Textos más descargados de Roberto Arlt disponibles | pág. 5

Mostrando 41 a 50 de 91 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Roberto Arlt textos disponibles


34567

¡S.O.S.! Longitud 145° 30’, Latitud 29° 15’

Roberto Arlt


Cuento


Interesantísimo relato de una fantástica aventura en el océano, que mantiene en suspenso al lector ante la pregunta: ¿cómo se salvarán estos náufragos?


En el comienzo de aquel nefasto cruce de San Francisco a Honolulú, jamás chicas americanas se habían divertido tanto con un hombre del Sur como en mi compañía. Para entonces hablaba yo un inglés de perro; pero ¿qué tendrá que ver mi inglés con la “Travesía del Terror”, como se la llamó más tarde?

Acabo de examinar una fotografía relacionada con aquel suceso que en pocas horas emblanqueció el cabello de más de un intrépido marino. Son cabezas, espaldas de multitudes detenidas frente a las vidrieras de los diarios, leyendo en las pizarras noticias telegráficas referentes a nuestra agonía.

¡Qué veinticuatro horas de horror! Y el Pacífico sereno, y el sol luciendo, luciendo en el cielo como si quisiera multiplicar las ansias de vivir de los condenados a muerte. El horizonte sin una nube y el Look Suzanne, el Blue Star y el Red Horse deslizándose en círculo de calesita “hacia un eje de pavor desconocido”. Así lo denominó el corresponsal del Times. Y no le faltaba razón.

El público, detenido frente a la pizarra de los diarios, terminaba por comprender, estudiando la espiral dibujada con tiza, que abarcaba una periferia de trescientos kilómetros, cuál era la situación real de estas tres naves. Tres naves perdidas, perdidas bajo un cielo azul, sin tempestad, con las máquinas en perfecto estado de funcionamiento, con los cascos sin una grieta y con las tripulaciones y el pasaje atemorizados en la borda, cogiéndose de los brazos de los oficiales taciturnos, algunos de los cuales terminaron por saltarse la tapa de los sesos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 22 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Regreso

Roberto Arlt


Cuento


Allí, doblado, con las puntas al aire sobre la mesa, está el papel con la dirección de Elena. De Elena, que ya no es una señorita sino una señora.

La vanidad de Julio puede reposar satisfecha en el recuerdo. Ha conocido los más desemejantes tipos de mujeres bajo diferentes constelaciones. Muñecas con trajes diversos expresando en idiomas distintos sentimientos análogos. Sara en Lisboa, más tarde Lina en Madrid, después Rjimo en Tetuán, Vaiolete en Londres, Teresita en Génova. Julio entrecierra los ojos y sonríe con sonrisa fatigada... ¡Cuántas son en diferentes climas! ¡Igualmente amadas, igualmente recordadas con gratitud! ¡Qué bondadosas y humanas han sido las extrañas para con él! Y ahora ya no están. Es probable que en este mismo momento que él recuerda a Lina, Lina, en una avanzada de Madrid, vigile una bocacalle al pie de una ametralladora. O que ya esté muerta, haciendo florecer las margaritas. ¿Y Rjimo? Camino a Fez, quizás en Casablanca, apoyada en la barnizada orilla de una mesa de ruleta frecuentada por la hez internacional del espionaje y del contrabando.

Julio sonríe con fatigado rostro. ¡Cuántas en diferentes climas! Treinta y cinco. No más. Podrían ser trescientas cincuenta, pero no son nada más que treinta y cinco. Bien puede reposar satisfecha su vanidad, filtrada a través de la pulpa de tan diferentes labios, pero su corazón aún aguarda acongojado. ¿Qué será de Lina, de Lina que como un pequeño atleta movía graciosamente los hombros al caminar por el Paseo de la Castellana y apoyando las ardorosas mejillas en su hombro? ¿Y de Rjimo? Rjimo, tenebrosa en el zoco de Tetuán, embozada como una monja, deslizando bajo las farolas de bronce sus chinelas doradas. ¡Oh, los tatuajes de Rjimo y la temperatura de la palma de su mano!


Leer / Descargar texto

Dominio público
9 págs. / 15 minutos / 27 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Prueba de Amor

Roberto Arlt


Teatro


Boceto teatral irrepresentable ante personas honestas

Personajes

Guinter
Frida

Acto único

Abierto sobre la escena, un cuarto de baño de muros cubiertos con azulejos blancos, separado de la biblioteca por un tabique de mampostería. La puerta del cuarto de baño comunica con el costado lateral izquierdo del foro, mientras que la puerta de la biblioteca, dando frente a los espectadores, se abre sobre un pasillo. La mesa de la biblioteca aparece anormalmente cubierta por un mantel blanco sobre el cual se distinguen pilas de paquetes pequeños cuyo contenido es imposible discernir. Fría luz invernal ilumina la escena.

