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autor: Roberto Arlt textos disponibles


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La Ola de Perfume Verde

Roberto Arlt


Cuento


Yo ignoro cuáles son las causas que lo determinaron al profesor Hagenbuk a dedicarse a los naipes, en vez de volverse bizco en los tratados de matemáticas superiores. Y si digo volverse bizco, es porque el profesor Hagenbuk siempre bizqueó algo; pero aquella noche, dejando los naipes sobre la mesa, exclamó:

—¿Ya apareció el espantoso mal olor?

El olfato del profesor Hagenbuk había siempre funcionado un poco defectuosamente, pero debo convenir que no éramos nosotros solos los que percibíamos ese olor en aquel restaurant de después de medianoche, concurrido por periodistas y gente ocupada en trabajos nocturnos, sino que también otros comensales levantaban intrigados la cabeza y fruncían la nariz, buscando alrededor el origen de esa pestilencia elaborada como con gas de petróleo y esencia de clavel.

El dueño del restaurant, un hombre impasible, pues a su mostrador se arrimaban borrachos conspicuos que toda la noche bebían y discutían de pie frente a él, abandonó su flema, y, dirigiéndose a nosotros —desde el mostrador, naturalmente—, meneó la cabeza para indicarnos lo insólito de semejante perfume.

Luis y yo asomamos, en compañía de otros trasnochadores, a la puerta del restaurant. En la calle acontecía el mismo ridículo espectáculo. La gente, detenida bajo los focos eléctricos o en el centro de la calzada, levantaba la cabeza y fruncía las narices; los vigilantes, semejantes a podencos, husmeaban alarmados en todas direcciones. El fenómeno en cierto modo resultaba divertido y alarmante, llegando a despertar a los durmientes. En las habitaciones fronteras a la calle, se veían encenderse las lámparas y moverse las siluetas de los recién despiertos, proyectadas en los muros a través de los cristales. Algunas puertas de calle se abrían. Finalmente comenzaron a presentarse vecinos en pijamas, que con alarmante entonación de voz preguntaban:

—¿No serán gases asfixiantes?


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 156 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2019 por Edu Robsy.

La Jugada

Roberto Arlt


Cuento


Emilio Kraisler falleció de un balazo que recibió en la cabeza, a causa de su excesivo amor a la ciencia de la psicología.

El crimen no sorprendió a ninguno de sus amigos. Kraisler, en vida, había anticipado siempre semejante final con estas palabras:

—Sí; alguien tendrá un día que matarme. ¡Y qué curioso! La muerte, que en otros tiempos me causaba tanto horror, ahora me deja indiferente.

De manera que su asesinato constituye, en cierto modo, una prueba a favor de los presentimientos y su confirmación.

A Kraisler parecía divertirle la perspectiva de semejante final. Incluso lo matizaba:

—Me gustaría que me matara Enriqueta. De pronto, aparecería ante mí envuelta en un tapado de pieles, abriría nerviosamente su cartera, yo me quedaría fumando tranquilamente. Posiblemente para escarnecerla le echara una bocanada de humo a la cara; ella, encogiendo el brazo, esgrimiría el revólver, y juro que no me movería una pulgada del sitio donde me encontrara.

A veces el tenor del diálogo sufría una ligera variante.

—Pudiera ser que en vez de Enriqueta fuese Ofelia la que me asesinara. En ese caso ella me tiraría por la espalda. Entra en su estilo y en su carácter. O si no, Julia. Pero Julia le tiene tanto horror a las armas de fuego que utilizaría cianuro. Es una devota de la bioquímica.

No se puede negar que Kraisler era un hombre razonable. Su único defecto consistía en estar enamorado alegremente de la psicología experimental.

Pero no era su único defecto. Su segundo defecto consistía en sonreír siempre. Una sonrisa dulce, infantil, con una chispa de malicia en el fondo de los ojos y cierta gula de faunito en las arrugas faciales que se le trazaba en torno a la boca.

Alguien dijo una vez que esa sonrisa suya, tan personal, era una defensa contra sus emociones rápidas, y Kraisler cortó secamente la conversación. Los psicólogos le resultaban odiosos.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 21 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

La Doble Trampa Mortal

Roberto Arlt


Cuento


He aquí el asunto, teniente Ferrain: usted tendrá que matar a una mujer bonita.

El rostro del otro permaneció impasible. Sus ojos desteñidos, a través de las vidrieras, miraban el tráfico que subía por el bulevar Grenelle hacia el bulevar Garibaldi. Eran las cinco de la tarde, y ya las luces comenzaban a encenderse en los escaparates. El jefe del Servicio de Contraespionaje observó el ceniciento perfil de Ferrain, y prosiguió:

—Consuélese, teniente. Usted no tendrá que matar a la señorita Estela con sus propias manos. Será ella quien se matará. Usted será el testigo, nada más.

