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autor: Roberto Payró editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento


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El Caudillo

Roberto Payró


Cuento


Don Ignacio era el hombre de la oposición en Pago Chico. Las autoridades lo miraban como su bestia negra, y el pueblo, siempre descontento, tenía puestas en él sus esperanzas, seguíalo en todas sus empresas políticas, le daba a defender sus intereses.

Sin don Ignacio, Pago Chico hubiera sido un cementerio de vivos; con él, siquiera se ejercía el derecho del pataleo.

No era don Ignacio muy largo, pero alguno de sus correligionarios hallaba modo de lograrle préstamos y donativos, ya para sus necesidades personales, ya para lo mismo, pero bajo el pretexto de gastos de propaganda. Él se sometía refunfuñando, pues, ¿cómo ser jefe de partido si se comienza por descontentar a los partidarios? Pero apuntaba... Su viejo cuaderno de notas, tenía páginas como ésta:


PESOS Prestado al gordo, que está sin trabajo .................... 5'00 A Juan para la copa ........................................ 0'20 Un letrero y una bandera para el comité ................... 15'50 A la china Dominga para que haga venir a sus hijas a la inscripción ...............................25'00 Una docena de bombas ....................................... 6'00
 

Sumaba cuidadosamente don Ignacio estas partidas, que en tres años de oposición a todo trance habían alcanzado a formar una gruesa suma —cuatro o cinco mil pesos—, y no examinaba su cuaderno sin lanzar un suspiro y sumirse en profunda meditación.

—¿Quién pagará estas misas? —se decía.

O, conversando con sus tenientes, hablaba de la patria, de los deberes del ciudadano, de los sacrificios que hay que hacer en pro de la libertad, de la abnegación que exigen los partidos de principios, para terminar diciendo:

—Yo soy el pavo de la boda.


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4 págs. / 7 minutos / 312 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Poncho de Verano

Roberto Payró


Cuento


Desde meses atrás no se hablaba en Pago Chico sino de los robos de hacienda, las cuatrerías más o menos importantes, desde un animalito hasta un rodeo entero, de que eran víctima todos los criadores del partido, salvo, naturalmente, los que formaban parte del gobierno de la comuna, los bien colocados en la política oficial, y los secuaces más en evidencia de unos y otros.

La célebre botica de Silvestre era, como es lógico, centro obligado de todo el comentario, ardoroso e indignado si los hay, pues ya no se trataba únicamente de principios patrióticos: entraba en juego y de mala manera, el bolsillo de cada cual.

Por la tarde y por la noche toda la «oposición» desfilaba frente a los globos de colores del escaparate y de la reluciente balanza del mostrador, para ir a la trastienda para echar un cuarto a espadas con el fogoso farmacéutico, acerca de los sucesos del día.

—A don Melitón le robaron anoche, de junto a las mismas casas, un padrillo fino, cortando tres alambrados.

—A Méndez le llevaron un puntita de cincuenta ovejas lincoln.

—Fernández se encontró esta mañana con quince novillos menos, en la tropa que estaba preparando.

—El comisario Barraba salió de madrugada con dos vigilantes y el cabo, a hacer una recorrida...

Aquí estallaban risas sofocadas, expresivos encogimientos de hombros, guiños maliciosos y acusadores.

—El mismo ha'e ser el jefe de la cuadrilla —murmuraba Silvestre, afectando frialdad.

—¡Hum! —apoyaba Viera, el director de «La Pampa», meneando la cabeza con desaliento—. Cosas peores se han visto, y él no es muy trigo limpio que digamos...


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8 págs. / 15 minutos / 141 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Casamiento de Laucha

Roberto Payró


Cuento


El nombre de Laucha,—apodo y no apellido—le sentaba á las mil maravillas.

Era pequeñito, delgado, receloso, móvil; la boca parecía un hociquillo orlado de poco y rígido bigote; los ojos negros, como cuentas de azabache, algo saltones, sin blanco casi, añadían á la semejanza, completada por la cara angostita, la frente fugitiva y estrecha, el cabello descolorido, arratonado...

Laucha era, por otra parte, su único nombre posible. Laucha le llamaron cuando niño en la provincia del interior donde naciera; Laucha comenzaron á apodarle después, allí donde lo llevó la suerte de su vida, desde temprano aventurera; por Laucha se le conoció en Buenos Aires, llegado apenas, sin que á nadie se pudiese atribuir la invención del sobrenombre, y Laucha le han dicho grandes y pequeños durante un período de treinta y un años, desde que cumplió los cinco, hasta que murió á los treinta y seis...

