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autor: Robert E. Howard editor: Edu Robsy textos no disponibles


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Hombres de las Sombras

Robert E. Howard


Cuento


Del sombrío amanecer rojizo de la Creación,
de las nieblas del Tiempo sin tiempo,
llegamos nosotros, la primera gran nación,
la primera en iniciar el ascenso.

Salvajes, sin maestros, ignorantes,
buscando a tientas a través de la noche primitiva,
y con todo aferrando débilmente el resplandor,
el atisbo de la Luz venidera.

Viajando por tierras vírgenes,
navegando en mares desconocidos;
encerrados en el laberinto de los misterios del mundo,
echando nuestros mojones de piedra.

Asiendo vagamente la gloria,
mirando más allá de nuestro entendimiento;
mudamente la historia de las eras
erigiéndose en llanuras y pantanos.

Ved cómo arde imperecedero el Fuego Perdido.
Hechos estamos del moho de los eones.
Las naciones han hollado nuestros hombros,
pisoteándonos en el polvo.

Somos la primera de las razas,
uniendo lo Viejo y lo Nuevo...
Mirad, donde los espacios del mar nebuloso
se mezclan con el azul del océano.

Así nos hemos mezclado con las eras,
y el viento del mundo remueve nuestras cenizas.
Nos hemos desvanecido de las páginas del Tiempo.
¿Nuestro recuerdo? Viento en los abetos.

Stonehenge, de gloria largamente perdida,
sombría y solitaria en la noche,
murmura la historia vieja de eras,
de cómo alumbramos la primera de las Luces.

Hablad, vientos nocturnos, de la creación del hombre,
susurrad sobre barrancos y pantanos,
la historia de la primera gran nación,
los últimos hombres de la Edad de Piedra.

La espada se enfrentó a la espada, chocando y resbalando.

—A-a-ailla! A-a-ailla! —subió un creciente clamor que surgía de cien gargantas salvajes.


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26 págs. / 46 minutos / 126 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Espadachina

Robert E. Howard


Cuento


1. Res adventura

—¡Agnès! Pelirroja del Infierno, ¿dónde estás?

Era mi padre, llamándome de la forma habitual. Eché hacia atrás los cabellos empapados en sudor que me caían sobre los ojos y volví a apoyarme las gavillas en el hombro. En mi vida había pocos momentos de descanso.

Mi padre apartó los arbustos y avanzó por el claro…

Era un hombre alto, de rostro demacrado, moreno por los soles de muchas campiñas, marcado por cicatrices recibidas al servicio de reyes codiciosos y duques ladrones. Me miró irritado y debo reconocer que no le habría reconocido si hubiera tenido otra expresión.

—¿Qué hacías? —rugió.

—Me enviaste a recoger madera al bosque —respondí amorosamente.

—¿Te dije que te ausentaras todo el día? —rugió, al tiempo que intentaba darme un golpe en la cabeza, cosa que evité sin esfuerzo gracias a la larga práctica—. ¿Has olvidado que es el día de tu boda?

Al oír aquellas palabras, mis dedos quedaron sin fuerza y soltaron la cuerda; las ramas cayeron y se esparcieron al golpear contra el suelo. El color dorado desapareció del sol y la alegría se alejó de los trinos de los pájaros.

—Lo había olvidado —murmuré, con los labios súbitamente secos.

—Bien, recoge las ramas y sígueme —rezongó mi padre—. El sol ya se pone por el oeste. Hija ingrata… desvergonzada… ¡que obligas a tu padre a seguirte por todo el bosque para llevarte junto a tu marido!

—¡Mi marido! —murmuré—. ¡François! ¡Por las pezuñas del diablo!

—¿Y juras, maldita? —siseó mi padre—. ¿Debo darte una nueva lección? ¿Te burlas del hombre que he elegido para ti? François es el muchacho más apuesto que puedes encontrar en toda Normandía.


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49 págs. / 1 hora, 27 minutos / 68 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Sombra del Buitre

Robert E. Howard


Novela corta


Capítulo 1

—¿Han sido esos perros convenientemente vestidos y cebados?

—Sí, Protector de los Creyentes.

—Pues que los traigan y que se arrastren ante la presencia.

