Textos más descargados de Roberto Arlt etiquetados como Cuento | pág. 3

Mostrando 21 a 30 de 70 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Roberto Arlt etiqueta: Cuento


12345

El Incendiario

Roberto Arlt


Cuento


El comerciante observaba al desconocido de anteojos negros que se paseaba por su escritorio con las manos tomadas atrás. El comerciante estaba ante un dilema, y su perplejidad se tradujo en estas palabras:

—Lo que yo no comprendo es cómo usted puede provocar un incendio sin utilizar aunque sea unos simples fósforos.

El desconocido, que se había detenido frente a un mapa de rutas marítimas, no se dignó volver la cabeza, pero respondió:

—Un fósforo sería suficiente para hacerlo encarcelar al autor del incendio. La policía o los químicos a su servicio encontrarían entre los escombros del siniestro las piezas del “mecanismo de tiempo” que se hubieran utilizado para cometer el atentado. Analizando las cenizas, descubrirían los líquidos inflamables que se habían empleado. Mi procedimiento es nuevo, enteramente nuevo, ¿comprende usted?

El comerciante insistió:

—Ésa es la razón que me tiene intrigado. ¿Cómo se las compone usted?

El desconocido replicó groseramente:

—Mi procedimiento me permite cobrar el 10 por ciento de la prima que los fabricantes defraudan a las compañías de seguros. ¿No pretenderá usted que le explique mi secreto?

El comerciante volvió a la carga.

—¿Usted puede provocar un incendio en el establecimiento de cualquier industria?

El incendiario arrancó una hoja del almanaque y la dobló en cuatro.

—No, en cualquier industria, no..., pero en ciertas fábricas, sí. Su fábrica está incluida entre las que yo puedo incendiar sin dejar rastros.

—¿Sin utilizar ningún mecanismo, ni cortocircuito, ni fósforos, ni cómplices?


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 50 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

El Aprendiz de Brujo

Roberto Arlt


Cuento


Eran cuatro sillones en uno de los puentes de la proa del María Eugenia, y en torno de la mesa de mimbre nos reuníamos los cuatro y a veces cinco camaradas de mesa. El océano deslizaba continuamente las millas de sus abismos amargos contra el casco de la nave, y una vez uno y una vez otro contábamos una historia testificada por verdadera. Ahora le tocó el turno a Borodin, quien preguntó:

—¿Alguien conoce los Tantras del Zivagama?

Nos quedamos mirándole en silencio. Borodin continuó:

—¿Alguno de ustedes se ha dedicado alguna vez a las prácticas de la magia negra?

Proseguimos mirándole en silencio. Él insistió:

—¿Cree alguno de ustedes en las posibilidades de la magia negra?

Ernestina Carbajal sonrió un poco escéptica:

—¿Existe hoy en alguna parte del mundo un civilizado que crea en la magia negra o blanca?

Entonces Borodin, con esa encantadora naturalidad que le era muy útil para ganar al poker y perder al bridge, respondió:

—Yo creo en la magia negra. Yo practiqué la magia negra.

El efecto estaba causado y, Borodin, después de un minuto de silencio, mediante el cual nos permitió concentrar las nubes de nuestra imaginación dispersa, entró en el relato de su experiencia:


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 27 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

«Ven, mi Ama Zobeida Quiere Hablarte»

Roberto Arlt


Cuento


—¿Te llevaré a visitar el palacio de El Menobi?

—No.

—¿Y el palacio de Hach Idris ben-Yelul?

—No.

—¿No deseas conocer una joven de ojos de luna y rostro de diamante?

—No.

—Por Alá —gimió el lameplatos—. ¿No quieres nada entonces?

Piter se irguió ligeramente ante el mármol de la mesa, miró indulgente al desarrapado belfudo que, con un fez ladeado sobre la rapada cabeza hacía un cuarto de hora que estaba allí importunándole, y le respondió:

—Sí, quiero que me dejes en paz.

El guía miró cavernosamente en rededor satisfecho de que en el Zoco Chico no se encontrara alguien que podía perjudicarle, y confió:

—Pues cuídate de ese hombrecillo que te acompañaba ayer. Le ha dicho a un mercader de mi amistad que has envenenado a tu mujer.

Piter miró cómo la magra silueta del guía se alejaba, perdiéndose tras los tumultos de bobalicones que se movían frente a la ochava del correo inglés.

