plata de sus iglesias y santuarios para acudir en socorro de la facción, dijeron misas gratuitas por el alma de Zumalacárregui. A pesar de sus años conservábase erguido. Halagando el cuello de un desdentado perdiguero, que hacía centinela en la solana, entró el párroco en la cocina a tiempo que una moza aldeana, de ademán brioso y rozagante, ponía la mesa para la cena:

—¿Qué se trajina, Sabel?

—Vea, señor tío…


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 73 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Cuento de Abril

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


Queremos, lector, que sepas, que nos tienen hartos y aburridos los rígidos moralistas que pululan ahora por donde quiera.

Aunque no nos jactamos de virtuosos, respetamos la virtud; pero no la creemos tan vocinglera y tan espantadiza como la de estos censores de la India. Si hubiéramos de escribir a gusto de algunos; si hubiéramos de tomar su rigidez por valedera y no fingida, y si hubiéramos de ajustar a ella nuestros escritos, tal vez ni las Agonías del tránsito de la muerte de Venegas, ni Los gritos del infierno, del padre Boneta, serían edificantes modelos que imitar.

Por desgracia, esa rigidez es sólo aparente. Esa rigidez no tiene otro resultado que la de exaltar los ánimos, haciéndoles dudar y burlarse, aunque sólo sea en sueños, de la hipocresía farisaica que ahora se usa.

Véase, si no, el sueño que ha tenido un amigo nuestro, y que trasladamos aquí íntegro, cuando no para recreo, para instrucción de los lectores.

Nuestro amigo soñó lo que sigue:


«Más de 2600 años ha que era yo en Susa un sátrapa muy querido del gran rey Arteo, y el más rígido, grave y moral de todos los sátrapas. El santo varón Parsondes había sido mi maestro, y me había comunicado todo lo comunicable de la ciencia y de la virtud del primer Zoroastro.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 123 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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