Textos más populares este mes de Robert Louis Stevenson no disponibles | pág. 2

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autor: Robert Louis Stevenson textos no disponibles


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Fábulas

Robert Louis Stevenson


Cuento, Fábula


I. Los personajes del relato

Concluido el capítlo 32 de La isla del tesoro, dos de los títeres se fueron a pasear y a fumar una pipa antes de reanudar su trabajo. Se encontraron en un campo, no lejos de donde transcurría la narración.

—Buenos días, Capitán —saludó el primer oficial, con gesto soldadesco y expresión radiante.

—¡Ah, Silver! —masculló el otro—. Ésas no son maneras, Silver.

—Verá usted, capitán Smollet —protestó Silver—, el deber es el deber, y yo lo sé mejor que nadie. Pero ahora estamos de descanso, y no veo ninguna razón para guardar las formas morales.

—Es usted un granuja de cuidado, amigo mío —respondió el Capitán.

—Vamos, vamos, Capitán, seamos justos —dijo el otro—. No hay razón para enfadarse conmigo en serio. No soy más que el personaje de un cuento de marinos. En realidad no existo.

—Tampoco yo existo en realidad, o eso se me figura —asintió el Capitán.

—Yo no pondría límites a lo que un personaje virtuoso pudiera tomar por disputa —contestó Silver—. Pero soy el villano de esta historia. Y, de marino a marino, me gustaría saber cuáles son las posibilidades.

—¿Es que no le enseñaron el catecismo? —preguntó el Capitán—. ¿No sabe usted que existe una cosa llamada autor?

—¿Una cosa llamada autor? —repitió John, con sorna— ¿Quién mejor que yo? La cuestión es si el autor lo creó a usted, y si creó a John el Largo y si creó a Hands y a Pew, y a George Merry, aunque tampoco es que George pinte gran cosa, porque es poco más que un nombre; y si creó a Flint, o lo que queda de él. Y si creó este motín, que le ha causado a usted tantas fatigas. Y si mató a Tom Redruth. Y, bueno… si eso es un autor, ¡que me ahorquen!

—¿No cree usted en un estado futuro? —le interpeló Smollet—. ¿Cree que no hay nada más que esta historia en un papel?


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54 págs. / 1 hora, 34 minutos / 333 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Janet la Contrahecha

Robert Louis Stevenson


Cuento


El reverendo Murdoch Soulis llevaba muchos años al frente de la parroquia de Balweary, una zona de páramos en el valle del Dule, y era un anciano severo, de expresión sombría, que atemorizaba a sus feligreses, y que en los últimos años de su vida ocupaba, sin parientes, criados ni otra compañía humana, una pequeña y solitaria rectoría debajo de Hanging Shaw. A pesar de la férrea compostura de sus facciones, había inseguridad, espanto y un no sé qué de frenético en su mirada; y cuando se extendía, en una exhortación privada, sobre el destino de los réprobos, parecía como si sus ojos atravesaran las tormentas de la vida presente hasta llegar a los terrores de la eternidad. A muchos jóvenes que acudían a él para preparar la comunión anual por Pascua les afectaban en gran manera sus palabras. El reverendo Soulis tenía por costumbre predicar un sermón sobre el versículo octavo del capítulo cinco en la primera epístola de Pedro, “El demonio como león rugiente”, el primer domingo después del diecisiete de agosto todos los años, y solía superarse a sí mismo con ese texto tanto por la naturaleza misma de lo que comentaba como por el terror que inspiraba su comportamiento en el púlpito. Los niños tenían paroxismos de miedo y los ancianos se volvían más sentenciosos que de costumbre, y no cesaban de hacer, durante todo el día, aquellas advertencias que Hamlet menospreciara. La misma rectoría, situada junto a las aguas del Dule entre algunos árboles frondosos, con el imponente Shaw por un lado y con numerosos oteros, que se alzaban fríos y desolados hacia el cielo por el otro, había empezado, ya en los primeros años del ministerio del reverendo Soulis, a ser evitada durante las horas del crepúsculo por todos aquellos que se consideraban personas prudentes; y los hombres de bien que se reunían en la taberna de la aldea movían la cabeza con aprensión ante la idea de pasar tarde por aquel lugar tan peligroso.


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15 págs. / 26 minutos / 289 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Isla de las Voces

Robert Louis Stevenson


Cuento


Keola, que estaba casado con Lehua, hija de Kalamake, vivía con su suegro, el hombre sabio de Molokai. No había nadie en la isla más astuto que aquel profeta; leía los astros y adivinaba las cosas futuras mediante los cadáveres y las criaturas malignas: iba solo a las partes más altas de la montaña, a la región de los duendes, y allí preparaba trampas para capturar a los espíritus de los antiguos.