Y fue de aquel modo como los embajadores, pálidos tras los muchos meses de prisión, fueron conducidos ante el trono de Solimán el Magnífico, sultán de Turquía, y el monarca más poderoso en un tiempo de monarcas poderosos. Bajo el gran domo púrpura de la sala real brillaba el trono ante el que temblaba el mundo entero… revestido de oro y con perlas incrustadas. La fortuna en gemas de un emperador adornaba el palio de seda del que colgaba una red de perlas brillantes rematada con un festón de esmeraldas. Aquellas joyas formaban como un halo de gloria por encima de la cabeza de Solimán. Sin embargo, el esplendor del trono palidecía ante la presencia de la centelleante silueta que en él se sentaba, ataviada de pedrerías y con un turbante cuajado de diamantes y rematado con una pluma de garza. Sus nueve visires se encontraban cerca del trono, en actitud humilde. Los soldados de la guardia imperial se alineaban ante el estrado… Solaks con armadura, plumas negras, blancas y escarlatas ondeando por encima de los dorados cascos.


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56 págs. / 1 hora, 39 minutos / 196 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Las Puertas del Imperio

Robert E. Howard


Cuento


I

El clangor de los amargados centinelas en las torretas, el irregular rugido de la brisa primaveral, no podían ser oídos por los ocupantes del sótano del castillo de Godofredo de Courtenay; y el ruido que hacían estas personas quedaba amortiguado por el espesor de los macizos muros.

Un fluctuante candil iluminaba las rugosas paredes, desnudas y poco acogedoras, flanqueadas con un entramado de toneles y barrilones sobre los que se extendía un velo de polvorientas telarañas. La parte superior de uno de los barriles había sido retirada, y unas manos, cada vez menos firmes, habían sumergido una y otra vez sus cazos de catar en el interior del espumoso líquido.

Agnes, una de las mozas del servicio, había robado del cinturón del mayordomo la descomunal llave de hierro que abría la puerta del sótano; y sintiéndose osados ante la ausencia de su señor, cierto grupo pequeño aunque no demasiado selecto estaba montando una buena juerga, sin pensar demasiado en lo que sucedería al día siguiente.

Agnes, sentada sobre las rodillas de Peter el paje, empleaba uno de los cazos para marcar el ritmo de una canción procaz que ambos balbuceaban en diferentes tonos y escalas. Caía cerveza por el borde del bamboleante cazo, así como por la barbilla de Peter, una circunstancia que estaba muy lejos de notar.

La otra moza, Marge la gorda, rodaba sobre su banco y se palmeaba los amplios muslos en rugiente apreciación por el relato picante que Giles Hobson acababa de contar. Este último individuo bien podría haber sido el señor del castillo, a juzgar por sus maneras, en lugar de un vagabundo pícaro empujado por los vientos de la adversidad. Con la espalda apoyada en un barril, y sus pies calzados con botas apoyados en otro, desató el cinturón que contenía su prominente barriga en el interior de su justillo de cuero, y volvió a sumergir el hocico en la espumeante cerveza.


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48 págs. / 1 hora, 25 minutos / 77 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Dioses de Bal-Sagoth

Robert E. Howard


Cuento


1. Acero en la tormenta

El relámpago deslumbró los ojos de Turlogh O’Brien y sus pies resbalaron sobre un charco de sangre mientras se dirigía tambaleante hacia la oscilante cubierta. El entrechocar del acero rivalizaba con el estruendo del trueno, y los gritos de muerte atravesaban el rugido de las olas y el viento. El incesante parpadeo del relámpago destellaba sobre los cadáveres que se desparramaban enrojecidos y sobre las gigantescas figuras cornudas que rugían y golpeaban como inmensos demonios salidos de la tormenta de medianoche, con la gran proa en forma de pico cerniéndose sobre ellos.

La maniobra era rápida y desesperada; bajo la iluminación momentánea una feroz cara barbuda resplandeció ante Turlogh, y su veloz hacha centelleó, partiéndola hasta el mentón. En la breve y completa negrura que siguió al relámpago, un golpe invisible arrancó el casco de Turlogh de su cabeza y él respondió ciegamente, sintiendo cómo su hacha se hundía en la carne, y oyendo a un hombre aullar. Una vez más estallaron los fuegos en los cielos furiosos, mostrando al gaélico el círculo de rostros salvajes, el cerco de acero resplandeciente que le rodeaba.

