Textos más vistos de Robert E. Howard etiquetados como Cuento no disponibles | pág. 5

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autor: Robert E. Howard etiqueta: Cuento textos no disponibles


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El Hombre de Hierro

Robert E. Howard


Cuento


1. El hombre de hierro

«¡Una izquierda como un cañonazo y una derecha fulgurante! ¡Una mandíbula de granito y un cuerpo de acero templado! ¡La ferocidad de un tigre y el corazón de combatiente más grande que haya latido en un pecho con las costillas de hierro! Así era Mike Brennon, aspirante al título de la categoría de los pesos pesados».

Mucho antes de que los periodistas deportivos descubrieran la existencia de Brennon, yo me encontraba en la «tienda de atletismo» de un circo que alzó sus carpas a las afueras de una pequeña ciudad de Nevada, sonriendo y admirando las bufonadas del presentador, que ofrecía con toda facilidad cincuenta dólares a cualquier hombre que resistiera cuatro asaltos frente a Young Firpo, el Asesino de California, ¡campeón de California y de Insulindia! Young Firpo, un muchacho recio y peludo, con los músculos sobresalientes de un levantador de pesas y cuyo verdadero nombre sería algo así como Leary, estaba a su lado, con una expresión aburrida y despectiva dibujada en sus gruesas facciones. Todo aquello era rutina para él.

—Vamos, amigos —gritaba el presentador—, ¿no hay ningún joven entre los presentes capaz de arriesgar su vida en el cuadrilátero? ¡Naturalmente, la dirección declina toda responsabilidad si tan valiente joven se deja matar o desgraciar! Pero si alguien de los presentes se arriesga a correr semejantes peligros...

Vi a un individuo de rostro patibulario levantarse de su asiento —uno de los habituales «comparsas» en connivencia con los feriantes, claro—, pero en aquel momento la multitud empezó a bramar:

—¡Brennon! ¡Brennon! ¡Vamos, Mike!


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46 págs. / 1 hora, 21 minutos / 61 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Hombre en Tierra

Robert E. Howard


Cuento


Cal Reynolds se pasó la mascada de tabaco al otro lado de la boca y miró con los ojos entrecerrados por el cañón azul opaco de su Winchester. Movía las mandíbulas metódicamente, cesando el movimiento para encontrar su punto de mira. Se quedó petrificado en una rígida inmovilidad; a continuación enroscó el dedo y apretó el gatillo. El impacto del disparo hizo que el eco retumbase por las colinas, y como un eco llegó un disparo en respuesta.

Reynolds se agachó, aplastando su largo cuerpo contra la tierra, maldiciendo en voz baja. Una esquirla gris saltó de una de las rocas cercanas a su cabeza y una bala rebotada pasó silbando y se perdió en el espacio. Tembló involuntariamente. El sonido era tan mortal como el siseo de una pitón escondida.

Se incorporó con cautela lo suficiente para poder echar una ojeada entre las rocas que tenía al frente. Separado de su refugio por una ancha franja recubierta de matorrales de mezquite y chumberas, se elevaba un amasijo de rocas y cantos rodados similar al que le cobijaba a él. Por detrás de esos cantos rodados flotaba una fina voluta de humo blanquecino. Los entrenados ojos de Reynolds, acostumbrados a distancias abrasadas por el sol, detectaron entre las rocas un pequeño círculo de acero azul que brillaba tenuemente. Aquel anillo era la boca de un rifle, pero Reynolds sabía perfectamente quién estaba apostado tras aquel cañón.


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7 págs. / 13 minutos / 56 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Ídolo de Bronce

Robert E. Howard


Cuento


Aquella fantástica y espeluznante aventura comenzó de forma repentina. Me encontraba sentado en mi alcoba, escribiendo tranquilamente, cuando la puerta se abrió de sopetón y mi criado árabe, Alí, irrumpió en la estancia, sin aliento, y con la mirada desorbitada. Pegado a sus talones entró un hombre al que creía muerto desde hacía mucho tiempo.

—¡Girtmann! —me puse en pie, asombrado—. En el nombre del cielo, ¿qué…?

