La Espadachina
Robert E. Howard
Cuento
1. Res adventura
—¡Agnès! Pelirroja del Infierno, ¿dónde estás?
Era mi padre, llamándome de la forma habitual. Eché hacia atrás los cabellos empapados en sudor que me caían sobre los ojos y volví a apoyarme las gavillas en el hombro. En mi vida había pocos momentos de descanso.
Mi padre apartó los arbustos y avanzó por el claro…
Era un hombre alto, de rostro demacrado, moreno por los soles de muchas campiñas, marcado por cicatrices recibidas al servicio de reyes codiciosos y duques ladrones. Me miró irritado y debo reconocer que no le habría reconocido si hubiera tenido otra expresión.
—¿Qué hacías? —rugió.
—Me enviaste a recoger madera al bosque —respondí amorosamente.
—¿Te dije que te ausentaras todo el día? —rugió, al tiempo que intentaba darme un golpe en la cabeza, cosa que evité sin esfuerzo gracias a la larga práctica—. ¿Has olvidado que es el día de tu boda?
Al oír aquellas palabras, mis dedos quedaron sin fuerza y soltaron la cuerda; las ramas cayeron y se esparcieron al golpear contra el suelo. El color dorado desapareció del sol y la alegría se alejó de los trinos de los pájaros.
—Lo había olvidado —murmuré, con los labios súbitamente secos.
—Bien, recoge las ramas y sígueme —rezongó mi padre—. El sol ya se pone por el oeste. Hija ingrata… desvergonzada… ¡que obligas a tu padre a seguirte por todo el bosque para llevarte junto a tu marido!
—¡Mi marido! —murmuré—. ¡François! ¡Por las pezuñas del diablo!
—¿Y juras, maldita? —siseó mi padre—. ¿Debo darte una nueva lección? ¿Te burlas del hombre que he elegido para ti? François es el muchacho más apuesto que puedes encontrar en toda Normandía.
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Publicado el 11 de julio de 2018 por Edu Robsy.