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autor: Robert Louis Stevenson editor: Edu Robsy textos no disponibles


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Catriona

Robert Louis Stevenson


Novela


A Charles Baxter, procurador.

Mi querido Charles:

Es sino de las segundas partes defraudar a quienes las esperaban, y mi David, dejado a su suerte durante más de un lustro en el despacho de la British Linen Company, debe contar con que su tardía reaparición se reciba con gritos, si no con proyectiles. Con todo, cuando recuerdo los días de nuestras exploraciones, no me falta la esperanza. Seguramente habremos dejado en nuestra ciudad la semilla de alguna inquietud. Algún joven patilargo y fogoso debe de alimentar hoy los mismos sueños y desvaríos que nosotros vivimos hace ya tantos años; y gustará el placer, que debiera haber sido nuestro, de seguir por entre calles con nombres y casas numeradas las correrías de David Balfour, reconociendo a Dean, Silvermills, Broughton, el Hope Park, Pilrig y la vieja Lochend, si todavía está en pie, y los Figgate Whins, si nada de aquello desapareció, o de echarse a andar a campo traviesa (aprovechando unas largas vacaciones) hasta Guillane o el Bass.

Puede que así su mirada reconozca el paso de las generaciones pasadas y considere, sorprendido, el trascendental y precario don de su existencia.

Tú aún permaneces —como cuando te vi por primera vez, y en la última ocasión en que me dirigí a ti— en esa ciudad venerable que siempre siento como mi propia casa.

Y yo, admirado, humillo mi cabeza ante la gran novela del destino.

R. L. S.

Vailima Upulu, Samoa, 1892


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311 págs. / 9 horas, 5 minutos / 175 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Secuestrado

Robert Louis Stevenson


Novela


Dedicatoria

Mi querido Charles Baxter:

Si alguna vez lees esta historia, probablemente te harás más preguntas de las que yo podría contestar. Te preguntarás, por ejemplo, por qué ocurrió el asesinato de Appin en el año 1751, cómo es que las rocas de Torran se han desligado hasta tan cerca de Barraid, o por qué el proceso impreso silencia todo lo referente a David Balfour. Éstas son cuestiones que escapan a mi comprensión. Pero si me pones a prueba acerca de la culpabilidad o inocencia de Alan, creo que podré defender el contenido del texto. Todavía hoy encontrarás en Appin que la tradición está claramente a favor de Alan. Si investigas un poco, incluso podrás enterarte de que los descendientes del «otro hombre», del que disparó, aún viven en la comarca. Pero el nombre de ese «otro hombre», pregunta cuanto quieras que no llegarás a saberlo, pues el escocés aprecia un secreto por lo que vale en sí mismo, y por el agradable ejercicio de guardarlo. Podría extenderme mucho para justificar un punto y reconocer otro insostenible, pero es más honrado confesar de entrada lo poco que me interesa el afán de exactitud. Esto no es material para la biblioteca de un erudito, sino un libro para las tardes de invierno en un aula, cuando las tareas de clase han terminado y se acerca la hora de acostarse; y el honesto Alan, que fue en su tiempo un terrible matamoros, en su nuevo avatar no tiene más desesperado propósito que el de robar la atención de algún joven caballero por su Ovidio, transportarle por un rato a las Highlands al siglo pasado, y mandarle luego a la cama con unas cuantas atractivas imágenes que mezclar con sus sueños.


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255 págs. / 7 horas, 27 minutos / 341 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Pabellón de las Dunas

Robert Louis Stevenson


Cuento


EL PABELLÓN DE LAS DUNAS

Dedicado a D. A. S.
en recuerdo de los días pasados cerca de Fidra

1

En el que se cuenta cómo acampé junto al mar, en el bosque de Graden, y vi una luz en el pabellón

