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autor: Roberto Arlt textos disponibles


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Nuevas Aguafuertes

Roberto Arlt


Crónica, Artículo


Canning y Rivera

Canning y Rivera, intersección sentimental de Villa Crespo, refugio de vagos y filósofos baratos; pasaje obligado de fabriqueras, gorreros judíos y carniceros turquescos; Canning y Rivera, camino de Palermo, esquina con historia de un suicidio (una muchacha hace un año se tiró de un tercer piso y quedó enganchada en los alambres que sostienen el toldo del café salvándose de la muerte), y un café que desde la mañana temprano se llena de desocupados con aficiones radiotelefónicas.

El café

Si usted tiene aficiones a la atorrancia; si a usted le gusta estarse ocho horas sentado y otras ocho horas recostado en un catre, si usted reconoce que la divina providencia lo ha designado para ser un soberbio «squenun» en la superficie del planeta, múdese a las inmediaciones de Canning y Rivera. Todas sus ambiciones serán colmadas… y el reino de los inocentes le será dado, por añadidura.


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Dominio público
80 págs. / 2 horas, 20 minutos / 145 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Palabra que Entiende el Elefante

Roberto Arlt


Cuento


Allá por el año 1922 llegó a nuestra guarnición de Matalé el capitán Braun. Recuerdo que en el club (un bungalow donde paseaban libremente los sapos) se asoció la coincidencia de su llegada a la muerte de míster Spruce, no porque el capitán tuviera alguna responsabilidad en la muerte de Spruce, sino porque todos estábamos archiseguros de que míster Spruce hubiera tenido mucho gusto en conocer al capitán Braun, cuyas habilidades de cazador nos habían relatado sus camaradas. Spruce fue un certero cazador. Bajo el fuego de su carabina habían caído tigres, jirafas, leones, hipopótamos, leopardos y elefantes. Parecía que por sus venas corría la sangre homicida de Nemrod, y personalmente yo fui testigo de un suceso que no dejó de impresionarme y en el que, como cuento, participó míster Spruce.

Con motivo de un pleito que un barbero le seguía en la capital, tuve un día la que seguirle hasta Ceilán. Por la noche fuimos al circo para presenciar el trabajo de una troupe de leones amaestrados. Eran fieras domésticas, lanudas y famélicas, sin capacidad de reacción. Un niño hubiera podido entrar en la jaula que ocupaban. Sin embargo, cuando vieron a míster Spruce se inquietaron de tal manera y comenzaron a rugir con tanto furor, precipitándose contra los barrotes de las rejas, que nuestro hombre se puso lívido de ira. Estoy seguro de que en aquel momento lamentaba no tener a mano su carabina para ametrallar a las pobres bestias.

¿Casualidad? Es muy posible, aunque a mi modo de ver míster Spruce tenía la particular virtud de ser visto por las fieras, de irritarlas. Algún matiz de su físico, la luz de sus ojos, la energía de su rostro, la encubierta brutalidad de sus movimientos, revelaban al asesino de animales. Y digo asesino porque es evidente que entre un hombre armado de una magnífica carabina con balas explosivas y una fiera acorralada, las de ganar no están de parte de la bestia.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 16 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

La Muerte del Sol

Roberto Arlt


Cuento


Faltaban cuarenta minutos para amanecer.

Silvof se asomó a la puerta trasera del hotel, aquella por donde entraban la carne y el hielo, y se quedó mirando con expresión embrutecida la calzada lustrosa. Columnas infinitas de cifras danzaban en su caletre. Entre los espacios de estas cifras, que aún se movían ante sus ojos, vio a un motorista, bajo la luz amarilla de un foco, terminando de ajustar la tuerca floja del eje delantero de su barredora mecánica.

Silvof levantó la cabeza al cénit. Innúmeras gotas de luz extendían lechosas manchas en la cúpula negra, animándola así de misteriosa vida. Silvof, de entre las pilas de cifras que se bamboleaban sobre la superficie de su cerebro, entresacó este pingajo de pensamiento:

“Es absurda la vida que hago. Tendré que buscarme trabajo de día.” Luego rectificó: “Lo que pienso es un disparate. ¿Dónde encontrar trabajo hoy?”

Apretó con el índice el tabaco en la pipa y echó a caminar calle abajo, entre fachadas oscuras, hacia el puerto. Ya había dejado atrás las grandes arterias comerciales, los corredores de los rascacielos, enrejados por cortinas de acero, las vidrieras de las casas de modas, brujescas con sus maniquíes de dos dimensiones a la luz violácea de las lámparas de gases raros.

