Hussein el Cojo y Axuxa la Hermosa
Roberto Arlt
Cuento
Flotaba en la sala de Abluciones una luz oscura y fresca. Allí se detuvo Hussein el Cojo. Junto a la fuente que bajo las constelaciones del artesonado desgranaba una orquídea de espuma.
Abstraído, miró un instante el copo que rebotaba en lo alto de la vara de agua; luego, con el ceño endurecido por un pensamiento cruel, levantó los ojos.
Sobre el lobulado arco de cedro de la entrada principal, veíase una panoplia de terciopelo, y en el terciopelo, bordado en oro, dos versículos del Corán:
Sin embargo, la hora está próxima,
vuelvo a decir que está próxima.
Otra vez vuelvo a decir que se te acerca,
que está próxima.
Tales palabras, por contener un presagio amenazante, intrigaban a
los visitantes de Hussein. Cuando alguien insinuaba su curiosidad, el
joven comerciante sonreía, pero sus ojos llameaban y cambiaba de
conversación, porque él no era nativo de Dimisch esh Sham, sino que
hacía varios años había abandonado el Magrebh.
No quedaba duda. Aquellos versículos estaban destinados a fortificar un propósito secreto, y todas las mañanas, Hussein, antes de salir de su finca para dirigirse al bazar, entraba a la sala y los leía.
Cumplido esa mañana el ritual, el joven se alejó por el jardín y entró al sendero que bajo los nogales conducía a la ciudad.
Era día de mercado.
Hasta lo azul del horizonte la tierra de los caminos estaba removida por el ganado. Pastores kurdos, embozados en sus mantos negros, empujaban los rebaños hacia la ciudad. También pasaban los beduinos de pies desnudos, encaramados en raídos camellos y blancos grupos de mujeres con el rostro cubierto. Iban a llorar al cementerio de Macabaret Bab es Saris, porque era martes.
Dominio público
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Publicado el 6 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.