De joven fui un gran solitario. Me enorgullecía quedarme al margen y estar a mi aire, y puede decirse que no tuve ni amigos ni conocidos hasta que conocí a la que acabó convirtiéndose en mi mujer y en la madre de mis hijos. Tan solo con un hombre tuve algún trato: con el caballero R. Northmour, de Graden Easter, en Escocia. Nos habíamos conocido en la universidad y, a pesar de no tener mucho en común ni gozar de demasiada confianza, compartíamos ciertas semejanzas de carácter que nos permitieron relacionarnos sin dificultad. Nos creíamos unos misántropos, aunque luego he pensado que quizá fuéramos solo hoscos. Y apenas podía hablarse de camaradería, sino de coexistencia entre dos seres insociables. El temperamento extraordinariamente violento de Northmour le hacía casi imposible relacionarse con nadie más que yo, e igual que él soportaba mis hábitos taciturnos y me dejaba ir y venir a mi antojo, yo toleraba su presencia sin complicaciones. Creo que nos teníamos por amigos.


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61 págs. / 1 hora, 47 minutos / 317 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Olalla

Robert Louis Stevenson


Cuento


—Bueno —dijo el médico—, yo ya he terminado, y puedo añadir con orgullo que no sin éxito. Ya solo falta sacarle a usted de esta ciudad fría y perjudicial, y proporcionarle un par de meses de aire puro y paz de espíritu. Lo último es cosa suya. En lo primero creo que puedo ayudarle. No imagina usted qué casualidad: precisamente el otro día vino el cura del pueblo, y como ambos somos viejos amigos, aunque profesemos una fe diferente, me consultó respecto a cierto asunto que preocupaba a algunos de sus feligreses. Se trata de la familia…, aunque usted no conoce España y no deben de sonarle ni siquiera los nombres de nuestros grandes, baste con decir que en otro tiempo fueron personas muy distinguidas y que hoy están al borde de la miseria. No les queda nada, salvo una casa solariega y algunas leguas de terreno desértico y montañoso donde no podría sobrevivir ni una cabra. Sin embargo, la casa es muy hermosa y antigua y está en lo alto de las montañas, por lo que resulta muy saludable. En cuanto mi amigo me contó el caso, me acordé de usted. Le expliqué que había atendido a un oficial herido, herido por la buena causa, que necesitaba un cambio de aires, y le propuse que sus amigos lo recibiesen a usted como huésped. En el acto, el cura se puso muy serio, tal como yo me había maliciado, y afirmó que esa posibilidad estaba descartada. «Pues por mí ya se pueden morir de hambre», respondí, «porque si hay algo que no soporto es el orgullo en los necesitados». El caso es que nos despedimos algo enfadados; no obstante, ayer, para mi sorpresa, el cura vino a verme y rectificó: las reticencias con que se había encontrado, me explicó, habían sido menores de las que se temía, o, en otras palabras, aquella gente tan altiva había preferido tragarse su orgullo. Así que cerré el trato y, si usted acepta, dispone de una habitación reservada en la casa.


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52 págs. / 1 hora, 32 minutos / 137 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Las Desventuras de John Nicholson

Robert Louis Stevenson


Cuento


1. En el que John siembra vientos

John Varey Nicholson era un estúpido, aunque otros que lo son más que él están hoy repantigados en el Parlamento y se jactan de ser los autores de su propia distinción. Ya desde la niñez había tenido tendencia a la obesidad y se inclinaba a ver la vida de forma alegre y superficial, y es posible que esa actitud fuese la causa original de todas sus desdichas. Aparte de esa pista, la filosofía nada nos dice sobre su carrera, y la superstición adelanta la más fácil explicación de que los dioses lo detestaban.


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71 págs. / 2 horas, 4 minutos / 97 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Club de los Suicidas

