Estamos en Espinama. El escenario es digno de los personajes. Al
norte, la gigantesca cordillera de los Picos de Europa, con sus
lastrones de piedra cortados a pico sobre torrentes y ventisqueros
coronados por el coloso morrón de Peña Vieja; bloque inmenso, de más de
un kilómetro, que, como las antiguas esfinges egipcias, se eleva inmóvil
sobre un basamento de granito, dominando con su majestad indescriptible
las provincias de Santander, Oviedo, León y Palencia, gracias a sus
2605 metros de estatura, que a tanto alcanza su nevada cabeza sobre el
nivel del Océano.
A derecha e izquierda del gigante, y en gradería monstruosa,
escalonados hasta hundirse en los bosques, toda aquella familia de
picos, conocidos por Las Granzas, Puerto Remoña, pico Riel, Peña Ándara,
Alto de las Montañas, etcétera, cerrándose en anfiteatro sobre la verde
y tersa pradera de Fuente De, en uno de cuyos repliegues burbujea y
brota, filtrada desde las neveras inmediatas, el agua del Deva,
cristalino arroyo sobre aquella meseta alpina y más tarde torrente
espumoso que atraviesa todo el abrupto valle de La Liébana, para
convertirse en ancho y profundo río en Buelles y Molleda, y formar en
Unquera su abrazo con el mar, denominado ría de Tina Mayor.
Al sur, bosques inmensos y espesísimos revistiendo montañas que
serían elevadísimas sobre otra cordillera que no fuese aquella espantosa
mole de piedra.
Sobre los bosques, alzando sus crestones estriados de nieve, la masa
conocida por Torre Cerrado, émula y rival de Peña Vieja, que, contando
algunos metros menos de elevación que aquella reina de los Picos, se
levanta enfrente de ella como provocándola a eterno desafío con sus
pedrizas verticales y sus despeñaderos revestidos de finísimo heno, para
hacer más peligrosos y más atractivos sus abismos inmedibles.
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