Ferroviaria
Ricardo Güiraldes
Cuento
—¡Ahí viene el Zaino! —anunció Alberto desde la puerta del pequeño salón de espera.
Recoger las valijas, salir al andén y ponernos buenamente a contemplar el punto negro, empenachado de humo, que venía hacia nosotros agrandándose, fue obra de un segundo.
Las despedidas se cruzaron.
—Hasta pronto, entonces: que se diviertan por allá, y no olvide, Alberto, le recomiendo mi compañera, por si le hace falta algo..., atiéndamela ¿no?
—Pierda cuidao. Por de pronto, la señora —dijo mi compañero dirigiéndose a la busta y hermosa alemana—, nos hará el honor de comer con nosotros.
—Con mucho gusto.
—Otra vez, entonces, ¡hasta la vuelta!
—Esoés, ¡adiós, adiós!
Y tras los últimos apretones de manos, nos colamos a nuestro coche, sacamos el polvo de los asientos a grandes latigazos de nuestros pañuelos, abrimos la ventanilla, acomodamos las valijas y nos sentamos con satisfacción de conquistadores.
No hubo más voces, ni movimiento en la estación campera, que pronto dejamos en su silencio.
Afuera, la llanura corría, a veces interceptada por algún árbol, demasiado cercano, que aturdía los ojos.
—Supongo —dije a Alberto— que me presentarás la rubia.
Y siguiendo a esta pregunta, hice otras, cuyas contestaciones me fueron satisfactorias.
—Bueno, vamos al comedor, que nos estará esperando.
Sola y halagada por muchos ojos, nuestra flamante amiga aguardaba sonriente. Los manteles se cargaron de vinagreras, platos, cubiertos, y, poco a poco, los viajeros llegaban con andar inseguro, buscando en torno las caras menos desagradables para hacerlas sus compañeras de comida.
Dominio público
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Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.