Robert Louis Stevenson


Novela


1. Historia del joven de las tartas de crema

Durante su residencia en Londres, el eminente príncipe Florizel de Bohemia se ganó el afecto de todas las clases sociales por la seducción de sus maneras y por una generosidad bien entendida. Era un hombre notable, por lo que se conocía de él, que no era en verdad sino una pequeña parte de lo que verdaderamente hizo. Aunque de temperamento sosegado en circunstancias normales, y habituado a tomarse la vida con tanta filosofía como un campesino, el príncipe de Bohemia no carecía de afición por maneras de vida más aventuradas y excéntricas que aquélla a la que por nacimiento estaba destinado. En ocasiones, cuando estaba de ánimo bajo, cuando no había en los teatros de Londres ninguna comedia divertida o cuando las estaciones del año hacían impracticables los deportes en que vencía a todos sus competidores, mandaba llamar a su confidente y jefe de caballerías, el coronel Geraldine, y le ordenaba prepararse para una excursión nocturna. El jefe de caballerías era un oficial joven, de talante osado y hasta temerario, que recibía la orden con gusto y se apresuraba a prepararse. Una larga práctica y una variada experiencia en la vida le habían dado singular facilidad para disfrazarse; no sólo adaptaba su rostro y sus modales a los de personas de cualquier rango, carácter o país, sino hasta la voz e incluso sus mismos pensamientos, y de este modo desviaba la atención de la persona del príncipe y, a veces, conseguía la admisión de los dos en ambientes y sociedades extrañas. Las autoridades nunca habían tenido conocimiento de estas secretas aventuras; la inalterable audacia del uno y la rápida inventiva y devoción caballeresca del otro los habían salvado de no pocos trances peligrosos, y su confianza creció con el paso del tiempo.


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85 págs. / 2 horas, 29 minutos / 729 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Ladrón de Cadáveres

Robert Louis Stevenson


Cuento


Todas las noches del año nos sentábamos los cuatro en el pequeño reservado de la posada George en Debenham: el empresario de pompas fúnebres, el dueño, Fettes y yo. A veces había más gente; pero tanto si hacia viento como si no, tanto si llovía como si nevaba o caía una helada, los cuatro, llegado el momento, nos instalábamos en nuestros respectivos sillones. Fettes era un viejo escocés muy dado a la bebida; culto, sin duda, y también acomodado, porque vivía sin hacer nada. Había llegado a Debenham años atrás, todavía joven, y por la simple permanencia se había convertido en hijo adoptivo del pueblo. Su capa azul de camelote era una antigüedad, igual que la torre de la iglesia. Su sitio fijo en el reservado de la posada, su conspicua ausencia de la iglesia, y sus vicios vergonzosos eran cosas de todos sabidas en Debenham. Mantenía algunas opiniones vagamente radicales y cierto pasajero escepticismo religioso que sacaba a relucir periódicamente, dando énfasis a sus palabras con imprecisos manotazos sobre la mesa. Bebía ron: cinco vasos todas las veladas; y durante la mayor parte de su diaria visita a la posada permanecía en un estado de melancólico estupor alcohólico, siempre con el vaso de ron en la mano derecha. Le llamábamos el doctor, porque se le atribuían ciertos conocimientos de medicina y en casos de emergencia había sido capaz de entablillar una fractura o reducir una luxación, pero, al margen de estos pocos detalles, carecíamos de información sobre su personalidad y antecedentes.


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25 págs. / 44 minutos / 609 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Diablo de la Botella

Robert Louis Stevenson


Cuento


Había un hombre en la isla de Hawai al que llamaré Keawe; porque la verdad es que aún vive y que su nombre debe permanecer secreto, pero su lugar de nacimiento no estaba lejos de Honaunau, donde los huesos de Keawe el Grande yacen escondidos en una cueva. Este hombre era pobre, valiente y activo; leía y escribía tan bien como un maestro de escuela, además era un marinero de primera clase, que había trabajado durante algún tiempo en los vapores de la isla y pilotado un ballenero en la costa de Hamakua. Finalmente, a Keawe se le ocurrió que le gustaría ver el gran mundo y las ciudades extranjeras y se embarcó con rumbo a San Francisco.

