Textos más vistos de Ramón María Tenreiro etiquetados como Cuento disponibles | pág. 2

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autor: Ramón María Tenreiro etiqueta: Cuento textos disponibles


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La Codorniz

Ramón María Tenreiro


Cuento


Jamás hubo forzados de galera maltratados con tan negra impiedad por desalmado cómitre como lo éramos aquella docena escasa de rapaces, pollada de Seminario, galeotes del latín, que aprendíamos letras divinas y humanas bajo el áspero azote de un dómine sin entrañas, en la cátedra humilde de la diminuta villa de Somonte. Invierno y verano, mañana y tarde, la angosta callejuela “de la cátedra” llenábase con el sabio zumbar de los pretéritos y supinos que mascullábamos a coro, a cuyo compás movían sus bolillos las niñas que urdían randas en los balcones de las casas fronteras. Mas no pasaba hora sin que sobre la salmodia dormilona de nuestro abejorreo no se alzara la áspera voz del preceptor reprendiéndonos con airados gritos, al tiempo que, con profundo estremecimiento piadoso de las encajeras, resonaban los restallidos de la penca, con que eran tundidas nuestras costillas, y los clamores medrosos del castigado. ¡Infame latín! ¡Malditos Cicerón y Horacio! ¿Qué déspota en el mundo habrá costado tantos sollozos a la humanidad como la infanda Epístola ad Pisones? Con tales procedimientos de enseñanza nuestros lomos eran un puro cardenal, y nuestra mollera, a golpes de puntero, llenábase de chichones por fuera y de gramática por dentro.


Masculino es fustis, axis,
Torris, caulis, sanguis, collis...


¡Horror! ¡Al cabo de sesenta años me escuecen aún los trastazos!


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 24 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2023 por Edu Robsy.

Maleficio

Ramón María Tenreiro


Cuento


Restallaban los truenos con fragor horrísono, despertando los dormidos ecos de los montes, y a su voz estremecíase la decrépita techumbre de la casuca aldeana, cuyas vigas crujían como si fueran a derrumbarse al peso del miedo. El cegante fulgor de los relámpagos abríase paso por las mal unidas tejas y las carcomidas hojas de las ventanas, metíase violento en el mísero hogar e iluminaba, con su luz despiadada, el suelo de tierra de la vivienda, las desnudas paredes de oscura pizarra, el tosco maderamen del tejado, negro del hollín que, año tras año, habían ido depositando en él los humos del llar, que, a falta de chimenea, salían trabajosamente al cielo por las hendiduras de la teja vana, trocando la casa entera en incensario.

Apretujada contra su marido, temblorosa de frío y espanto, la tía Antona respiraba con angustia, gemía y rezaba bajo las mugrientas mantas de la yacija conyugal:

—Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita... ¿Pero tú oyes, hô, tú oyes?... ¡En mi vida toda!... Estos no son truenos. Es que el mundo se hunde y el Señor llama a juicio a sus criaturas.

Pero el tío Mingos gruñía sordamente para que el terror no se le asomara a los labios:

—¡Cállate, mujer! ¡Duérmete!... Es una tronada como todas...

—¡Qué ha de ser!... ¡Si habré visto yo tronadas en los setenta años que Dios ha querido tenerme hasta hoy en el mundo!... ¡Pero como ésta!... ¡Escucha, escucha!... ¡Dios me lo perdone! Es como si el enemigo anduviera levantando las tejas del tejado.

Caía a torrentes la lluvia; azotaba muros y techumbre con un estruendo tal, que por momentos perdíase en él el bronco retumbar de los truenos. Dentro de la casa llovía poco menos que fuera; hasta la propia cama llegaba el agua. El chorrear de las goteras y el fatigoso aliento de la anciana sonaban acompasados en medio del estrépito exterior. Y la vieja pensaba entre suspiros y oraciones:


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Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 23 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2023 por Edu Robsy.

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