De cuando en cuando se cruzaba con otros trasnochadores que, con el cuello del gabán levantado hasta las orejas, marchaban apresuradamente hacia la cama, arrastrando no obstante los pies, lo cual los diferenciaba de aquellos que por una u otra razón terminaban de levantarse, porque estos últimos taconeaban fuertemente. Comenzaban el próximo día sin la tristeza de aquellos otros que parecían sombras.

Silvof andaba con las manos enfundadas en los bolsillos, barajando aún el mismo pingajo de pensamiento inútil:


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 42 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

La Luna Roja

Roberto Arlt


Cuento


Nada lo anunciaba por la tarde.

Las actividades comerciales se desenvolvieron normalmente en la ciudad. Olas humanas hormigueaban en los pórticos encristalados de los vastos establecimientos comerciales, o se detenían frente a las vidrieras que ocupaban todo el largo de las calles oscuras, salpicadas de olores a telas engomadas, flores o vituallas.

Los cajeros, tras de sus garitas encristaladas, y los jefes de personal rígidos en los vértices alfombrados de los salones de venta, vigilaban con ojo cauteloso la conducta de sus inferiores.

Se firmaron contratos y se cancelaron empréstitos.

En distintos parajes de la ciudad, a horas diferentes, numerosas parejas de jóvenes y muchachas se juraron amor eterno, olvidando que sus cuerpos eran perecederos; algunos vehículos inutilizaron a descuidados paseantes, y el cielo más allá de las altas cruces metálicas pintadas de verde, que soportaban los cables de alta tensión, se teñía de un gris ceniciento, como siempre ocurre cuando el aire está cargado de vapores acuosos.

Nada lo anunciaba.

Por la noche fueron iluminados los rascacielos.

La majestuosidad de sus fachadas fosforescentes, recortadas a tres dimensiones sobre el fondo de tinieblas, intimidó a los hombres sencillos. Muchos se formaban una idea desmesurada respecto a los posibles tesoros blindados por muros de acero y cemento. Fornidos vigilantes, de acuerdo a la consigna recibida, al pasar frente a estos edificios, observaban cuidadosamente los zócalos de puertas y ventanas, no hubiera allí abandonada una máquina infernal. En otros puntos se divisaban las siluetas sombrías de la policía montada, teniendo del cabestro a sus caballos y armados de carabinas enfundadas y pistolas para disparar gases lacrimógenos.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 315 visitas.

Publicado el 18 de abril de 2020 por Edu Robsy.

La Hostilidad

Roberto Arlt


Cuento


Al tiempo que la muchacha le enreja la frente con los dedos, el hombre horizontal escucha estas palabras:

—Puede ser que algún día sea yo la más fuerte y entonces te arrepientas de todo lo que me hiciste sufrir...

Silvio no contesta. ¡Se encuentra tan bien así! Apoya los pies en un pasamanos. Al otro extremo del banco está sentada la jovencita, y él mantiene la cabeza en las rodillas de la muchacha que, entrelazando las manos sobre su mejilla, lo atrae con cierta severidad hacia su pecho, inclinando el rostro sobre él.

De su corazón se desprenden magnitudes de agradecimiento hacia la jovencita, que así, sencillamente, lo acoraza con su cuerpo y hace que se sienta achicado y profundamente mimoso. Sin embargo, paralelo a su amoroso rendimiento, un instinto le susurra despacio: “Ella tiene un secreto. Y ese secreto no te lo dirá nunca”.

Y durante una décima de segundo tiene el terrible deseo de gritarle:

—Vos sos una hipócrita enamorada. Mentís, mentís, siempre.

Retiene el deseo. ¿Qué le importa que sea una hipócrita y que mienta? ¿Acaso los hipócritas no pueden amar? Y ella lo quiere, él sabe que lo quiere. Esta convicción lo conmueve; en la garganta se le anudan las cuerdas vocales como para lanzar un grito maravilloso. Entreabre lentamente los párpados y distingue dos ojos enormes, un trozo de frente ligeramente amarillo, reticulado de infinitos poros, un mentón casi achatado. De aquel rostro se desprende una temperatura tan ardiente que el hombre levanta lentamente la mano y con la yema de los dedos acaricia la querida mejilla. Otra voz, subterránea, corre parejamente con su dulzura: “¿Y si no mintiera? ¿Y si no fuera una hipócrita?”

¿Y si no fuera una hipócrita?

Y exclama en voz alta:

—¡Mamita querida!...

