Textos más antiguos de Roberto Payró etiquetados como Cuento | pág. 4

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autor: Roberto Payró etiqueta: Cuento


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El Diablo en Pago Chico

Roberto Payró


Cuento


Viacaba, aquel paisano tosco, bueno y trabajador que tantos han conocido, tenía en ese tiempo su rancho a algunas leguas de Pago Chico, sobre el remanso de un pequeño arroyo que, después de reflejar la barranca, perpendicular y desnuda de vegetación, los sauces desmedrados que se balanceaban sobre ella y el corral de la escasa puntita de ovejas, seguía su curso casi en ángulo recto sobre su antigua dirección, e iba lento, pobre y turbio, a echarse en el indigente caudal del Río Chico, que en realidad nunca llegó a río ni aún con aquél refuerzo, sino en época de grandes crecidas e inundaciones. Viacaba vivía allí, desde muchos años, con su mujer Panchita, sus dos hijos Pancho y Joaquín, hombre ya, su hija Isabel, morenita, feúcha, pero inteligente, y un par de peones, Serapio y Matilde, que, ayudados por el viejo y los dos mozos, bastaban y sobraban para los quehaceres habituales de la estanzuela.

Estos quehaceres estaban lejos de ser abrumadores, aunque Viacaba poseyese buen número de vacas y de yeguas, y unos pocos centenares de ovejas para el consumo, pues no era aficionado a esa clase de crianza.

El rancho era espacioso y constaba de varias habitaciones. Se veía desde lejos, sobre el albardón abierto en dos por el arroyo que, voluntarioso y caprichudo, no había querido echar por lo más fácil, aunque le sobraba campo llano en que correr y aunque no le importara un bledo de la línea recta. Quizá, cuando tendió su lecho, aquellos terrenos tendrían muy distinta configuración...


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Dominio público
13 págs. / 24 minutos / 75 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

¡Guerra a Silvestre!

Roberto Payró


Cuento


También acabó Silvestre por incomodar a los situacionistas que resolvieron castigarlo, igual que a Viera.

A este propósito hicieron que fuera a establecerse a Pago Chico, habilitado por ellos, un farmacéutico diplomado, cierto italiano Barrucchi, venido del país amigo a hacer fortuna rápidamente, así, sin otra condición, rápidamente.

La competencia fastidió mucho al criollo en un principio, como que hasta fue denunciado al Consejo de Higiene por ejercicio ilegal de la profesión. Pero estaba atrincherado tras de su regente, a quien hizo pasar una temporadita en el Pago, con pret, plus y otras regalías inherentes a la actividad del servicio.

—Al gringo l'enseñan —decía—, pero nada le ha'e valer. ¡A la larga no hay cotejo!

Y para dominar del todo la situación, halló manera de ¿cómo diremos? untar la mano al inspector enviado de La Plata.

«Untar la mano» es frase grosera, bien; pero ¿qué decir entonces, del hecho de untarla, y de dejársela untar?...

Nada. Punto. Y sigamos adelante con los faroles.

No se durmió Silvestre sobre los laureles de su primera defensa victoriosa, sino que atisbó, vichó, bombeó, supo cuanto hacía el italiano, le tendió lazos, le analizó preparaciones en que había substituido sustancias, publicó los resultados, formuló denuncias, y de perseguido convirtiose pronto en perseguidor, porque en aquella delicada materia se inmiscuía alguien más que los cabecillas pagochiquenses, y el Consejo de Higiene, no desdeñoso de multas, solía enviar inspectores cuando era a golpe seguro, y entre tantos alguno habría reacio a los ungüentos de marras.

Y apareció muy luego otro inspector.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 48 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Altruismo

Roberto Payró


Cuento


Entre las espesas sombras de la noche, en grupos charlatanes de tres o cuatro personas, numerosos vecinos de Pago Chico se encaminaban lentamente a la estación del ferrocarril. Se habían reunido con ese objeto en el Club del Progreso, en el café y en la confitería de Cármine, y al acercarse la hora fueron destacándose poco a poco, para no llamar demasiado la atención ni dar pie a que los opositores hicieran alguna de las suyas.