Ferrain comenzó a cargar su pipa y fijó la mirada en el señor Demetriades. Se preguntaba cómo aquel hombre había llegado hasta tal cargo. El jefe del servicio, cráneo amarillo a lo bola de manteca, nariz en caballete, se enfundaba en un traje rabiosamente nuevo. Visto en la calle, podía pasar por un funcionario rutinario y estúpido. Sin embargo, estaba allí, de pie, frente al mapa de África, colgado a sus espaldas, y perorando como un catedrático:

—Posiblemente, usted Ferrain, experimente piedad por el destino cruel a que está condenada la señorita Estela; pero créame, ella no le importaría de usted si se encontrara en la obligación de suprimirlo. Estela le mataría a usted sin el más mínimo escrúpulo de conciencia. No tenga lástima jamás de ninguna mujer. Cuando alguna se le cruce en el camino, aplástele la cabeza sin misericordia, como a una serpiente. Verá usted: el corazón se le quedará contento y la sangre dulce.

El teniente Ferrain terminó de cargar su pipa. Interrogó:

—¿Qué es lo que ha hecho la señorita Estela?


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 162 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2019 por Edu Robsy.

La Cadena del Ancla

Roberto Arlt


Cuento


Cuando a fines del año 1935 visité Marruecos el tema general de las conversaciones giraba en torno a las actividades de los espías de las potencias extranjeras. Tánger se había convertido en una especie de cuartel general de los diversos Servicios Secretos. En Algeciras comenzaba ya esa atmósfera de turbia vigilancia y contravigilancia que se extiende por toda África costera al Mediterráneo.

Entre las verídicas historias y aventuras de espías que me fueron narradas, ésta que se titula "La cadena del ancla" es la que conceptúo la más terrible.

Estaba una noche sentado en la mesa de un café de ese patio de calle que se llama el Zoco Chico de Tanger, en compañía de un hombre uniformado con el modestísimo traje azul de agente de hotel. Este hombrecillo, de ojos repletos de malicia, miraba pasar los burros de los indígenas entre las mesas, al tiempo que me decía caritativamente:

—En África no hable nunca de política. Desconfíe siempre y de todo el mundo.

Por seguir su consejo, empecé a desconfiar de él.

Hacía el servicio de corredor de hotel entre dos importantes establecimientos de Algeciras y Tánger. Es decir un pie en España y otro en África. Su verdadero oficio era de policía. Lo que ignoro es a qué policía servía, si a la inglesa, a la francesa, a la española o a la italiana. Él era muy amigo de otro hombre que atendía el surtidor de nafta, estratégicamente ubicado a la salida del camino que conduce de Tánger a Tetuán.

El hombre del surtidor de nafta era un ciudadano de cara sonrosada, ojos celestes y sonrisa estúpida, que hablaba en francés, inglés y… árabe.

De este ciudadano modesto, que con el conocimiento de tres idiomas se consagraba al cuidado de un surtidor de nafta, me dijo un día Sergia Leucovich:

—Fíjese usted. Ese hombre en el sitio que trabaja controla la filiación de todo el pasaje que va de Tánger a Melilla a Ceuta o Tetuán.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 82 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Aventura de Baba en Dimisch Esh Sham

Roberto Arlt


Cuento


¿Es de noche o es de día?… ¿Es de noche o es de día?..

Dificulto que en todo el Magrehb pudiera encontrarse un desarrapado más hilachoso que éste. Tieso junto al pilar de ladrillo de la puerta de Bab el Estha vociferó nuevamente:

—¿Es de noche o es de día?… ¿Es de noche o es de día?…

La luz verdosa del farolón de bronce amarrado por una cadena a la clave del arco proyectaba del mendigo una desmesurada sombra, movediza en el triangular empedrado del zoco, sembrado de rosas podridas y cáscaras de melones. Había sido día de mercado.

Un árabe descalzo, que montado en un asnillo pasaba por allí se detuvo frente al hablador:

—Por Alá, hermano, ¿cómo puedes preguntar si es de noche o es de día?

Pero el desarrapado, cuya chilaba negra parecía haberse arrastrado por todos los muladares del Islam, continuó a voz en cuello:

—Respondedme, ecuánimes creyentes: ¿llueve o no llueve, llueve o no llueve?…

Y sin esperar a que nadie le contestara, comenzó a batir con la yema de los dedos y los nudillos alternativamente, el fondo de un tambor que en forma de florero soportaba bajo el sobaco.

