I. Los personajes del relato
Concluido el capítlo 32 de La isla del tesoro,
dos de los títeres se fueron a pasear y a fumar una pipa antes de
reanudar su trabajo. Se encontraron en un campo, no lejos de donde
transcurría la narración.
—Buenos días, Capitán —saludó el primer oficial, con gesto soldadesco y expresión radiante.
—¡Ah, Silver! —masculló el otro—. Ésas no son maneras, Silver.
—Verá usted, capitán Smollet —protestó Silver—, el deber es el
deber, y yo lo sé mejor que nadie. Pero ahora estamos de descanso, y no
veo ninguna razón para guardar las formas morales.
—Es usted un granuja de cuidado, amigo mío —respondió el Capitán.
—Vamos, vamos, Capitán, seamos justos —dijo el otro—. No hay razón
para enfadarse conmigo en serio. No soy más que el personaje de un
cuento de marinos. En realidad no existo.
—Tampoco yo existo en realidad, o eso se me figura —asintió el Capitán.
—Yo no pondría límites a lo que un personaje virtuoso pudiera tomar
por disputa —contestó Silver—. Pero soy el villano de esta historia. Y,
de marino a marino, me gustaría saber cuáles son las posibilidades.
—¿Es que no le enseñaron el catecismo? —preguntó el Capitán—. ¿No sabe usted que existe una cosa llamada autor?
—¿Una cosa llamada autor? —repitió John, con sorna— ¿Quién mejor
que yo? La cuestión es si el autor lo creó a usted, y si creó a John el
Largo y si creó a Hands y a Pew, y a George Merry, aunque tampoco es que
George pinte gran cosa, porque es poco más que un nombre; y si creó a
Flint, o lo que queda de él. Y si creó este motín, que le ha causado a
usted tantas fatigas. Y si mató a Tom Redruth. Y, bueno… si eso es un
autor, ¡que me ahorquen!
—¿No cree usted en un estado futuro? —le interpeló Smollet—. ¿Cree que no hay nada más que esta historia en un papel?
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