Todo esto hacía que no hubiera nadie más consultado en todo el reino de Hawaii. Las personas sensatas compraban, vendían, contraían matrimonio y organizaban su vida de acuerdo con sus consejos; y el rey le llamó dos veces a Kona para buscar los tesoros de Kamehameha. Tampoco había otro hombre más temido: entre sus enemigos, unos se habían consumido en la enfermedad por el poder de sus encantamientos, y otros se habían esfumado en cuerpo y alma, hasta el punto de que la gente buscaba en vano el más mínimo resto suyo. Se rumoreaba que poseía el arte y el don de los antiguos héroes. Se le había visto de noche en las montañas, caminando sobre los riscos; se le había visto atravesar los bosques donde crecían los árboles más altos, y su cabeza y sus hombros sobresalían por encima de sus copas.

Este Kalamake era un hombre de extraña apariencia. Procedía de las mejores estirpes de Molokai y Maui, sin mezcla de ninguna clase, y sin embargo tenía la piel más blanca que ningún extranjero; su cabello era del color de la hierba seca, y sus ojos, enrojecidos, estaban casi ciegos, de manera que “ciego como Kalamake, que ve más allá del mañana”, era una de las expresiones favoritas de las islas.


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27 págs. / 47 minutos / 383 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Olalla

Robert Louis Stevenson


Cuento


—Bueno —dijo el médico—, yo ya he terminado, y puedo añadir con orgullo que no sin éxito. Ya solo falta sacarle a usted de esta ciudad fría y perjudicial, y proporcionarle un par de meses de aire puro y paz de espíritu. Lo último es cosa suya. En lo primero creo que puedo ayudarle. No imagina usted qué casualidad: precisamente el otro día vino el cura del pueblo, y como ambos somos viejos amigos, aunque profesemos una fe diferente, me consultó respecto a cierto asunto que preocupaba a algunos de sus feligreses. Se trata de la familia…, aunque usted no conoce España y no deben de sonarle ni siquiera los nombres de nuestros grandes, baste con decir que en otro tiempo fueron personas muy distinguidas y que hoy están al borde de la miseria. No les queda nada, salvo una casa solariega y algunas leguas de terreno desértico y montañoso donde no podría sobrevivir ni una cabra. Sin embargo, la casa es muy hermosa y antigua y está en lo alto de las montañas, por lo que resulta muy saludable. En cuanto mi amigo me contó el caso, me acordé de usted. Le expliqué que había atendido a un oficial herido, herido por la buena causa, que necesitaba un cambio de aires, y le propuse que sus amigos lo recibiesen a usted como huésped. En el acto, el cura se puso muy serio, tal como yo me había maliciado, y afirmó que esa posibilidad estaba descartada. «Pues por mí ya se pueden morir de hambre», respondí, «porque si hay algo que no soporto es el orgullo en los necesitados». El caso es que nos despedimos algo enfadados; no obstante, ayer, para mi sorpresa, el cura vino a verme y rectificó: las reticencias con que se había encontrado, me explicó, habían sido menores de las que se temía, o, en otras palabras, aquella gente tan altiva había preferido tragarse su orgullo. Así que cerré el trato y, si usted acepta, dispone de una habitación reservada en la casa.


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52 págs. / 1 hora, 32 minutos / 137 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Tesoro de Blanchard

Robert Louis Stevenson


Cuento


1. Junto al saltimbanqui moribundo

Habían mandado llamar al médico de Bourron poco antes de las seis. Hacia las ocho llegaron los primeros lugareños para asistir a la función y se les explicó lo que ocurría. A muchos les pareció una falta de consideración que un saltimbanqui se pusiera enfermo como hacía la gente normal y se marcharon refunfuñando. A las diez, madame Tentaillon estaba tan preocupada que había enviado a buscar al doctor Desprez al otro lado de la calle.

El médico estaba repasando sus manuscritos en un rincón del minúsculo comedor y su mujer dormitaba junto al fuego cuando llegó el mensajero.

—¡Caramba! —dijo el médico—, deberían haberme llamado antes, si se trata de un caso tan urgente.

Y siguió al mensajero tal como estaba, en zapatillas y con gorro de dormir.


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67 págs. / 1 hora, 58 minutos / 77 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Will el del Molino