De sus mismos labios oí la narración de la aventura culminante de su vida, y, en estas páginas me he esforzado por reproducirla tal como se la escuché. Desgraciadamente Laucha ya no está aquí para corregirme, si incurro en error; pero puedo afirmar que no me aparto de la verdad muchos centímetros.


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41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 402 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2019 por Edu Robsy.

En la Policía

Roberto Payró


Cuento


No siempre había sido Barraba el comisario de Pago Chico; necesitose de graves acontecimientos políticos para que tan alta personalidad policial fuera a poner en vereda a los revoltosos pagochiquenses.

Antes de él, es decir, antes de que se fundara «La Pampa» y se formara el comité de oposición, cualquier funcionario era bueno para aquel pueblo tranquilo entre los pueblos tranquilos.

El antecesor de Barraba fue un tal Benito Páez, gran truquista, no poco aficionado al porrón y por lo demás excelente individuo, salvo la inveterada costumbre de no tener gendarmes sino en número reducidísimo —aunque las planillas dijeran lo contrario—, para crearse honestamente un sobresueldo con las mesadas vacantes.

—¡El comisario Páez —decía Silvestre— se come diez o doce vigilantes al mes!

La tenida de truco en el Club Progreso, las carreras en la pulpería de La Polvadera, las riñas de gallos dominicales, y otros quehaceres no menos perentorios, obligaban a don Benito Páez a frecuentes, a casi reglamentarias ausencias de la comisaría. Y está probado que nunca hubo tanto orden ni tanta paz en Pago Chico. Todo fue ir un comisario activo con una docena de vigilantes más, para que comenzaran los escándalos y las prisiones, y para que la gente anduviera con el Jesús en la boca, pues hasta los rateros pululaban. Saquen otros las consecuencias filosóficas de este hecho experimental. Nosotros vamos al cuento aunque quizá algún lector lo haya oído ya, pues se hizo famoso en aquel tiempo, y los viejos del pago lo repiten a menudo.


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2 págs. / 4 minutos / 615 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Chamijo

Roberto Payró


Cuento


Capítulo I

Es muy interesante la historia entera del divertido y simpático bribón español Pedro Chamijo, «el falso Inca», cuyas aventuras aquende la Cordillera relatamos años ha. Así, pese al tiempo transcurrido, hoy nos entra comezón de escribir, no su segunda parte (pues harto sabido es que «nunca segundas partes fueron buenas»), sino muy al contrario, la primera, la inicial, la que en aquel entonces —quizá por falta de información— dejamos en el tintero. Y esta segunda parte de la historia de Chamijo (que es en realidad la primera), o esta primera parte (que es editorialmente la segunda) tiene por animado teatro —salvo un intermedio en la Argentina y otro en Chile— al Perú de principios del siglo XVII, el Perú de los virreyes, el Perú de las riquezas fabulosas y del perpetuo holgorio.

Chamijo, que hasta entonces (contaba a la sazón veinticinco años), después de largo vagar por aquellas tierras, entre indios cuya lengua aprendió a maravilla, y de una estancia bastante prolongada en el turbulento Potosí, había tenido que contentarse —o descontentarse— con ser simple soldado, acababa de desertar de una lejana guarnición, campo miserable, fastidioso y estrecho para sus grandes facultades. La Ciudad de los Reyes era excelente refugio de bribones y buscavidas, gracias a la turba que en ella remolineaba atraída por su riqueza y en cuyo torbellino podía disimularse maravillosamente un aventurero más. Y Chamijo estaba, por lo tanto, en Lima.

No había llegado solo. Acompañábalo una chola, con quien se unió en Potosí, muy joven y bonita, criada en una casa señorial y escapada poco antes de la de San Juan de la Penitencia, de Lima, reformatorio de menores donde se la encerró, niña aún, para corregir sus inclinaciones, desde temprano harto licenciosas.


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31 págs. / 55 minutos / 138 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Días Nublados

Roberto Payró


Cuento


á J. Peralta Martinea.
 

Bajo la influencia de este cielo plomizo, sintiendo la caricia del viento que arrebata las nubes negras y sombrías, en una especie de somnolencia indescriptible, mis ideas toman un tinte nebuloso y vago; paréceme que estoy entre sueños y que lo que veo y toco se desvanecerá en breve, como esas caprichosas imágenes que la pesadilla presenta á nuestros ojos asombrados.

