Textos de Robert E. Howard no disponibles | pág. 12

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El Momento Supremo

Robert E. Howard


Cuento


—¡El futuro de la humanidad depende de ello!

El que acababa de pronunciar estas palabras era un hombre de rostro enérgico y autoritario. En él, todo expresaba poder.

De hecho, solo había un hombre en aquella sala que no diera la impresión de riqueza y poder. Cinco hombres, cada uno sentado en una silla, se enfrentaban a él.

Exteriormente, era el más insignificante de todos. Bajo y deforme, tenía las piernas torcidas y era jorobado. Unos ojos enfermos miraban de reojo por debajo de una frente muy abombada.

—¿Por qué han venido a buscarme? —preguntó con voz aflautada, sonora, en la que un extraño desafío se mezclaba con la humildad.

Los otros le miraron con desprecio, casi con desagrado.

—Sabe muy bien —replicó el hombre que habló en primer lugar, levantándose y recorriendo la habitación— que es el único hombre en todo el mundo que tiene lo que queremos. Lo que debemos tener a cualquier precio. Como ya sabe, una nueva especie de hongo ha aparecido en Ecuador. No hay, al parecer, nada que pueda detener su crecimiento. Esos hongos se desarrollan y cubren los campos, las granjas, las casas. Todo cuanto tocan, lo destruyen. Antes de su llegada, tierras fértiles y una rica vegetación; tras su paso, un desierto desnudo y árido. Esos hongos se extienden a una velocidad sorprendente y pueden recorrer millas en una sola jornada. Nada puede impedir su avance. Se alimentan de carne lo mismo que de vegetación. Bosques y ciudades desaparecen del mismo modo ante ellos. Los océanos no pueden detenerles, pues se extienden sobre su superficie, como sargazos inmensos e inconcebibles, obstruyéndolos, destruyendo los peces y atrapando los barcos, devorándolos. Como si fuera un inmenso pulpo, esa forma desconocida de hongo extiende sus tentáculos a través del mundo para dominarlo y cubrirlo por completo. Pero, sin ninguna duda, usted ya sabe todo eso.


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5 págs. / 9 minutos / 45 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Las Enredaderas Serpiente

Robert E. Howard


Cuento


Esta es la historia que Hansen me contó cuando salió tambaleándose de aquella jungla negra y repugnante de Indochina, se derrumbó a mis pies y se retorció murmurando sonidos inarticulados. Cuando hubo recobrado un poco de lucidez, se quedó tumbado en mi jergón de campaña y entrecortó sus frenéticos gemidos con grandes tragos de whisky que bebía directamente de la botella. Y esto es lo que me dijo:

—¡Amigo mío, yo salí en busca de orquídeas! ¡Orquídeas... Señor! ¡Encontré el horror y la demencia! ¡Por el amor del cielo, no dejes que se me acerque!

—¿Impedir que se te acerqué qué?

—¡La jungla! Esa obscenidad oscura, fétida, ciega y monstruosa... ¡en este mismo momento extiende sus tentáculos de serpiente para alcanzarme! ¡Me busca a tientas en las tinieblas!

Su voz se transformó en un grito penetrante, y uno de mis soldados gurkha se despertó sobresaltado y empezó a disparar a tontas y a locas contra las sombras, convencido de que estábamos siendo atacados por las tribus de las colinas. Conseguí tranquilizar a mis hombres no sin cierto esfuerzo, porque el campamento estaba sobresaltado desde que Hansen salió de la espesura en aquel lamentable estado; sus gritos no ayudaron a arreglar las cosas.

Sin embargo, los disparos parecieron tranquilizar ligeramente a mi amigo, medio loco de terror.

—Vamos, muchacho —dijo, jadeando y tiritando—. No sirve de nada acribillarlas a balazos... pero de ese modo uno se siente mejor.

»Sí, Haldred y yo partimos en busca de orquídeas. En el seno de esa horrible jungla... lejos, muy lejos... en una región donde nunca se había aventurado ningún hombre blanco. Tuvimos algunos problemas con los indígenas, pero nada serio. Maldita sea, hubiera preferido que nos masacraran a los dos antes de que...


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4 págs. / 7 minutos / 79 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Pueblo de la Costa Negra

Robert E. Howard


Cuento


Todo esto es resultado de placeres vanos y... vaya, ¿a qué se me ocurre este pensamiento? De algún atavismo puritano oculto en el fondo de mi mente que se disgrega rápidamente, o eso supongo. Una cosa es segura: en mi vida pasada nunca le concedí mucha atención a tales preceptos. En todo caso, debo consignar por escrito y a toda prisa mi corta y abominable historia antes de que estalle el rojo amanecer y la muerte aúlle en sus playas.

Al principio, éramos dos. Yo mismo, claro está, y Gloria, que debía haber sido mi mujer. Gloria poseía un avión y adoraba pilotarlo... Eso fue el comienzo de toda esta terrible historia. Aquel día intenté disuadirla de su proyecto —¡juro que lo hice!—, pero ella insistió y despegamos de Manila rumbo a Guam.. ¿Por qué? El capricho de una joven temeraria que no le tenía miedo de nada y que ardía con las ansias de vivir nuevas aventuras... de conocer nuevas sensaciones.

De nuestra llegada a la Costa Negra hay pocas cosas que decir. Se formó una de esas brumas poco frecuentes; la sobrevolamos y nos adentramos entre las espesas formaciones nubosas. En qué dirección volábamos es algo que solo sabe Dios, pero luchamos hasta el final. Finalmente, nos abismamos en el mar en el mismo momento en que divisábamos una tierra a través de la bruma que se disipaba.


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13 págs. / 22 minutos / 69 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Sombra del Buitre

Robert E. Howard


Novela corta


Capítulo 1

—¿Han sido esos perros convenientemente vestidos y cebados?

—Sí, Protector de los Creyentes.

—Pues que los traigan y que se arrastren ante la presencia.

Y fue de aquel modo como los embajadores, pálidos tras los muchos meses de prisión, fueron conducidos ante el trono de Solimán el Magnífico, sultán de Turquía, y el monarca más poderoso en un tiempo de monarcas poderosos. Bajo el gran domo púrpura de la sala real brillaba el trono ante el que temblaba el mundo entero… revestido de oro y con perlas incrustadas. La fortuna en gemas de un emperador adornaba el palio de seda del que colgaba una red de perlas brillantes rematada con un festón de esmeraldas. Aquellas joyas formaban como un halo de gloria por encima de la cabeza de Solimán. Sin embargo, el esplendor del trono palidecía ante la presencia de la centelleante silueta que en él se sentaba, ataviada de pedrerías y con un turbante cuajado de diamantes y rematado con una pluma de garza. Sus nueve visires se encontraban cerca del trono, en actitud humilde. Los soldados de la guardia imperial se alineaban ante el estrado… Solaks con armadura, plumas negras, blancas y escarlatas ondeando por encima de los dorados cascos.


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56 págs. / 1 hora, 39 minutos / 191 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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