Textos peor valorados de Roberto Arlt publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 7

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autor: Roberto Arlt editor: Edu Robsy textos disponibles


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El Embrujo de la Gitana

Roberto Arlt


Cuento


Amenazadores, los muros bermejos de la Alhambra recortaban el cielo en la altura del monte. Abajo, los amantes, acodados en el pretil de un puentecillo de piedra sobre el Darro, que corre a los mismos pies de La Roja, no miraban en redor. Soslayados por la luz verdosa del farol granadino, tampoco seguían sus ojos los espesos nubarrones encrespados en los torreones de la Alcazaba. Más allá, frente a ellos, cruzaban el río otros grises y vetustos puentes de piedra. De una taberna de vidrios ahumados escapaba el pespunteo de una guitarra.

Y ya no había luz en las ventanas de los caserones de tres pisos, levantados en la propia orilla del Darro, porque era muy entrada la noche. El río, bajo los arcos de piedra, zumbaba un acuático atorbellinamiento; a veces, al desplegarse el tejido de los nubarrones, se veía allá arriba la luna corriendo tumultuosamente sobre el bosque del Generalife.

Lenta y cautelosa pasó una pareja de la guardia civil. El hule de sus tricornios lució con luz verdosa al soslayo del farol, y ambos miraron de reojo el perfil atezado de la pareja, acodada en la piedra del puente. Ella era netamente del Albaicín, con una enjabonada mecha de pelo renegrido pintándole el signo de interrogación en el centro de la frente y arracadas de plata muerta junto a las mejillas aceitunadas. Él, con su sombrero de alas planas y la chaqueta corta, debía ser dueño de algún cortijo de los alrededores de Motril.

Por última vez, Pedro Antonio propuso:

—¿Quieres que vaya y le provoque?

Soledad apartó la mirada del río. Encendidos los ojos, repuso violenta:

—¡He dicho que no y no! ¡Vaya tu talento y el beneficio! Si él te mata, yo te pierdo; si tú le matas, te veré en el presidio.


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11 págs. / 20 minutos / 42 visitas.

Publicado el 30 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

El Resorte Secreto

Roberto Arlt


Cuento


Me llamo Albertina Halbert. A los quince años de edad asesiné a mi tía Eugenia. En la actualidad cuento cuarenta y cuatro años. El proceso de la muerte de mi cuerpo es cuestión de meses. Una enfermedad incurable da término a mi organismo. El relato de un crimen cometido en la edad pueril no tiende a expresar un remordimiento, sino a derramar un poco de luz, si es posible, sobre el oscuro relieve de lo que constituyen los móviles de la conducta humana.

Por mi modo de expresarme, nadie dudará de que soy una mujer culta. Mi difunto esposo solía decirme que jamás encontraría una mujer más ecuánime que yo. Como profesor de psicología, conocía lo suficientemente la naturaleza humana para no errar en sus afirmaciones. Creo que no exageraba. Siempre, instintivamente, traté que mis actos se desarrollaran dentro de los cuadros que se conforman con lo que consideramos la más estricta justicia.

¡Y, sin embargo, también instintivamente asesiné a mi tía!


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11 págs. / 20 minutos / 28 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Misterio de los Tres Sobretodos

Roberto Arlt


Cuento


De haberse sabido que fue Ernestina la que descubrió al ladrón, probablemente Ernestina hubiera ido a parar a presidio por un largo tiempo de su vida... Nunca pudo ser aclarado el misterio de la oficina.

Ateniéndose a los sucesos tal me fueron narrados, podría afirmar que “el enigma de la oficina” fue uno de los tantos dramas oscuros que se gestan en las entrañas de las grandes ciudades, donde las bagatelas terminan por revestir un contorno de episodio cruento en la conciencia de las personas que a diario se soportan en un ambiente estrecho de trabajo y duro de responsabilidades.

La policía realizó investigaciones superficiales en tomo del grave suceso, pero acabó por abandonar la búsqueda del autor o autora, por creer en cierto modo que el asunto no merecía el tiempo que absorbía a las actividades de los funcionarios, ocupados en novedades de mayor trascendencia.

He aquí cómo se gestó el suceso conocido entre los empleados de la “Casa Xenius, ropería para hombres y mujeres, artículos de confección, etc.”, bajo el nombre de “El misterio de los tres sobretodos”.

En la oficina de Expedición al interior de la casa Xenius comenzaron a desaparecer prendas de vestir.