Esta claridad de crepúsculo en que nos agitamos, hace que la pupila se dilate, y que la vista perciba menos que el oido. Asi, todo rumor, todo eco toman sones extraños, melancólicos; el canto del ave resuena más dulce, más poéticamente; el rumor de las risas alegres toma un timbre fantástico; nuestra misma voz adquiere sonoridades no imajinadas, repercutiendo en el ambiente que parece más denso, más vibratorio; la calma en que yace la naturaleza, el silencio general que reina en estos dias, solo turbado por rítmicas frases sonoras, ejerce marcada presión en nuestro espíritu, y lo lleva á ese estado anómalo en que se asimila pensamientos y creencias de que carece en los dias normales. Por esa razon ha dicho Zorrilla en uno de sus poemas:


Pero la noche oscura, la de nublados llena.
me dice mas pujante: — Tu Dios se acerca á ti".
 

Y nadie dejará de comprender toda la verdad que encierran esos dos versos: —en lo sobrenatural pensamos, cuando la luz tamizada por las nubes, como por un vídrio ahumado, llega á nosotros con vaguedades encantadoras, con resplandores que no hieren nuestros ojos, y que dan á los objetos coloridos extraordinarios, nebulosos ...

Este aspecto del cielo y de la tierra, empuja nuestro espíritu hácia la poesía, y le hace gozar con ciertos versos.


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4 págs. / 8 minutos / 94 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Amélia

Roberto Payró


Cuento


I

Las sierras se levantan, cubiertas de verdura; el arroyo, limpio y claro, cae saltando de piedra en piedra, para correr en seguida tranquilamente por la llanura inmensa, sin que un solo obstáculo se oponga á su acelerada marcha; ningun rumor se escucha, salvo el cántico de las aves, de ruido de las piedras que ruedan barbotando desde la cima, el murmullo acompasado del agua, y el monótono grito del insecto que vive oculto entre las yerbas altas y no holladas jamás por el pié humano; algunos árboles sin corpulencia adornan el paisaje; después la Pampa siempre verde, siempre igual, se extiende hasta otras sierras que, como éstas, van preparando las inmensas alturas de los Andes, como los centinelas avanzados anuncian la proximidad del ejército; estas sierras, seguidas de llanuras más ó menos prolongadas, van alternándose desde Córdoba hasta los primeros contrafuertes de la inmensa cadena de montañas que sigue paralela á las costas del Pacífico en la América del Sud.

En una de las soluciones de continuidad de esas primeras alturas, en una abra regada por las aguas de un pequeño arroyo, que se pierde en seguida en la cenagosa superficie de una cañada, cubierta de cortadera, de junco, de achira y otros vejetales amantes de la humedad, se alza una casita rodeada de jardines, perfectamente cuidada y limpia, que parece arrancada de la ciudad para trasportarla á lo más fragoroso de la sierra. Un hombre ya algo entrado en años, de porte distinguido y severo; una mujer joven y hermosa, y tres criados, uno de los cuales sirve de correo de aquella apartada colonia —habitan en la casa que, asentada gallardamente sobre la falda de uno de los cerros, blanca y limpísima, vista de lejos parece un dado de marfil sobre el tapete verde de la vegetación.


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11 págs. / 19 minutos / 92 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Poesía

Roberto Payró


Cuento


«Poesía eres tú».— BÉCQUER
 

La noche de verano había caído espléndida sobre la pampa poblada de infinitos rumores, como mecida por un inacabable y dulce arrullo de amor que hiciese parpadear de voluptuosidad las estrellas y palpitar casi jadeante la tierra tendida bajo su húmeda caricia. La brisa, cálida como una respiración, se deslizaba entre las altas hierbas agostadas, fingiendo leves roces de seda, vagos susurros de besos. Las luciérnagas bailaban una nupcial danza de luces. El horizonte producía extraña impresión de claridad, aunque en derredor no pudiera discernirse un solo detalle, ni en los planos más próximos. Era una noche de ensueño, de esas que tienen la virtud de infiltrarse hasta el alma, sobreexcitar los sentidos, encender la imaginación.

Y los peones de la estancia de don Juan Manuel García, tendidos en el pasto, al amor de las estrellas, iluminados a veces por una ráfaga roja que relampagueaba de la cocina, fumaban y charlaban a media voz, con palabra perezosa, inconscientemente subyugados por la majestad suprema de la noche.

Una exhalación que cruzó la atmósfera, rayándola como un diamante que cortara un espejo negro, para desvanecerse luego en la tiniebla, fue el punto de arranque de la conversación.

