Textos más vistos de Robert E. Howard no disponibles | pág. 4

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autor: Robert E. Howard textos no disponibles


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Dagon Manor

Robert E. Howard


Cuento


Cuando yazca moribundo en mi lecho postrero, recordaré mi primera visión de Dagon Manor, la mansión maldita. Un frío cielo gris se cernía sobre ella, en medio de su emplazamiento, en la apartada extensión de los pantanos. Más allá de su solitaria oscuridad, se vislumbraba la sombría masa carmesí del sol, ocultándose tras las montañas.

Las marismas, de un color apagado y melancólico, nos rodeaban por doquier, y las malas hierbas se agitaban bajo el frío viento. Hasta donde podíamos ver, no había ningún otro signo de vida humana en los alrededores… tan solo aquella casa sombría, sin iluminar, que se alzaba enhiesta frente a la fría soledad.

El hermano de mi amigo Conrad se estremeció involuntariamente.

—¡Menudo lugar más desolado! ¿Por qué diablos elegiría este hombre un lugar tan insano para vivir?

Me encogí de hombros.

—A estas alturas ya deberías conocer mejor a Taverel, Conrad. Siempre ha sido un alma morosa, taciturna; siempre ha tenido algo de recluso, algo de misántropo y algo de místico. Este lugar tan triste y solitario es justo lo que más le complace, teniendo en cuenta que la herencia de su tío le ha facilitado el poder llevar a cabo sus mayores excentricidades. ¡Mira!

Una luz acababa de encenderse en la silenciosa casa.

—Vayamos dentro.


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25 págs. / 45 minutos / 79 visitas.

Publicado el 4 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Delenda Est

Robert E. Howard


Cuento


—¡No es un imperio, creedme! Es una vergüenza. ¿Imperio? ¡Bah! ¡Piratas, eso es lo único que somos!

El que hablaba era Hunegais, como de costumbre malhumorado y lúgubre, con sus negros mechones trenzados y lacios bigotes que delataban su sangre eslava. Suspiró con fuerza y el vino de Falerna rebosó por el borde de la copa de jade que sostenía, manchándole la túnica dorada con brocados de oro. Bebió con sonoros sorbos, como beben los caballos, y retomó con gesto melancólico su queja inicial.

—¿Qué hemos hecho en África? Destruimos a los grandes terratenientes y sacerdotes y nos erigimos en dueños y señores. ¿Quién trabaja la tierra? ¿Vándalos, tal vez? ¡En absoluto! Las mismas gentes que lo hicieron bajo el dominio de los romanos. Nosotros nos hemos limitado a reemplazar a los romanos. Recaudamos impuestos y cobramos arrendamientos, y estamos obligados a defender las tierras de los ataques bereberes. Nuestro punto débil se halla en nuestro reducido número. No podemos mezclarnos con la gente porque terminarían absorbiéndonos. No podemos convertirlos en aliados y al mismo tiempo súbditos; lo único que podemos hacer es mantener una especie de prestigio militar… Somos un grupúsculo de extraños aposentados en castillos, y de momento imponemos nuestro dominio sobre una amplia población que, cierto es, no nos odian más de lo que odiaban a los romanos, pero…

—Podríamos evitar parte de ese odio —interrumpió Ataúlfo. Era más joven que Hunegais, bien afeitado y apuesto, y sus modales eran menos primitivos. Era un suevo que había pasado su juventud cautivo del tribunal romano oriental—. Ellos son ortodoxos; si nos aviniéramos a renegar de Arian…


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9 págs. / 16 minutos / 54 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Corazón del Viejo Garfield

Robert E. Howard


Cuento


Estaba sentado en el porche cuando mi abuelo salió cojeando y se tumbó en su silla favorita, la del asiento acolchado, y empezó a llenar de tabaco su pipa de maíz.

—Creía que ibas a ir al baile —dijo.

—Estoy esperando a Doc Blaine —contesté—. Voy a acercarme a casa del viejo Garfield con él.

Mi abuelo chupó su pipa un rato antes de volver a hablar.

—¿Está mal el corazón del viejo Jim?

—Doc dice que es un caso perdido.

—¿Quién le cuida?

—Joe Braxton, contra los deseos de Garfield. Pero alguien tenía que quedarse con él.

Mi abuelo chupó su pipa ruidosamente, y miró los relámpagos de verano jugueteando en la lejanía de las colinas; después dijo:

—Crees que el viejo Jim es el mentiroso más grande del condado, ¿verdad?

—Cuenta unas historias muy exageradas —admití—. Algunas de las cosas en las que afirma haber tomado parte debieron de ocurrir antes de que naciera.

