Textos más recientes de Roberto Arlt | pág. 2

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autor: Roberto Arlt


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El Aprendiz de Brujo

Roberto Arlt


Cuento


Eran cuatro sillones en uno de los puentes de la proa del María Eugenia, y en torno de la mesa de mimbre nos reuníamos los cuatro y a veces cinco camaradas de mesa. El océano deslizaba continuamente las millas de sus abismos amargos contra el casco de la nave, y una vez uno y una vez otro contábamos una historia testificada por verdadera. Ahora le tocó el turno a Borodin, quien preguntó:

—¿Alguien conoce los Tantras del Zivagama?

Nos quedamos mirándole en silencio. Borodin continuó:

—¿Alguno de ustedes se ha dedicado alguna vez a las prácticas de la magia negra?

Proseguimos mirándole en silencio. Él insistió:

—¿Cree alguno de ustedes en las posibilidades de la magia negra?

Ernestina Carbajal sonrió un poco escéptica:

—¿Existe hoy en alguna parte del mundo un civilizado que crea en la magia negra o blanca?

Entonces Borodin, con esa encantadora naturalidad que le era muy útil para ganar al poker y perder al bridge, respondió:

—Yo creo en la magia negra. Yo practiqué la magia negra.

El efecto estaba causado y, Borodin, después de un minuto de silencio, mediante el cual nos permitió concentrar las nubes de nuestra imaginación dispersa, entró en el relato de su experiencia:


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7 págs. / 13 minutos / 65 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Una Aventura en Granada

Roberto Arlt


Cuento


Esteban cargaba su pipa, fingiendo estar entregado exclusivamente a este trabajo. Sin embargo, su pensamiento estaba en otra parte. Adiviné el proceso mental con tanta seguridad, que le afirmé:

—¿Estás cavilando si contarme o no tu secreto?

—¡Oh!, esto sí que es gracioso.

—No, no es gracioso. Tú has cambiado mucho, amigo Stifel. Desde que has regresado de España eres otro hombre.

—¿Qué dices?

—Cuando te fuiste eras un hombre jovial, despreocupado. Aquí, en Fleet, no había camarada más agradable que tú.

Esteban se aproximó pensativamente al ventanal y miró la calle de agua, a cuyo final, entre la neblina, se distinguía la torre de la iglesia de San Miguel. La sirena de un transatlántico que abandonaba el puerto de Hamburgo resonaba en la noche, y Esteban, alejándose pensativamente del ventanal, sentóse frente a mí y suspiró:

—Nunca debí haber ido a España.

—¿Por qué?

—No te has fijado...

“Clink”, y el barrilito de agua destilada que había en un rincón del consultorio cayó reventado al suelo. Sin sobresaltarse, rápidamente, Esteban apagó la luz y me dijo:

—Vamos adentro.

—¿Qué ha pasado?

—Han intentado matarme otra vez.

—Otra vez... ¿Por qué?

—Vamos adentro.

Le seguí, y ya en el interior del viejo edificio, entramos en una biblioteca. Cerró la puerta y me dijo:

—No te extrañe que no salga a la calle a buscar al que ha intentado matarme. Ya está lejos.

—Pero, ¿por qué quieren matarte?

—¡Oh! Es una vieja historia que está relacionada, precisamente, con el viaje de España. Escucha:


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 20 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

¡S.O.S.! Longitud 145° 30’, Latitud 29° 15’

Roberto Arlt


Cuento


Interesantísimo relato de una fantástica aventura en el océano, que mantiene en suspenso al lector ante la pregunta: ¿cómo se salvarán estos náufragos?


En el comienzo de aquel nefasto cruce de San Francisco a Honolulú, jamás chicas americanas se habían divertido tanto con un hombre del Sur como en mi compañía. Para entonces hablaba yo un inglés de perro; pero ¿qué tendrá que ver mi inglés con la “Travesía del Terror”, como se la llamó más tarde?

Acabo de examinar una fotografía relacionada con aquel suceso que en pocas horas emblanqueció el cabello de más de un intrépido marino. Son cabezas, espaldas de multitudes detenidas frente a las vidrieras de los diarios, leyendo en las pizarras noticias telegráficas referentes a nuestra agonía.

¡Qué veinticuatro horas de horror! Y el Pacífico sereno, y el sol luciendo, luciendo en el cielo como si quisiera multiplicar las ansias de vivir de los condenados a muerte. El horizonte sin una nube y el Look Suzanne, el Blue Star y el Red Horse deslizándose en círculo de calesita “hacia un eje de pavor desconocido”. Así lo denominó el corresponsal del Times. Y no le faltaba razón.