Escena 1

Guinter, en traje de calle, pero sin sombrero, entra con paso lento en la biblioteca; mira abstraído durante un instante los paquetes que están sobre la mesa y se acerca a la biblioteca, de la que extrae un libro, que hojea y coloca inmediatamente en el estante. Luego se acerca a la mesa, recoge las cuatro puntas del mantel e improvisa así un bulto. Indeciso, cavila y sale; entra en el cuarto de baño, donde se mira en el espejo.


GUI: Nada más que veintisiete años... y ¡qué viejo estoy...! (Enciende un cigarrillo sentándose en la orilla de la bañera enlozada) Podría estar peor... (Mira en derredor.) Es lógico: con estas cosas no se juega.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 144 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2023 por Edu Robsy.

Los Esbirros de Venecia

Roberto Arlt


Cuento


El año 1563, Alí Faat El Uazi, embajador del Gran Turco en Florencia, informado de mis habilidades en pintar retratos y del monto de mis deudas de juego, me invitó a concurrir al Fondacco del Turquí, donde, después de cumplimentarme como cuadra a una persona bien nacida, me propuso:

—¿Os interesaría saldar vuestras deudas de juego y recibir una bolsa de cinco mil cequíes de oro?

—¿A quién tengo que vender mi alma?

—Se trata de vuestro ingenio.

—¿Hay que asesinar a alguien?

—Tenéis el mismo genio que Benvenuto.

—Es mi paisano...

—No. No se trata de matar; pero pagaremos vuestras deudas de juego y os daremos cinco mil cequíes si conseguís poneros en comunicación con el maestro vidriero Buono Malamoco, que vive en la isla de Murano. Buono Malamoco ha enviudado recientemente, su familia consiste en dos hermanos a quienes aborrece y que lo odian. Como la ley de Venecia condena a muerte al artífice que abandona su país, o en su defecto, a la familia de éste, tenemos razonables motivos para suponer que Buono Malamoco no tendrá escrúpulos en abandonar su parentela entre las garras de los esbirros de Venecia.

—¿Por qué os interesa este hombre?

—Los cristales venecianos han desalojado nuestros vasos y espejos de los bazares de Oriente. Mientras el arte de manufacturar el cristal está en decadencia en nuestra patria, cada día se hace más perfecto en Venecia. Los friolari de Murano han logrado tal perfección, que funden vasos cuyo cristal se quiebra cuando se deposita en ellos un veneno, o espejos que se rompen en cuanto se refleja en ellos el rostro del enemigo del dueño de ese espejo. El propio embajador de Francia me ha hecho beber en un vaso cuyo vidrio neutraliza por completo la esencia de embriaguez que contiene el vino.

—¿Es tan difícil comunicarse con Buono Malamoco, que ofrecéis esa suma?


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 31 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Los Cazadores de Marfil

Roberto Arlt


Cuento


La barcaza a nueve nudos por hora, iba aguas abajo por el río Congo. A un lado del mástil, el pequeño. Inmóvil junto al timón, el grandote. Los dos hombres meditaban. De ellos se podía decir: por mitad comerciantes y por mitad bandidos, según se ofrecieran las circunstancias. Peter, de minúscula estatura, desafiaba al sol africano, que no había podido disolver su firme palidez. Anderson, a su lado, resultaba gigantesco, cabezudo y violento. Difícil era resolver cuál de los dos era más peligroso. Trafican a todo lo largo del río Congo. Su última aventura había consistido en matar a palos y cuchilladas a treinta nativos cargados de colmillos de marfil. En cierto modo iban huidos, ambos pensaban que de ser uno solo el propietario del cargamento de marfil, podría vivir dichosamente los años que le restaban de vida.

Mientras la línea de los bosques acercaba o apartaba sus verdes murallas en la llanura de agua, y la barcaza, resoplando, avanzaba hacia el cabo de Dongo-Dongo, Peter pensaba cómo podría asesinar a su socio y Anderson de qué modo mataría a Peter.

Por su importancia, el cargamento de marfil solicitaba un asesinato.

En África, los hombres siempre han muerto a otros hombres para apoderarse del marfil. No hay una sola bola que ruede en ninguno de los paños verdes de los billares del mundo que, secretamente, no esté manchada de sangre. De sangre de negro, de sangre de bestia y de sangre de blanco…

El marfil solicita la sangre. Peter lo sabía y Anderson también. De modo que un crimen más no tenía importancia.

Se acercaban a la orilla o se alejaban, y el gigante de Anderson se decía que ahora que cerrara la noche…

Ahora que cerrara la noche… Pero ¿quién cuidaría la caldera de la barcaza y del timón si él asesinaba a Peter? Peter, además de maquinista, conocía palmo a palmo las revueltas del río.