Llegaba en tren expreso, costeado naturalmente por el gobierno, el diputado Cisneros con la misión de reconstruir el comité, y era preciso hacerle una calurosa acogida a pesar de lo intempestivo de la hora. La estación estaba completamente a oscuras; sólo por la puerta de la habitación del jefe, filtraba una raya de luz, y allá en el fondo el Buffet —en funciones para las circunstancias—, abría sobre andén desierto, el abanico luminoso de su entrada. Allí fueron sentándose a medida que llegaban, el doctor Carbonero, el escribano Ferreiro, el intendente Luna, el juez de paz Machado, el concejal Bermúdez y varios otros, sin que faltaran el comisario Barraba y su escribiente Benito, ni aún don Másimo, el portero de la Municipalidad, muy extrañado de no tener que disparar bombas de estruendo en tan solemne emergencia. No hubo francachela; los tiempos estaban malos, y nadie quería cargar con el mochuelo del coperío, aunque sólo hubiera en la estación una veintena de personas. Cada cual, si quería, «tomaba algo»... y pagaba.

La espera fue larga. El expreso se había retrasado en no sabemos qué estación y el jefe aun no tenía noticias de su llegada... Poco a poco, todos fueron a pasearse en la oscuridad del andén, luego instintivamente agrupáronse a la puerta de Buffet, y conversaban mirando inquietos al norte por descubrir entre las sombras el ojo encendido del tren en marcha.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 87 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Libertad de Sufragio

Roberto Payró


Cuento


Cierta noche, poco antes de unas elecciones, el Club del Progreso estaba muy concurrido y animado.

En las dos mesas de billar, la de carambola y la de casino, se hacían partidas de cuatro, con numerosa y dicharachera barra. Las mesitas de juego estaban rodeadas de aficionados al truco, al mus y al siete y medio, sin que en un extremo del salón faltaran los infalibles franceses, con el vicecónsul Petitjean a la cabeza, engolfados en su sempiterna partida de «manille».

El grupo más interesante era, en la primera mesita del salón, frente a la puerta de la sala de billares, el que formaban el intendente Luna, presidente del Concejo, varios concejales y el diputado Cisneros, de visita en Pago Chico para preparar las susodichas elecciones. Entregábanse a un animado truco de seis, conversadísimo, cuyos lances eran a cada paso motivo de griterías, risotadas, palabrotas con pretensiones de chistes y vivos comentarios de los mirones que, en círculo alrededor, trataban más de hacerse ver por el diputado que de seguir los incidentes de la brava partida.

Junto a ellos, sentado en un sillón, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, acariciándose la bota, abrazándola casi, el comisario Barraba con el chambergo echado sobre las cejas y dejándole en sombra la mitad de la cara achinada, ancha y corta, de ralo y duro bigote negro, hablaba ora con los jugadores, ora con los mirones, lanzando frasecitas cortas y terminantes como cuadra a tan omnímoda autoridad.

Descontentos no había en el club más que tres o cuatro: Tortorano, Troncoso y Pedrín Pulci a caza de noticias, cuya tibieza les permitía andar por donde se les diera la real gana.

Los tres se hallaban cerca de la mesa del intendente y el diputado, podían oír lo que en ella se decía, y hasta replicar de vez en cuando —aunque con moderación naturalmente—, al comisario Barraba.


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2 págs. / 4 minutos / 68 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Fantasma

Roberto Payró


Cuento


El fantasma Las apariciones sobrenaturales de que era víctima Jesusa Ponec, traían revuelto al pueblo desde semanas atrás. Misia Jesusa las había revelado bajo sello de secreto inviolable a sus íntimas amigas: misia Cenobia, la empingorotado y tremebunda esposa del concejal Bermúdez, y misia Gertrudis Gómez, la espigadora presidenta de las Damas de Beneficencia. Tula y Cenobia las comunicaron, naturalmente, bajo el mismo sello inviolable, a sus confidentas, quienes, a su vez... Total, que todo el mundo lo sabía.

Los fantasmas suelen deambular preferentemente en las noches de invierno, cuando los vecinos se quedan en sus casas, pero a la sazón era verano, un verano de plomo derretido que mantenía en fusión el fuelle del viento norte. Así, los que se encerraban «por si acaso» desde que corrió la noticia, sudaban la gota gorda.

Tula y Cenobia escucharon, haciéndose cruces y temblando como azogadas, las primeras confidencias de Jesusa, aunque Cenobia Bermúdez fuera hembra de pelo en pecho y capaz de zurrarle la badana (como lo probó varias veces) no sólo a su esposo, sino al más pintado, y aunque Tula no tuviese temor de Dios, según decían las malas lenguas refiriéndose a cómo administraba la sociedad. Hicieron que llenase su casa de palma y boj del Domingo de Ramos, que la rociara con agua bendita, que pintara cruces en el suelo delante de las puertas, que encendiese velas de la Candelaria, que hiciera sahumerios de incienso... Y como el fantasma —que era el ánima de su marido Nemesio Ponce, comisario de Tablada— siguió apareciéndose a misia Jesusa, la aconsejaron que acudiese en confesión al cura Papagna, pues aunque éste fuera un «carcamán sin conciencia», era el único que tenía corona para conjurar al Malo y ahuyentarlo con sus «sorcismos».