La jovencita le revisa el alma con su grave mirada. Dice:

—¿Por qué no hablas? Vos tenés que hablar. ¿Por qué sos así?


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 46 visitas.

Publicado el 20 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Eugenio Delmonte y los 1300 Novios

Roberto Arlt


Cuento


Frente mismo a la bahía de Natiópolis avanza un jardín; en el extremo del jardín se ve una horca con el lazo corredizo colgante, y sobre el palo de la horca se puede leer esta inscripción:


“Destinada a Eugenio Delmonte
si se atreve a desembarcar aquí.”


Sin jactancia, me atrevo a dar fe que no hay ciudad en el mundo que pueda registrar un suceso tan maravilloso como el que se conoce bajo el nombre de “Eugenio Delmonte o los mil trescientos novios”.


El año 1921, Enriqueta Silver, por razones que aún no se conocen, cortó sus relaciones con Eugenio Delmonte. Éste tenía para entonces veinticuatro años; tres meses después su cabello había encanecido totalmente. Durante un año vagó por Natiópolis, y algunos de sus actos revelaban que su estado mental no era estrictamente normal. Enriqueta Silver desapareció un tiempo, pues sus padres, temerosos de un atentado, la enviaron a otra población. Eugenio llegó a cometer tales disparates, que se convirtió en el hazmerreír de las muchachas de nuestra ciudad. Quiero agregar que en Natiópolis las mujeres eran sumamente orgullosas. Ello se debía a que las estadísticas anotaban un porcentaje de veinte por ciento más de varones que de mujeres. En consecuencia, éstas eran muy solicitadas y pagadas de sí mismas.

En 1923 estalló la noticia bomba. Eugenio Delmonte acababa de heredar cincuenta millones de dólares de un tío remoto, cincuenta millones que, traducidos a nuestra moneda, equivalían a ciento cincuenta millones. Cuando los reporteros de los cuatro periódicos de Natiópolis quisieron reportear a Eugenio, éste había desaparecido de nuestra ciudad. Los padres de Enriqueta Silver se desvanecieron al conocer la noticia.


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 25 visitas.

Publicado el 27 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

El Incendiario

Roberto Arlt


Cuento


El comerciante observaba al desconocido de anteojos negros que se paseaba por su escritorio con las manos tomadas atrás. El comerciante estaba ante un dilema, y su perplejidad se tradujo en estas palabras:

—Lo que yo no comprendo es cómo usted puede provocar un incendio sin utilizar aunque sea unos simples fósforos.

El desconocido, que se había detenido frente a un mapa de rutas marítimas, no se dignó volver la cabeza, pero respondió:

—Un fósforo sería suficiente para hacerlo encarcelar al autor del incendio. La policía o los químicos a su servicio encontrarían entre los escombros del siniestro las piezas del “mecanismo de tiempo” que se hubieran utilizado para cometer el atentado. Analizando las cenizas, descubrirían los líquidos inflamables que se habían empleado. Mi procedimiento es nuevo, enteramente nuevo, ¿comprende usted?

El comerciante insistió:

—Ésa es la razón que me tiene intrigado. ¿Cómo se las compone usted?

El desconocido replicó groseramente:

—Mi procedimiento me permite cobrar el 10 por ciento de la prima que los fabricantes defraudan a las compañías de seguros. ¿No pretenderá usted que le explique mi secreto?

El comerciante volvió a la carga.

—¿Usted puede provocar un incendio en el establecimiento de cualquier industria?

El incendiario arrancó una hoja del almanaque y la dobló en cuatro.

—No, en cualquier industria, no..., pero en ciertas fábricas, sí. Su fábrica está incluida entre las que yo puedo incendiar sin dejar rastros.

—¿Sin utilizar ningún mecanismo, ni cortocircuito, ni fósforos, ni cómplices?


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 64 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

El Aprendiz de Brujo

Roberto Arlt


Cuento


Eran cuatro sillones en uno de los puentes de la proa del María Eugenia, y en torno de la mesa de mimbre nos reuníamos los cuatro y a veces cinco camaradas de mesa. El océano deslizaba continuamente las millas de sus abismos amargos contra el casco de la nave, y una vez uno y una vez otro contábamos una historia testificada por verdadera. Ahora le tocó el turno a Borodin, quien preguntó:

—¿Alguien conoce los Tantras del Zivagama?

Nos quedamos mirándole en silencio. Borodin continuó:

—¿Alguno de ustedes se ha dedicado alguna vez a las prácticas de la magia negra?

