Textos más cortos de Robert E. Howard publicados el 12 de julio de 2018 | pág. 4

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autor: Robert E. Howard fecha: 12-07-2018


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Los Demonios del Lago Oscuro

Robert E. Howard


Cuento


1. El horror encarnado

Recuerdo, como si hubiera sucedido ayer mismo, la sofocante atmósfera de aquella tarde, en la que una tensa quietud parecía flotar sobre el bosque y el lago, como si la misma foresta contuviera el aliento en aterrada expectación. Incluso yo me encontraba afectado por aquella atmósfera; una innombrable premonición hacía que me embargara una incómoda inquietud, como cuando un hombre presiente la presencia de una serpiente oculta antes de poder verla u oírla. Cuando el teléfono de mi cabaña del lago resonó de un modo súbito y disonante, respingué de tal forma que mi carne casi se separó de la piel. Lo alcancé en un solo salto, pues sabía que aquel clamor tan inusual debía de significar algo que en absoluto era ordinario. Se trataba de una línea privada que conectaba mi cabaña con la de mis vecinos, los Grissom, cuya residencia se encontraba a unos cinco kilómetros al sur junto a la orilla del lago.

Al levantar el auricular, me quedé paralizado al escuchar la voz de Joan Grissom gritando al otro lado, denotando un horror frenético y un auténtico miedo a morir.

—¡Steve! ¡Steve! ¡Ven aquí, por amor de Dios!

—¿Qué sucede, Joan? —boqueé. Débilmente, pude escuchar extraños sonidos procedentes del otro lado de la línea… sonidos que me hicieron temblar con un temor sin nombre.

—¡Aquí hay algo! —gritó ella—. ¡Oh, Dios, está destrozando las ventanas! ¡Salió del bosque! ¡Ha matado a Jack y a Harriet! ¡Le he visto matarlos!

—¿Dónde está Dick? —grazné con la boca seca.

—¡Salió a pescar esta mañana y no ha regresado aún! —exclamó, al borde de la histeria—. ¡Oh, Steve, no es humano! ¡Ni tampoco es un animal! Le disparé… ¡Vacié contra él la pistola de Dick a través de la ventana! ¡Y se rió! ¡Oh, que Dios me ayude! ¡Ha entrado!


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34 págs. / 59 minutos / 40 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Luna del Zambebwei

Robert E. Howard


Cuento


1. El horror entre los pinos

El silencio en los pinares se extendía como una capa de melancolía sobre el alma de Bristol McGrath. Las negras sombras parecían estáticas, inmóviles, como el peso de las supersticiones que flotaban en esta remota y despoblada zona rural. La mente de McGrath era un torbellino de vagos terrores ancestrales; había nacido en los pinares, y en dieciséis años vagando por el mundo no había logrado librarse de sus sombras. Los aterradores cuentos que le estremecían de niño volvían a susurrarle en la conciencia; cuentos de oscuras figuras que acechaban en los claros a medianoche…

McGrath maldijo estos recuerdos infantiles y aceleró el paso. El sendero en penumbra serpenteaba tortuosamente entre densas paredes de árboles gigantescos. No era de extrañar que no hubiera podido contratar ningún transporte en el lejano pueblo del río para que lo trajera a la hacienda de Ballville. La carretera era intransitable para cualquier vehículo, surcada por raíces y vegetación crecida. A unos metros delante de él se veía una curva pronunciada.

McGrath paró en seco, totalmente petrificado. El silencio finalmente se había roto, tan desgarradoramente que un gélido cosquilleo le recorrió el dorso de las manos. Y es que el sonido era el gemido inequívoco de un ser humano agonizando. Durante unos segundos McGrath permaneció quieto, y después se deslizó hasta el comienzo de la curva con el mismo paso sigiloso de una pantera al acecho.

Un revólver de cañón corto había aparecido como por arte de magia en su mano derecha. La izquierda se tensó involuntariamente en el bolsillo, arrugando el trozo de papel que sostenía, y que era el responsable de su presencia en aquel lúgubre bosque. Ese papel era una desesperada y misteriosa llamada de auxilio; estaba firmado por el peor enemigo de McGrath, y contenía el nombre de una mujer muerta hacía mucho tiempo.


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39 págs. / 1 hora, 9 minutos / 41 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Canaan Negro

Robert E. Howard


Cuento


1. Llamada de Canaan

«¡Problemas en el torrente del Tularoosa!». Este aviso pretendía que un frío gélido recorriese la espalda de cualquier hombre criado en aquella remota región del interior llamada Canaan, situada entre el río Tularoosa y Río Negro, y donde fuera que le llegara el mensaje, lo condujese a toda prisa de vuelta a aquella región pantanosa.

Era tan sólo un susurro en los labios marchitos de una vieja y renqueante bruja negra, que se esfumó entre la muchedumbre antes de que pudiera alcanzarla, pero me bastó. No era necesario esperar una confirmación ni indagar por qué misteriosos medios propios de los negros le había llegado la noticia. No hacía falta averiguar qué oscuras fuerzas actuaban para que aquellos ajados labios me hubieran revelado la noticia a mí, un hombre de Río Negro. Bastaba que el aviso fuese entregado y entendido.

¿Entendido? ¿Cómo no iba a entender cualquier hombre de Río Negro tal advertencia? Sólo podía significar una cosa: viejos odios supuraban de nuevo de las profundidades de la jungla cenagosa, oscuras sombras se deslizaban entre los cipreses, y la masacre acechaba desde la misteriosa aldea negra emplazada sobre la orilla recubierta del musgo nudoso del lúgubre Tularoosa.

