Textos más vistos de Robert E. Howard | pág. 2

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autor: Robert E. Howard


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La Piedra Negra

Robert E. Howard


Cuento


Dicen que cosas horribles de Antaño todavía acechan
En los rincones oscuros y olvidados del mundo.
Y algunas noches las Puertas se abren para liberar
Seres enjaulados en el Infierno.

Justin Geoffrey
 

La primera vez que leí algo al respecto fue en el extraño libro de Von Junzt, el excéntrico alemán que vivió de forma tan peculiar y murió de manera tan atroz y misteriosa. Tuve la fortuna de acceder a sus Cultos Sin Nombre en la edición original, el llamado Libro Negro, publicado en Dusseldorf en 1839 poco antes de que el autor fuera víctima de un implacable Final. Los coleccionistas de literatura rara estaban familiarizados con los Cultos Sin Nombre principalmente a través de la traducción barata y defectuosa que fue pirateada en Londres por Bridewall en 1845, y por la edición cuidadosamente expurgada que publicó Golden Goblin Press en Nueva York en 1909. Pero el volumen con el que me tropecé era una de las copias alemanas sin expurgar, con pesadas tapas de cuero y oxidados pasadores de hierro. Dudo que hoy queden más de media docena de volúmenes en todo el mundo, pues la cantidad que se publicó no fue muy grande, y cuando corrieron los rumores sobre la forma en que se produjo el fallecimiento del autor, muchos poseedores del libro quemaron sus ejemplares, aterrorizados.


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21 págs. / 38 minutos / 313 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Sombra de la Bestia

Robert E. Howard


Cuento


¡Cuando brillen las estrellas malignas
O la luz de la luna ilumine el Oriente,
Que el Dios del Cielo nos guarde de
La Sombra de la Bestia!
 

La locura empezó con el estallido de una pistola. Un hombre cayó con una bala en el pecho, y el hombre que había hecho el disparo se volvió para huir, gruñendo una breve amenaza a la muchacha de cara pálida que permanecía en pie, paralizada por el horror; después se escurrió entre los árboles al borde del campamento, semejante a un simio con sus anchas espaldas y sus andares encorvados.

En menos de una hora, hombres de rostro serio estaban peinando los bosques de pinos con armas en la mano, y a lo largo de toda la noche continuó la horripilante cacería, mientras la víctima del fugitivo luchaba por su vida.

—Ahora está tranquilo; dicen que vivirá —dijo Joan al salir de la habitación donde yacía su hermano pequeño. Después se desplomó sobre una silla y dejó paso a un estallido de lágrimas.

Me senté junto a ella y la consolé como se consuela a una niña. La amaba, y ella había dado pruebas de que correspondía a mi afecto. Era mi amor por ella lo que me había arrastrado desde mi rancho de Texas hasta los campamentos de madera a la sombra de los bosques de pinos, donde su hermano vigilaba los intereses de su empresa. Yo había llegado a mi destino apenas una hora antes del tiroteo.

—Dame los detalles de lo que ha pasado —dije—. No he conseguido escuchar un relato coherente.


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14 págs. / 25 minutos / 67 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Las Palomas del Infierno

Robert E. Howard


Cuento


1. El Silbido en la Oscuridad

Griswell se despertó repentinamente, con un cosquilleo nervioso como premonición del peligro inminente. Echó un vistazo alrededor con ojos febriles, incapaz al principio de recordar dónde estaba, o qué estaba haciendo allí. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas polvorientas, y la gran habitación vacía con su techo elevado y su chimenea negra resultaba espectral y desconocida. Entonces, a medida que emergía de las pegajosas telarañas de su reciente sueño, recordó dónde estaba y cómo había llegado hasta allí. Giró la cabeza y miró a su acompañante, que dormía en el suelo cerca de él. John Branner no era más que un bulto borroso en la oscuridad que la luna apenas teñía de gris.

Griswell intentó recordar qué le había despertado. No había ningún sonido en la casa, y tampoco ningún sonido fuera, excepto el fúnebre ulular de un búho, en la lejanía de los bosques de pinos. Por fin recuperó el esquivo recuerdo. Había sido un sueño, una pesadilla tan llena de pálido horror que le había asustado hasta despertarle. Los recuerdos volvieron a él en un torrente, dibujando vividamente la abominable visión.

