Textos más vistos de Robert E. Howard | pág. 4

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autor: Robert E. Howard


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La Sangre de Belshazzar

Robert E. Howard


Cuento


Capítulo 1


Brilló sobre el gran pecho del rey persa,
Al propio Iskander, en su camino iluminó;
Relució donde las lanzas se alzaban, prestas,
Con un destello enloquecido, embrujador.
Y a lo largo de sangrientos años cambiantes,
Atrajo a los hombres, que en alma y mente,
Sus vidas, en lagrimas y sangre se ahogaron,
Quebrando sus corazones nuevamente.
Oh, arde con la sangre de corazones bravos,
Cuyos cuerpos son de nuevo solo barro.

La Canción de la Piedra Roja.
 

En otro tiempo se le llamaba Eski-Hissar, el Castillo Viejo, pues ya era antiguo incluso cuando los primeros selyúcidas surgieron por el horizonte oriental, y ni siquiera los árabes, que reconstruyeron sus desvencijadas ruinas en la época de Abu Bekr, sabía qué manos fueron las que erigieron esos bastiones descomunales en las sombrías colinas del Taurus. Ahora, dado que la antigua fortaleza se había convertido en un nido de bandidos, los hombres lo llamaban Bab-el-Shaitan, la Puerta del Diablo, y no sin un buen motivo.

Aquella noche tenía lugar un festín en el gran salón. Grandes mesas repletas de copas y jarras de vino, y enormes bandejas con viandas, se hallaban flanqueadas por una serie de catres que resultaban toscos para un banquete como aquel, mientras que, en el suelo, grandes cojines acomodaban las reclinantes formas de otros invitados.

Temblorosos esclavos se apresuraban en derredor, llenando los cálices con sus odres de vino y sirviendo grandes tajadas de carne asada y rebanadas de pan.


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40 págs. / 1 hora, 11 minutos / 41 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Las Palomas del Infierno

Robert E. Howard


Cuento


1. El Silbido en la Oscuridad

Griswell se despertó repentinamente, con un cosquilleo nervioso como premonición del peligro inminente. Echó un vistazo alrededor con ojos febriles, incapaz al principio de recordar dónde estaba, o qué estaba haciendo allí. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas polvorientas, y la gran habitación vacía con su techo elevado y su chimenea negra resultaba espectral y desconocida. Entonces, a medida que emergía de las pegajosas telarañas de su reciente sueño, recordó dónde estaba y cómo había llegado hasta allí. Giró la cabeza y miró a su acompañante, que dormía en el suelo cerca de él. John Branner no era más que un bulto borroso en la oscuridad que la luna apenas teñía de gris.

Griswell intentó recordar qué le había despertado. No había ningún sonido en la casa, y tampoco ningún sonido fuera, excepto el fúnebre ulular de un búho, en la lejanía de los bosques de pinos. Por fin recuperó el esquivo recuerdo. Había sido un sueño, una pesadilla tan llena de pálido horror que le había asustado hasta despertarle. Los recuerdos volvieron a él en un torrente, dibujando vividamente la abominable visión.

¿O no fue un sueño? Seguramente debió de serlo, pero se había mezclado tan curiosamente con los acontecimientos reales recientes que era difícil saber dónde terminaba la realidad y dónde empezaba la fantasía.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 318 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Caminantes de Valhalla

Robert E. Howard


Cuento


El cielo estaba lívido, melancólico y repulsivo, con el azul del acero empañado, cruzado por estandartes de un escarlata pálido. Recortadas contra el borroso manchón rojizo se extendían las chatas colinas que son los picachos de esa árida tierra alta, una lúgubre extensión de arenas a la deriva y robledales resecos, salpicada de campos estériles donde los aparceros consumen sus vidas horriblemente inútiles en un trabajo sin frutos y un amargo deseo.

Había subido cojeando a un risco que se alzaba por encima de los demás, flanqueado a cada lado por los resecos bosquecillos de robles. La terrible tristeza y la monótona desolación de los paisajes que se extendían ante mí convertían mi alma en polvo y cenizas. Me dejé caer sobre un tronco medio podrido y la agónica melancolía de esa tierra triste pesó duramente sobre mí. El rojo sol, medio velado por los torbellinos de polvo y las capas de nubes, se hundía; colgaba a la altura de una mano por encima del borde occidental. Pero su puesta no le daba gloria alguna a las ensombrecidas dunas. Su oscuro resplandor no hacía sino acentuar la tremenda desolación de la tierra.