El público, detenido frente a la pizarra de los diarios, terminaba por comprender, estudiando la espiral dibujada con tiza, que abarcaba una periferia de trescientos kilómetros, cuál era la situación real de estas tres naves. Tres naves perdidas, perdidas bajo un cielo azul, sin tempestad, con las máquinas en perfecto estado de funcionamiento, con los cascos sin una grieta y con las tripulaciones y el pasaje atemorizados en la borda, cogiéndose de los brazos de los oficiales taciturnos, algunos de los cuales terminaron por saltarse la tapa de los sesos.


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10 págs. / 18 minutos / 19 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

El Joven Bernier Esposo de una Negra

Roberto Arlt


Cuento


La puerta de la trastienda se abrió violentamente. La negra, esgrimiendo un puñal, avanzó hacia Eraño. Bernier, el marido de la negra, retrocedió aterrorizado hasta dar de espaldas con el muro, y Eraño comprendió que no debía esperar. Desenfundó su automática y saltando a un costado como si se tratara de esquivar la cornada de un toro, descargó los siete proyectiles de la pistola en el cuerpo de la africana. Aischa se desmoronó. Al caer, el puñal, que no se soltó de su mano, rayó el muro, clavándose en el suelo de tablas. Pero su mano crispada no soltó el arma. El piso comenzó a cubrirse de manchas rojas y Bernier, el joven esposo de la negra, refugiado en su rincón, comenzó a temblar como azogado.

Inútil intentar huir. Por las callejuelas que desembocaban en el zoco acudían multitudes de desocupados y traficantes. Sin embargo, Eraño tuvo suerte. En el zoco aquella tarde se encontraban varios soldados españoles y muchos gendarmes del califa. Éstos rodearon rápidamente la casa, y Eraño, sentándose en una silla, le dijo a Bernier:

—No tenga miedo. Espere sentado.

Bernier se sentó a la orilla de una silla, pero el temor era tan intenso en él, que los dientes le castañeteaban. Eraño, en cambio, dio en mirar con curiosidad a la negra. Cuando entraron los soldados a la tienda, Eraño se levantó, diciéndoles a los mocetones que lo encañonaban con sus revólveres.

—He matado a la negra en legítima defensa. Deseo ser llevado hasta el cadí o el comisario del protectorado. Allí, en el suelo, está mi pistola. Observen que la muerta aprieta aún el puñal entre sus dedos.


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6 págs. / 11 minutos / 14 visitas.

Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Un Chiste Morisco

Roberto Arlt


Cuento


Abdul el Joven, encaramado en lo alto del camello, se dejaba llevar hacia Tánger. Le parecía ver todas las cosas como desde el repecho de una torre.

Había salido de Larache, hecho noche en Arcila y, ahora, bajo el sol de primavera, se acercaba a Tánger conjugando unos verbos holandeses.

Las camellos, avanzando con largas zancadas, en el extremo de su cuello encorvado movían sus cabezas de reptiles hacia todas las direcciones, como si les interesara extraordinariamente lo que ocurría en la carretera y los sembradíos laterales. Pero a los costados de la carretera no ocurría nada extraordinario. De tanto en tanto, pesados, enormes, pasaban vertiginosos camiones cargados de mercadería, y Abdul el Joven pensaba que el tráfico de carga económica servido por camellos no se prolongaría durante mucho tiempo.

¡Malditos europeos! ¡Lo destruían todo!

Abdul el Joven venía pensando en numerosos problemas. Aparentemente estaba al servicio de Mahomet el Sordo, pero, secretamente, trabajaba para Alí el Negro. Alí el Negro había vivido durante cierto tiempo en Francia y se había jugado la piel muchas veces al servicio de Abd El Krim Jartabi. Evidentemente, Alí el Negro estaba vinculado al gran movimiento panislámico y algún día moriría ahorcado, apuñalado o ametrallado por algún terrorista europeo.


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8 págs. / 14 minutos / 14 visitas.

Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

La Taberna del Expoliador

Roberto Arlt


Cuento


Alguien me ha preguntado por qué habiendo estado durante tanto tiempo en tierras de España, tan poco frecuentemente me acuerdo de ella en mis cuentos; y es que me parte el alma hablar de España, y recordarla cómo fue, y saberla tan despedazada.

Pero no quisiera que se me quedara en el tintero una historia que me fue narrada en Toledo por un fino y alto caballero, que al tratarlo me recordaba las figuras del Greco, y en especial a uno de los personajes del Entierro del conde de Orgaz.