¿O no fue un sueño? Seguramente debió de serlo, pero se había mezclado tan curiosamente con los acontecimientos reales recientes que era difícil saber dónde terminaba la realidad y dónde empezaba la fantasía.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 333 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Caminantes de Valhalla

Robert E. Howard


Cuento


El cielo estaba lívido, melancólico y repulsivo, con el azul del acero empañado, cruzado por estandartes de un escarlata pálido. Recortadas contra el borroso manchón rojizo se extendían las chatas colinas que son los picachos de esa árida tierra alta, una lúgubre extensión de arenas a la deriva y robledales resecos, salpicada de campos estériles donde los aparceros consumen sus vidas horriblemente inútiles en un trabajo sin frutos y un amargo deseo.

Había subido cojeando a un risco que se alzaba por encima de los demás, flanqueado a cada lado por los resecos bosquecillos de robles. La terrible tristeza y la monótona desolación de los paisajes que se extendían ante mí convertían mi alma en polvo y cenizas. Me dejé caer sobre un tronco medio podrido y la agónica melancolía de esa tierra triste pesó duramente sobre mí. El rojo sol, medio velado por los torbellinos de polvo y las capas de nubes, se hundía; colgaba a la altura de una mano por encima del borde occidental. Pero su puesta no le daba gloria alguna a las ensombrecidas dunas. Su oscuro resplandor no hacía sino acentuar la tremenda desolación de la tierra.


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45 págs. / 1 hora, 19 minutos / 244 visitas.

Publicado el 14 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Tigres del Mar

Robert E. Howard


Cuento


I

—¡Tigres del Mar! ¡Hombres con corazón de lobo y ojos de fuego y acero! ¡Criadores de cuervos cuya única dicha reside en matar y en ser matados! ¡Gigantes a los que la canción de muerte de una espada les parece más dulce que la canción de amor de una muchacha!

Los ojos cansados del Rey Gerinth estaban ensombrecidos.

—Esto no es nuevo para mí. Durante años estos hombres han atacado a mi gente como una jauría de lobos hambrientos.

—Leed los relatos de César —contestó su consejero Donal mientras levantaba una copa de vino y bebía largamente de ella—. ¿No hemos visto en tales crónicas cómo César enfrentó al lobo contra el lobo? De esa forma conquistó a nuestros antepasados, que en su día fueron lobos también.

—Y ahora parecen más bien corderos —murmuró el Rey, revelando una oculta amargura en su voz—. Durante los años de paz con Roma, nuestra gente olvidó las artes de la guerra. Ahora Roma ha caído y nosotros luchamos por nuestras propias vidas, cuando no podemos ni siquiera proteger las de nuestras mujeres.

Donal dejó la copa y se inclinó sobre la mesa de roble perfectamente tallada.

—¡Lobo contra lobo! —gritó—. Vos mismo dijisteis que no disponíamos de guerreros en las costas para buscar a vuestra hermana, la princesa Helena, aunque supierais dónde encontrarla. Por eso debéis recabar la ayuda de otros hombres, y estos hombres a los que me refiero son superiores en ferocidad y barbarie a los restantes Tigres del Mar, así como estos Tigres son a su vez superiores a nuestros blandos guerreros.

—Pero, ¿servirían a las órdenes de un britano para luchar contra los de su propia sangre? —objetó el Rey—. ¿Y cumplirían su palabra?


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50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 69 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Aparición en el Cuadrilátero

Robert E. Howard


Cuento


Los lectores de esta revista probablemente recordarán a Ace Jessel, el enorme boxeador negro al que representé hace unos años. Era un gigante de ébano, de casi dos metros de altura y un peso de ciento cinco kilos. Se movía con la suavidad de un leopardo gigante y sus flexibles músculos de acero palpitaban bajo su brillante piel. Un boxeador muy inteligente para ser un hombre tan grande, que descargaba el impacto devastador de un martillo pilón con cada uno de sus enormes puños.

Por aquel entonces estaba totalmente seguro de que no tenía igual en el cuadrilátero… excepto por un defecto fatal. Carecía de instinto asesino. Poseía mucho coraje, como dejó probado en más de una ocasión, pero se contentaba simplemente con boxear, sacando más puntos que sus oponentes y acumulando la ventaja suficiente para no perder.