—Yo llegué a Texas desde Tennessee en 1870 —dijo bruscamente mi abuelo—. Vi cómo esta ciudad de Lost Nov crecía de la nada. Ni siquiera había un almacén de madera cuando llegué. Pero el viejo Jim Garfield ya estaba aquí, viviendo en el mismo sitio donde vive ahora, sólo que entonces era una cabaña de madera. No ha envejecido ni un solo día desde la primera vez que le vi.

—Nunca me habías contado eso —dije con cierta sorpresa.

—Sabía que lo achacarías a los desvaríos de un viejo —contestó—. El viejo Jim fue el primer blanco que se estableció en esta región. Construyó su cabaña a unas cincuenta millas de la frontera. Dios sabe cómo lo hizo, pues esas colinas estaban llenas de comanches por entonces.

—Recuerdo la primera vez que le vi. Por entonces todo el mundo ya le llamaba «viejo Jim».


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12 págs. / 21 minutos / 73 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Dios de Jade

Robert E. Howard


Cuento


Me desperté sobresaltado, emergiendo de un sueño profundo, sacudido por un horror innombrable. La luz de la luna iluminaba mi habitación, dotando a mis objetos familiares de una cualidad espectral y, mientras me preguntaba a mí mismo qué me había despertado, lo recordé… y, al hacerlo, me quedé paralizado cuando, una vez más, otro alarido espeluznante, como el que me había sacado de mi sueño, resonó de forma horrible en el silencio de la media noche. Parecía provenir de la casa de mi excéntrico y taciturno vecino, William Dormouth. No esperé a vestirme; agarrando un pesado bastón de madera de espino, descendí a toda prisa por las escaleras y corrí por mi jardín en dirección a la casa oscura que se perfilaba, siniestra, contra las estrellas. Según me acercaba al porche, otra figura apareció por entre las sombras de la barandilla, y comprobé que se trataba de mi amigo y vecino John Conrad.

—¿Qué este todo este ruido, Kirowan? —me preguntó, casi sin aliento, y divisé el fulgor de un revólver en su mano.

—Lo ignoro, —repuse—. Parece que alguien ha gritado.

—La puerta principal está cerrada, —dijo, frunciendo el ceño.

—¡Escucha! —desde algún lugar en el interior de la casa se escuchaban de nuevo ruidos de lucha… junto con un grito horripilante y lastimero y el indescriptible sonido de algo desgarrándose.

—¡Echa la puerta abajo! —gritó Conrad—. ¡Están asesinando a Dormouth mientras estamos aquí plantados!

No pude hacer más que arrojarme con todo mi peso contra la puerta la cual, con gran estrépito, saltó de sus goznes, cayendo hacia el interior. Me catapulté en el vestíbulo en sombras con Conrad pegado a mis talones, y nos dirigimos hacia la escalera.

—¡Por aquí! —exclamó—, Dormouth siempre duerme arriba…


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13 págs. / 24 minutos / 46 visitas.

Publicado el 4 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Fantasma del Anillo

Robert E. Howard


Cuento


Al entrar en el estudio de John Kirowan me encontraba demasiado absorto en mis pensamientos para darme cuenta de la demacrada apariencia de su visitante, un alto y atractivo joven que yo conocía bien.

—Hola, Kirowan —saludé—. Hola Gordon. No te veía desde hace bastante tiempo… ¿cómo está Evelyn? —y antes de que contestase, en el calor del entusiasmo que me había llevado hasta allí, exclamé—: Mirad esto, amigos; os mostraré algo que os dejará boquiabiertos. Me lo vendió aquel ladrón, Ahmed Mektub, y le pagué un precio alto por ello, pero vale la pena. ¡Mirad!

De debajo de mi abrigo saqué la daga afgana con incrustaciones de piedras preciosas en el mango que me tenía fascinado como coleccionista de armas raras.

Kirowan, que conocía mi pasión, mostró tan sólo un interés educado, pero la reacción de Gordon fue espeluznante.

Pegó un brinco a la vez que lanzaba un grito ahogado, derribando la silla con gran estruendo al impactar contra el suelo. Con los puños apretados y el rostro lívido se volvió hacia mí, gritando:

—¡Atrás! Aléjate de mí o…

Me quedé petrificado.

—¡Qué diablos…! —comencé a decir estupefacto, cuando Gordon, tras otro asombroso cambio de actitud, se derrumbó sobre una silla y hundió la cabeza entre las manos. Vi cómo le temblaban los voluminosos hombros. Le miré desconsolado y luego miré a Kirowan, que estaba igualmente enmudecido—. ¿Está borracho? —pregunté.