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45 págs. / 1 hora, 19 minutos / 241 visitas.

Publicado el 14 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Hijos del Odio

Robert E. Howard


Cuento


1

—Este lugar es muy solitario al anochecer —comentó Butch Gorman, liando con indolencia un cigarrillo—. Tenemos la única oficina ocupada de todo un edificio, de otro modo vacío; no hay luces en los pasillos; una sola bombilla en la escalera. Digamos que un tipo fuera tras nosotros; podría esconderse allí abajo, en el pasillo de la planta baja, justo debajo de la escalera, y cosernos a tiros mientras subimos o bajamos. Ni le veríamos.

El comentario de Gorman era típico en él, y no denotaba cobardía, sino los instintos de un hombre que había pasado la mayor parte de su vida envuelto en peligrosas persecuciones.

Butch Gorman era pelirrojo y robusto como un toro, un producto de las tierras inhóspitas y salvajes de la tierra; demasiado duro y fibroso para ser un hombre civilizado.

Su compañero, Brent Kirby, contrastaba con él… de estatura ligeramente por encima de la media, era delgado aunque compacto de complexión; de cabello negro y rasgos finamente cincelados, poseía tal premura a la hora de hablar y actuar que reflejaba una intensa energía nerviosa.

—Unos pocos clientes más como el coronel John A. Pembroke —dijo Kirby—, y a lo mejor podremos movernos a unas oficinas más lujosas.

—Ya debería de estar aquí, ¿no? —inquirió Gorman. Kirby consultó su reloj.

—Debería venir en cualquier momento. Me dijo que se pasaría a las diez en punto, y ya es la hora. ¿Sabes algo acerca de él?

—Le conozco de vista, eso es todo. Habrás visto su mansión… está rodeada de una finca enorme, y se encuentra más allá de los límites de la ciudad. Por lo que he oído, solo lleva allí viviendo unos tres o cuatro años. Ignoro de dónde vino… de algún lugar de Oriente. Es un millonario retirado, según creo. ¿Qué quería?


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49 págs. / 1 hora, 26 minutos / 69 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Muertos no Olvidan

Robert E. Howard


Cuento


Dodge City, Kansas,

3 de Noviembre, 1877

Sr. William L. Gordon,

Antioch, Texas.

Estimado Bill:

Te escribo porque tengo el presentimiento de que no duraré mucho tiempo más en este mundo. Esto probablemente te sorprenda, porque sabes que gozaba de buena salud cuando me marché con el ganado, y de momento no estoy enfermo, pero igualmente tengo el convencimiento de que pronto seré hombre muerto.

Antes de que te cuente por qué lo creo, te informaré del resto de lo que tengo que decir: llegamos a Dodge City sin problemas con las reses, que hacían un total de 3.400 cabezas, y el jefe de la expedición, John Elston, consiguió sacarle veinte dólares por cabeza al señor R.J. Blaine, pero Joe Richards, uno de los chicos, fue embestido por un novillo y murió cerca del Canadian. Su hermana, la señora Dick Westfall, vive cerca de Seguin y te rogaría que cabalgases a su hacienda y le contases lo ocurrido a su hermano. John Elston le enviará la silla de montar, la brida, la pistola y algo de dinero.

Ahora, Bill, intentaré relatarte por qué sé que acabaré pronto en el hoyo. Recordarás al viejo Joel, el que fue esclavo del coronel Henry, y que el pasado agosto, justo antes de que me fuera a Kansas con el ganado, lo encontraron a él y a su mujer muertos… era la pareja que vivía en aquel bosque de robles junto al riachuelo Zavalla. Ya sabes que la mujer se llamaba Jezebel y que la gente decía que era bruja. Era una mulata clara y bastante más joven que Joel. Adivinaba el futuro e incluso algunos blancos la temían. Yo nunca creí en esas historias.


