El Hacedor de Lunas
Robert Chambers
Cuento
He escuchado lo que los Conversadores conversaban: la conversación
Del principio y el fin;
Pero yo no converso del pnncipio y el fin.
¡Vaya! ¿Quién eres tú para enseñar y Él para aprender?
I
Respecto a Yue-Laou y el Xin no sé más que lo que sabrán ustedes. Siento una tremenda ansiedad por aclarar el asunto. Quizá lo que escriba salve el dinero y las vidas del Gobierno de los Estados Unidos, quizás impulse al mundo científico a la acción; de cualquier modo pondré fin a la terrible incertidumbre que sufren dos personas. La certeza es mejor que la incertidumbre.
Si el Gobierno se atreve a no tener en cuenta esta advertencia y se niega a enviar sin demora, una expedición bien equipada, el pueblo del Estado se vengará sin vacilar de toda la región y dejará un desvastado yermo ennegrecido donde ahora arboledas y prados florecidos bordean el lago de los Bosques del Cardenal.
Ustedes conocen ya parte de la historia; los periódicos de Nueva York publicaron abundantes y supuestos detalles. Esto sí es cierto: Barris atrapó al "Abrillantador" con las manos rojas o, más bien amarillas, porque sus bolsillos, sus botas y sus sucios puños estaban llenos de piezas de oro. Yo digo oro con conocimiento de causa. Ustedes llámenlo como quieran. Saben también cómo Barris fue… pero a no ser que empiece por el principio de mis propias experiencias, no estarán ustedes después de todo mejor enterados.
El tres de agosto de este año estaba yo en Tiffany's conversando con George Godfrey del departamento de diseño. Sobre el mostrador de cristal que nos separaba había una serpiente enrollada, una exquisita pieza de oro cincelado.
—No —replicó Godfrey a mi pregunta—, no es obra mía; me gustaría que lo fuera. ¡Vaya, hombre, es una obra maestra!
—¿De quién? —pregunté.
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Publicado el 3 de enero de 2017 por Edu Robsy.