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25 págs. / 45 minutos / 63 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Justicia Salomónica

Roberto Payró


Cuento


He aquí, textualmente, la versión de uno de los más ruidosos escándalos sociales de Pago Chico, oída de los veraces labios de Silvestre Espíndola, en el «mentidero» —como él le llamaba— de su botica:

—Pero cuando Cenobita lo derrotó fiero al pobre Bermúdez fue el verano pasado. Sólo que la derrota tuvo complicaciones...

Estaban los dos en el comedor, que da a la calle, y Bermúdez, en mangas de camisa, daba la espalda a la ventana. Hacía un calor bárbaro, un viento norte de no te muevas; el gato en el suelo, hecho una rosca, dormía con un ojo, y Cenobita y su marido estaban de un humor de perros, como ya verán.

Era la hora del almuerzo; la chinita Ugenia trajo la sopera y Cenobita sirvió a Bermúdez, que, en cuanto probó la primera cucharada rezongó de mal modo:

—Esta sopa está fría.

—¿Qué decís? ¡Cómo ha de estar fría si el cucharón me abrasa los dedos! —retrucó Cenobita, furiosa sin razón.

—¡Bah! ¡Cuando yo te digo que está fría!

—¡Pues yo te digo que no puede estar fría, ¿entendés?

—Pero si vos no la has probado y yo acabo de probarla. ¡Qué sabés vos!

—¿Que qué sé yo? ¡Repetí, a ver!

—Sí, te repetiré hasta cansarme, que está fría, que está...

Pero Cenobita no lo dejó concluir:

—Pues si está fría, tomá, refrescate...

Y ¡zas! le zampó la sopera en la cabeza. Mi hombre le hizo una cuerpeada; la sopera, aunque se le derramara encima, lo tocó de refilón, ¡plan! pegó en el suelo, se hizo añicos y un pedazo de loza fue a lastimar al gato, que saltó a la calle todo erizado y con la cola tiesa, a tiempo que pasaba Salustiano Gancedo, que, como ustedes saben, por chismes y envidias nada más, siempre ha andado a tirones con Bermúdez.


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9 págs. / 16 minutos / 48 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Don Manuel en Pago Chico

Roberto Payró


Cuento


Una de las frecuentes revoluciones provinciales quedó por milagro dueña de algunos partidos. Entre ellos se contaba Pago Chico, pues la junta central revolucionaria envió como delegado un capitán de línea cuyo marcial ascendiente subyugó a los infelices paisanos que dragoneaban de vigilantes, con medio sueldo para acrecer los gajes del comisario oficialista, quien escapó al primer asomo de revuelta, temiendo la infidelidad y la venganza de los subalternos. Tomose la policía con cuatro gatos, sin disparar un tiro, y como «muerto el perro se acabó la rabia», la comuna quedó en manos de los opositores.

—¡Viva la revolución! —gritaba el pueblo poco después, saliendo de sus casas al saberse triunfante.

El capitán Pérez reunió enseguida a los opositores principales (que habían creído deber patriótico no derramar sangre de hermanos y convecinos) y deliberó con ellos acerca del buen gobierno inmediato de Pago Chico. De la deliberación resultaron, como es lógico, miembros de la Municipalidad, todos los presentes, y el capitán quedó al frente de la comisaría y demás fuerzas armadas.

Pero considerose decorativo y de acuerdo con los altos ideales que se perseguían a tanta costa, nombrar un intendente imparcial, fundamentalmente honrado y universalmente querido. Sólo don Juan Manuel García reunía estas condiciones, y don Juan Manuel García fue puesto a la cabeza de la comuna.

Era un hombre ya maduro, rico para aquel rincón y aquella época, muy bondadoso, muy conciliador enemigo de chismes y politiquerías, y a quien todos rodeaban de la consideración debida a un ente superior por la experiencia, la práctica y el buen sentido natural que ponía gustoso al servicio de cualquiera. Todos esperaban grandes cosas de él... ¡pero no tan grandes!


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 50 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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