En bastantes ocasiones el público le abucheaba, pero sus provocaciones sólo conseguían que su sonrisa bonachona se ensanchase. Sin embargo, sus peleas siempre aseguraban una buena caja. En las escasas ocasiones en las que se veía forzado a abandonar su papel defensivo, o cuando era igualado por un rival astuto al cual debía noquear para conseguir la victoria, los aficionados entonces podían disfrutar de un combate épico que conseguía ponerles los pelos de punta. E incluso en esas ocasiones se apartaba una y otra vez del rival abatido, dándole tiempo al derrotado para recuperarse y volver al ataque… mientras el público despotricaba y yo me tiraba de los pelos.

La única lealtad inquebrantable en la plácida vida de Ace era su fanático fervor por Tom Molyneaux, el primer campeón americano; un robusto luchador negro que según algunos entendidos había sido el púgil más grande de todos los tiempos.


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16 págs. / 28 minutos / 96 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Delenda Est

Robert E. Howard


Cuento


—¡No es un imperio, creedme! Es una vergüenza. ¿Imperio? ¡Bah! ¡Piratas, eso es lo único que somos!

El que hablaba era Hunegais, como de costumbre malhumorado y lúgubre, con sus negros mechones trenzados y lacios bigotes que delataban su sangre eslava. Suspiró con fuerza y el vino de Falerna rebosó por el borde de la copa de jade que sostenía, manchándole la túnica dorada con brocados de oro. Bebió con sonoros sorbos, como beben los caballos, y retomó con gesto melancólico su queja inicial.

—¿Qué hemos hecho en África? Destruimos a los grandes terratenientes y sacerdotes y nos erigimos en dueños y señores. ¿Quién trabaja la tierra? ¿Vándalos, tal vez? ¡En absoluto! Las mismas gentes que lo hicieron bajo el dominio de los romanos. Nosotros nos hemos limitado a reemplazar a los romanos. Recaudamos impuestos y cobramos arrendamientos, y estamos obligados a defender las tierras de los ataques bereberes. Nuestro punto débil se halla en nuestro reducido número. No podemos mezclarnos con la gente porque terminarían absorbiéndonos. No podemos convertirlos en aliados y al mismo tiempo súbditos; lo único que podemos hacer es mantener una especie de prestigio militar… Somos un grupúsculo de extraños aposentados en castillos, y de momento imponemos nuestro dominio sobre una amplia población que, cierto es, no nos odian más de lo que odiaban a los romanos, pero…

—Podríamos evitar parte de ese odio —interrumpió Ataúlfo. Era más joven que Hunegais, bien afeitado y apuesto, y sus modales eran menos primitivos. Era un suevo que había pasado su juventud cautivo del tribunal romano oriental—. Ellos son ortodoxos; si nos aviniéramos a renegar de Arian…


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9 págs. / 16 minutos / 56 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Corazón del Viejo Garfield

Robert E. Howard


Cuento


Estaba sentado en el porche cuando mi abuelo salió cojeando y se tumbó en su silla favorita, la del asiento acolchado, y empezó a llenar de tabaco su pipa de maíz.

—Creía que ibas a ir al baile —dijo.

—Estoy esperando a Doc Blaine —contesté—. Voy a acercarme a casa del viejo Garfield con él.

Mi abuelo chupó su pipa un rato antes de volver a hablar.

—¿Está mal el corazón del viejo Jim?

—Doc dice que es un caso perdido.

—¿Quién le cuida?

—Joe Braxton, contra los deseos de Garfield. Pero alguien tenía que quedarse con él.

Mi abuelo chupó su pipa ruidosamente, y miró los relámpagos de verano jugueteando en la lejanía de las colinas; después dijo:

—Crees que el viejo Jim es el mentiroso más grande del condado, ¿verdad?

—Cuenta unas historias muy exageradas —admití—. Algunas de las cosas en las que afirma haber tomado parte debieron de ocurrir antes de que naciera.

—Yo llegué a Texas desde Tennessee en 1870 —dijo bruscamente mi abuelo—. Vi cómo esta ciudad de Lost Nov crecía de la nada. Ni siquiera había un almacén de madera cuando llegué. Pero el viejo Jim Garfield ya estaba aquí, viviendo en el mismo sitio donde vive ahora, sólo que entonces era una cabaña de madera. No ha envejecido ni un solo día desde la primera vez que le vi.

—Nunca me habías contado eso —dije con cierta sorpresa.