Tras hacerme callar con un gesto, se giró hacia la puerta y la cerró, echando el cerrojo con un suspiro de alivio. Durante un instante, respiró profundamente mientras yo parpadeaba y le examinaba con curiosidad. Los años no le habían cambiado… su figura, baja y fornida evidenciaba aún una dinámica fuerza física y su rostro, reciamente esculpido con una mandíbula prominente, nariz ganchuda y ojos arrogantes, reflejaba aún la testaruda determinación y la implacable seguridad del hombre. Pero ahora, sus ojos fríos aparecían sombríos y sus arrugas de tensión convertían su semblante en una máscara demacrada. Todo su aspecto denotaba tal tensión nerviosa que supe que debía de haber pasado por un trance terrible.

—¿Qué sucede? —inquirí, contagiándome en parte de su evidente nerviosismo.

—Ten cuidado con él, sahib —estalló Alí—. ¡No tengas tratos con aquellos que están malditos por el diablo, no sea que los demonios se interesen también por ti! Te digo, sahib…


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27 págs. / 47 minutos / 57 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Jardín del Miedo

Robert E. Howard


Cuento


Antaño fui Hunwulf, el Vagabundo. No puedo explicar cómo conozco ese hecho por ningún medio oculto o esotérico, y tampoco lo intentaré. Un hombre recuerda su vida pasada; yo recuerdo mis vidas pasadas. Igual que un individuo normal recuerda las formas que adoptó en la infancia, la mocedad o la edad adulta, yo también recuerdo las formas que ha adoptado James Allison en eras olvidadas. Por qué me pertenece este recuerdo es algo que no puedo explicar, igual que no puedo explicar otra miríada de fenómenos de la naturaleza que diariamente se desarrollan ante mí y ante cualquier otro ser humano. Pero mientras yazgo esperando que la muerte me libere de mi larga enfermedad, veo con visión clara y segura el grandioso panorama de las vidas que ocupan el sendero detrás de mí. Veo los hombres que he sido, y veo las bestias que he sido.


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19 págs. / 34 minutos / 108 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El León de Tiberias

Robert E. Howard


Cuento


I

La batalla en los prados del Éufrates había terminado, pero no la carnicería. Tanto en ese campo sangriento, donde el Califa de Bagdad y sus aliados turcos habían roto la poderosa avalancha de Doubeys ibn Sadaka de Hilla, como en el desierto circundante, los cuerpos forrados de acero yacían como si una tormenta les hubiese arrastrado y amontonado. El gran canal, al que llamaban Nilo, que conectaba el Éufrates con el distante Tigris, se encontraba bloqueado por los cuerpos de los hombres de las diversas tribus, y los supervivientes jadeaban en su huida hacia los blancos muros de Hilla que brillaban en la distancia, más allá de las plácidas aguas del cercano río. Tras ellos, halcones acorazados, los selyúcidas, rajaban a los fugitivos desde sus sillas de montar. El resplandeciente sueño del emir árabe había acabado en una tormenta de sangre y acero, y sus espuelas salpicaban sangre mientras cabalgaba hacia el distante rio.

Aún en ese momento, en un punto del sucio campo, la lucha se recrudecía y se arremolinaba donde el hijo favorito del emir, Achmet, un esbelto muchacho de diecisiete o dieciocho años, permanecía en pie junto a un aliado. Los jinetes cubiertos de cotas de malla se acercaban, golpeaban y retrocedían, rugiendo en su desconcertada furia ante el azote de la gran espada en las manos de ese hombre. La suya era una figura extraña e incongruente: su roja melena contrastaba con los negros mechones de cuantos le rodeaban, no menos de lo que su polvorienta cota lo hacia con los emplumados tocados y las plateadas corazas de los atacantes. Era alto y poderoso, con una dureza lobuna en sus miembros y figura que su malla no podía ocultar. Su oscuro semblante repleto de cicatrices era sombrío, sus ojos azules, fríos y duros como el azul acero forjado por los gnomos de las Rhinelanu para los héroes de los bosques del norte.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 41 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Marino Boxeador

