EL PABELLÓN DE LAS DUNAS
Dedicado a D. A. S.
en recuerdo de los días pasados cerca de Fidra
1
En el que se cuenta cómo acampé junto al mar, en el bosque de Graden, y vi una luz en el pabellón
De joven fui un gran solitario. Me enorgullecía
quedarme al margen y estar a mi aire, y puede decirse que no tuve ni
amigos ni conocidos hasta que conocí a la que acabó convirtiéndose en mi
mujer y en la madre de mis hijos. Tan solo con un hombre tuve algún
trato: con el caballero R. Northmour, de Graden Easter, en Escocia. Nos
habíamos conocido en la universidad y, a pesar de no tener mucho en
común ni gozar de demasiada confianza, compartíamos ciertas semejanzas
de carácter que nos permitieron relacionarnos sin dificultad. Nos
creíamos unos misántropos, aunque luego he pensado que quizá fuéramos
solo hoscos. Y apenas podía hablarse de camaradería, sino de
coexistencia entre dos seres insociables. El temperamento
extraordinariamente violento de Northmour le hacía casi imposible
relacionarse con nadie más que yo, e igual que él soportaba mis hábitos
taciturnos y me dejaba ir y venir a mi antojo, yo toleraba su presencia
sin complicaciones. Creo que nos teníamos por amigos.
Información texto 'El Pabellón de las Dunas'