Kirowan negó con la cabeza y, tras llenar una copa de brandy, se la ofreció al joven. Gordon le devolvió la mirada con ojos hundidos, tomó la copa y se la bebió de un trago, como si estuviera medio famélico. Luego se irguió y nos miró avergonzado.

—Siento haber perdido los estribos, O’Donnel —dijo—. Fue la impresión cuando sacaste ese cuchillo.


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20 págs. / 35 minutos / 50 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Gancho de Derecha

Robert E. Howard


Cuento


Había una nota de deseo sanguinario en los aullidos de la multitud. La jauría exigía muerte.

Dos hombres se enfrentaban sobre el cuadrilátero manchado de sangre. Uno, el más alto, se tambaleaba, agitando locamente los brazos para protegerse. El otro, un combatiente más bajo y rechoncho, hostigaba a su adversario y mantenía la presión, boxeando prudentemente. Su izquierda volaba una y otra vez y alcanzaba el rostro del hombre del mayor tamaño. El hombre dominado lanzó un golpe corto que se perdió. El otro esquivó y de nuevo le largo un izquierdazo. El hombre más alto bajó la guardia de manera instintiva; en el mismo momento, el más pequeño le aplastó un derechazo en la cara con una fuerza aterradora. El hombre más alto se fue a la lona.

Todos los espectadores se levantaron como un solo hombre lanzando aclamaciones; el golpe había sido muy alto, pero con una potencia increíble, como todo el mundo se percató.

—¡Harmer! ¡Harmer!

Los aullidos ascendían hacia las brillantes luces del ring.

Sin embargo, el hombre de la lona se levantaba lentamente, con una mesura en los movimientos que traicionaba un cerebro abotargado. Estuvo en pie en el mismo momento en que el árbitro abría la boca para decir:

—¡Nueve!

Harmer llegó impetuosamente dispuesto a rematar la faena. Le hizo una finta a su adversario con un buen corto de izquierda y soltó la derecha... en el mismo instante, su dañado y tambaleante adversario lanzó la izquierda salvajemente y más o menos al azar. No había ninguna precisión en aquel golpe —no era más que un gesto fútil—, pero no obstante aterrizó de lleno en la mandíbula de Harmer, y el hombre rechoncho cayó como si le hubieran golpeado con un martillo de fragua.


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17 págs. / 31 minutos / 39 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Gorila del Destino

Robert E. Howard


Cuento


Al entrar en mi vestuario, unos instantes antes del combate que me enfrentaría con «One-Round» Egan, lo primero que vi fue un trozo de papel colocado encima de la mesa con ayuda de un cuchillo. Pensando que sería alguien que me quería gastar una broma, tomé el papel y lo leí. No tenía gracia. La nota decía sencillamente: «Túmbate en el primer round; si no lo haces, tu nombre se verá revolcado por el barro». No había firma, pero reconocí el estilo. Desde hacía algún tiempo, una banda de camorristas de poca monta se encargaba del puerto, reuniendo dinero día a día siguiendo métodos muy poco ortodoxos. Se creían muy listos, pero yo les tenía filados. Eran serpientes, más que lobos; sin embargo, estaban dispuestos a todo para conseguir algunos sucios dólares.

Mis cuidadores todavía no habían llegado; estaba solo. Rompí la nota y arrojé los trozos a un rincón, junto con los comentarios apropiados. Aunque mis ayudantes no llegaban, no dije ni pío. Cuando subí al ring, estaba loco de rabia y, cuando recorrí con la vista la primera fila de asientos, me fijé en un grupo que, por la idea que tenía en mente, era el responsable de la nota que encontré en el vestuario. Aquel grupo estaba formado por Waspy Shaw, Bully Klisson, Ned Brock y Tony Spagalli... apostantes menores y auténticos canallas. Me sonrieron como si estuvieran al corriente de algún secreto, y comprendí que no me había equivocado. Refrené mis ansias apasionadas y legítimas de deslizarme entre las cuerdas y saltar del ring para abrirles la cabeza.

Al oír la campana, en lugar de observar a Egan, mi adversario, no dejé de vigilar a Shaw con el rabillo del ojo: un individuo cuya cara parecía la hoja de un cuchillo, con la mirada fría y un traje llamativo.


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18 págs. / 32 minutos / 42 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Halcón de las Colinas

Robert E. Howard


Novela corta


I

Para alguien que se encontrara en lo más bajo de la garganta, el hombre agarrado al abrupto acantilado habría resultado invisible, disimulado por los salientes rocosos que formaban algo parecido a una serie de peldaños irregulares de piedra si se miraba desde lejos. Igualmente, vista desde lejos, la accidentada pared parecía fácil de trepar; pero entre cada saliente había huecos que producían vértigo… pérfidas extensiones de tierra arcillosa y pendientes abruptas donde los dedos que se aferraban a la rocosa pared y los dedos de los pies que buscaban a tientas dónde meterse, difícilmente encontraban una presa o un apoyo.