Robert E. Howard


Cuento


Bien, mientras el árbitro nos daba las recomendaciones para el combate —y como de costumbre nadie le escuchaba—, examiné a mi adversario. Era un poco más bajo que yo y unos cinco kilos más ligero, pero con un animal como él aquello no significaba gran cosa. Era un tipo duro de pelar como había visto pocos... uno de esos rubios de pelambrera espesa y muy mal aspecto. Por regla general, son los boxeadores de pelo negro, como yo, los más reconocidos por su robustez, pero cuando uno se encuentra con un rubio que sabe encajar todos los golpes, es un adversario temible. Otra cosa: algunos tipos saben golpear pero no saben boxear; otros saben boxear, pero no saben golpear. Kid Allison tenía un famoso juego de piernas y una pegada homicida. ¡Sostengo que es escandaloso que haya boxeadores así!

Me dedicó una malsana sonrisa cuando nos vimos las caras. Mientras el árbitro nos soltaba el rollo, observé que Allison estiraba las corvas y levantaba los puños, pero no le presté mayor atención... ¿quién iba a hacerlo? Luego, ¡bam!, sin la menor advertencia aquella inmunda rata de cloaca me lanzó un directo al plexo solar. Maldita sea, ¿se dan cuenta? Yo estaba allí sin esperarlo, con los puños bajos y los músculos del vientre relajados. Mil tormentas, caí a la lona como si me hubieran golpeado con un martillo de forja, me retorcí y me contorsioné como una serpiente aplastada.

La tripulación del Sea Girl lanzó sanguinarios aullidos y la multitud empezó a gritar con estupor, pero Kid Allison le preguntó al árbitro con imperturbable sangre fría:

—Un golpe al cuerpo como ése no es irregular, ¿verdad?

El árbitro murmuró algo, bastante desconcertado, incluso confundido. En aquel momento Bill O'Brien recuperó el entendimiento y bramó:

—¡Golpe bajo! ¡Golpe bajo! ¡Es trampa!


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8 págs. / 14 minutos / 32 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Misterio del Caserón Tannernoe

Robert E. Howard


Cuento


I

Los problemas que nos turban en las horas de vigilia, en ocasiones se introducen en los sueños de los hombres. Justo antes de despertarse, los sueños de Steve Harrison concernían al misterioso diagrama que llevaba semanas estudiando… la imagen, la carta que la acompañaba, y las crípticas palabras en la parte inferior, garabateadas por la mano de un hombre muerto. En su sueño, una débil familiaridad comenzaba a hacerse evidente; parecía estar a punto de descubrir algún tipo de conexión, que susurraba a espaldas de su consciencia…

Entonces, el caos se sucedió, como el desplome de un castillo de naipes, y se despertó. Se sentó en el lecho, mirando a su alrededor, mientras sus entrenados instintos se ponían al instante a trabajar para decirle dónde se encontraba, y qué estaba haciendo allí. La luz de la luna penetraba por entre las ventanas embarrotadas, tiñendo de plata el suelo alfombrado, pero las esquinas estaban preñadas de sombras densas, a lo largo de las paredes de paneles de roble, con sus tapices de terciopelo negro, espaciados de forma regular. Y, en la esquina más oscura de la habitación, algo se movió.

—¿Quién está ahí? —preguntó Harrison con voz ronca.

No hubo respuesta alguna de la sombría figura que casi parecía mezclarse con la penumbra. Pero era tangible. El detective creyó vislumbrar un atisbo de un óvalo muy pálido que podría haber sido una cara.

Algo rayano al pánico hizo presa en él. Sacando su pistola del 45 de debajo de la almohada, apretó el gatillo, pero sólo logró que se escuchara un chasquido apagado.


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35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 35 visitas.

Publicado el 17 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Momento Supremo

Robert E. Howard


Cuento


—¡El futuro de la humanidad depende de ello!

El que acababa de pronunciar estas palabras era un hombre de rostro enérgico y autoritario. En él, todo expresaba poder.

De hecho, solo había un hombre en aquella sala que no diera la impresión de riqueza y poder. Cinco hombres, cada uno sentado en una silla, se enfrentaban a él.

Exteriormente, era el más insignificante de todos. Bajo y deforme, tenía las piernas torcidas y era jorobado. Unos ojos enfermos miraban de reojo por debajo de una frente muy abombada.