Un día fue un cinturón, ¡un cinturón sin hebilla!, lo que demuestra que el ladrón echaba mano a lo que podía; otra vez fue un sobre con la suma de doce pesos, olvidado en el cajón de Ernestina; otra vez fue un retazo de seda. Un retazo de un metro, valuado en ocho pesos...


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7 págs. / 12 minutos / 505 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Espionaje

Roberto Arlt


Cuento


Lisette se inclinó hacia mí. Sus grandes pupilas celestes parecían abrirse como los pétalos de una estrella marina. Y ella no olía a ácido fénico ni a yodoformo, sino que un perfume carnal, entremezclado con vaharadas de madera, la abarcaba en su torbellino extático. Y yo repetí:

—He visto una mirada terrible en el doctor Bahamont.

Sus ojos recorrieron rápidamente la sala del hospital de sangre y murmuró:

—¿Sospecha, acaso, de nosotros?

Ahora Lisette apretaba mi mano entre las suyas:

—¡Esos perros nos hacen un daño terrible! Cuanto más disimulada está nuestra artillería, mejor la localizan.

Repuse:

—La de nuestro puesto ni la sospechan. Fíjate que hemos encontrado...

Lisette miró, alarmada, en derredor:

—Cállate, imprudente.

—Tienes razón. Aquí hasta las paredes oyen.

Lisette continuó:

—¿Cuándo sales para París?

—Mañana.

Súbitamente cuadrado apareció ante mí el soldado Marcel. ¿De dónde había salido? Le miramos sorprendidos. Marcel habló:

—El mayor Sarault quiere verle, mi teniente.

Luego salió. El cañón comenzaba a tronar a lo lejos. A la entrada de la sala, un grupo de médicos movía los brazos.

Lisette echó a correr por el pavimento embaldosado de losas blancas y negras, como un tablero de ajedrez.


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7 págs. / 12 minutos / 22 visitas.

Publicado el 10 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Octavo Viaje de Simbad el Marino

Roberto Arlt


Cuento


Estaba Simbad el Marino sentado a la cabecera de la mesa que, a muy poca altura del suelo, permitía a sus invitados comer sentados en cuclillas sobre las preciosas esteras que cubrían el mosaico. Venerable barba le bajaba hasta el ombligo y un turbante de razonable grandor rodeaba su cabeza. Daba testimonio de cuán grande señor era él y qué innumerables sus riquezas un diamante prendido en la seda sobre su misma frente.

A un costado de él, honestamente vestido desde que el dueño de casa le había agasajado con una bolsa de cien cequíes, comía el mozo de cordel, llamado Hidbad, aquél que por haberse quejado un día bajo la ventana del palacio de Simbad fue invitado por éste a participar de su mesa y a escuchar la historia de sus riquezas y viajes. El mozo de cordel, modestamente sentado en cuclillas, seguía admirado el revoloteo de algunos pájaros maravillosos, prisioneros en una jaula de oro, mientras que los comensales, mirando el devastado rostro de Simbad, aguardaban a que el marino diera comienzo a otro de sus relatos, pues a ninguno consolaba que sus aventuras terminaran en aquel séptimo y famosísimo viaje, en el cual Simbad se dedicó a la caza de elefantes después que le hicieron esclavo.

Comprendiéndolo así, el marino, después de recibir de un mancebillo que estaba de pie a sus espaldas un frasco de agua de rosas y de salpicarse con ella la barba y también la barba de sus invitados, comenzó el relato de su octavo viaje, que no sé por qué razones ninguno de sus cronologistas ha insertado en Las mil y una noches. Y lo hizo con estas mismas palabras:

—Después de mis desdichadas aventuras en el País de los Elefantes, pensé que nunca más volvería a la mar. Mis huesos estaban fatigados, y yo hacía cerca de un año que en mi casa de Bagdad disfrutaba de mis riquezas, cuando una noche nuestro señor, el califa Abdala Harum Al Raschid, me hizo el alto honor de llamarme a su palacio.


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9 págs. / 16 minutos / 32 visitas.

Publicado el 10 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Experimento del Doctor Gene

Roberto Arlt


Cuento


La noticia del primer acontecimiento de aquel día memorable entró calmosamente en el casino, embaulada en la corpulenta figura de Wein el Tranquilo. Deteniéndose frente a la mesa donde el Secretario del Ayuntamiento secreteaba con el veterinario sobre las próximas elecciones comunales, dijo cachazudamente:

—Acaban de encontrarlo ahorcado al doctor Gene. Ahorcado y bien abiertos sus ojos verdes.