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10 págs. / 18 minutos / 73 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Aguas Inquietas

Robert E. Howard


Cuento


Recuerdo como si fuera ayer aquella terrible noche en el Silver Slipper, a finales del otoño de 1845. Fuera el viento rugía en un gélido vendaval que traía granizo en su regazo, hasta repiquetear éste contra las ventanas como los nudillos de un esqueleto. Sentados alrededor del fuego en la taberna, podíamos oír por encima del ruido del viento y el granizo el tronar de relámpagos blancos que azotaban frenéticamente la agreste costa de Nueva Inglaterra. Los barcos amarrados en el puerto tenían echada doble ancla, y los capitanes buscaban el calor y la compañía que les ofrecían las tabernas de los muelles.

Aquella noche había en el Silver Slipper cuatro hombres, y yo, el friegaplatos. Estaba Ezra Harper, el tabernero; John Gower, capitán del Sea-Woman; Jonas Hopkins, abogado procedente de Salem; y el capitán Starkey del Vulture. Estos cuatro hombres estaban sentados frente a una mesa de roble delante de un gran fuego que crepitaba en la chimenea, mientras yo correteaba por la taberna atendiendo a los clientes, llenando jarras y calentando licores especiados.

El capitán Starkey estaba sentado de espaldas al fuego y miraba a la ventana contra la que golpeaba y repiqueteaba el granizo. Ezra Harper estaba sentado a su derecha, al final de la mesa. El capitán Gower estaba en el otro extremo, y el abogado, Jonas Hopkins, estaba sentado justo enfrente de Starkey, dando la espalda a la ventana y mirando el fuego.

—¡Más brandy! —bramó Starkey, golpeando la mesa con su enorme y nudoso puño. Era un tosco gigante de mediana edad, con una barba espesa y negra y ojos que brillaban por debajo de gruesas cejas negras.

—Una noche fría para los que navegan por el mar —comentó Ezra Harper.


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7 págs. / 13 minutos / 177 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Almuric

Robert E. Howard


Novela


Prefacio

Al principio yo no tenía intención de contar lo que le había pasado a Esau Cairn, ni siquiera de disipar el misterio que rodeó su desaparición. Fue Cairn en persona quien me hizo cambiar de opinión. Sin duda, sintió el deseo natural y humano de contar al mundo —un mundo del que había renegado, lo mismo que de sus habitantes— su extraña historia y la de aquel planeta que estos nunca podrán alcanzar. Lo que él deseaba decir y narrar es su historia. Por mi parte, rehúso divulgar el papel que he desempeñado en este intercambio; por ello callaré los medios por los que pude transportar a Esau Cairn desde su tierra natal a un planeta que forma parte de un sistema solar desconocido incluso por los astrónomos más avanzados. Tampoco revelaré de qué forma conseguí posteriormente comunicarme con él y escuchar su historia por su propia boca, con una voz que se oía espectralmente a través del cosmos.

Sí puedo certificar una cosa: nada de todo esto fue premeditado. Encontré el Gran Secreto totalmente por azar, durante una experiencia científica, y jamás había soñado en utilizarlo de un modo práctico hasta la famosa noche en que Esau Cairn se introdujo en mi laboratorio al amparo de la oscuridad... un hombre acorralado y al que la sangre humana le cubría las manos. Fue el azar lo que le condujo allí, el ciego instinto del animal que busca una guarida en la que pueda librar un último combate.


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159 págs. / 4 horas, 39 minutos / 97 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Blue River Blues

Robert E. Howard


Cuento


Debería haber sabido que todo lo relacionado con Joey Garfinkle, más conocido por el apodo de La Rata Almizclera de Schenectedy, quería decir problemas en letras mayúsculas. Vi por primera vez a semejante energúmeno la noche que peleé con «Un Asalto» O'Rourke en Los Angeles. El tipo que debía arbitrar el combate no acudió y —como era una sala de boxeo bastante cutre, para qué vamos a engañarnos—, el propietario subió al cuadrilátero y anunció que el señor Joey Garfinkle, el conocido organizador de encuentros de boxeo, ocuparía su puesto. Lo hizo, con lo que me privó de una victoria legítima. El combate estaba previsto a diez asaltos y, hasta el momento decisivo, Joey no tuvo la menor ocasión de demostrar si conocía su oficio o no, por la única razón de que un árbitro es necesario sobre un ring cuando hay que contar y no fue hasta el último minuto cuando se produjo el primer derribo. O'Rourke vencía a los puntos y quedaban tan sólo catorce segundos exactos antes de acabar el décimo y último asalto cuando le acaricié primero con un zurdazo y luego con un derechazo en el rostro que acabaron con el desafortunado O'Rourke tumbado en la lona.