Robert Louis Stevenson


Cuento


EL LLANO Y LAS ESTRELLAS

El molino donde vivía Will con sus padres adoptivos estaba en un valle muy hondo entre bosques de abetos y grandes montañas. Por detrás se alzaba una cumbre tras otra, algunas tan altas que en ellas no podían crecer los árboles y se erguían desnudas contra el cielo. Más arriba, había un pueblo largo y gris que parecía un jirón de niebla prendido en la colina boscosa, y, cuando el viento era favorable, el sonido de las campanas de la iglesia bajaba claro y argentino hasta donde estaba Will. Por debajo, la pendiente se volvía más pronunciada y el valle se ensanchaba por ambos lados; y desde un altozano que había cerca del molino, era posible verlo en toda su longitud hasta más allá de la ancha llanura, donde el río se retorcía y brillaba y avanzaba de ciudad en ciudad en su largo viaje hacia el mar. Daba la casualidad de que por aquel valle discurría un paso entre dos reinos vecinos, de manera que, a pesar de ser muy tranquilo y rural, el camino que corría a lo largo del río era, en realidad, una concurrida carretera entre dos sociedades espléndidas y poderosas. Durante todo el verano, los carruajes pasaban junto al molino arrastrándose cuesta arriba o descendiendo bruscamente hacia el valle; aunque, como la ascensión era mucho más fácil por el otro lado, en realidad el sendero solo lo frecuentaban quienes iban en la otra dirección, y, de todos los carruajes que veía pasar Will, solo uno de cada seis trepaba por la pendiente mientras que los otros cinco bajaban a toda prisa hacia el valle. Y aún era más así en el caso de los que viajaban a pie. Tanto los turistas ligeros de equipaje como los buhoneros cargados de extrañas mercancías, todos seguían el curso del río. Pero no acabó ahí la cosa, pues, cuando Will era todavía un niño, estalló una guerra desastrosa en gran parte del mundo.


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31 págs. / 55 minutos / 263 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Diamante del Rajá

Robert Louis Stevenson


Cuento


HISTORIA DE LA CAJA DE SOMBREROS

HARRY Hartley había recibido la educación típica de un caballero, primero en una escuela privada hasta los dieciséis años, y luego en una de esas grandes instituciones por las que Inglaterra es, con toda justicia, famosa. En esa época manifestó una notable antipatía por los estudios y, como el único de sus progenitores que seguía con vida era débil e ignorante, le permitió consagrar su tiempo a cuestiones frívolas y puramente mundanas. Dos años más tarde quedó huérfano y casi en la miseria. Tanto por su naturaleza como su formación, Harry era incapaz de dedicarse a ningún propósito activo e industrioso. Sabía cantar cancioncillas románticas con un discreto acompañamiento de piano, era un caballero gentil pero tímido, le gustaba jugar al ajedrez; y la naturaleza lo había arrojado a este mundo con el físico más atractivo que imaginarse pueda. Rubio y sonrosado, con ojos de paloma y una amable sonrisa, tenía un aspecto agradable, tierno y melancólico y unos modales sumisos y acariciadores. Pero, dejando eso aparte, no era el hombre más idóneo para capitanear un ejército o regir los asuntos del Estado.


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84 págs. / 2 horas, 27 minutos / 199 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Historia de una Mentira

Robert Louis Stevenson


Cuento


1. En el que se presenta al almirante

En el tiempo que pasó en París, Dick Naseby hizo extrañas amistades, pues era de los que tienen oídos para oír y saben emplear los ojos tanto como la inteligencia. Tenía tantas ideas como Stuart Mill, pero su filosofía tenía que ver con los seres de carne y hueso y era tan experimental como su método. Era un cazador prototípico. Despreciaba las piezas menores y las personalidades insignificantes, ya fuese en la forma de duques o viajantes comerciales, y los dejaba pasar de largo como las algas junto al costado de un barco, pero, si veía un rostro enérgico o refinado, si oía una voz penetrante o llorosa, si reparaba en una mirada viva, un gesto apasionado o una sonrisa ambigua y significativa, su imaginación despertaba en el acto. «Érase una vez un hombre y una mujer», parecía decir, y se dedicaba a interpretarlo con el placer de un artista al consagrarse a su arte.


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62 págs. / 1 hora, 48 minutos / 171 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Vieja Canción

Robert Louis Stevenson


Cuento


1

El teniente coronel John Falconer rompió con la tradición familiar al alistarse en el ejército y toda su juventud fue onerosa y catastrófica. Estuvo a punto de que lo expulsaran de su regimiento; se vio implicado en un escándalo acerca de los fondos del comedor de oficiales, incurrió en unas deudas espantosas; cuando su tía le envió un panfleto religioso, se lo devolvió con un comentario escrito en un seco estilo militar. Mediante aquellos destellos y reverberaciones su familia iba sabiendo de cuando en cuando de su tormentosa existencia, y, como nunca les escribía, cada carta desde la India equivalía a un nuevo escándalo.

De pronto, cumplidos ya los treinta años, se convirtió durante una reunión evangelista. Desde ese momento fue un hombre distinto. Le gustaba jactarse de que, desde ese día, jamás había omitido o abreviado sus rezos, y para quienes conocían sus hábitos anteriores, semejante afirmación era ciertamente impresionante. Al mismo tiempo que se volvió religioso, adquirió sentido del deber y se transformó en un buen oficial. Falconer pasaba por ser un hombre fiable, Napier ponía la mano en el fuego por él, y sus hombres le admiraban y le temían a partes iguales.


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41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 216 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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