El Mensajero
Robert Chambers
Cuento
Pequeño mensajero gris,
vestido como la Muerte pintada,
polvo es tu vestido.
¿A quién buscas
entre lirios y capullos cerrados
al atardecer?
Entre lirios y capullos cerrados
al atardecer
¿a quién buscas,
pequeño mensajero gris
vestido en el espantable atuendo
de la Muerte pintada?
Omniprudente
¿has visto todo lo que hay que ver con tus dos ojos?
¿Conoces todo lo que hay por conocer y, por tanto,
omnisciente
te atreves a decir no obstante que tu hermano miente?
R .W. C.
I
—La bala entró por aquí —dijo Max Fortin, y puso su dedo medio en un limpio boquete exactamente en medio de la frente.
Yo estaba sentado en un montículo de algas y me descolgué la escopeta con que cazaba aves.
El pequeño químico palpó con precaución los bordes del agujero abierto por el disparo, primero con el dedo medio, luego con el pulgar.
—Déjeme ver el cráneo otra vez —dije.
Max Fortin lo alzó del suelo.
—Es como todos los otros —observó. Yo asentí con la cabeza sin ofrecerme a aliviarlo de la carga. Al cabo de un momento, reflexivamente volvió a ponerlo sobre la hierba a mis pies.
—Es como todos los otros —repitió, limpiando sus gafas con el pañuelo—. Pensé que querría ver uno de los cráneos, de modo que traje éste del cascajar. Los hombres de Bannalec están todavía cavando. Tendrían que detenerse.
—¿Cuántos cráneos hay en total? —pregunté.
—Encontraron treinta y ocho cráneos; hay treinta y nueve anotados en la lista. Están apilados en el cascajar al borde del trigal de Le Bihan. Los hombres están trabajando todavía. Le Bihan los detendrá.
—Vayamos allí —dije; y cogí mi escopeta y me puse en camino a través de los riscos, Fortin a un lado, Môme al otro.
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Publicado el 3 de enero de 2017 por Edu Robsy.