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autor: Roberto Arlt textos disponibles


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Los Hombres Fieras

Roberto Arlt


Cuento


El sacerdote negro apoyó los pies en un travesaño de bambú del barandal de su bungalow, y mirando un elefante que se dirigía hacia su establo cruzando las calles de Monrovia, le dijo al joven juez Denis, un negro americano llegado hacía poco de Harlem a la Costa de Marfil:

—En mi carácter de sacerdote católico de la Iglesia de Liberia debía aconsejarle a usted que no hiciera ahorcar al niño Tul; pero antes de permitirme interceder por el pequeño antropófago, le recordaré a usted lo que le sucedió a un juez que tuvimos hace algunos años, el doctor Traitering.

"El doctor Traitering era americano como usted. Fue un hombre recto, aunque no se distinguió nunca por su asiduidad a la Sagrada Mesa. No. Sin embargo, trató de eliminar muchas de las bestiales costumbres de nuestros hermanos inferiores, y únicamente el señor presidente de la República y yo conocemos el misterio de su muerte. Y ahora lo conocerá usted." El doctor Denis se inclinó ceremonioso. Era un negro que estaba dispuesto a hacer carrera. El sacerdote encendió su pipa, llenó el vaso del juez con un transparente aguardiente de palma, y prosiguió:

—El señor Traitering era nativo de Florida, y, como usted, vino aquí, a Liberia, nombrado por la poderosa influencia de una gran compañía fabricante de neumáticos. Nosotros hemos conceptuado siempre un error nombrar negros nacidos en tierras extrañas para regir los destinos del país de una manera u otra, pero la baja del caucho obliga a todo...

El doctor negro sonrió obsequioso, y haciendo una mueca terrible ingirió el vasito de aguardiente de palma. El sacerdote continuó:


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6 págs. / 11 minutos / 93 visitas.

Publicado el 18 de abril de 2020 por Edu Robsy.

La Factoría de Farjalla Bill Alí

Roberto Arlt


Cuento


Los que me conocían, al enterarse de que iba a trabajar en el criadero de gorilas de Farjalla Bill Alí se encogieron compasivamente de hombros.

Yo ya no tenía dónde elegir. Me habían expulsado de los más importantes comercios de Stanley.

En unas partes me acusaban de ratero y en otras de beodo. Mi último amo al tropezar conmigo en la entrada del mercado, dijo, comentando irónicamente mi determinación:

"No enderezarás la cola de un galgo aunque la dejes veinte años metida en un cañón de fusil."

Yo me encogí de hombros frente al pesimismo que trascendía del proverbio árabe. ¿Qué podía hacer? En África uno se muere de hambre no solo en el desierto sino también en la más compacta y vocinglera de las selvas. Allí donde verdea el mango o ríe el chimpancé, casi siempre acecha la flecha venenosa.


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7 págs. / 12 minutos / 86 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Extraordinaria Historia de Dos Tuertos

Roberto Arlt


Cuento


Dudo que tuerto alguno pueda contar otra maravillosa historia semejante a la que nos ocurrió a mí y a Hortensio Lafre, tuerto también como yo. Y ahora tomáos el trabajo de leerme.

Tenía yo pocos años de edad cuando perdí mi ojo derecho en un accidente de caza que le aconteció a mi padre, y la ruina sobrevenida a éste poco tiempo después, por ser más aficionado a los deportes cinegéticos que al cuidado de su molino y campos, nos arrastró a todos hasta ese refugio de fracasados que es el Barrio Latino de París. Después de numerosas peripecias que no son del caso, a la edad de dieciocho años conseguí un empleo de cobrador de una compañía de mutualidad, y en este trabajo me ganaba penosamente la vida, durante los comienzos del año 1914, cuando a fines del mes de enero trabé conocimiento con un venerable caballero que estaba asociado a la compañía. Este buen señor usaba barba en punta como un artista, y su melena de cabello entrecano y ondulado, así como su mirada bondadosa, le concedían la apariencia que podría tener el padre del género humano si acertaba a hacerse invisible. Se llamaba monsieur Lambet.

Monsieur Lambet vivía en una discreta casa con jardincillo en el arrabal de Mont Parnasse, y la segunda vez que le fui a cobrar la cuota de su seguro, como no tuviera nada que hacer, me acompañó por las calles y se interesó evidentemente en las condiciones en que vivía yo y mi madre y mi hermana. Cuando le manifesté que nuestra condición económica era sumamente precaria, no se asombró, y sí recuerdo que me dijo con tono de voz sumamente patético:

—Mi querido joven: si vos usarais un ojo de vidrio os sería mucho más fácil conseguir un puesto honorable.