Varios campesinos que se hartaban de pescado y cuzcuz en el puesto de un egipcio rodearon encurioseados al mendigo. Ya cerca de él, repararon que era un "jefe de conversación". Sus ojos blancos de cataratas, semejantes a huevos de serpiente, revelaban al ciego. Baba, que tal se llamaba el desarrapado, volvió a batir durante unos instantes el fondo de su tambor y prosiguió:

—En nombre del Clemente, del Misericordioso, escuchad la palabra del Corán a través de los labios de un ciego: "Nada hay tan loable como elevar la voz para convencer a los hombres y exclamar: "Yo soy un buen musulmán". Os habla un árabe morigerado que jamás bebió vino ni mordió carne de puerco.


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 64 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Juicio del Cadí Prudente

Roberto Arlt


Cuento


Aún dos años después de la sublevación del emir Habibullah Ghazi habitaba en la ciudad de Kabul, frente a la muralla que balaustra la curva del río, un mercader de sedas y tapices llamado Maruf.

Cuando Maruf volvía la cabeza hacia el norte, distinguía las tres torres doradas de la fortaleza de Bala-Hizar. Cuando Maruf volvía la cabeza a su frente, veía la llanura extendida al pie de los montes y detenida por la cordillera de Kux, levantada en el fondo del horizonte como una alta muralla de nubes, pero Maruf gustaba mirar hacia el sur, en dirección a la calle que sirve de entrada al Charsun, donde el especiero Beder prosperaba con su comercio. Atendía la tienda un jovencito llamado Faisal, de notoria inteligencia y extraordinaria belleza.

El niño, sensible a la admiración y a los regalos que le ofrecía Maruf, deseoso de tenerlo por dependiente, terminó por quejarse a sus padres de la dureza con que le trataba Beder el especiero.

Cuánto más preferiría servirlo al sedero, cuya tienda visitaban extranjeros distinguidos, y no el almacén del barbudo Beder, cuyo patio era el parador de caravaneros chinos. Éstos, con grandes sombreros peludos y piernas envueltas en pieles de carnero, se detenían allí acompañados de pequeños asnos, sin que él recibiera ningún beneficio de tal promiscuidad.

Para el sedero Maruf fue un hermoso día aquel en que pudo mostrar a sus amistades al jovencito Faisal, adornado de una floreada casaca azul y de un turbante indostano cuyos flecos amarillos le caían sobre los hombros. Corría diligente, mostrando chinelas doradas debajo de los bombachos celestes, y ofrecía cortésmente té a las visitas.


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7 págs. / 12 minutos / 10 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Jabulgot el Farsante

Roberto Arlt


Cuento


Estaba en mi biblioteca, reuniendo los documentos del que después se llamaría “El caso de las siete margaritas del escribano”, cuando a la puerta del jardín se detuvo Ernestina Brauning. Por los largos timbrazos comprendí la premura de la muchacha. Encendí la lámpara suspendida sobre un cantero. Ernestina no se había quitado aún el sombrero.

Posiblemente volvía de la cercana localidad de Alsdorf. Pensé: “Debe de sucederle algo a su tío.”

Si me hubiese fijado mejor, en su mano izquierda hubiera descubierto una pistola, pero mis ojos clavados en los suyos descuidaron el detalle.

—Creo que han asesinado a mi tío —dijo—. He llamado varias veces a la puerta de su dormitorio. Está cerrado por dentro y no contestan.

—¿Estuvo usted afuera?

—Sí; en Alsdorf.

Quedé complacido por mi deducción. Ernestina prosiguió:

—Llegué con el último tren. Al entrar en casa me sorprendió encontrar la mesa puesta. Tío había estado cenando con mi primo Jabulgot, me dijo el jardinero.

Conversando del caso llegamos a la casa del prestamista. La crueldad de míster Brauning se había hecho famosa en los contornos. Se dedicaba ostensiblemente a la usura. Ocupaba una casa de muros negruzcos semioculta entre el follaje de una arboleda de cedros y castaños. Cuando llegamos a la alameda nos salió al encuentro Juan, el jardinero. Era un hombre de pequeña estatura, sumamente recio, y viejo servidor del prestamista.

—El ingeniero Jabulgot estuvo cenando aquí con el señor.

Ernestina lo interrumpió malhumorada:

—Ya le he dicho que Jabulgot no es ingeniero. Él es tan farsante, que se hace dar el título porque estudió dos o tres años un curso de electricidad por correspondencia.

Después de este incidente, nos dirigimos al dormitorio. Ernestina, con su pesada pistola, estaba ligeramente ridicula.


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6 págs. / 12 minutos / 17 visitas.