¿De modo que la historia había corrido? Ahora se explicaba las significativas miradas de la criada del hotel, y la respetuosa aprensión del hotelero hacia sus maletas. No había sido suficiente abandonar El Havre. La absurda novela del envenenamiento de su mujer le había seguido hasta Tánger. Inútil que le absolvieran de la disparatada acusación. En la ciudad no creían en su inocencia. La muerte de su mujer volcó sobre su cabeza dificultades innumerables. Y lo más desdichado del caso es que él estaba seguro de que ella no había intentado suicidarse, sino componer una farsa dramática que se resolvió siniestramente por sí misma.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 66 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Una Historia de Fieras

Roberto Arlt


Cuento


Era precisamente la hora en que el sol recalienta la selva, poblándola de los espesos vahos vegetales que atormentan a las grandes fieras, empujándolas a buscar los espacios claros para poder respirar. Y entre las fieras que buscaban aire fresco se encontraban ahora el Yacaré y la Boa.

El Yacaré, asoleándose en la orilla del río, permanecía arrojado como un tronco en el fangal, apoyada la achatada quijada en un felpudo de hierba. La Boa, en cambio, estaba enroscada a un corpulento cedro, en cuya corteza se friccionaba un espacio de vientre fenomenalmente abultado.

Sin embargo, más sociable que el silencioso Yacaré, no pudo aguantar mucho tiempo el silencio, y dijo:

—¿Qué novedades cuenta Su Excelencia?

El Yacaré entreabrió los adormilados ojillos y, clavándolos en la Boa, dijo:

—¿Qué le importa a vocé las novedades que dejan de ocurrirme? ¿Le pregunto yo a vocé cómo está su parentela? No. Déjeme vocé tranquilo y no me ponga motes, que caro le ha de costar como la trinque —dijo, y volvió a descargar la quijada verde oscura en la orilla fangosa, mientras que la Boa constrictor, con su hórrida cabeza estirándose horizontal bajo el aéreo entretejimiento de ramas, insistió:

—Pues Su Excelencia no me maltrataría de palabra si supiera de cierto lo que yo he sabido esta mañana. Grande es la noticia, pero Su Excelencia no tendrá el gusto de ponderar que yo se la informe.

Así era de redicha la Boa, a pesar de su espantosa apariencia; pero el Yacaré, inmutable, continuó aplastado en el fangal, mientras que sus hipócritas ojillos espiaban la monstruosa serpiente, que, arrollada al cedro, restregaba su tronco amarillento para terminar de deglutir un jabalí que había atrapado.


Leer / Descargar texto

Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 9 visitas.

Publicado el 19 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Una Clase de Gimnasia

Roberto Arlt


Cuento


—Un... dos...; pierna izquierda adelante...; manos a la nuca...

La fila de hombres, con pantalón azul hasta la rodilla, alpargatas enyesadas y busto desnudo, avanza en puntas de pie por el tablado del gimnasio. Los brazos del profesor resaltan como las bielas de un motor sobre el rojo de su camisa y el azul de su pantalón prendido con presillas bajo el arco de las zapatillas. Los alumnos de gimnasia caminan dificultosamente, tensos los músculos del cuello por el esfuerzo que hacen al mantener la punta de los dedos envarados sobre la nuca.

—Pecho adelante, barba recogida, doblen bien las rodillas...

Caminan como si nunca lo hubieran hecho, y más padecen los de gigantesca estatura que los pequeños y esmirriados.

Simoens, el telegrafista, cierra los ojos, luego los abre, y no pierde nunca la noción de la distancia. Después del poste donde se marcan los puntos que se hacen jugando al “baseball”, está la barra; después las escaleras horizontales; luego el estante con las clavas y los bastones; después las poleas. Un “puchimball” cuelga en un ángulo su pelota de cuero ennegrecido por los puñetazos, y Simoens se divierte cada vez que pasa frente al “puchimball” en lanzarle un golpe al soslayo. Esta travesura de escolar es imitada por alguno que otro hombre. Todos tienen más de veinte años de edad y distintos motivos para hacer gimnasia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 16 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Un Chiste Morisco

Roberto Arlt


Cuento


Abdul el Joven, encaramado en lo alto del camello, se dejaba llevar hacia Tánger. Le parecía ver todas las cosas como desde el repecho de una torre.

Había salido de Larache, hecho noche en Arcila y, ahora, bajo el sol de primavera, se acercaba a Tánger conjugando unos verbos holandeses.

