Textos más vistos de Robert Louis Stevenson etiquetados como Cuento no disponibles | pág. 2

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autor: Robert Louis Stevenson etiqueta: Cuento textos no disponibles


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Las Desventuras de John Nicholson

Robert Louis Stevenson


Cuento


1. En el que John siembra vientos

John Varey Nicholson era un estúpido, aunque otros que lo son más que él están hoy repantigados en el Parlamento y se jactan de ser los autores de su propia distinción. Ya desde la niñez había tenido tendencia a la obesidad y se inclinaba a ver la vida de forma alegre y superficial, y es posible que esa actitud fuese la causa original de todas sus desdichas. Aparte de esa pista, la filosofía nada nos dice sobre su carrera, y la superstición adelanta la más fácil explicación de que los dioses lo detestaban.


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71 págs. / 2 horas, 4 minutos / 92 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Juerguistas

Robert Louis Stevenson


Cuento


1. Eilean Aros

Hacía una hermosa mañana de finales de julio cuando emprendí a pie por última vez el camino de Aros. La noche anterior un bote me había dejado en Grisapol. Desayuné lo poco que me pudo ofrecer la pequeña posada donde me hospedaba, dejé allí todo mi equipaje hasta que llegase la ocasión de ir a recogerlo por mar y emprendí la marcha a través del promontorio con el corazón animoso.


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59 págs. / 1 hora, 43 minutos / 191 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Janet la Torcida

Robert Louis Stevenson


Cuento


El reverendo Murdoch Soulis fue durante mucho tiempo pastor de la parroquia del páramo de Balweary, en el valle de Dule. Anciano severo y de rostro sombrío para sus feligreses, vivió durante los últimos años de su vida sin familia ni criado ni compañía humana alguna, en la modesta y solitaria casa parroquial situada bajo el Hanging Shazv, un pequeño bosque de sauces. A pesar de lo férreo de sus facciones, sus ojos eran salvajes, asustadizos e inciertos. Y cuando en una amonestación privada se explayaba largamente sobre el futuro del impenitente, parecía que su visión atravesara las tormentas del tiempo hasta los terrores de la eternidad. Muchos jóvenes que venían a prepararse para la ceremonia de la Primera Comunión quedaban terriblemente afectados por sus palabras. Tenía un sermón sobre los versículos 1 y 8 de Pedro, «El diablo como un león rugiente», para el domingo después de cada diecisiete de agosto, y solía superarse sobre aquel texto, tanto por la naturaleza espantosa del tema como por el terror que infundía su comportamiento en el púlpito. Los niños estaban aterrorizados hasta el punto de sufrir ataques de histeria, y la gente mayor parecía más misteriosa de lo normal y repetía durante todo el día aquellas insinuaciones de las que Hamlet se lamentaba.


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13 págs. / 24 minutos / 457 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Markheim

Robert Louis Stevenson


Cuento


—Sí —dijo el anticuario—, nuestras buenas oportunidades son de varias clases. Algunos clientes no saben lo que me traen, y en ese caso percibo un dividendo en razón de mis mayores conocimientos. Otros no son honrados —y aquí levantó la vela, de manera que su luz iluminó con más fuerza las facciones del visitante—, y en ese caso —continuó— recojo el beneficio debido a mi integridad.

Markheim acababa de entrar, procedente de las calles soleadas, y sus ojos no se habían acostumbrado aún a la mezcla de brillos y oscuridades del interior de la tienda. Aquellas palabras mordaces y la proximidad de la llama le obligaron a cerrar los ojos y a torcer la cabeza.

El anticuario rió entre dientes.

—Viene usted a verme el día de Navidad —continuó—, cuando sabe que estoy solo en mi casa, con los cierres echados y que tengo por norma no hacer negocios en esas circunstancias. Tendrá usted que pagar por ello; también tendría que pagar por el tiempo que pierda, puesto que yo debería estar cuadrando mis libros; y tendrá que pagar, además, por la extraña manera de comportarse que tiene usted hoy. Soy un modelo de discreción y no hago preguntas embarazosas; pero cuando un cliente no es capaz de mirarme a los ojos, tiene que pagar por ello.

El anticuario rió una vez más entre dientes; y luego, volviendo a su voz habitual para tratar de negocios, pero todavía con entonación irónica, continuó:

—¿Puede usted explicar, como de costumbre, de qué manera ha llegado a su poder el objeto en cuestión? ¿Procede también del gabinete de su tío? ¡Un coleccionista excepcional, desde luego!

