Almas Errantes
Ricardo Catarineu
Cuento
En la carretera
Es Maizales una blanca y verde aldea imaginaria, blancas las casas, verdes los prados, orilla del río, no lejos de la mar. Acampados ejércitos formidables de maíz, que le dan nombre, del río la separan. Bordea el maizal llana y polvorienta carretera, que limita por el otro lado con alegres colinas. Aquí y allá, en llano o monte, álzanse dispersas muchas casitas albas y relucientes como la nieve al sol. No pocas de ellas son elegantes hotelitos, rodeados de frondosa huerta o florido jardín, resguardados por verjas de hierro pintado de colores chillones.
A la entrada del poblado, y enclavado en el camino, se ve un edificio que, si en la parte alta aspira pomposamente a ser fonda, en la planta baja no quiere ser taberna, sin conseguir ninguna de ambas inofensivas pretensiones. Frente por frente a este hospedaje modesto y limpio, una parra sirve de toldo a la mesa de piedra, en torno de la cual hay siempre rústicos bancos y, en éstos sentados, rústicos ociosos murmuradores.
Como la murmuración no basta a llenar por completo los días de sol, con ella alterna el juego, y para mayor variedad, el tute se hermana con el monte, o tras de la reñida baraja, triunfa el pacífico dominó.
La gallarda moza, más que tabernera y menos que fondista, suelta de andares, rubicunda de rostro, apretada de carnes, viene o va, conforme la llaman o despiden los jugadores, trayendo o llevando las cartas y fichas, el vaso de cerveza, la copa de licor. De esta suerte, al vicioso ningún incentivo le falta: una deleitosa bebida, una partida animada y una buena moza —vino, juego y mujer—, las tres cosas tiene.
La muchacha, para desesperación de sus admiradores, es implacablemente honrada, y así el recreo no pasa de los ojos. El más inocente requiebro lo tomaría como un agravio.
Dominio público
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Publicado el 11 de octubre de 2017 por Edu Robsy.