Las camellos, avanzando con largas zancadas, en el extremo de su cuello encorvado movían sus cabezas de reptiles hacia todas las direcciones, como si les interesara extraordinariamente lo que ocurría en la carretera y los sembradíos laterales. Pero a los costados de la carretera no ocurría nada extraordinario. De tanto en tanto, pesados, enormes, pasaban vertiginosos camiones cargados de mercadería, y Abdul el Joven pensaba que el tráfico de carga económica servido por camellos no se prolongaría durante mucho tiempo.

¡Malditos europeos! ¡Lo destruían todo!

Abdul el Joven venía pensando en numerosos problemas. Aparentemente estaba al servicio de Mahomet el Sordo, pero, secretamente, trabajaba para Alí el Negro. Alí el Negro había vivido durante cierto tiempo en Francia y se había jugado la piel muchas veces al servicio de Abd El Krim Jartabi. Evidentemente, Alí el Negro estaba vinculado al gran movimiento panislámico y algún día moriría ahorcado, apuñalado o ametrallado por algún terrorista europeo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 12 visitas.

Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Un Argentino Entre Gángsters

Roberto Arlt


Cuento


Tony Berman descargó la ceniza de su cigarro en el piso encerado, y prosiguió:

—Los ingenieros han inventado los fusiles ametralladoras, y eso está bien; porque sin ametralladoras resultaría dificultoso asaltar un banco. Los ingenieros han inventado las granadas de mano, y las granadas de mano son la gracia del Altísimo sobre los hombres de buena voluntad, porque sirven para aliviarles de más de un apuro. ¡Dios bendiga a los ingenieros!...

Así habló Tony, el homicida de pie desnivelado. El achocolatado Eddie Rosenthal, hijo de un rabino excomulgado y de una negra, levantando la motuda cabeza que tenía inclinada sobre su camisa de seda verde, anotó:

—Pido un voto de aplauso para el ecuánime Tony.

Frank Lombardo, especialista en acciones violentísimas, asintió con un visaje de rojiza cara de perro bull—terrier. Tony, reconfortado por estas muestras de admiración, prosiguió:

—Pero lo que no han perfeccionado los ingenieros es la ruleta con trampa. Y eso está muy mal. La ruleta con trampa le permitiría al croupier dirigir la suerte según las conveniencias de la banca. ¡Y las conveniencias de la banca son sagradas!... Ahora bien, señor ingeniero: si ustedes han inventado los submarinos, las ametralladoras y los aeroplanos, ¿por qué no han de inventar la ruleta con trampa?...

El señor ingeniero, representado en la figura de Humberto Lacava, no pestañeó. Hacía tres horas que estos gentlemen de la automática le habían secuestrado, apoyándole el caño de una pistola en los riñones, y ningún hombre razonable se permite discutir este frío y redondo argumento.

El ecuánime Tony se restregó las manos y continuó:


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 33 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Rahutia la Bailarina

Roberto Arlt


Cuento


En el arrabal morisco de Tetuán, en la callejuela de Dar Vomba, precisamente junto a los arcos que la techan dándole la apariencia de un subterráneo azulado, vivía hasta hace pocos años Ibu Abucab, comerciante y fabricante de babuchas.

Algunos niños, de nueve y diez años, respectivamente, trabajaban para él. El babuchero era un hombre de baja estatura, morrudo, con ojos como manchados de leche y tupida barba sobre el pecho.

Ibu Abucab había repudiado a su esposa, Rahutia, cuando ésta cumplía dieciséis años. Sospechaba que ella, desde la terraza de su finca, le engañaba con su vecino Gannan, el platero.

Sin embargo, no había tenido oportunidad de olvidarla. Mientras los niños moros recortaban las sandalias, Ibu recordaba pensativamente el compacto cariño de Rahutia y sus caricias espesas. Ciertas imágenes le roían la conciencia como los agudos dientes de un ratón. Era aquélla una sensación de fuego y enloquecimiento que le cubría los ojos de blancas llamaradas de odio.

Rahutia, después de refugiarse en Fez, se dedicó a la danza. En pocos años se hizo famosa en todos los bebederos de té que se encuentran yendo de Uxda a Rabbat y de Tremecen hasta Taza, la vieja ciudadela de los bandidos.

Las danzas de esta mujer fea eran un temblor de rodillas y crótalos que exaltaban a los espectadores. Presagiaban la muerte y el zarpazo de la fiera.

Ibu Abucab odiaba a su mujer, pero la odiaba consultando sus intereses, y, precisamente, fueron sus intereses los que le impidieron cortarle la cabeza cuando sospechó de ella.

