Espionaje
Roberto Arlt
Cuento
Lisette se inclinó hacia mí. Sus grandes pupilas celestes parecían abrirse como los pétalos de una estrella marina. Y ella no olía a ácido fénico ni a yodoformo, sino que un perfume carnal, entremezclado con vaharadas de madera, la abarcaba en su torbellino extático. Y yo repetí:
—He visto una mirada terrible en el doctor Bahamont.
Sus ojos recorrieron rápidamente la sala del hospital de sangre y murmuró:
—¿Sospecha, acaso, de nosotros?
Ahora Lisette apretaba mi mano entre las suyas:
—¡Esos perros nos hacen un daño terrible! Cuanto más disimulada está nuestra artillería, mejor la localizan.
Repuse:
—La de nuestro puesto ni la sospechan. Fíjate que hemos encontrado...
Lisette miró, alarmada, en derredor:
—Cállate, imprudente.
—Tienes razón. Aquí hasta las paredes oyen.
Lisette continuó:
—¿Cuándo sales para París?
—Mañana.
Súbitamente cuadrado apareció ante mí el soldado Marcel. ¿De dónde había salido? Le miramos sorprendidos. Marcel habló:
—El mayor Sarault quiere verle, mi teniente.
Luego salió. El cañón comenzaba a tronar a lo lejos. A la entrada de la sala, un grupo de médicos movía los brazos.
Lisette echó a correr por el pavimento embaldosado de losas blancas y negras, como un tablero de ajedrez.
Dominio público
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Publicado el 10 de enero de 2024 por Edu Robsy.