Dijo esto de un tirón, en la sala alfombrada de aserrín, y hasta el perro, que dormitaba con el hocico apoyado en las patas delanteras, se desperezó y encapotilló las orejas, mientras que el cónclave de cuatro ciudadanos, cinco para ser exactos, dejando de husmear en los periódicos miraron con pausado interés a Wein el Tranquilo. Éste insistió:

—Está bien ahorcado. No se puede pedir nada mejor. Colgado de una flamante soga de tercio de pulgada.

Así era Wein el Tranquilo. Meticuloso. Su padre también había sido llamado Wein el Tranquilo, y la más profunda de sus virtudes consistía en cierta sesuda escrupulosidad.

—¿Lo has visto con tus propios ojos? —insistió el veterinario.

—Con los mismos. Ni mejor ni peor colgado que una trenza de cebollas en la verdulería.

Las bocas entreabiertas de los cinco hombres dejaban ver dientes de plata o de oro. Guillermo el Rentista, levantando los tres escalones de su papada de encima del nudo de la corbata, articuló fatigosamente:

—Se estaba enriqueciendo con la chifladura de nuestras mujeres.

Cipriano el Dentista rezongó:

—El capricho de mi mujer en hacerse teñir los ojos de verde me ha costado el importe de tres dentaduras decentes.

Octavio el Comisionista se arrimó despacio a la ventana. El sol le bañaba de pies a cabeza, y los hombres, con las manos cogidas por los dedos sobre las abotonaduras de los chalecos, cavilaban silenciosamente sobre el final del doctor Gene.


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5 págs. / 9 minutos / 30 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Bastón de la Muerte

Roberto Arlt


Cuento


Si alguien me hubiera dicho que aquellas señoras y caballeros, plácidamente arrellanados en sus butacas, dentro de un cuarto de hora tratarían de matar al orador con el cabo de sus paraguas, no lo hubiese creído.

Tampoco lo imaginaba (así lo supongo) el orador, míster Getfried, socio honorario del club, y cuya conferencia se titulaba “Un curioso caso de transmisión del pensamiento en la isla de Sumatra”.

El club (yo lo he llamado inapropiadamente club) no era club, sino la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Castelnau Levántate y Anda.

Todos los sábados un ciudadano diferente, por supuesto, y que tuviera algo que informamos respecto a la telepatía, rabdomancia, ciencias ocultas, magia o teosofía, ocupaba la cátedra de Levántate y Anda. De esta manera la población de Castelnau entró en conocimiento de numerosas particularidades del más allá.

El último orador es decir, el penúltimo, fue el capitán de equitación Soutri, quien a mi modesto juicio ha sido uno de los oradores que mejor nos ilustraron sobre las actividades psíquicas de la raza caballar comunicándonos sus experiencias personales con la yegua Batí, a la que era posible sugerirle órdenes hasta a cien metros de distancia. Una curiosa estadística de los experimentos permitía confeccionar un gráfico de la sensibilidad de la yegua. Esta evidencia, por otra parte, impresionó de tal manera al cochero Carlet, que desde entonces Carlet se abstuvo de castigar a la potranca que arrastraba su carruaje.

Claro está que todos esperábamos con sumo interés la conferencia de Getfried. Getfried había vivido algunos años en la Malasia; de la isla de Java había pasado a la de Sumatra por razones que jamás explicó, pero que atañían a los representantes de la justicia de su graciosa majestad, y desde entonces Getfried se acogió al bondadoso amparo de su nueva soberana, la reina Guillermina.


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7 págs. / 12 minutos / 10 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2024 por Edu Robsy.

La Taberna del Expoliador

Roberto Arlt


Cuento


Alguien me ha preguntado por qué habiendo estado durante tanto tiempo en tierras de España, tan poco frecuentemente me acuerdo de ella en mis cuentos; y es que me parte el alma hablar de España, y recordarla cómo fue, y saberla tan despedazada.

Pero no quisiera que se me quedara en el tintero una historia que me fue narrada en Toledo por un fino y alto caballero, que al tratarlo me recordaba las figuras del Greco, y en especial a uno de los personajes del Entierro del conde de Orgaz.