Leer / Descargar texto

Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 124 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2019 por Edu Robsy.

Los Bandidos de Uad-Djuari

Roberto Arlt


Cuento


Era siempre el mismo y no otro.

Cada vez que Arsenia y yo pasábamos por la plaza de Nejjarine, sentado bajo una linterna de bronce, calado al modo morisco que adorna a la fuentecilla del "fondak", veíamos a un niño musulmán de ocho o nueve años de edad, quien al divisarnos, se llevaba la mano al corazón y muy gentilísimamente nos saludaba:

—La paz.

Excuso decir que la plaza de Nejjarine no era tal plaza, sino un hediondísimo muladar, pavimentado con pavoroso canto rodado. En los corrales linderos trajinaban a todas horas campesinas de las cabilas lejanas, acomodando cargas de leña o de cereales en el lomo de sus burros prodigiosamente pequeños. Pero este rincón,a pesar de su extraordinaria suciedad, con su arco lobulado y un chorrito de agua escapando de la fuente bajo el farolón morisco, tenía tal fuerza poética, que muchas veces Arsenia y yo nos preguntábamos si al otro lado del groseramente tapiado arco no se encontraría el paraíso de Mahoma.

Y digo que teníamos tal impresión, porque Arsenia Spoil, estudiante de arquitectura, también estaba de acuerdo en que la belleza de aquel rincón estaba determinada por el farolón de bronce. Arsenia y yo nos habíamos conocido en el hotel Continental, donde nos alojábamos. Esta era la razón por la cual salíamos todas las tardes juntos. Sin embargo, muchos honorables devotos de Mahoma creían que éramos novios en viaje de bodas, y, naturalmente, sus ofertas iban siempre dirigidas a mí. Lo más notable del caso es que yo no estaba enamorado de Arsenia ni Arsenia pensaba en enredarse conmigo. Sin embargo, los que nos veían se decían:

—íQué felices parecen! íCuánto deben quererse!

No estábamos enamorados. Tampoco sospechábamos que podíamos estarlo algún día. Hablábamos con entusiasmo y grandes gestos porque Fez nos entusiasmaba, porque en cada callejuela de la milenaria ciudad africana encontrábamos ardientes motivos de ensueño.

—La paz…


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 53 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Venganza de Tutankamón

Roberto Arlt


Cuento


Comenzaré por confesar que jamás sentí ninguna simpatía por el señor Almstrom, con quien una desdichada casualidad quiso que hiciera el cruce del Mar Rojo y parte del índico.

Almstrom era un gran entusiasta de lord Carnavon, el descubridor y profanador de la tumba de Tutankamón. En cierto modo, Almstrom (maldito sea el complicado nombre) había participado de la profanación del sepulcro del faraón, y ambos eran dos personas francamente desagradables.

Digo esto porque la gente que conoce los retratos de lord Carnavon ignora que dicho señor tenía un rostro espantosamente repulsivo, desfigurado por un lupus de extraordinarias dimensiones. Lord Carnavon gastó mucho dinero en médicos y tratamientos, hasta que, finalmente, un especialista le aconsejó que abandonara la húmeda Albión e hiciera una prueba con el seco clima de Egipto, ésta es la razón por la que el varias veces millonario lord Carnavon perdía el tiempo en Egipto. Finalmente, aburrido, se dedicó a excavar sepulcros.

Carnavon admiraba incondicionalmente a Maspero el egiptólogo. Maspero no sentía ningún entusiasmo por el millonario entremetido que iba y venía con su lupus a cuestas.

Carnavon le pidió un consejo a Maspero sobre el modo de hacer descubrimientos arqueológicos y Maspero, malhumorado le contestó:

—Cave primero hacia el Oeste, cuando se canse de cavar hacia el Oeste, cave hacia el Este.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 29 visitas.

Publicado el 10 de enero de 2024 por Edu Robsy.

La Pista de los Dientes de Oro

Roberto Arlt


Cuento


Lauro Spronzini se detiene frente al espejo. Con los dedos de la mano izquierda mantiene levantado el labio superior, dejando al descubierto dos dientes de oro. Entonces ejecuta la acción extraña; introduce en la boca los dedos pulgar e índice de la mano derecha, aprieta la superficie de los dientes metálicos y retira una película de oro. Y su dentadura aparece nuevamente natural. Entre sus dedos ha quedado la auténtica envoltura de los falsos dientes de oro.

Lauro se deja caer en un sillón situado al costado de su cama y prensa maquinalmente entre los dedos la película de oro, que utilizó para hacer que sus dientes aparecieran como de ese metal.

Esto ocurre a las once de la noche.