Una hora más tarde, Nueva Orleans seguía alejándose más y más a mis espaldas con cada nueva vuelta de las ruedas cimbreantes. Todo hombre nacido en Canaan mantiene un vínculo invisible que irremediablemente le arrastra a su tierra natal cuando ésta se ve amenazada por la sombra tenebrosa que ha estado al acecho en sus selvas durante más de medio siglo.


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 59 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Mano de la Diosa Negra

Robert E. Howard


Cuento


1

Kirby se detuvo con un pie en el umbral. El emplazamiento le resultaba familiar: un vestíbulo en penumbra, oficinas con puertas de cristal en el extremo opuesto y, en aquel lado, la escalera que conducía a su propia oficina. Pero la figura que se interponía ante él resultaba bizarramente poco familiar. De forma instintiva, Kirby supo que el hombre que había en el pasillo estaba fuera de lugar en aquel emplazamiento, y resultaba ajeno a él de un modo exótico, a pesar de su vestimenta convencional. No se trataba solo de que su piel morena y su acento extranjero sugirieran su procedencia oriental; flotaba a su alrededor la intangible aura de Oriente… una vaga sugestión de cosas que no eran del todo naturales, ni sanas, de acuerdo con el modo de pensar habitual del hombre blanco.

—¿Es usted el señor Kirby? —la voz era rica y profunda, como el retumbar de la campana de un templo, pero había una indefinida pizca de hostilidad en su resonancia. Y un fulgor de burla y amenaza bailaba en las profundidades de sus ojos oscuros.

—Sí, soy Kirby —intentó reprimir su antagonismo irracional, para que no se reflejara en su voz.

—No le entretendré. Tan solo deseo sugerirle que es mejor dejar que el Destino siga su curso elegido, en lugar de entrometerse en cosas que no le conciernen.

—¿Qué quiere decir con eso? —quiso saber Kirby—. Jamás le había visto antes…


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45 págs. / 1 hora, 20 minutos / 43 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Hijos del Odio

Robert E. Howard


Cuento


1

—Este lugar es muy solitario al anochecer —comentó Butch Gorman, liando con indolencia un cigarrillo—. Tenemos la única oficina ocupada de todo un edificio, de otro modo vacío; no hay luces en los pasillos; una sola bombilla en la escalera. Digamos que un tipo fuera tras nosotros; podría esconderse allí abajo, en el pasillo de la planta baja, justo debajo de la escalera, y cosernos a tiros mientras subimos o bajamos. Ni le veríamos.

El comentario de Gorman era típico en él, y no denotaba cobardía, sino los instintos de un hombre que había pasado la mayor parte de su vida envuelto en peligrosas persecuciones.

Butch Gorman era pelirrojo y robusto como un toro, un producto de las tierras inhóspitas y salvajes de la tierra; demasiado duro y fibroso para ser un hombre civilizado.

Su compañero, Brent Kirby, contrastaba con él… de estatura ligeramente por encima de la media, era delgado aunque compacto de complexión; de cabello negro y rasgos finamente cincelados, poseía tal premura a la hora de hablar y actuar que reflejaba una intensa energía nerviosa.

—Unos pocos clientes más como el coronel John A. Pembroke —dijo Kirby—, y a lo mejor podremos movernos a unas oficinas más lujosas.

—Ya debería de estar aquí, ¿no? —inquirió Gorman. Kirby consultó su reloj.

—Debería venir en cualquier momento. Me dijo que se pasaría a las diez en punto, y ya es la hora. ¿Sabes algo acerca de él?

—Le conozco de vista, eso es todo. Habrás visto su mansión… está rodeada de una finca enorme, y se encuentra más allá de los límites de la ciudad. Por lo que he oído, solo lleva allí viviendo unos tres o cuatro años. Ignoro de dónde vino… de algún lugar de Oriente. Es un millonario retirado, según creo. ¿Qué quería?


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49 págs. / 1 hora, 26 minutos / 67 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Huéspedes de la Habitación Maldita

Robert E. Howard


Cuento


1

Butch Cronin suspiró mientras miraba por encima de su periódico a la harapienta figura de Smoky Slade.

—Menudo momento has escogido para venir a hablarme de un supuesto misterio en Stockley Street —declaró Cronin—. Ahora mismo, lo que más me interesaría sería embolsarme la pasta que Wiltshaw, el acaudalado armador, ha ofrecido a toda persona que logre encontrar a su hija —agitó el periódico bajo la nariz de Smoky con aire acusador. El vagabundo percibió fugazmente los gruesos titulares que pregonaban la desaparición de la hija del naviero.

—Sí —reconoció Smoky con tristeza, hundiendo sus manos mugrientas en los deformes bolsillos de su gabán—. Cuando un gordo mandamás desaparece de la circulación, empleamos todos los medios posibles para encontrarle, y se pone a todo el mundo en pie de guerra, de una punta a otra del país. Pero cuando el desaparecido es un pobre hombre, lo más que sus amigos puedan obtener de la poli, es un «Ah sí, ¿y qué más da?». Escucha, Butch, eres el único a quien podía dirigirme. Fui a ver a los polis; me dieron una palmadita en el hombro y me aconsejaron que dejara de beber tintorro barato. No tengo un centavo, pero…

—No hablemos más del tema, Smoky —le interrumpió Cronin, volviendo a suspirar. Dobló el periódico y lo dejó sobre el escritorio, al lado de sus grandes pies, en un gesto de renuncia—. ¿Me estás diciendo que han desaparecido tres hombres en el asilo para los sin hogar de Big Joe Daley?


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68 págs. / 2 horas / 40 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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