—Sabía que lo achacarías a los desvaríos de un viejo —contestó—. El viejo Jim fue el primer blanco que se estableció en esta región. Construyó su cabaña a unas cincuenta millas de la frontera. Dios sabe cómo lo hizo, pues esas colinas estaban llenas de comanches por entonces.

—Recuerdo la primera vez que le vi. Por entonces todo el mundo ya le llamaba «viejo Jim».


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12 págs. / 21 minutos / 78 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Espectro en el Umbral

Robert E. Howard


Cuento


Lo sobrenatural siempre ha jugado un papel importante, no solo en el folclore, sino en la verdadera historia de Irlanda. Aparte de los Duine Sidh, los espíritus de la tierra, los Leprechaun, o Leuhphrogan, el Geancanach o la Cloblier-ceann, y demás espíritus como las hadas, comunes a toda la isla y a toda la raza, existen espíritus locales, y resulta difícil encontrar una sola familia irlandesa que no cuente con su propio fantasma o aparición.

Lo que se disponen a leer a continuación es una traducción del gaéèlico de las Memorias del capitán Turlogh Kirowan, que ejerció dicho rango en Francia, durante el reinado de Luis XIV, en 165—. La vida del capitán Kirowan resulta sumamente turbulenta. Nació en la ciudad de Galway, pero su madre era una O’Sullivan del Condado de Kerry. Participó en primera línea en la mayoría de los complots y revueltas contra el gobierno inglés y fue en 1650, durante la increíble severidad del sangriento dominio de Cromwell en Irlanda, cuando tuvieron lugar los siguientes sucesos. Kirowan le era bien conocido a Cromwell, tanto por su valor como por su habilidad, y el célebre hipócrita de manos ensangrentadas, que rugía blasfemias contra la voluntad Divina mientras repartía muerte a diestro y siniestro, había ofrecido un alto precio por la cabeza del valiente capitán de Galway. Podemos estar seguros de que Cromwell andaba a la búsqueda de Kirowan, aunque fuera por medio de terceros. El puritano psicópata se encontraba en su elemento a la hora de masacrar a mujeres y niños, pero no tenía agallas para enfrentarse con Kirowan, hombre a hombre.


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4 págs. / 7 minutos / 107 visitas.

Publicado el 4 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Fantasma del Anillo

Robert E. Howard


Cuento


Al entrar en el estudio de John Kirowan me encontraba demasiado absorto en mis pensamientos para darme cuenta de la demacrada apariencia de su visitante, un alto y atractivo joven que yo conocía bien.

—Hola, Kirowan —saludé—. Hola Gordon. No te veía desde hace bastante tiempo… ¿cómo está Evelyn? —y antes de que contestase, en el calor del entusiasmo que me había llevado hasta allí, exclamé—: Mirad esto, amigos; os mostraré algo que os dejará boquiabiertos. Me lo vendió aquel ladrón, Ahmed Mektub, y le pagué un precio alto por ello, pero vale la pena. ¡Mirad!

De debajo de mi abrigo saqué la daga afgana con incrustaciones de piedras preciosas en el mango que me tenía fascinado como coleccionista de armas raras.

Kirowan, que conocía mi pasión, mostró tan sólo un interés educado, pero la reacción de Gordon fue espeluznante.

Pegó un brinco a la vez que lanzaba un grito ahogado, derribando la silla con gran estruendo al impactar contra el suelo. Con los puños apretados y el rostro lívido se volvió hacia mí, gritando:

—¡Atrás! Aléjate de mí o…

Me quedé petrificado.

—¡Qué diablos…! —comencé a decir estupefacto, cuando Gordon, tras otro asombroso cambio de actitud, se derrumbó sobre una silla y hundió la cabeza entre las manos. Vi cómo le temblaban los voluminosos hombros. Le miré desconsolado y luego miré a Kirowan, que estaba igualmente enmudecido—. ¿Está borracho? —pregunté.

Kirowan negó con la cabeza y, tras llenar una copa de brandy, se la ofreció al joven. Gordon le devolvió la mirada con ojos hundidos, tomó la copa y se la bebió de un trago, como si estuviera medio famélico. Luego se irguió y nos miró avergonzado.

—Siento haber perdido los estribos, O’Donnel —dijo—. Fue la impresión cuando sacaste ese cuchillo.


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20 págs. / 35 minutos / 53 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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