El Túmulo en el Promontorio
Robert E. Howard
Cuento
Y al instante siguiente aquel gran loco pelirrojo me sacudía
como un perro a una rata. «¿Dónde está Meve MacDonnal?», gritaba. Por
todos los santos que es horrible oír gritar a un loco en un lugar
solitario a medianoche, aullando el nombre de una mujer muerta hace
trescientos años.
La historia del pescador de altura
Este es el túmulo que busca —dije, posando precavidamente mi mano sobre una de las ásperas piedras que componían el montículo extrañamente simétrico.
Un ávido interés ardía en los oscuros ojos de Ortali. Su mirada barrió el paisaje y volvió para descansar en la gran pila de enormes peñascos desgastados por la intemperie.
—¡Qué lugar más extraño, salvaje y desolado! —dijo—. ¿Quién habría pensando en hallar un sitio así excepto en esta comarca? ¡Salvo por el humo que se alza a lo lejos, apenas osaría uno soñar que una gran ciudad se encuentra más allá de ese promontorio! Aquí a duras penas si se divisa la choza de un pescador.
—La gente rehúye el túmulo como lo ha hecho durante siglos —repliqué.
—¿Por qué?
—Ya me lo ha preguntado antes —contesté con impaciencia—. Sólo puedo responder que ahora evitan por costumbre lo que sus antepasados evitaban por sabiduría.
—¡Sabiduría! —rió despectivamente—. ¡Superstición!
Le contemplé sombríamente con un odio sin disimular. Dos hombres a duras penas podrían haber sido de dos tipos más opuestos. Él era delgado, seguro de sí mismo, inequívocamente latino con sus ojos oscuros y su aspecto sofisticado. Yo soy pesado, torpe y de aspecto ursino, con fríos ojos azules y revuelta cabellera rojiza. Éramos paisanos porque habíamos nacido en la misma tierra, pero los hogares de nuestros antepasados estaban tan alejados como el sur del norte.
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Publicado el 14 de julio de 2018 por Edu Robsy.