Textos por orden alfabético inverso de Rosario de Acuña publicados por Edu Robsy etiquetados como Cuento disponibles | pág. 3

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autor: Rosario de Acuña editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento textos disponibles


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El Cañamón Dorado

Rosario de Acuña


Cuento


Se erguía la mata de cáñamo sobre todas las del vallejo. Cuando las frescas brisas del anochecer bajaban por la cañada sembrando los perfumes del heno sobre los apretados cogollos de cañamones, se llenaba toda la hondonada de rumores como si de planta a planta se cruzaran besos de amor y suspiros de esperanza.

Entonces el hada de los prados, la que desparrama el rocío en perlitas de cristal sobre el cáliz de las campanillas y las hojitas del trébol; el hada pequeña y esbelta que vuela sostenida por alas de mariposas azules y blancas para proteger la vida de las plantas humildes empezaba a descender desde las alturas posándose, con delicadezas de libélula, sobre las cimbreantes hojas del cáñamo. A cada mata le hacía una caricia y, mientras besaba los capullos con sus antenas, iba recogiendo los deseos de todas aquellas menudas almas que, al fin como almas, ambicionaban algo fuera de sí. El hada oía, sonreía y volaba. Así llegose a posar en la soberana de la heredad.

La noche cerraba el horizonte de sombras; había llegado la hora de los misterios augustos, cuando la espiga ya madura, resquebraja, con último esfuerzo, su película para caer fecunda al primer beso del sol; había llegado la hora de las germinaciones desconocidas, de las vehemencias ignoradas, de las transformaciones sutiles, de todo ese vivir del mundo vegetal que se estremece, con incógnitas vibraciones, para ofrecerse a la aurora, rebosante de color y de perfume.


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7 págs. / 13 minutos / 71 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Baratero

Rosario de Acuña


Cuento


El mocito se las traía. Vivía en un barrio popular, pero en una casona grande y vieja, cuyo piso principal lo tenía alquilado un clérigo, vara alta en la parroquia, con vistas a Roma, y bien cubierto de peluconas, y en el piso segundo vivía un retirado de la milicia, cojo de la pata derecha, por lo que andaba siempre torcido, y manco de la misma mano, por lo que se manejaba zurdamente; con un ojo menos, con lo que no veía más que a tres palmos de las narices, y lleno el pecho de cruces y de medallas, de tal manera, que vivía en grande con los que le rentaba.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 118 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Amor a la Lumbre

Rosario de Acuña


Cuento


I

El sol se oculta entre las rojas brumas de una tarde de invierno; con su luz se va ese dulce calor que aviva nuestra sangre y desarruga las últimas hojas que aun se columpian en los desnudos árboles; dentro de pocos instantes la noche, y con la noche el hielo, envolverá en frío capuz de tinieblas y de escarchas esta tierra donde reposa la  muerte y lucha la vida… apresuremos el paso, que muy pronto el cierzo azotará, con sus agujas de nieve, nuestro aterido rostro. En la huerta todo es ya sombra; los negruzcos sarmientos de las parras se enroscan simulando gigantescas serpientes alrededor del invisible alambre; el cardo se columpia  como ramillete de espinas, destacando, con sus tintas grises, sobre la rizada acelga, que ante la vaga luz del crepúsculo parece un águila dormida sobre los húmedos surcos del huerto; las cañas entrelazadas para abrigar las plantas aun tiernas, gimen con áspero chirrido, y con sus hojas largas y secas figuran alineadas banderas hechas jirones en medio de encarnizada lucha; los gorriones buscan ansiosos el rincón que abandonaron al percibir la aurora, y en confusa gritería se ahuecan y recogen entre los ruinosos ladrillos de la tapia, o en algún agujero de un tronco carcomido; el vencejo sale de su escondite para rozar con sus plomizas alas el rostro del importuno que le espantó con su presencia, y allá, a lo lejos, la esquila del ganado, el estridente grito de la lechuza, y la melancólica canción de algún pobre que vuelve a su vivienda, anuncian a los sanos de corazón que es menester recogerse al amor de la lumbre.

II

Vengan los gruesos troncos del olivo, ese buen amigo del hombre que con la dulce savia de sus fibras da alimento, luz y calor; enciéndase la llama en la espaciosa chimenea y viéndola revoltear en azulados espirares, soñemos, puesto que para vivir es menester soñar.


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4 págs. / 8 minutos / 118 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

A Vista de Araña

Rosario de Acuña


Cuento


Allá por el Oriente empezaban a iluminarse con las vagas tintas de la aurora, los contornos de la tierra.

Toda la creación se estremecía con esos albores que traen a la naturaleza nuevos efluvios de vida y calor.

La Naturaleza comenzaba a vivir ansiando levantar el himno de bienvenida al sol, alma del mundo, que, con sus rayos de fuego, marca el paso del tiempo en el reloj de la existencia.

Descendamos; no es en el oscuro retiro de intrincada floresta donde hemos de asentar la huella, que, al fin allí, entre arbustos y zarzas, aún se podría vislumbrar un átomo de Dios, reflejado en la Naturaleza.

No  es en los sombríos antros de profunda caverna donde el pensamiento ha de buscar su inspiración, que allí también se podría hallar, en medio de la terrorífica sombra, el luminoso espectro de Dios.

No es tampoco en el abrupto laberinto de algún hondo abismo, donde habrán de sumirse los destellos del espíritu, que, también entre las ennegrecidas y dislocadas rocas, y en medio del silencio y la soledad de una naturaleza; muerta para la luz, podría encontrarse el reflejo del alma divina, fulgurando con incesante alma y recreándose en sus obras.

Descendamos más hondo que a la floresta, más hondo que a la gruta, más que al abismo; busquemos algo que nos aleje del principio universal de la vida, y en alas de la fantástica imaginación, penetremos en uno de esos alcázares de barro que se alzan sobre nuestro mundo de granito y de fuego, átomos de polvo en los remotos siglos del porvenir, gigantes de sillería en las edades presentes.

Hela allí; es muy negra, muy redonda; sus patas extendidas en semicírculo, finas como hebras de seda, revestidas interiormente de un pelo suave y lustroso, forman, en derredor de su abultado cuerpo, una corona de rayos.


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4 págs. / 8 minutos / 236 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

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