San Francisco es una hermosa ciudad, con un excelente puerto y muchas personas adineradas; y, más en concreto, existe en esa ciudad una colina que está cubierta de palacios. Un día, Keawe se paseaba por esta colina con mucho dinero en el bolsillo, contemplando con evidente placer las elegantes casas que se alzaban a ambos lados de la calle. «¡Qué casas tan buenas!» iba pensando, «y ¡qué felices deben de ser las personas que viven en ellas, que no necesitan preocuparse del mañana!». Seguía aún reflexionando sobre esto cuando llegó a la altura de una casa más pequeña que algunas de las otras, pero muy bien acabada y tan bonita como un juguete, los escalones de la entrada brillaban como plata, los bordes del jardín florecían como guirnaldas y las ventanas resplandecían como diamantes. Keawe se detuvo maravillándose de la excelencia de todo. Al pararse se dio cuenta de que un hombre le estaba mirando a través de una ventana tan transparente que Keawe lo veía como se ve a un pez en una cala junto a los arrecifes. Era un hombre maduro, calvo y de barba negra; su rostro tenía una expresión pesarosa y suspiraba amargamente. Lo cierto es que mientras Keawe contemplaba al hombre y el hombre observaba a Keawe, cada uno de ellos envidiaba al otro.


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38 págs. / 1 hora, 7 minutos / 605 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Janet la Torcida

Robert Louis Stevenson


Cuento


El reverendo Murdoch Soulis fue durante mucho tiempo pastor de la parroquia del páramo de Balweary, en el valle de Dule. Anciano severo y de rostro sombrío para sus feligreses, vivió durante los últimos años de su vida sin familia ni criado ni compañía humana alguna, en la modesta y solitaria casa parroquial situada bajo el Hanging Shazv, un pequeño bosque de sauces. A pesar de lo férreo de sus facciones, sus ojos eran salvajes, asustadizos e inciertos. Y cuando en una amonestación privada se explayaba largamente sobre el futuro del impenitente, parecía que su visión atravesara las tormentas del tiempo hasta los terrores de la eternidad. Muchos jóvenes que venían a prepararse para la ceremonia de la Primera Comunión quedaban terriblemente afectados por sus palabras. Tenía un sermón sobre los versículos 1 y 8 de Pedro, «El diablo como un león rugiente», para el domingo después de cada diecisiete de agosto, y solía superarse sobre aquel texto, tanto por la naturaleza espantosa del tema como por el terror que infundía su comportamiento en el púlpito. Los niños estaban aterrorizados hasta el punto de sufrir ataques de histeria, y la gente mayor parecía más misteriosa de lo normal y repetía durante todo el día aquellas insinuaciones de las que Hamlet se lamentaba.


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13 págs. / 24 minutos / 478 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Isla de las Voces

Robert Louis Stevenson


Cuento


Keola, que estaba casado con Lehua, hija de Kalamake, vivía con su suegro, el hombre sabio de Molokai. No había nadie en la isla más astuto que aquel profeta; leía los astros y adivinaba las cosas futuras mediante los cadáveres y las criaturas malignas: iba solo a las partes más altas de la montaña, a la región de los duendes, y allí preparaba trampas para capturar a los espíritus de los antiguos.

Todo esto hacía que no hubiera nadie más consultado en todo el reino de Hawaii. Las personas sensatas compraban, vendían, contraían matrimonio y organizaban su vida de acuerdo con sus consejos; y el rey le llamó dos veces a Kona para buscar los tesoros de Kamehameha. Tampoco había otro hombre más temido: entre sus enemigos, unos se habían consumido en la enfermedad por el poder de sus encantamientos, y otros se habían esfumado en cuerpo y alma, hasta el punto de que la gente buscaba en vano el más mínimo resto suyo. Se rumoreaba que poseía el arte y el don de los antiguos héroes. Se le había visto de noche en las montañas, caminando sobre los riscos; se le había visto atravesar los bosques donde crecían los árboles más altos, y su cabeza y sus hombros sobresalían por encima de sus copas.

Este Kalamake era un hombre de extraña apariencia. Procedía de las mejores estirpes de Molokai y Maui, sin mezcla de ninguna clase, y sin embargo tenía la piel más blanca que ningún extranjero; su cabello era del color de la hierba seca, y sus ojos, enrojecidos, estaban casi ciegos, de manera que “ciego como Kalamake, que ve más allá del mañana”, era una de las expresiones favoritas de las islas.


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27 págs. / 47 minutos / 383 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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