Como los caballeros del Entierro, era este toledano una equitativa mezcla de moro, de judío y de cristiano, cual lo son casi todos los hombres de la España que se extiende desde la línea de Madrid hasta la costa mediterránea. Y yo conocí a este señor, que se llamaba don Miguelito, y que para su entretenimiento tocaba muy dolorosamente la guitarra y que, además, era erudito en cosas de vejez de Toledo; lo conocí, como digo, en la Taberna de la Sangre, donde es fama que don Miguel de Cervantes y Saavedra escribió una de sus novelas ejemplares.

Estaba la Taberna de la Sangre a pocos pasos de la plaza Mayor (¡Ay, que ya no debe existir ni taberna ni plaza Mayor!), y este don Miguelito tenía por costumbre ir a sentarse allí a beber un chato y, por lo general, quedábase conversando con los forasteros que le caían en gracia, y muchas veces, muy gentilísimamente, se ofrecía para acompañarles a conocer las veneradas antigüedades de la muy noble ciudad.

Y él, siendo toledano, hijo de padres y abuelos y bisabuelos toledanos, tenía algo de personaje de historia, arrancado del Entierro, y juro que la primera vez que lo vi, me dije:

“Yo lo conozco a este señor de alguna parte, pero no puedo precisar de dónde.”


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7 págs. / 12 minutos / 10 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Bastón de la Muerte

Roberto Arlt


Cuento


Si alguien me hubiera dicho que aquellas señoras y caballeros, plácidamente arrellanados en sus butacas, dentro de un cuarto de hora tratarían de matar al orador con el cabo de sus paraguas, no lo hubiese creído.

Tampoco lo imaginaba (así lo supongo) el orador, míster Getfried, socio honorario del club, y cuya conferencia se titulaba “Un curioso caso de transmisión del pensamiento en la isla de Sumatra”.

El club (yo lo he llamado inapropiadamente club) no era club, sino la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Castelnau Levántate y Anda.

Todos los sábados un ciudadano diferente, por supuesto, y que tuviera algo que informamos respecto a la telepatía, rabdomancia, ciencias ocultas, magia o teosofía, ocupaba la cátedra de Levántate y Anda. De esta manera la población de Castelnau entró en conocimiento de numerosas particularidades del más allá.

El último orador es decir, el penúltimo, fue el capitán de equitación Soutri, quien a mi modesto juicio ha sido uno de los oradores que mejor nos ilustraron sobre las actividades psíquicas de la raza caballar comunicándonos sus experiencias personales con la yegua Batí, a la que era posible sugerirle órdenes hasta a cien metros de distancia. Una curiosa estadística de los experimentos permitía confeccionar un gráfico de la sensibilidad de la yegua. Esta evidencia, por otra parte, impresionó de tal manera al cochero Carlet, que desde entonces Carlet se abstuvo de castigar a la potranca que arrastraba su carruaje.

Claro está que todos esperábamos con sumo interés la conferencia de Getfried. Getfried había vivido algunos años en la Malasia; de la isla de Java había pasado a la de Sumatra por razones que jamás explicó, pero que atañían a los representantes de la justicia de su graciosa majestad, y desde entonces Getfried se acogió al bondadoso amparo de su nueva soberana, la reina Guillermina.


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7 págs. / 12 minutos / 11 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Experimento del Doctor Gene

Roberto Arlt


Cuento


La noticia del primer acontecimiento de aquel día memorable entró calmosamente en el casino, embaulada en la corpulenta figura de Wein el Tranquilo. Deteniéndose frente a la mesa donde el Secretario del Ayuntamiento secreteaba con el veterinario sobre las próximas elecciones comunales, dijo cachazudamente:

—Acaban de encontrarlo ahorcado al doctor Gene. Ahorcado y bien abiertos sus ojos verdes.

Dijo esto de un tirón, en la sala alfombrada de aserrín, y hasta el perro, que dormitaba con el hocico apoyado en las patas delanteras, se desperezó y encapotilló las orejas, mientras que el cónclave de cuatro ciudadanos, cinco para ser exactos, dejando de husmear en los periódicos miraron con pausado interés a Wein el Tranquilo. Éste insistió:

—Está bien ahorcado. No se puede pedir nada mejor. Colgado de una flamante soga de tercio de pulgada.

Así era Wein el Tranquilo. Meticuloso. Su padre también había sido llamado Wein el Tranquilo, y la más profunda de sus virtudes consistía en cierta sesuda escrupulosidad.

—¿Lo has visto con tus propios ojos? —insistió el veterinario.

—Con los mismos. Ni mejor ni peor colgado que una trenza de cebollas en la verdulería.

Las bocas entreabiertas de los cinco hombres dejaban ver dientes de plata o de oro. Guillermo el Rentista, levantando los tres escalones de su papada de encima del nudo de la corbata, articuló fatigosamente:

—Se estaba enriqueciendo con la chifladura de nuestras mujeres.