Con la espalda contra el mástil principal, Turlogh esquivó y atacó; entonces, a través de la locura de la refriega resonó una fuerte voz, y en un instante relampagueante el gaélico atisbo una figura gigante, un rostro extrañamente familiar. Luego, el mundo se sumió en una negrura pintada de fuego.


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49 págs. / 1 hora, 26 minutos / 62 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Navidad, Dorada Esperanza

Robert E. Howard


Cuento


I

Red Ghallinan era un pistolero. Tal vez no sea el mejor oficio del que jactarse, pero Red estaba orgulloso de ello; orgulloso de su habilidad manejando armas de fuego, orgulloso de las muescas grabadas en los largos y azules cañones de sus pesados Colts del 45.

Era Red un tipo enjuto de mediana estatura, boca cruel de labios finos y apretados y ojos vivaces e inquietos. Era algo patizambo de tanto cabalgar y, con ese rostro torvo suyo y esos andares tan desgarbados, resultaba de hecho una figura escasamente atractiva. El alma y la mente de Red estaban tan retorcidas como su exterior; su reputación de pendenciero hacía que los hombres evitaran a toda costa ofenderlo, pero al mismo tiempo lo apartaba de todo contacto humano, pues ningún hombre, bueno o malo, desea la amistad de un asesino. Incluso los buitres sin ley lo temían demasiado para admitirlo en sus partidas, por lo que se había convertido en un lobo solitario. Sin embargo, a veces, un lobo solitario puede resultar más temible que la manada en pleno.


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6 págs. / 10 minutos / 38 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Reyes de la Noche

Robert E. Howard


Cuento


1

Dormitaba el César en su trono de marfil…
Vinieron sus férreas legiones
para vencer a un rey en una tierra ignota
y una raza sin nombre.

La canción de Bran
 

La daga cayó con un destello. Un grito agudo se convirtió en un estertor. La figura que yacía en el tosco altar se retorció convulsivamente y quedó inmóvil. El mellado filo de pedernal desgarró el pecho enrojecido y unos dedos delgados y huesudos, horrendamente manchados, arrancaron el corazón aún Palpitante. Bajo unas espesas cejas blancas, dos ojos penetran-tes brillaban con feroz intensidad.

Junto al asesino había cuatro hombres al lado de la irregular pila de piedras que formaba el altar del Dios de las Sombras. Uno era de talla mediana y constitución esbelta, parcamente vestido, con la negra cabellera ceñida por una estrecha banda de hierro en el centro de la cual destellaba una solitaria piedra roja. De los demás, dos eran morenos como el primero, Pero así como él era esbelto, ellos eran rechonchos y deformes, con miembros nudosos y cabello enmarañado cayendo sobre frentes estrechas. El rostro de aquél indicaba inteligencia y una voluntad implacable; los suyos meramente una ferocidad parecida a la de las bestias. El cuarto hombre tenía poco en común con el resto. Les llevaba casi una cabeza de altura, aunque su cabellera era negra como la de ellos, su piel comparativamente más clara y los ojos grises. Contemplaba el ceremonial con expresión poco favorable.


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43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 111 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Tigres del Mar

Robert E. Howard


Cuento


I

—¡Tigres del Mar! ¡Hombres con corazón de lobo y ojos de fuego y acero! ¡Criadores de cuervos cuya única dicha reside en matar y en ser matados! ¡Gigantes a los que la canción de muerte de una espada les parece más dulce que la canción de amor de una muchacha!

Los ojos cansados del Rey Gerinth estaban ensombrecidos.

—Esto no es nuevo para mí. Durante años estos hombres han atacado a mi gente como una jauría de lobos hambrientos.

—Leed los relatos de César —contestó su consejero Donal mientras levantaba una copa de vino y bebía largamente de ella—. ¿No hemos visto en tales crónicas cómo César enfrentó al lobo contra el lobo? De esa forma conquistó a nuestros antepasados, que en su día fueron lobos también.