—¿De dónde sacar el importe de un ojo de vidrio, monsieur Lambet? ¿De dónde?

Monsieur Lambet guardó un prudente silencio y continuó caminando en silencio a mi lado. Luego me dijo:


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6 págs. / 11 minutos / 482 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2019 por Edu Robsy.

El Joven Bernier Esposo de una Negra

Roberto Arlt


Cuento


La puerta de la trastienda se abrió violentamente. La negra, esgrimiendo un puñal, avanzó hacia Eraño. Bernier, el marido de la negra, retrocedió aterrorizado hasta dar de espaldas con el muro, y Eraño comprendió que no debía esperar. Desenfundó su automática y saltando a un costado como si se tratara de esquivar la cornada de un toro, descargó los siete proyectiles de la pistola en el cuerpo de la africana. Aischa se desmoronó. Al caer, el puñal, que no se soltó de su mano, rayó el muro, clavándose en el suelo de tablas. Pero su mano crispada no soltó el arma. El piso comenzó a cubrirse de manchas rojas y Bernier, el joven esposo de la negra, refugiado en su rincón, comenzó a temblar como azogado.

Inútil intentar huir. Por las callejuelas que desembocaban en el zoco acudían multitudes de desocupados y traficantes. Sin embargo, Eraño tuvo suerte. En el zoco aquella tarde se encontraban varios soldados españoles y muchos gendarmes del califa. Éstos rodearon rápidamente la casa, y Eraño, sentándose en una silla, le dijo a Bernier:

—No tenga miedo. Espere sentado.

Bernier se sentó a la orilla de una silla, pero el temor era tan intenso en él, que los dientes le castañeteaban. Eraño, en cambio, dio en mirar con curiosidad a la negra. Cuando entraron los soldados a la tienda, Eraño se levantó, diciéndoles a los mocetones que lo encañonaban con sus revólveres.

—He matado a la negra en legítima defensa. Deseo ser llevado hasta el cadí o el comisario del protectorado. Allí, en el suelo, está mi pistola. Observen que la muerta aprieta aún el puñal entre sus dedos.


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6 págs. / 11 minutos / 12 visitas.

Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

El Experimento del Doctor Gene

Roberto Arlt


Cuento


La noticia del primer acontecimiento de aquel día memorable entró calmosamente en el casino, embaulada en la corpulenta figura de Wein el Tranquilo. Deteniéndose frente a la mesa donde el Secretario del Ayuntamiento secreteaba con el veterinario sobre las próximas elecciones comunales, dijo cachazudamente:

—Acaban de encontrarlo ahorcado al doctor Gene. Ahorcado y bien abiertos sus ojos verdes.

Dijo esto de un tirón, en la sala alfombrada de aserrín, y hasta el perro, que dormitaba con el hocico apoyado en las patas delanteras, se desperezó y encapotilló las orejas, mientras que el cónclave de cuatro ciudadanos, cinco para ser exactos, dejando de husmear en los periódicos miraron con pausado interés a Wein el Tranquilo. Éste insistió:

—Está bien ahorcado. No se puede pedir nada mejor. Colgado de una flamante soga de tercio de pulgada.

Así era Wein el Tranquilo. Meticuloso. Su padre también había sido llamado Wein el Tranquilo, y la más profunda de sus virtudes consistía en cierta sesuda escrupulosidad.

—¿Lo has visto con tus propios ojos? —insistió el veterinario.

—Con los mismos. Ni mejor ni peor colgado que una trenza de cebollas en la verdulería.

Las bocas entreabiertas de los cinco hombres dejaban ver dientes de plata o de oro. Guillermo el Rentista, levantando los tres escalones de su papada de encima del nudo de la corbata, articuló fatigosamente:

—Se estaba enriqueciendo con la chifladura de nuestras mujeres.

Cipriano el Dentista rezongó:

—El capricho de mi mujer en hacerse teñir los ojos de verde me ha costado el importe de tres dentaduras decentes.

Octavio el Comisionista se arrimó despacio a la ventana. El sol le bañaba de pies a cabeza, y los hombres, con las manos cogidas por los dedos sobre las abotonaduras de los chalecos, cavilaban silenciosamente sobre el final del doctor Gene.