Proseguimos mirándole en silencio. Él insistió:

—¿Cree alguno de ustedes en las posibilidades de la magia negra?

Ernestina Carbajal sonrió un poco escéptica:

—¿Existe hoy en alguna parte del mundo un civilizado que crea en la magia negra o blanca?

Entonces Borodin, con esa encantadora naturalidad que le era muy útil para ganar al poker y perder al bridge, respondió:

—Yo creo en la magia negra. Yo practiqué la magia negra.

El efecto estaba causado y, Borodin, después de un minuto de silencio, mediante el cual nos permitió concentrar las nubes de nuestra imaginación dispersa, entró en el relato de su experiencia:


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7 págs. / 13 minutos / 141 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Una Historia de Fieras

Roberto Arlt


Cuento


Era precisamente la hora en que el sol recalienta la selva, poblándola de los espesos vahos vegetales que atormentan a las grandes fieras, empujándolas a buscar los espacios claros para poder respirar. Y entre las fieras que buscaban aire fresco se encontraban ahora el Yacaré y la Boa.

El Yacaré, asoleándose en la orilla del río, permanecía arrojado como un tronco en el fangal, apoyada la achatada quijada en un felpudo de hierba. La Boa, en cambio, estaba enroscada a un corpulento cedro, en cuya corteza se friccionaba un espacio de vientre fenomenalmente abultado.

Sin embargo, más sociable que el silencioso Yacaré, no pudo aguantar mucho tiempo el silencio, y dijo:

—¿Qué novedades cuenta Su Excelencia?

El Yacaré entreabrió los adormilados ojillos y, clavándolos en la Boa, dijo:

—¿Qué le importa a vocé las novedades que dejan de ocurrirme? ¿Le pregunto yo a vocé cómo está su parentela? No. Déjeme vocé tranquilo y no me ponga motes, que caro le ha de costar como la trinque —dijo, y volvió a descargar la quijada verde oscura en la orilla fangosa, mientras que la Boa constrictor, con su hórrida cabeza estirándose horizontal bajo el aéreo entretejimiento de ramas, insistió:

—Pues Su Excelencia no me maltrataría de palabra si supiera de cierto lo que yo he sabido esta mañana. Grande es la noticia, pero Su Excelencia no tendrá el gusto de ponderar que yo se la informe.

Así era de redicha la Boa, a pesar de su espantosa apariencia; pero el Yacaré, inmutable, continuó aplastado en el fangal, mientras que sus hipócritas ojillos espiaban la monstruosa serpiente, que, arrollada al cedro, restregaba su tronco amarillento para terminar de deglutir un jabalí que había atrapado.


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9 págs. / 16 minutos / 14 visitas.

Publicado el 19 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Un Argentino Entre Gángsters

Roberto Arlt


Cuento


Tony Berman descargó la ceniza de su cigarro en el piso encerado, y prosiguió:

—Los ingenieros han inventado los fusiles ametralladoras, y eso está bien; porque sin ametralladoras resultaría dificultoso asaltar un banco. Los ingenieros han inventado las granadas de mano, y las granadas de mano son la gracia del Altísimo sobre los hombres de buena voluntad, porque sirven para aliviarles de más de un apuro. ¡Dios bendiga a los ingenieros!...

Así habló Tony, el homicida de pie desnivelado. El achocolatado Eddie Rosenthal, hijo de un rabino excomulgado y de una negra, levantando la motuda cabeza que tenía inclinada sobre su camisa de seda verde, anotó:

—Pido un voto de aplauso para el ecuánime Tony.

Frank Lombardo, especialista en acciones violentísimas, asintió con un visaje de rojiza cara de perro bull—terrier. Tony, reconfortado por estas muestras de admiración, prosiguió:

—Pero lo que no han perfeccionado los ingenieros es la ruleta con trampa. Y eso está muy mal. La ruleta con trampa le permitiría al croupier dirigir la suerte según las conveniencias de la banca. ¡Y las conveniencias de la banca son sagradas!... Ahora bien, señor ingeniero: si ustedes han inventado los submarinos, las ametralladoras y los aeroplanos, ¿por qué no han de inventar la ruleta con trampa?...

El señor ingeniero, representado en la figura de Humberto Lacava, no pestañeó. Hacía tres horas que estos gentlemen de la automática le habían secuestrado, apoyándole el caño de una pistola en los riñones, y ningún hombre razonable se permite discutir este frío y redondo argumento.

El ecuánime Tony se restregó las manos y continuó:


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 51 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

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