Máscaras
Ricardo Güiraldes
Cuento
Nos paseábamos hacía rato, secándonos del zambullón reciente, recreados por toda aquella grotesca humanidad, bulliciosa e hirviente, en la orilla espumosa del infinito letargo azul.
El sol ardía al través de la irritante ordinariez de los trajes de baño.
—Verdad —decía Carlos—, tendría razón el refrán si dijera: «el hábito hace al monje». ¡Qué pudor ni que ocho cuartos, aquí hay coquetería y una anca se luce como un collar en un baile! Pero ahí viene Alejandro y le vamos a hacer contar aventuras extraordinarias.
Saludos. Carlos hace alusiones al ambiente singularmente afrodisiaco del lugar; Alejandro sonríe de arriba y toca con los ojos indiscretos los retazos de formas mujeriles que se acusan en la negra adherencia de los trapos mojados.
Nos mira con pupilas crispadas de visiones libidinosas y arguye convencido:
—Se vive en un tarro de mostaza. El sueño es una incubación de energías, el aire matinal un «pick me up» y este espectáculo diario es tan extraordinario para la «taparrabería» de nuestra vida cotidiana, que uno anda vago de mil promesas incumplidas, como las pensionistas de convento privadas del mundo ansiado que les desfila en desafío bajo las narices.
Por suerte, hay una que otra rabona posible...
—Así que vos, a pesar de tu renombre donjuanesco... ¿se te acabaría la racha?
—¿Racha?... El mío es un oficio como cualquier otro. Lógico es que algo me resulte.
—Y ¿nada para contarnos?
—¡Algo siempre hay!
—¿De carnaval?... ¿La eterna mascarita?
—¡Sí, la eterna mascarita!...
Y eso es natural en un día anónimo.
—¿Nos contarás tu aventura?
—Si quieren; es bastante curiosa... Vamos a vestirnos y, tomando los copetines, charlaremos.
Dominio público
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Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.