A las once y cuarto, en otro paraje, el Hotel Planeta, Ernesto, el botones, golpea con los nudillos de los dedos en el cuarto número 1, ocupado por Doménico Salvato. Ernesto lleva un telegrama para el señor Doménico. Ernesto ha visto entrar al señor Doménico en compañía de un hombre con los dientes de oro. Ernesto abre la puerta y cae desmayado.

A las once y media, un grupo de funcionarios y de curiosos se codean en el pasillo del hotel, donde estallan los fogonazos de magnesio de los repórters policiales. Frente a la puerta del cuarto número 1 está de guardia el agente número 1539. El agente número 1539, con las manos apoyadas en el cinturón de su corregie, abre la puerta respetuosamente cada vez que llega un alto funcionario. En esta circunstancia todos los curiosos estiran el cuello; por la rendija de la puerta se ve una silla suspendida en los aires, y más abajo de los tramos de la silla cuelgan los pies de un hombre.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 132 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2019 por Edu Robsy.

La Muerte del Sol

Roberto Arlt


Cuento


Faltaban cuarenta minutos para amanecer.

Silvof se asomó a la puerta trasera del hotel, aquella por donde entraban la carne y el hielo, y se quedó mirando con expresión embrutecida la calzada lustrosa. Columnas infinitas de cifras danzaban en su caletre. Entre los espacios de estas cifras, que aún se movían ante sus ojos, vio a un motorista, bajo la luz amarilla de un foco, terminando de ajustar la tuerca floja del eje delantero de su barredora mecánica.

Silvof levantó la cabeza al cénit. Innúmeras gotas de luz extendían lechosas manchas en la cúpula negra, animándola así de misteriosa vida. Silvof, de entre las pilas de cifras que se bamboleaban sobre la superficie de su cerebro, entresacó este pingajo de pensamiento:

“Es absurda la vida que hago. Tendré que buscarme trabajo de día.” Luego rectificó: “Lo que pienso es un disparate. ¿Dónde encontrar trabajo hoy?”

Apretó con el índice el tabaco en la pipa y echó a caminar calle abajo, entre fachadas oscuras, hacia el puerto. Ya había dejado atrás las grandes arterias comerciales, los corredores de los rascacielos, enrejados por cortinas de acero, las vidrieras de las casas de modas, brujescas con sus maniquíes de dos dimensiones a la luz violácea de las lámparas de gases raros.

De cuando en cuando se cruzaba con otros trasnochadores que, con el cuello del gabán levantado hasta las orejas, marchaban apresuradamente hacia la cama, arrastrando no obstante los pies, lo cual los diferenciaba de aquellos que por una u otra razón terminaban de levantarse, porque estos últimos taconeaban fuertemente. Comenzaban el próximo día sin la tristeza de aquellos otros que parecían sombras.

Silvof andaba con las manos enfundadas en los bolsillos, barajando aún el mismo pingajo de pensamiento inútil:


Leer / Descargar texto

Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 37 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Hussein el Cojo y Axuxa la Hermosa

Roberto Arlt


Cuento


Flotaba en la sala de Abluciones una luz oscura y fresca. Allí se detuvo Hussein el Cojo. Junto a la fuente que bajo las constelaciones del artesonado desgranaba una orquídea de espuma.

Abstraído, miró un instante el copo que rebotaba en lo alto de la vara de agua; luego, con el ceño endurecido por un pensamiento cruel, levantó los ojos.

Sobre el lobulado arco de cedro de la entrada principal, veíase una panoplia de terciopelo, y en el terciopelo, bordado en oro, dos versículos del Corán:


Sin embargo, la hora está próxima,
vuelvo a decir que está próxima.
Otra vez vuelvo a decir que se te acerca,
que está próxima.


Tales palabras, por contener un presagio amenazante, intrigaban a los visitantes de Hussein. Cuando alguien insinuaba su curiosidad, el joven comerciante sonreía, pero sus ojos llameaban y cambiaba de conversación, porque él no era nativo de Dimisch esh Sham, sino que hacía varios años había abandonado el Magrebh.

No quedaba duda. Aquellos versículos estaban destinados a fortificar un propósito secreto, y todas las mañanas, Hussein, antes de salir de su finca para dirigirse al bazar, entraba a la sala y los leía.

Cumplido esa mañana el ritual, el joven se alejó por el jardín y entró al sendero que bajo los nogales conducía a la ciudad.

Era día de mercado.

Hasta lo azul del horizonte la tierra de los caminos estaba removida por el ganado. Pastores kurdos, embozados en sus mantos negros, empujaban los rebaños hacia la ciudad. También pasaban los beduinos de pies desnudos, encaramados en raídos camellos y blancos grupos de mujeres con el rostro cubierto. Iban a llorar al cementerio de Macabaret Bab es Saris, porque era martes.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 73 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

34567