Cipriano el Dentista rezongó:

—El capricho de mi mujer en hacerse teñir los ojos de verde me ha costado el importe de tres dentaduras decentes.

Octavio el Comisionista se arrimó despacio a la ventana. El sol le bañaba de pies a cabeza, y los hombres, con las manos cogidas por los dedos sobre las abotonaduras de los chalecos, cavilaban silenciosamente sobre el final del doctor Gene.


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5 págs. / 9 minutos / 31 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2024 por Edu Robsy.

La Pluma de Ganso

Roberto Arlt


Cuento


Desde pequeños, Arsenio y yo nos detestamos. En la escuela ya me aventajaba considerablemente por la posición de sus padres, a la cual no eran insensibles nuestros maestros. Más tarde, cuando dejamos las aulas y entramos a formarnos un honrado porvenir en el comercio, Arsenio me superó tan considerablemente, que yo era aún simple viajante al servicio de una empresa, cuando Arsenio administraba una compañía.

Pero mi odio y la envidia que experimentaba contra Arsenio no maduró hasta los mismos límites de la ferocidad sino el día que me arrebató a mi novia Herminia.

En un viaje de regreso de una larga gira por el interior me encontré con que Herminia se había casado con Arsenio.

Yo no podía alegrarme por la ocurrencia de este suceso, pero obedeciendo los dictados de una prudencia oscura, no le pedí explicaciones ni a Herminia ni a Arsenio. Procedí como si no hubiera ocurrido nada. Algunos curiosos intentaron tirarme de la lengua. Respondí con medias palabras, y tan equívocas, que hasta ahora podía pensarse que era yo el que había provocado la ruptura y que Herminia se había casado con Arsenio impulsada por el despecho.

Permítaseme ciertas digresiones. El suceso terrible que ocurrió más tarde, las justifica. Yo estaba acentuadamente enamorado de María (sic). La deseaba porque, mediante aquella traición fría y cínica, se me había revelado como una mujer hipócrita, vil e interesada, y esta certidumbre me embriagaba. Era un veneno cruel, matador, pero indispensable. Además, estaba absolutamente seguro que nada de todo aquel pasado que ambos habíamos vivido estaba muerto entre nosotros. De modo que la primera vez que me encontré con ella, la saludé correctamente, me interesé por su salud y fingí tan habilidosamente encontrarme cómodo junto a ella, que Herminia no pudo evitar el examinarme con cierta curiosidad sorprendida.


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6 págs. / 11 minutos / 365 visitas.

Publicado el 11 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Octavo Viaje de Simbad el Marino

Roberto Arlt


Cuento


Estaba Simbad el Marino sentado a la cabecera de la mesa que, a muy poca altura del suelo, permitía a sus invitados comer sentados en cuclillas sobre las preciosas esteras que cubrían el mosaico. Venerable barba le bajaba hasta el ombligo y un turbante de razonable grandor rodeaba su cabeza. Daba testimonio de cuán grande señor era él y qué innumerables sus riquezas un diamante prendido en la seda sobre su misma frente.

A un costado de él, honestamente vestido desde que el dueño de casa le había agasajado con una bolsa de cien cequíes, comía el mozo de cordel, llamado Hidbad, aquél que por haberse quejado un día bajo la ventana del palacio de Simbad fue invitado por éste a participar de su mesa y a escuchar la historia de sus riquezas y viajes. El mozo de cordel, modestamente sentado en cuclillas, seguía admirado el revoloteo de algunos pájaros maravillosos, prisioneros en una jaula de oro, mientras que los comensales, mirando el devastado rostro de Simbad, aguardaban a que el marino diera comienzo a otro de sus relatos, pues a ninguno consolaba que sus aventuras terminaran en aquel séptimo y famosísimo viaje, en el cual Simbad se dedicó a la caza de elefantes después que le hicieron esclavo.

Comprendiéndolo así, el marino, después de recibir de un mancebillo que estaba de pie a sus espaldas un frasco de agua de rosas y de salpicarse con ella la barba y también la barba de sus invitados, comenzó el relato de su octavo viaje, que no sé por qué razones ninguno de sus cronologistas ha insertado en Las mil y una noches. Y lo hizo con estas mismas palabras:

—Después de mis desdichadas aventuras en el País de los Elefantes, pensé que nunca más volvería a la mar. Mis huesos estaban fatigados, y yo hacía cerca de un año que en mi casa de Bagdad disfrutaba de mis riquezas, cuando una noche nuestro señor, el califa Abdala Harum Al Raschid, me hizo el alto honor de llamarme a su palacio.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 33 visitas.

Publicado el 10 de enero de 2024 por Edu Robsy.

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