—¿Por qué han venido a buscarme? —preguntó con voz aflautada, sonora, en la que un extraño desafío se mezclaba con la humildad.

Los otros le miraron con desprecio, casi con desagrado.

—Sabe muy bien —replicó el hombre que habló en primer lugar, levantándose y recorriendo la habitación— que es el único hombre en todo el mundo que tiene lo que queremos. Lo que debemos tener a cualquier precio. Como ya sabe, una nueva especie de hongo ha aparecido en Ecuador. No hay, al parecer, nada que pueda detener su crecimiento. Esos hongos se desarrollan y cubren los campos, las granjas, las casas. Todo cuanto tocan, lo destruyen. Antes de su llegada, tierras fértiles y una rica vegetación; tras su paso, un desierto desnudo y árido. Esos hongos se extienden a una velocidad sorprendente y pueden recorrer millas en una sola jornada. Nada puede impedir su avance. Se alimentan de carne lo mismo que de vegetación. Bosques y ciudades desaparecen del mismo modo ante ellos. Los océanos no pueden detenerles, pues se extienden sobre su superficie, como sargazos inmensos e inconcebibles, obstruyéndolos, destruyendo los peces y atrapando los barcos, devorándolos. Como si fuera un inmenso pulpo, esa forma desconocida de hongo extiende sus tentáculos a través del mundo para dominarlo y cubrirlo por completo. Pero, sin ninguna duda, usted ya sabe todo eso.


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5 págs. / 9 minutos / 46 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Pueblo de la Costa Negra

Robert E. Howard


Cuento


Todo esto es resultado de placeres vanos y... vaya, ¿a qué se me ocurre este pensamiento? De algún atavismo puritano oculto en el fondo de mi mente que se disgrega rápidamente, o eso supongo. Una cosa es segura: en mi vida pasada nunca le concedí mucha atención a tales preceptos. En todo caso, debo consignar por escrito y a toda prisa mi corta y abominable historia antes de que estalle el rojo amanecer y la muerte aúlle en sus playas.

Al principio, éramos dos. Yo mismo, claro está, y Gloria, que debía haber sido mi mujer. Gloria poseía un avión y adoraba pilotarlo... Eso fue el comienzo de toda esta terrible historia. Aquel día intenté disuadirla de su proyecto —¡juro que lo hice!—, pero ella insistió y despegamos de Manila rumbo a Guam.. ¿Por qué? El capricho de una joven temeraria que no le tenía miedo de nada y que ardía con las ansias de vivir nuevas aventuras... de conocer nuevas sensaciones.

De nuestra llegada a la Costa Negra hay pocas cosas que decir. Se formó una de esas brumas poco frecuentes; la sobrevolamos y nos adentramos entre las espesas formaciones nubosas. En qué dirección volábamos es algo que solo sabe Dios, pero luchamos hasta el final. Finalmente, nos abismamos en el mar en el mismo momento en que divisábamos una tierra a través de la bruma que se disipaba.


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13 págs. / 22 minutos / 69 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Pueblo Oscuro

Robert E. Howard


Cuento


Pues ésta es la noche en que sacamos las espadas.
Y la torre pintada de las hordas paganas.
Se inclina ante nuestros martillos,
nuestros fuegos y nuestras cuerdas.
Se inclina un poco y cae.

Chesterton
 

Un viento cortante agitaba la nieve al caer. El oleaje rugía a lo largo de la costa áspera, y más allá las grandes olas de plomo gemían sin cesar. A través del gris amanecer que se deslizaba sobre la costa de Connacht, un pescador llegó caminando penosamente, un hombre tan áspero como la tierra que le había engendrado. Llevaba los pies envueltos en burdo cuero curado; un único atavío de piel de ciervo apenas protegía su cuerpo. No llevaba más ropas. Mientras recorría imperturbable la costa, prestando tan poca atención al frío atroz como si realmente fuera la bestia peluda que parecía a primera vista, se detuvo. Otro hombre surgió del velo de nieve y bruma marina. Turlogh Dubh estaba delante de él.


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34 págs. / 1 hora / 52 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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