Como los caballeros del Entierro, era este toledano una equitativa mezcla de moro, de judío y de cristiano, cual lo son casi todos los hombres de la España que se extiende desde la línea de Madrid hasta la costa mediterránea. Y yo conocí a este señor, que se llamaba don Miguelito, y que para su entretenimiento tocaba muy dolorosamente la guitarra y que, además, era erudito en cosas de vejez de Toledo; lo conocí, como digo, en la Taberna de la Sangre, donde es fama que don Miguel de Cervantes y Saavedra escribió una de sus novelas ejemplares.

Estaba la Taberna de la Sangre a pocos pasos de la plaza Mayor (¡Ay, que ya no debe existir ni taberna ni plaza Mayor!), y este don Miguelito tenía por costumbre ir a sentarse allí a beber un chato y, por lo general, quedábase conversando con los forasteros que le caían en gracia, y muchas veces, muy gentilísimamente, se ofrecía para acompañarles a conocer las veneradas antigüedades de la muy noble ciudad.

Y él, siendo toledano, hijo de padres y abuelos y bisabuelos toledanos, tenía algo de personaje de historia, arrancado del Entierro, y juro que la primera vez que lo vi, me dije:

“Yo lo conozco a este señor de alguna parte, pero no puedo precisar de dónde.”


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7 págs. / 12 minutos / 9 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Un Chiste Morisco

Roberto Arlt


Cuento


Abdul el Joven, encaramado en lo alto del camello, se dejaba llevar hacia Tánger. Le parecía ver todas las cosas como desde el repecho de una torre.

Había salido de Larache, hecho noche en Arcila y, ahora, bajo el sol de primavera, se acercaba a Tánger conjugando unos verbos holandeses.

Las camellos, avanzando con largas zancadas, en el extremo de su cuello encorvado movían sus cabezas de reptiles hacia todas las direcciones, como si les interesara extraordinariamente lo que ocurría en la carretera y los sembradíos laterales. Pero a los costados de la carretera no ocurría nada extraordinario. De tanto en tanto, pesados, enormes, pasaban vertiginosos camiones cargados de mercadería, y Abdul el Joven pensaba que el tráfico de carga económica servido por camellos no se prolongaría durante mucho tiempo.

¡Malditos europeos! ¡Lo destruían todo!

Abdul el Joven venía pensando en numerosos problemas. Aparentemente estaba al servicio de Mahomet el Sordo, pero, secretamente, trabajaba para Alí el Negro. Alí el Negro había vivido durante cierto tiempo en Francia y se había jugado la piel muchas veces al servicio de Abd El Krim Jartabi. Evidentemente, Alí el Negro estaba vinculado al gran movimiento panislámico y algún día moriría ahorcado, apuñalado o ametrallado por algún terrorista europeo.


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8 págs. / 14 minutos / 13 visitas.

Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

El Joven Bernier Esposo de una Negra

Roberto Arlt


Cuento


La puerta de la trastienda se abrió violentamente. La negra, esgrimiendo un puñal, avanzó hacia Eraño. Bernier, el marido de la negra, retrocedió aterrorizado hasta dar de espaldas con el muro, y Eraño comprendió que no debía esperar. Desenfundó su automática y saltando a un costado como si se tratara de esquivar la cornada de un toro, descargó los siete proyectiles de la pistola en el cuerpo de la africana. Aischa se desmoronó. Al caer, el puñal, que no se soltó de su mano, rayó el muro, clavándose en el suelo de tablas. Pero su mano crispada no soltó el arma. El piso comenzó a cubrirse de manchas rojas y Bernier, el joven esposo de la negra, refugiado en su rincón, comenzó a temblar como azogado.

Inútil intentar huir. Por las callejuelas que desembocaban en el zoco acudían multitudes de desocupados y traficantes. Sin embargo, Eraño tuvo suerte. En el zoco aquella tarde se encontraban varios soldados españoles y muchos gendarmes del califa. Éstos rodearon rápidamente la casa, y Eraño, sentándose en una silla, le dijo a Bernier:

—No tenga miedo. Espere sentado.

Bernier se sentó a la orilla de una silla, pero el temor era tan intenso en él, que los dientes le castañeteaban. Eraño, en cambio, dio en mirar con curiosidad a la negra. Cuando entraron los soldados a la tienda, Eraño se levantó, diciéndoles a los mocetones que lo encañonaban con sus revólveres.

—He matado a la negra en legítima defensa. Deseo ser llevado hasta el cadí o el comisario del protectorado. Allí, en el suelo, está mi pistola. Observen que la muerta aprieta aún el puñal entre sus dedos.


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6 págs. / 11 minutos / 13 visitas.

Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

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