Y el anticuario, un hombrecillo pequeño y de hombros caídos, se le quedó mirando, casi de puntillas, por encima de sus lentes de montura dorada, moviendo la cabeza con expresión de total incredulidad. Markheim le devolvió la mirada con otra de infinita compasión en la que no faltaba una sombra de horror.


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22 págs. / 39 minutos / 162 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Olalla

Robert Louis Stevenson


Cuento


—Bueno —dijo el médico—, yo ya he terminado, y puedo añadir con orgullo que no sin éxito. Ya solo falta sacarle a usted de esta ciudad fría y perjudicial, y proporcionarle un par de meses de aire puro y paz de espíritu. Lo último es cosa suya. En lo primero creo que puedo ayudarle. No imagina usted qué casualidad: precisamente el otro día vino el cura del pueblo, y como ambos somos viejos amigos, aunque profesemos una fe diferente, me consultó respecto a cierto asunto que preocupaba a algunos de sus feligreses. Se trata de la familia…, aunque usted no conoce España y no deben de sonarle ni siquiera los nombres de nuestros grandes, baste con decir que en otro tiempo fueron personas muy distinguidas y que hoy están al borde de la miseria. No les queda nada, salvo una casa solariega y algunas leguas de terreno desértico y montañoso donde no podría sobrevivir ni una cabra. Sin embargo, la casa es muy hermosa y antigua y está en lo alto de las montañas, por lo que resulta muy saludable. En cuanto mi amigo me contó el caso, me acordé de usted. Le expliqué que había atendido a un oficial herido, herido por la buena causa, que necesitaba un cambio de aires, y le propuse que sus amigos lo recibiesen a usted como huésped. En el acto, el cura se puso muy serio, tal como yo me había maliciado, y afirmó que esa posibilidad estaba descartada. «Pues por mí ya se pueden morir de hambre», respondí, «porque si hay algo que no soporto es el orgullo en los necesitados». El caso es que nos despedimos algo enfadados; no obstante, ayer, para mi sorpresa, el cura vino a verme y rectificó: las reticencias con que se había encontrado, me explicó, habían sido menores de las que se temía, o, en otras palabras, aquella gente tan altiva había preferido tragarse su orgullo. Así que cerré el trato y, si usted acepta, dispone de una habitación reservada en la casa.


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52 págs. / 1 hora, 32 minutos / 131 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Will el del Molino

Robert Louis Stevenson


Cuento


EL LLANO Y LAS ESTRELLAS

El molino donde vivía Will con sus padres adoptivos estaba en un valle muy hondo entre bosques de abetos y grandes montañas. Por detrás se alzaba una cumbre tras otra, algunas tan altas que en ellas no podían crecer los árboles y se erguían desnudas contra el cielo. Más arriba, había un pueblo largo y gris que parecía un jirón de niebla prendido en la colina boscosa, y, cuando el viento era favorable, el sonido de las campanas de la iglesia bajaba claro y argentino hasta donde estaba Will. Por debajo, la pendiente se volvía más pronunciada y el valle se ensanchaba por ambos lados; y desde un altozano que había cerca del molino, era posible verlo en toda su longitud hasta más allá de la ancha llanura, donde el río se retorcía y brillaba y avanzaba de ciudad en ciudad en su largo viaje hacia el mar. Daba la casualidad de que por aquel valle discurría un paso entre dos reinos vecinos, de manera que, a pesar de ser muy tranquilo y rural, el camino que corría a lo largo del río era, en realidad, una concurrida carretera entre dos sociedades espléndidas y poderosas. Durante todo el verano, los carruajes pasaban junto al molino arrastrándose cuesta arriba o descendiendo bruscamente hacia el valle; aunque, como la ascensión era mucho más fácil por el otro lado, en realidad el sendero solo lo frecuentaban quienes iban en la otra dirección, y, de todos los carruajes que veía pasar Will, solo uno de cada seis trepaba por la pendiente mientras que los otros cinco bajaban a toda prisa hacia el valle. Y aún era más así en el caso de los que viajaban a pie. Tanto los turistas ligeros de equipaje como los buhoneros cargados de extrañas mercancías, todos seguían el curso del río. Pero no acabó ahí la cosa, pues, cuando Will era todavía un niño, estalló una guerra desastrosa en gran parte del mundo.


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31 págs. / 55 minutos / 262 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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