Un único paso en falso, un único asidero mal asegurado y el escalador caería hacia atrás para recorrer una caída vertiginosa que le aplastaría en el fondo rocoso del cañón, trescientos pies más abajo. Pero el hombre agarrado al acantilado era Francis Xavier Gordon y su destino no era caer y aplastarse en el fondo de un barranco del Himalaya.

Su ascensión estaba a punto de terminar. El borde del acantilado se encontraba solamente a pocos pies por encima de su cabeza, pero la superficie que le restaba por franquear era la más peligrosa de aquella insensata escalada. Hizo una pausa para limpiarse el sudor que le cegaba los ojos, inspiró profundamente por la nariz y, una vez más, opuso ojo y músculo a la brutal perfidia de la gigantesca barrera mineral. Apagados aullidos subieron desde el fondo de la garganta, vibrantes por el odio y expresando un deseo sanguinario. No miró hacia abajo. Su labio superior se encogió con un silencioso gruñido, como podría bufar una pantera al oír las voces de los cazadores. Eso fue todo.


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75 págs. / 2 horas, 11 minutos / 43 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Hombre de Hierro

Robert E. Howard


Cuento


1. El hombre de hierro

«¡Una izquierda como un cañonazo y una derecha fulgurante! ¡Una mandíbula de granito y un cuerpo de acero templado! ¡La ferocidad de un tigre y el corazón de combatiente más grande que haya latido en un pecho con las costillas de hierro! Así era Mike Brennon, aspirante al título de la categoría de los pesos pesados».

Mucho antes de que los periodistas deportivos descubrieran la existencia de Brennon, yo me encontraba en la «tienda de atletismo» de un circo que alzó sus carpas a las afueras de una pequeña ciudad de Nevada, sonriendo y admirando las bufonadas del presentador, que ofrecía con toda facilidad cincuenta dólares a cualquier hombre que resistiera cuatro asaltos frente a Young Firpo, el Asesino de California, ¡campeón de California y de Insulindia! Young Firpo, un muchacho recio y peludo, con los músculos sobresalientes de un levantador de pesas y cuyo verdadero nombre sería algo así como Leary, estaba a su lado, con una expresión aburrida y despectiva dibujada en sus gruesas facciones. Todo aquello era rutina para él.

—Vamos, amigos —gritaba el presentador—, ¿no hay ningún joven entre los presentes capaz de arriesgar su vida en el cuadrilátero? ¡Naturalmente, la dirección declina toda responsabilidad si tan valiente joven se deja matar o desgraciar! Pero si alguien de los presentes se arriesga a correr semejantes peligros...

Vi a un individuo de rostro patibulario levantarse de su asiento —uno de los habituales «comparsas» en connivencia con los feriantes, claro—, pero en aquel momento la multitud empezó a bramar:

—¡Brennon! ¡Brennon! ¡Vamos, Mike!


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46 págs. / 1 hora, 21 minutos / 60 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Hombre en Tierra

Robert E. Howard


Cuento


Cal Reynolds se pasó la mascada de tabaco al otro lado de la boca y miró con los ojos entrecerrados por el cañón azul opaco de su Winchester. Movía las mandíbulas metódicamente, cesando el movimiento para encontrar su punto de mira. Se quedó petrificado en una rígida inmovilidad; a continuación enroscó el dedo y apretó el gatillo. El impacto del disparo hizo que el eco retumbase por las colinas, y como un eco llegó un disparo en respuesta.

Reynolds se agachó, aplastando su largo cuerpo contra la tierra, maldiciendo en voz baja. Una esquirla gris saltó de una de las rocas cercanas a su cabeza y una bala rebotada pasó silbando y se perdió en el espacio. Tembló involuntariamente. El sonido era tan mortal como el siseo de una pitón escondida.

Se incorporó con cautela lo suficiente para poder echar una ojeada entre las rocas que tenía al frente. Separado de su refugio por una ancha franja recubierta de matorrales de mezquite y chumberas, se elevaba un amasijo de rocas y cantos rodados similar al que le cobijaba a él. Por detrás de esos cantos rodados flotaba una fina voluta de humo blanquecino. Los entrenados ojos de Reynolds, acostumbrados a distancias abrasadas por el sol, detectaron entre las rocas un pequeño círculo de acero azul que brillaba tenuemente. Aquel anillo era la boca de un rifle, pero Reynolds sabía perfectamente quién estaba apostado tras aquel cañón.


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7 págs. / 13 minutos / 54 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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