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5 págs. / 9 minutos / 30 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Enigma de las Tres Cartas

Roberto Arlt


Cuento


El señor Perolet volvió la cabeza. Justamente tras la columna que soportaba el arco de entrada a la calle del Pez y la Manzana acababa de descubrir la silueta de su perseguidor. El señor Perolet echó la mano al bolsillo de su gabán, se cercioró de que su revólver permanecía aún allí y, haciendo un esfuerzo, se dirigió hacia la columna de piedra.

Su perseguidor había desaparecido. En su lugar, al pie de la columna, un chiquillo que vendía sardinas le señaló una línea escrita con tiza. Nuestro hombre se acercó y pudo leer: “Cruel Perolet, mañana o pasado te mataré.”

El señor Perolet jamás se había sentido obligado a tener arranques de héroe. En consecuencia, al pensar que su obstinado enemigo podía ser un irresponsable, sus piernas temblaron, sintió que se le aflojaban los goznes de las rodillas, un sudor frío inundaba su frente. Maquinalmente, en su chaleco rebuscó una moneda de cobre, que le arrojó al niño de las sardinas, a quien vio borrosamente a través de una neblina, y echó a caminar sin mirar el sol, que lucía en las calles laterales.

El señor Perolet estaba aterrorizado porque no era cruel.

Si tuviéramos que definirlo, diríamos que era un hombre bondadoso y anodino. Suizo francés, comerciaba en bibelotes de madera, que es una de las industrias más extendidas en la patria de Guillermo Tell. Radicado en París, desde donde inundaba las capitales de provincia con monigotes de cedro que los turistas compraban creyendo que se llevaban un recuerdo regional. Y de pronto, siniestra, llegó a él la primera amenaza de su misterioso enemigo, bajo la forma de una carta incomprensible:


“Perolet: sabemos que te dedicas al espionaje. Márchate a tu país o te matamos.”


Perolet echó la carta al canasto sin darle importancia. Tres días después recibió otra misiva:


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6 págs. / 11 minutos / 19 visitas.

Publicado el 19 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Una Historia de Fieras

Roberto Arlt


Cuento


Era precisamente la hora en que el sol recalienta la selva, poblándola de los espesos vahos vegetales que atormentan a las grandes fieras, empujándolas a buscar los espacios claros para poder respirar. Y entre las fieras que buscaban aire fresco se encontraban ahora el Yacaré y la Boa.

El Yacaré, asoleándose en la orilla del río, permanecía arrojado como un tronco en el fangal, apoyada la achatada quijada en un felpudo de hierba. La Boa, en cambio, estaba enroscada a un corpulento cedro, en cuya corteza se friccionaba un espacio de vientre fenomenalmente abultado.

Sin embargo, más sociable que el silencioso Yacaré, no pudo aguantar mucho tiempo el silencio, y dijo:

—¿Qué novedades cuenta Su Excelencia?

El Yacaré entreabrió los adormilados ojillos y, clavándolos en la Boa, dijo:

—¿Qué le importa a vocé las novedades que dejan de ocurrirme? ¿Le pregunto yo a vocé cómo está su parentela? No. Déjeme vocé tranquilo y no me ponga motes, que caro le ha de costar como la trinque —dijo, y volvió a descargar la quijada verde oscura en la orilla fangosa, mientras que la Boa constrictor, con su hórrida cabeza estirándose horizontal bajo el aéreo entretejimiento de ramas, insistió:

—Pues Su Excelencia no me maltrataría de palabra si supiera de cierto lo que yo he sabido esta mañana. Grande es la noticia, pero Su Excelencia no tendrá el gusto de ponderar que yo se la informe.

Así era de redicha la Boa, a pesar de su espantosa apariencia; pero el Yacaré, inmutable, continuó aplastado en el fangal, mientras que sus hipócritas ojillos espiaban la monstruosa serpiente, que, arrollada al cedro, restregaba su tronco amarillento para terminar de deglutir un jabalí que había atrapado.


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9 págs. / 16 minutos / 10 visitas.

Publicado el 19 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Regreso

Roberto Arlt


Cuento


Allí, doblado, con las puntas al aire sobre la mesa, está el papel con la dirección de Elena. De Elena, que ya no es una señorita sino una señora.

La vanidad de Julio puede reposar satisfecha en el recuerdo. Ha conocido los más desemejantes tipos de mujeres bajo diferentes constelaciones. Muñecas con trajes diversos expresando en idiomas distintos sentimientos análogos. Sara en Lisboa, más tarde Lina en Madrid, después Rjimo en Tetuán, Vaiolete en Londres, Teresita en Génova. Julio entrecierra los ojos y sonríe con sonrisa fatigada... ¡Cuántas son en diferentes climas! ¡Igualmente amadas, igualmente recordadas con gratitud! ¡Qué bondadosas y humanas han sido las extrañas para con él! Y ahora ya no están. Es probable que en este mismo momento que él recuerda a Lina, Lina, en una avanzada de Madrid, vigile una bocacalle al pie de una ametralladora. O que ya esté muerta, haciendo florecer las margaritas. ¿Y Rjimo? Camino a Fez, quizás en Casablanca, apoyada en la barnizada orilla de una mesa de ruleta frecuentada por la hez internacional del espionaje y del contrabando.