—Y ahora parecen más bien corderos —murmuró el Rey, revelando una oculta amargura en su voz—. Durante los años de paz con Roma, nuestra gente olvidó las artes de la guerra. Ahora Roma ha caído y nosotros luchamos por nuestras propias vidas, cuando no podemos ni siquiera proteger las de nuestras mujeres.

Donal dejó la copa y se inclinó sobre la mesa de roble perfectamente tallada.

—¡Lobo contra lobo! —gritó—. Vos mismo dijisteis que no disponíamos de guerreros en las costas para buscar a vuestra hermana, la princesa Helena, aunque supierais dónde encontrarla. Por eso debéis recabar la ayuda de otros hombres, y estos hombres a los que me refiero son superiores en ferocidad y barbarie a los restantes Tigres del Mar, así como estos Tigres son a su vez superiores a nuestros blandos guerreros.

—Pero, ¿servirían a las órdenes de un britano para luchar contra los de su propia sangre? —objetó el Rey—. ¿Y cumplirían su palabra?


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50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 65 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Almuric

Robert E. Howard


Novela


Prefacio

Al principio yo no tenía intención de contar lo que le había pasado a Esau Cairn, ni siquiera de disipar el misterio que rodeó su desaparición. Fue Cairn en persona quien me hizo cambiar de opinión. Sin duda, sintió el deseo natural y humano de contar al mundo —un mundo del que había renegado, lo mismo que de sus habitantes— su extraña historia y la de aquel planeta que estos nunca podrán alcanzar. Lo que él deseaba decir y narrar es su historia. Por mi parte, rehúso divulgar el papel que he desempeñado en este intercambio; por ello callaré los medios por los que pude transportar a Esau Cairn desde su tierra natal a un planeta que forma parte de un sistema solar desconocido incluso por los astrónomos más avanzados. Tampoco revelaré de qué forma conseguí posteriormente comunicarme con él y escuchar su historia por su propia boca, con una voz que se oía espectralmente a través del cosmos.

Sí puedo certificar una cosa: nada de todo esto fue premeditado. Encontré el Gran Secreto totalmente por azar, durante una experiencia científica, y jamás había soñado en utilizarlo de un modo práctico hasta la famosa noche en que Esau Cairn se introdujo en mi laboratorio al amparo de la oscuridad... un hombre acorralado y al que la sangre humana le cubría las manos. Fue el azar lo que le condujo allí, el ciego instinto del animal que busca una guarida en la que pueda librar un último combate.


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159 págs. / 4 horas, 39 minutos / 98 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Aparición en el Cuadrilátero

Robert E. Howard


Cuento


Los lectores de esta revista probablemente recordarán a Ace Jessel, el enorme boxeador negro al que representé hace unos años. Era un gigante de ébano, de casi dos metros de altura y un peso de ciento cinco kilos. Se movía con la suavidad de un leopardo gigante y sus flexibles músculos de acero palpitaban bajo su brillante piel. Un boxeador muy inteligente para ser un hombre tan grande, que descargaba el impacto devastador de un martillo pilón con cada uno de sus enormes puños.

Por aquel entonces estaba totalmente seguro de que no tenía igual en el cuadrilátero… excepto por un defecto fatal. Carecía de instinto asesino. Poseía mucho coraje, como dejó probado en más de una ocasión, pero se contentaba simplemente con boxear, sacando más puntos que sus oponentes y acumulando la ventaja suficiente para no perder.

En bastantes ocasiones el público le abucheaba, pero sus provocaciones sólo conseguían que su sonrisa bonachona se ensanchase. Sin embargo, sus peleas siempre aseguraban una buena caja. En las escasas ocasiones en las que se veía forzado a abandonar su papel defensivo, o cuando era igualado por un rival astuto al cual debía noquear para conseguir la victoria, los aficionados entonces podían disfrutar de un combate épico que conseguía ponerles los pelos de punta. E incluso en esas ocasiones se apartaba una y otra vez del rival abatido, dándole tiempo al derrotado para recuperarse y volver al ataque… mientras el público despotricaba y yo me tiraba de los pelos.

La única lealtad inquebrantable en la plácida vida de Ace era su fanático fervor por Tom Molyneaux, el primer campeón americano; un robusto luchador negro que según algunos entendidos había sido el púgil más grande de todos los tiempos.


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16 págs. / 28 minutos / 94 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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