Publicado el 19 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Historia del Señor Jefries y Nassin el Egipcio

Roberto Arlt


Cuento


No exagero si afirmo que voy a narrar una de las aventuras más extraordinarias que pueden haberle acontecido a un ser humano, y ese ser humano soy yo, Juan Jefries. Y también voy a contar por qué motivo desenterré un cadáver del cementerio de Tánger y por qué maté a Nassin el Egipcio, conocido de mucha gente por sus aficiones a la magia.

Historia ésta que ya había olvidado si no reactivara su recuerdo una película de Boris Karloff, titulada "La momia", que una noche vimos y comentamos con varios amigos.

Se entabló una discusión en torno de Boris Karloff y de la inverosimilitud del asunto del film, y a ese propósito yo recordé una terrible historia que me enganchó en Tánger a un drama oscuro y les sostuve a mis amigos que el argumento de "La momia" podía ser posible, y sin más, achacándosela a otro, les conté mi aventura, porque yo no podía, personalmente, enorgullecerme de haber asesinado a tiros a Nassin el Mago.

Todo aquello ocurrió a los pocos meses de haberme hecho cargo del consulado de Tánger.

Era, para entonces, un joven atolondrado, que ocultaba su atolondramiento bajo una capa de gravedad sumamente endeble.

La primera persona que se dio cuenta de ello fue Nassin el Egipcio.

Nassin el Mago vivía en la calle de los Ni-Ziaguin, y mercaba yerbas medicinales y tabaco. Es decir, el puesto de tabaco estaba al costado de la tienda, pero le pertenecía, así como el comercio de yerbas medicinales atendido por un negro gigantesco, cuya estatura inquietante disimulaba en el fondo oscuro del antro una transparente cortinilla de gasa roja.


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6 págs. / 11 minutos / 78 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Eugenio Delmonte y los 1300 Novios

Roberto Arlt


Cuento


Frente mismo a la bahía de Natiópolis avanza un jardín; en el extremo del jardín se ve una horca con el lazo corredizo colgante, y sobre el palo de la horca se puede leer esta inscripción:


“Destinada a Eugenio Delmonte
si se atreve a desembarcar aquí.”


Sin jactancia, me atrevo a dar fe que no hay ciudad en el mundo que pueda registrar un suceso tan maravilloso como el que se conoce bajo el nombre de “Eugenio Delmonte o los mil trescientos novios”.


El año 1921, Enriqueta Silver, por razones que aún no se conocen, cortó sus relaciones con Eugenio Delmonte. Éste tenía para entonces veinticuatro años; tres meses después su cabello había encanecido totalmente. Durante un año vagó por Natiópolis, y algunos de sus actos revelaban que su estado mental no era estrictamente normal. Enriqueta Silver desapareció un tiempo, pues sus padres, temerosos de un atentado, la enviaron a otra población. Eugenio llegó a cometer tales disparates, que se convirtió en el hazmerreír de las muchachas de nuestra ciudad. Quiero agregar que en Natiópolis las mujeres eran sumamente orgullosas. Ello se debía a que las estadísticas anotaban un porcentaje de veinte por ciento más de varones que de mujeres. En consecuencia, éstas eran muy solicitadas y pagadas de sí mismas.

En 1923 estalló la noticia bomba. Eugenio Delmonte acababa de heredar cincuenta millones de dólares de un tío remoto, cincuenta millones que, traducidos a nuestra moneda, equivalían a ciento cincuenta millones. Cuando los reporteros de los cuatro periódicos de Natiópolis quisieron reportear a Eugenio, éste había desaparecido de nuestra ciudad. Los padres de Enriqueta Silver se desvanecieron al conocer la noticia.


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8 págs. / 15 minutos / 25 visitas.

Publicado el 27 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

El Resorte Secreto

Roberto Arlt


Cuento


Me llamo Albertina Halbert. A los quince años de edad asesiné a mi tía Eugenia. En la actualidad cuento cuarenta y cuatro años. El proceso de la muerte de mi cuerpo es cuestión de meses. Una enfermedad incurable da término a mi organismo. El relato de un crimen cometido en la edad pueril no tiende a expresar un remordimiento, sino a derramar un poco de luz, si es posible, sobre el oscuro relieve de lo que constituyen los móviles de la conducta humana.

Por mi modo de expresarme, nadie dudará de que soy una mujer culta. Mi difunto esposo solía decirme que jamás encontraría una mujer más ecuánime que yo. Como profesor de psicología, conocía lo suficientemente la naturaleza humana para no errar en sus afirmaciones. Creo que no exageraba. Siempre, instintivamente, traté que mis actos se desarrollaran dentro de los cuadros que se conforman con lo que consideramos la más estricta justicia.

¡Y, sin embargo, también instintivamente asesiné a mi tía!


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Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 30 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2024 por Edu Robsy.

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