Julio sonríe con fatigado rostro. ¡Cuántas en diferentes climas! Treinta y cinco. No más. Podrían ser trescientas cincuenta, pero no son nada más que treinta y cinco. Bien puede reposar satisfecha su vanidad, filtrada a través de la pulpa de tan diferentes labios, pero su corazón aún aguarda acongojado. ¿Qué será de Lina, de Lina que como un pequeño atleta movía graciosamente los hombros al caminar por el Paseo de la Castellana y apoyando las ardorosas mejillas en su hombro? ¿Y de Rjimo? Rjimo, tenebrosa en el zoco de Tetuán, embozada como una monja, deslizando bajo las farolas de bronce sus chinelas doradas. ¡Oh, los tatuajes de Rjimo y la temperatura de la palma de su mano!


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9 págs. / 15 minutos / 16 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Odio Desde la Otra Vida

Roberto Arlt


Cuento


Fernando sentía la incomodidad de la mirada del árabe, que, sentado a sus espaldas a una mesa de esterilla en el otro extremo de la terraza, no apartaba posiblemente la mirada de su nuca. Sin poderse contener se levantó, y, a riesgo de pasar por un demente a los ojos del otro, se detuvo frente a la mesa del marroquí y le dijo:

—Yo no le conozco a usted. ¿Por qué me está mirando?

El árabe se puso de pie y, después de saludarlo ritualmente, le dijo:

—Señor, usted perdonará. Me he especializado en ciencias ocultas y soy un hombre sumamente sensible. Cuando yo estaba mirándole a la espalda, era que estaba viendo sobre su cabeza una gran nube roja. Era el Crimen. Usted en esos momentos estaba pensando en matar a su novia.

Lo que decía el desconocido era cierto. Fernando había estado pensando en matar a su novia. El moro vio cómo el asombro se pintaba en el rostro de Fernando y le dijo:

—Siéntese. Me sentiré muy orgulloso de su compañía durante mucho tiempo.

Fernando se dejó caer melancólicamente en el sillón esterillado. Desde el bar de la terraza se distinguían, casi a sus pies, las murallas almenadas de la vieja dominación portuguesa; más allá de las almenas el espejo azul de agua de la bahía se extendía hasta el horizonte verdoso. Un transatlántico salía hacia Gibraltar por la calle de boyas, mientras que una voz morisca, lenta, acompañándose de un instrumento de cuerda, gañía una melodía sumamente triste y voluptuosa. Fernando sintió que un desaliento tremendo llovía sobre su corazón. A su lado, el caballero árabe, de gran turbante, finísima túnica y modales de señorita, reiteró:

—Estaba precisamente sobre su cabeza. Una nube roja de fatalidad. Luego, semejante a una flor venenosa, surgió la cabeza de su novia. Y yo vi repetidamente que usted pensaba matarla.


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8 págs. / 14 minutos / 243 visitas.

Publicado el 18 de abril de 2020 por Edu Robsy.

Nuevas Aguafuertes

Roberto Arlt


Crónica, Artículo


Canning y Rivera

Canning y Rivera, intersección sentimental de Villa Crespo, refugio de vagos y filósofos baratos; pasaje obligado de fabriqueras, gorreros judíos y carniceros turquescos; Canning y Rivera, camino de Palermo, esquina con historia de un suicidio (una muchacha hace un año se tiró de un tercer piso y quedó enganchada en los alambres que sostienen el toldo del café salvándose de la muerte), y un café que desde la mañana temprano se llena de desocupados con aficiones radiotelefónicas.

El café

Si usted tiene aficiones a la atorrancia; si a usted le gusta estarse ocho horas sentado y otras ocho horas recostado en un catre, si usted reconoce que la divina providencia lo ha designado para ser un soberbio «squenun» en la superficie del planeta, múdese a las inmediaciones de Canning y Rivera. Todas sus ambiciones serán colmadas… y el reino de los inocentes le será dado, por añadidura.


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80 págs. / 2 horas, 20 minutos / 82 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2022 por Edu Robsy.

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