Ahora Ibu Abucab prosperaba. Dentro de algunos anos, con ayuda de Alá, se enriquecería, y podría, como otros vecinos, mantener un harén. También la humillaría a Rahutia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
9 págs. / 17 minutos / 59 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Odio Desde la Otra Vida

Roberto Arlt


Cuento


Fernando sentía la incomodidad de la mirada del árabe, que, sentado a sus espaldas a una mesa de esterilla en el otro extremo de la terraza, no apartaba posiblemente la mirada de su nuca. Sin poderse contener se levantó, y, a riesgo de pasar por un demente a los ojos del otro, se detuvo frente a la mesa del marroquí y le dijo:

—Yo no le conozco a usted. ¿Por qué me está mirando?

El árabe se puso de pie y, después de saludarlo ritualmente, le dijo:

—Señor, usted perdonará. Me he especializado en ciencias ocultas y soy un hombre sumamente sensible. Cuando yo estaba mirándole a la espalda, era que estaba viendo sobre su cabeza una gran nube roja. Era el Crimen. Usted en esos momentos estaba pensando en matar a su novia.

Lo que decía el desconocido era cierto. Fernando había estado pensando en matar a su novia. El moro vio cómo el asombro se pintaba en el rostro de Fernando y le dijo:

—Siéntese. Me sentiré muy orgulloso de su compañía durante mucho tiempo.

Fernando se dejó caer melancólicamente en el sillón esterillado. Desde el bar de la terraza se distinguían, casi a sus pies, las murallas almenadas de la vieja dominación portuguesa; más allá de las almenas el espejo azul de agua de la bahía se extendía hasta el horizonte verdoso. Un transatlántico salía hacia Gibraltar por la calle de boyas, mientras que una voz morisca, lenta, acompañándose de un instrumento de cuerda, gañía una melodía sumamente triste y voluptuosa. Fernando sintió que un desaliento tremendo llovía sobre su corazón. A su lado, el caballero árabe, de gran turbante, finísima túnica y modales de señorita, reiteró:

—Estaba precisamente sobre su cabeza. Una nube roja de fatalidad. Luego, semejante a una flor venenosa, surgió la cabeza de su novia. Y yo vi repetidamente que usted pensaba matarla.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 242 visitas.

Publicado el 18 de abril de 2020 por Edu Robsy.

Noche Terrible

Roberto Arlt


Cuento


Distancia encajonada por las altas fachadas entre las que parece flotar una neblina de carbón. A lo largo de las cornisas, verticalmente con las molduras, contramarcos fosforescentes, perpendiculares azules, horizontales amarillas, oblicuas moradas. Incandescencias de gases de aire líquido y corrientes de alta frecuencia. Tranvías amarillos que rechinan en las curvas sin lubrificar. Ómnibus verdes trepidan sordamente lienzos de afirmados y cimientos. Por encima de las terrazas plafón de cielo sucio, borroso, a lo lejos rectángulos anaranjados en fondos de tinieblas. La luna muestra su borde de plato amarillo, cortado por cables de corriente eléctrica.

Ricardo Stepens no olvidará jamás esta noche. Y es probable que Julia tampoco, pero por distintas razones que Ricardo.

Él se ha detenido en la vereda, con un pie sobre el mármol del zaguán, la mano derecha en la escotadura del chaleco y los labios ligeramente entreabiertos. Un foco ilumina con ramalazo de aluminio las tres cuartas partes de su rostro, y el vértice de su córnea brilla más que el de un actor de cine. Sin embargo, su corazón galopa como el de un caballo que va a reventar. Y piensa:

«Es casi lo mismo cometer un crimen», al tiempo que Julia tomándole de un brazo repite satisfecha:

—Cómo van a rabiar las que yo sé. —Luego calla, regustando su satisfacción elástica y profunda. Le parece mentira haber esperado durante tantos meses la ocurrencia del suceso que se llevará a cabo mañana y que anheló tan violentamente durante años y años, llorando de congoja y envidia en su almohada de soltera, cada vez que se casaba una amiga suya. Ahora le ha llegado a ella también el turno. Realidad tan terrible y sabrosa de paladear, como una venganza. Ella no piensa en el que permanece allí a su lado, sino en sus amigas, en lo que dirán sus queridas y odiadas amigas. Y quisiera lanzarse a la calle, a preguntarle a gritos a los transeúntes:


Leer / Descargar texto

Dominio público
27 págs. / 48 minutos / 88 visitas.

Publicado el 27 de abril de 2023 por Edu Robsy.

12345