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20 págs. / 35 minutos / 56 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Canaan Negro

Robert E. Howard


Cuento


1. Llamada de Canaan

«¡Problemas en el torrente del Tularoosa!». Este aviso pretendía que un frío gélido recorriese la espalda de cualquier hombre criado en aquella remota región del interior llamada Canaan, situada entre el río Tularoosa y Río Negro, y donde fuera que le llegara el mensaje, lo condujese a toda prisa de vuelta a aquella región pantanosa.

Era tan sólo un susurro en los labios marchitos de una vieja y renqueante bruja negra, que se esfumó entre la muchedumbre antes de que pudiera alcanzarla, pero me bastó. No era necesario esperar una confirmación ni indagar por qué misteriosos medios propios de los negros le había llegado la noticia. No hacía falta averiguar qué oscuras fuerzas actuaban para que aquellos ajados labios me hubieran revelado la noticia a mí, un hombre de Río Negro. Bastaba que el aviso fuese entregado y entendido.

¿Entendido? ¿Cómo no iba a entender cualquier hombre de Río Negro tal advertencia? Sólo podía significar una cosa: viejos odios supuraban de nuevo de las profundidades de la jungla cenagosa, oscuras sombras se deslizaban entre los cipreses, y la masacre acechaba desde la misteriosa aldea negra emplazada sobre la orilla recubierta del musgo nudoso del lúgubre Tularoosa.

Una hora más tarde, Nueva Orleans seguía alejándose más y más a mis espaldas con cada nueva vuelta de las ruedas cimbreantes. Todo hombre nacido en Canaan mantiene un vínculo invisible que irremediablemente le arrastra a su tierra natal cuando ésta se ve amenazada por la sombra tenebrosa que ha estado al acecho en sus selvas durante más de medio siglo.


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 61 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Cupido Contra Pólux

Robert E. Howard


Cuento


Al tiempo que subía los escalones de la casa de la fraternidad, me encontré con Tarántula Soons, un memo con poca disposición y los ojos saltones.

—¿Podría suponer que estás buscando a Spike? —dijo, y al verme admitir el hecho, me miró con curiosidad y añadió que Spike se encontraba en su habitación.

Subí y, mientras lo hacía, oí que alguien cantaba una canción de amor con una voz que era la incitación para un homicidio justificado. Por extraño que parezca, aquella atrocidad emanaba de la habitación de Spike, y cuando entré, vi a Spike sentado en un diván y cantando algo acerca de las lunas de los amantes y labios suaves de color rojo. Sus ojos brillaban encandilados vueltos hacia el techo y ponía el alma en el escandaloso bramido que sólo él imaginaba a la altura de la melodía. Decir que me quedé sorprendido es decir poco y, cuando se volvió y me dijo: «Steve, ¿no es maravilloso el amor?» podría haberme derribado con un martinete. Además de medir sus buenos seis pies y siete pulgadas y pesar algo más de doscientas setenta libras, Spike tiene un careto que hace que Firpo parezca el personaje adecuado para un anuncio para petimetres, sin contar con que es casi tan sentimental como un rinoceronte.

—¿Eh? ¿Y quién es ella? —pregunté con cierto sarcasmo, a lo que Spike se limitó a suspirar amorosamente y seguir con sus poesía. Aquello me irritó—. ¡Así que por eso no estás entrenando en el gimnasio! —bramé—. Eres un maldito haragán. El torneo de boxeo entre colegios empieza mañana y estás aquí, maldito morsa enorme, cantando cursiladas como si fueras un condenado becerro de tres años.

—¡Lárgate! —dijo, amagando un directo de derecha a mi mandíbula de manera distraída—. Puedo acabar con esos pastores alemanes sin entrenarme.


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4 págs. / 8 minutos / 55 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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