—¡De qué dijunto será es'ánima! —exclamó el viejo don Marto, santiguándose una vez pasado el primer sobrecogimiento.

—¡Por la luz que tenía, de juro que de algún ráy —contestó medrosamente Jerónimo.

Don Marto rezongó una risita:

—¡De ande sacás!... —dijo—. Si aquí no hay ráys dende el año dies, cuando echamos al último, qu'estaba en Uropa... después de los ingleses... ¡Ray! Aura todos somos ráys... y no tenemos corona, si no somos hijos del patrón... Será más bien de algún inocente.


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4 págs. / 7 minutos / 91 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Altruismo

Roberto Payró


Cuento


Entre las espesas sombras de la noche, en grupos charlatanes de tres o cuatro personas, numerosos vecinos de Pago Chico se encaminaban lentamente a la estación del ferrocarril. Se habían reunido con ese objeto en el Club del Progreso, en el café y en la confitería de Cármine, y al acercarse la hora fueron destacándose poco a poco, para no llamar demasiado la atención ni dar pie a que los opositores hicieran alguna de las suyas.

Llegaba en tren expreso, costeado naturalmente por el gobierno, el diputado Cisneros con la misión de reconstruir el comité, y era preciso hacerle una calurosa acogida a pesar de lo intempestivo de la hora. La estación estaba completamente a oscuras; sólo por la puerta de la habitación del jefe, filtraba una raya de luz, y allá en el fondo el Buffet —en funciones para las circunstancias—, abría sobre andén desierto, el abanico luminoso de su entrada. Allí fueron sentándose a medida que llegaban, el doctor Carbonero, el escribano Ferreiro, el intendente Luna, el juez de paz Machado, el concejal Bermúdez y varios otros, sin que faltaran el comisario Barraba y su escribiente Benito, ni aún don Másimo, el portero de la Municipalidad, muy extrañado de no tener que disparar bombas de estruendo en tan solemne emergencia. No hubo francachela; los tiempos estaban malos, y nadie quería cargar con el mochuelo del coperío, aunque sólo hubiera en la estación una veintena de personas. Cada cual, si quería, «tomaba algo»... y pagaba.

La espera fue larga. El expreso se había retrasado en no sabemos qué estación y el jefe aun no tenía noticias de su llegada... Poco a poco, todos fueron a pasearse en la oscuridad del andén, luego instintivamente agrupáronse a la puerta de Buffet, y conversaban mirando inquietos al norte por descubrir entre las sombras el ojo encendido del tren en marcha.


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3 págs. / 5 minutos / 88 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Beneficencia Pagochiquense

Roberto Payró


Cuento


De las sociedades de beneficencia formadas por señoras que había en Pago Chico, la más reciente era la de las «Hermanas de los Pobres», fundada bajo los auspicios de la augusta y respetable logia «Hijos de Hirám» que le prestaba toda su cooperación. La primera en fecha era la sociedad «Damas de Benefícencia», naturalmente ultra católica y archiaristocrática, como se puede —¡y vaya si se puede!— serlo en Pago Chico.

Las «Hermanas de los Pobres» se instituyeron «para llenar un vacío» según dijo La Pampa, y la verdad es que en un principio hicieron gran acopio de ropas y artículos de utilidad, cuyo reparto se practicó no sin acierto entre pobres de veras sin distinción de nacionalidades, religiones ni otras pequeñeces. Distribuían también un poco de dinero, prefiriendo, sin embargo, socorrer a los indigentes con alimentos y objetos dándoles vales para carnicerías, lecherías, panaderías, boticas, todas de masones comprometidos a hacer una importante rebaja. La sociedad prosperó con gran detrimento de la otra, que ni tenía su actividad ni usaba de los mismos medios de acción, ni aprovechaba útilmente sus recursos. Se hablaba muy mal de esta última. «Las Damas de Beneficencia» no servían ni para Dios ni para el Diablo según la opinión general. Es decir, esa opinión estaba conteste en que servía, pero no a las viudas, ni a los huérfanos, ni a los pobres, ni a los inválidos y enfermos, sino a su digna presidenta misia Gertrudis, la esposa del tesorero municipal, quien hallaba medio de ayudarse a sí misma, no ayudando a los demás, con los recursos que le llovían de todas partes. Pero, eso sí, la contabilidad de la asociación era llevada «secundum arte», limpia y con buena letra, como que de ello cuidaba el mismo tesorero, esposo fiel y servicial.


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4 págs. / 7 minutos / 80 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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